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"La religión del diablo" o cómo el yoga entró en Occidente de la peor manera posible
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Toda una carrera sin correr

"La religión del diablo" o cómo el yoga entró en Occidente de la peor manera posible

Seguro que conoces a alguien que ha incorporado esta actividad a su día a día. La pandemia y los días de confinamientos la reforzaron, pero el yoga no es nuevo... Hace un siglo, era sinónimo de libertad femenina

Foto: Marguerite Agniel mostrando una postura de yoga a finales de 1920. (Wikimedia)
Marguerite Agniel mostrando una postura de yoga a finales de 1920. (Wikimedia)

Si hablamos en términos generales, septiembre no parece el mes más deseado del año. En torno a él se acumulan deseos y maldiciones cotidianas a partes iguales que, aunque puedan asemejarlo con ese momento en el que cambiamos de año entre diciembre y enero, en realidad pocos tienen que ver salvo, quizás, en la necesidad que plantean estos tiempos: no leerás otra cosa en redes sociales ni escucharás que volver a la maquinaria del trabajo si es que has podido tener vacaciones es pan comido. Hay muchas formas de sobrellevarlo, desde luego, y cada vez se plantean más, algunas más populares que otras, pero por encima de todas encontramos el yoga.

Seguro que conoces a alguien que ha incorporado esta actividad a su día a día, bien desde casa (si habláramos hoy de una "cultura de pandemia" tendríamos que empezar por aquí) o bien en alguna academia de esas cada vez más habituales en tu barrio. Y si no tienes a ese amigo o a esa amiga es porque eres tú quien lo ha probado. Porque el yoga está ya por todas partes, aunque decir ya es más bien un recordatorio de que no es nada nuevo en Occidente. Y no, no vamos a hablar de mandalas.

Foto: Fuente: Wikipedia

Cuando el yoga traspasó las fronteras sociopolíticas de su lugar de origen, India, primero se extendió por tierras asiáticas, hace miles de años. Luego tuvieron que pasar algunos cientos de años más hasta que, llegado el siglo XX, Estados Unidos se convirtió en su puerta de entrada a un escenario que poco tenía que ver con aquel del que formaba parte dicha disciplina. Eso mismo funcionó como el mejor de los ganchos: para los años veinte del siglo pasado, al otro lado del charco, el yoga corría como un reguero de pólvora (y eso que para practicarlo hay que hacer de todo menos correr). Detonó consignas, ideales, marcos y principios con los suyos propios, era "la religión del diablo" contra la iglesia católica, o así lo denominaron desde la misma.

Una nueva concepción del físico

El mundo, por entonces, había entrado en un estado de euforia colectiva por los deportes en aquel primer cuarto de siglo. Los primeros Juegos Olímpicos modernos acababan de celebrarse en 1896, lo que inspiró un nuevo interés por el atletismo y el ideal físico de la antigua Grecia. Paralelamente, la ciencia relativamente nueva de la fisiología (el estudio de los sistemas físicos y bioquímicos del cuerpo) empezaba a proporcionar también nuevos criterios sobre cómo debería funcionar el cuerpo. Este nuevo énfasis en el vínculo entre salud y ejercicio inspiró una creciente cultura de mejora física.

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La religión nunca había sido un impedimento para ello, aunque probablemente porque siempre pudo moldear a su antojo todo ejercicio. El yoga, sin embargo, no se prestaba a ello. Tenía su propia idiosincrasia, su propio planteamiento; en definitiva, su propia religión (entre aquella de la que provenía). Del sánscrito, su nombre quiere decir ‘unión’. En él se unen lo espiritual, lo físico y mental, o ese es su propósito. Y con ello, se trata de una de las seis dárshanas (doctrinas) ortodoxas del hinduismo.

Con ello también se extendió rápidamente por todo el país norteamericano, para gran asombro y decepción de sus líderes cristianos que buscaron remedios de todo tipo para evitarlo. El 'spoiler' no hay más que verlo. La moda del yoga, o la "filosofía oriental con una serpiente enroscada como emblema", como la describió la escritora y periodista Mabel Potter Daggett, llegó a Occidente, por si fuera poco, en un momento en que retener a las mujeres ya no era tan sencillo como pintarlas en escenas de interiores, pálidas y misteriosas. El misterio ahora era otro: la participación de ellas en lo que fuera que no fuera un posado. ¿Cómo evitarlo? ¿Cómo detenerlas? Ya no había trazo que lo hiciera.

La decisión de "desviarse"

Muchas mujeres, en efecto, se apuntaron al yoga. Al clero cristiano le preocupaba que salieran de la religión como empezaban a hacerlo de los cuadros y de sus casas, esta vez "desviadas por las falsas promesas de la eterna juventud de los gurús del yoga". Lo que no sabían, o no querían saber, es que más allá de aquellas falsas promesas, el yoga les ofrecía desviaciones mucho más palpables que la juventud: la contorción del cuerpo para ser conscientes de él, para el disfrute, al fin y al cabo, para todo aquello para lo que muchas desconocían que poseían un cuerpo. Para poseerse a sí mismas.

