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Estos son los motivos por los que siempre te queda algo de espacio para el postre
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Estos son los motivos por los que siempre te queda algo de espacio para el postre

Recordarás pocos momentos en los que hayas tenido que renunciar al postre porque tu estómago ya no podía más. Y es que, además de no amargar, lo dulce parece que tampoco sobra nunca

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Que a nadie le amarga un dulce ya lo dice el refrán, pero además de no amargar lo dulce tampoco sobra. A la hora de sentarnos a la mesa, es habitual que lo releguemos al final de cualquier comida (aunque existen recetas de platos principales que lo incluyen o, incluso, podríamos encontrarlo en algún que otro aperitivo porque, al fin y al cabo, las reglas del comer tienen infinitos paladares). Ya nos adentramos en la historia del postre en otro artículo, pero si hay algo que de verdad puede mostrar su historia es que por más llenos que estemos siempre hay lugar para él.

Piénsalo bien, porque seguro que recordarás pocos momentos en los que hayas tenido que renunciar a un bocado dulce porque tu estómago ya no podía más. De hecho, no es raro que en una de esas, la sola idea de pensar en el postre te repugne hasta la fatiga. Y, sin embargo, cuando asoma por tus ojos todo cambia. Que si una cucharadita, que si bueno, voy a probarlo y ya… La cosa es que ese ya nunca es suficiente.

Foto: Foto: Wikimedia.

Un helado en verano, un trocito de tarta en cualquier cumpleaños, un bombón, unas natillas… Da igual, todo entra. Pero, ¿te has preguntado alguna vez por qué? La respuesta a este misterio no es una sola, pero podría empezar por la variedad.

Una saciedad sensorial

Varios experimentos hasta la fecha han demostrado que parte de la razón por la que empezamos a comer o dejamos de comer es porque simplemente estamos aburridos. Este fenómeno es tan habitual que hasta tiene nombre: se conoce como saciedad sensorial específica.

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Es decir, si siempre tenemos espacio para el postre es principalmente porque estos platos se componen de alimentos diferentes a los de la comida principal, ya sea por sabor, textura o por el color. Como resultado, nuestros sentidos pueden verse más estimulados por estas nuevas características, dejando a un lado la saciedad sensorial específica que se desarrolló después de la comida principal se desvanece.

Dicha tendencia a experimentar una disminución del apetito y del deseo por un alimento después de consumirlo repetidamente ha sido objeto de estudio desde hace décadas. En uno de ellos, publicado en 1981, los investigadores pidieron a una serie de participantes que comieran sopa de verduras, pero siguiendo unas directrices. Los sujetos se dividieron en dos grupos: Al primero se le pidió que comiera la misma sopa de verduras en varias comidas sucesivas, mientras que al otro se le pidió que comiera sopas diferentes en cada comida.

Lo que dicen los estudios

Los resultados de aquel experimento mostraron que los participantes del primer grupo informaron una disminución significativa en su apetito por la sopa que era el pan de cada día. Por el contrario, los miembros del segundo grupo no mostraron la misma sensación.

Incluyendo una variedad amplia de alimentos en nuestra dieta, es más probable que satisfagamos nuestras necesidades nutricionales mediante el consumo de vitaminas, minerales y otras proteínas

En 2011 se llevó a cabo un experimento similar. Para entonces, se pidió a 32 mujeres divididas en dos grupos que comieran una comida compuesta exclusivamente de macarrones con queso. Algunas lo hicieron cinco veces por semana, y otras una vez por semana durante cinco semanas. De nuevo, los investigadores descubrieron que aquellas a quienes se les presentaban macarrones con queso diariamente comían menos que las demás. En otras palabras: no va mal encaminado ese otro dicho de que comemos por los ojos.

Algunos investigadores también creen que este deseo de variedad es una adaptación aprendida evolutivamente para obtener nutrientes esenciales de diferentes grupos de alimentos. Al incluir una variedad amplia de alimentos en nuestra dieta, es más probable que satisfagamos nuestras necesidades nutricionales mediante el consumo de vitaminas, minerales y otras proteínas. No obstante, el consumo repetido de un solo tipo de alimento podría aumentar el riesgo de sufrir deficiencias nutricionales. Además, el consumo excesivo de un solo tipo de alimento también puede aumentar la exposición a toxinas o contaminantes específicos de ese alimento.

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Al haber evolucionado los seres humanos en entornos donde los recursos alimentarios podían variar en función de varios factores (el clima, el terreno, etc.), este deseo de variedad dietética podría haber ayudado a nuestros antepasados a explotar diferentes fuentes de alimentos para sobrevivir en diversas condiciones.

No obstante, esta ventaja evolutiva puede ser hoy contraproducente debido a la amplia variedad de alimentos ricos en calorías que tenemos a nuestra disposición, lo que podría contribuir a la obesidad. La dopamina es la principal causa de este fenómeno. Se trata de una sustancia química liberada en el cerebro y que está asociada con sentimientos de recompensa y placer. Vamos, que si comer postre se convierte en una parte integral de tu rutina diaria, la liberación de dopamina ya no se convierte en la consecuencia de lo que comes, sino en el motor.

Que a nadie le amarga un dulce ya lo dice el refrán, pero además de no amargar lo dulce tampoco sobra. A la hora de sentarnos a la mesa, es habitual que lo releguemos al final de cualquier comida (aunque existen recetas de platos principales que lo incluyen o, incluso, podríamos encontrarlo en algún que otro aperitivo porque, al fin y al cabo, las reglas del comer tienen infinitos paladares). Ya nos adentramos en la historia del postre en otro artículo, pero si hay algo que de verdad puede mostrar su historia es que por más llenos que estemos siempre hay lugar para él.

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