De la prisión al gimnasio: cuando las cintas de correr eran máquinas de castigo
Conectadas a una maquinaria subterránea que molía maíz al ritmo al que los presos la hacían girar, estaban destinadas a hacer que los reclusos sufrieran y "aprendieran de su sudor"
A menudo, nuestra imaginación intuye la cárcel como un lugar no-tecnológico, alejado de todo artefacto que conecte a las personas que permanecen en ella con el resto (en la manera más moderna de excluir socialmente). Pero, ¿y si fuera todo lo contrario? La tecnología, en realidad, es el principio de muchas de las formas de aislamiento y control actual: desde la industria de la ciberseguridad hasta la industria del ocio.
"Las tecnologías digitales a menudo se identifican como la solución rápida para los desafíos sociales", recuerda la investigadora Anne Kaun en su libro 'Prison Tech: Imagining the Prison as Lagging Behind and as a Test Bed for Technology Advancement', quien añade que la tecnología ya estaba en las cárceles cuando llegó a las casas, o lo que es lo mismo: plantea la prisión como el punto de partida del marco del solucionismo tecnológico en el que vivimos.
Cámaras de videovigilancia, sensores, máquinas de castigo... Todo empezó con la cinta de correr. Como una mutación de la prisión misma, los gimnasios de hoy en día no podrían entenderse sin una serie de elementos tecnológicos que, si en la actualidad sostienen el ideal estético y del bienestar, alguna vez fue un método de condena, lo correctivo, lo antiestético. La cinta que hoy conocemos sigue compartiendo con sus inicios un aspecto fundamental: la rehabilitación, del cuerpo, de la conducta.
"Que aprendieran de su sudor"
Esta máquina se inventó en Inglaterra hace doscientos años, buscando la mejor manera de hacer que los encarcelados sufrieran. Comenzaba el convulso siglo XIX cuando el sistema penitenciario del país instaló en las diferentes cárceles lo que consideraban el futuro de una sociedad correcta. Su creador, William Cubitt, un ingeniero civil criado en una familia de constructores de molinos, presentó su aparato en 1818, y lo llamó rueda de correr, explica Diane Peters en 'Jstor'.
"Los primeros intentos de Cubitt para el diseño de la cinta de correr tuvieron muchas formas, incluidas dos ruedas sobre las que caminabas, cuyos engranajes se entrelazaban. Pero su edición más popular, que se instaló por primera vez en la prisión de Brixton en Londres, incluía una rueda ancha con escalones", señala Peters. Los prisioneros debías subir esos escalones incrustando los pies en la rueda, que se movía con sus pasos, sin parar.
Bajo ella, otra maquinaria subterránea conectada molía maíz al ritmo en el que los presos la hacían girar. "Estaba destinada a hacer que los encarcelados sufrieran y aprendieran de su sudor", al tiempo que establecían la relación entre marginación y mano de obra a través de los mecanismos.
La vigilancia del trabajo
En este sentido, Kaun sostiene que "las prisiones de los siglos XVIII y XIX no solo dieron origen a la idea de la vigilancia del poder disciplinario en el panóptico, sino también a tecnologías específicas, incluida la cinta de correr que ahora es estándar en los gimnasios de todo el mundo".
Aquello podría "reformar a los delincuentes enseñándoles hábitos industriales", decían, así que la tortura no tardó en tener forma de máquina de trabajo. La historiadora Úrsula Henriques explicaba en 1972 a través de su trabajo 'Auge y decadencia del sistema separado de disciplina penitenciaria', que hasta entonces, las prisiones no ofrecían nada a sus ocupantes. "Las familias tenían que llevarles comida y mantas, si les dejaban, y los sobornos a los guardias eran constantes", de manera que "a medida que las prisiones comenzaron a satisfacer algunas necesidades, a la clase enriquecida le preocupaba que los pobres cometieran delitos solo para obtener cosas gratis. Esos lujos debían compensarse con trabajo; idealmente, trabajo que fuera doloroso y posiblemente incluso sin sentido".