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"Ya en el siglo XIX, muchos líderes cristianos advirtieron que el yoga no se trataba simplemente de fortalecer la propia identidad y compromisos religiosos, ni tampoco se trataba simplemente de lograr una buena forma física y reducir el estrés", señala en Jstor Andrea R. Jain, profesor de Estudios Religiosos en la Universidad de Indiana. "Era un movimiento religioso hindú que era la antítesis del cristianismo". Si en la actualidad esta dicotomía sigue resonando, el eco no era intrascendente, especialmente para las mujeres, en aquel momento.

"Eva está comiendo la manzana otra vez", escribió Daggett en uno de sus artículos. Por entonces, la periodista era de notable influencia entre los círculos cristianos estadounidenses. Sus palabras aparecieron en 1911 bajo el titular "La invasión pagana". Razón, en el fondo, no le faltaba. Porque efectivamente, un gran porcentaje de quienes se apuntaban a la disciplina de moda iban poco a poco desvinculándose de las restricciones cristianas y de la propia religión como creencia. Pero el yoga que llegó a la sociedad occidental no era más que la suma de factores que ya venían dándose bajo el propio dominio cristiano.

De libertad femenina a tarea para ricos

Como explica en un artículo para Wellcome Collection Lalita Kaplish, las clases de ejercicio para mujeres siempre se habían centrado en la flexibilidad, la postura y la salud. "Entonces, cuando apareció el yoga moderno en Occidente, las mujeres en particular ya eran receptivas al tipo de enfoque holístico que ofrecía". Dicho de otra forma, apunta Kaplish que llegada la década de 1920, los sistemas de cultura física dirigidos a las mujeres de la época estaban más cerca del yoga moderno que de la gimnasia o el culturismo que venían desarrollándose desde mediados del siglo anterior.

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Lo sabía bien Genevieve Stebbins, la primera mujer que hizo la unión y, sobre todo, que teorizó sobre ello. En su libro The Genevieve Stebbins System of Physical Training, publicado en 1898, estableció toda una escuela nueva (o al menos renovada) en torno a lo físico y lo femenino. Con capítulos sobre relajación, respiración y secuencias de ejercicios tipo danza, introdujo la fórmula del yoga sin apenas variar los patrones previos de la gimnasia para mujeres en la sociedad occidental.

La mayoría de las mujeres que se animaron a probar el método de Stebbins eran mujeres ricas, de las clases más altas, que entregaron toda su fortuna al progreso de esta práctica

Stebbins, muy conocedora del yoga, describe en el libro cómo se topó con lo que ella llama "respiración dinámica" en una clase en Londres en la que "los pacientes eran intelectuales cansados mentalmente, algunos de ellos profesores de Oxford; el profesor era un experto hindú". Su sistema incluye un ejercicio llamado explícitamente respiración yoga, "llamada así porque es utilizada por los brahmanes y yoguis de la India".

El yoga se había presentado a la sociedad en Estados Unidos apenas cinco años atrás, en 1893, por Swami Vivekananda. Lo hizo en el Parlamento Mundial de Religiones en Chicago, pero encontró poca aceptación entre los presentes de aquella reunión. Cuando más tarde el sistema de Stebbins incluyó un elemento místico, a través del cual una mujer podía "ponerse en armonía con las grandes fuerzas misteriosas que la rodeaban y adquirir un poder interior", todo cambió.

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Por supuesto, la mayoría de las mujeres que se animaron a probar el método de Stebbins eran mujeres ricas, de las clases más altas. Con los años, algunas hicieron auténticas fortunas. Tan convencidas de su nueva creencia, invirtieron su riqueza y su vida en el progreso del yoga en suelo americano, donde hoy parte de la filosofía del yoga se ha reducido al ideal del sistema de producción: allí donde corre el dinero, retirarse a estirar en silencio es una tarea.

Si hablamos en términos generales, septiembre no parece el mes más deseado del año. En torno a él se acumulan deseos y maldiciones cotidianas a partes iguales que, aunque puedan asemejarlo con ese momento en el que cambiamos de año entre diciembre y enero, en realidad pocos tienen que ver salvo, quizás, en la necesidad que plantean estos tiempos: no leerás otra cosa en redes sociales ni escucharás que volver a la maquinaria del trabajo si es que has podido tener vacaciones es pan comido. Hay muchas formas de sobrellevarlo, desde luego, y cada vez se plantean más, algunas más populares que otras, pero por encima de todas encontramos el yoga.

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