Los administradores de las prisiones británicas habían llevado a cabo previamente una rehabilitación de sus edificios, siguiendo una nueva arquitectura que mantuviera a las personas cuanto más separadas mejor, aquello era el sistema panóptico o la antesala del mundo controlado actual.
Jornadas de más de seis horas
Si bien es cierto que existen numerosas evidencias que se remontan a miles de años de modelos de ruedas de trabajo impulsadas por animales o humanos para cargar y desplazar pesos pesados, la concepción del castigo social a través de ella estaba lejos. Como señala Peters, “esta cinta de correr podría ocupar hasta 24 prisioneros, parados uno al lado del otro a lo largo de grandes ruedas que pronto incluyeron particiones para que los convictos no pudieran socializar entre ellos”. Las jornadas de estas personas duraban diez horas al día en verano y siete en invierno.
Así mismo lo señalan desde la 'BBC', asegurando que, de media, aquella tortura duraba al menos seis horas diarias, “el equivalente a escalar entre 10 y 14 000 pies verticales”.
Según explicaron desde 'The Times' en 1827, en un artículo reimpreso en 'Table-Book' de William Hone en 1838, la distancia que los prisioneros caminaban por día en promedio variaba, desde el equivalente a 6,600 pies verticales en Lewes hasta 17,000 pies verticales en diez horas durante el verano en la cárcel de Warwick. "De esta forma, los presos no solo estaban separados unos de otros y de su entorno, sino que fácilmente habrían quemado más de 2000 calorías durante un solo día de trabajo, una cantidad de energía que las raciones de comida que servían los centros penitenciarios habrían tenido problemas para reponer", sostienen desde la 'BBC'.
Las consecuencias del sistema
La lista de enfermos entre las personas condenadas a trabajos forzados en la prisión de Brixton, por ejemplo, a menudo llegaba a superar la veintena, para gran frustración de los funcionarios que querían disciplina sin ver reducir lo que ya era parte de la mano de obra moderna.
Una de estas personas fue el escritor Oscar Wilde, quien explicó más tarde que, arrestado por su orientación sexual, le obligaron a caminar en una de aquellas cintas rodantes en la prisión de Pentonville como parte de su sentencia de trabajos forzados de 1895. Dos años después de salir de prisión, en 1899, murió con solo 46 años.
La tasa de mortalidad crecía, llegando a una muerte por semana por causas relacionadas al sobre esfuerzo realizado en la cinta de correr, lo que llevó a la administración a eliminar aquellas máquinas porque no resultaban útil y, añadieron "en ocasiones, ha demostrado ser dañina".
"Excesivamente crueles"
No fue sino hasta el año 1898 en el que las ruedas fueron retiradas de todas las cárceles de Reino Unido por ser "excesivamente crueles". Pero en el año 1952 regresó, solo que con un propósito completamente diferente: lista para ser instalada en gimnasios y hogares en todo el mundo, ante la necesidad imperante de quemar calorías por el gusto impuesto.
Una serie de leyes penitenciarias aprobadas a lo largo del siglo XIX restringieron cada vez más el tiempo que los prisioneros podían estar sujetos a tales dispositivos, y la ley de 1898 exigió el fin de su uso. Para 1895, solo había 39 en uso en Gran Bretaña y solo 13 para 1901.
Se trata de un camino de transiciones económicas, esquemas teóricos y tecnológicos, novedades, delimitaciones jurídico-políticas, científicas o arquitectónicas, que en su momento sostuvo Foucault y que hoy explican cómo a través de aquella misma mirada y sentido de la mirada hemos llegado hasta aquí. En la teoría del sistema panóptico de Jeremy Bentham, las personas en cada celda construida alrededor de una torre de vigilancia, asumirían pronto que siempre estarían bajo observación, mientras una luz brillante del edificio central, una especie de linterna para la persona vigilante, impedía que la visión fuera al contrario. Sin ver más allá, los presos acabarían modificando su comportamiento casi sin darse cuenta.
A menudo, nuestra imaginación intuye la cárcel como un lugar no-tecnológico, alejado de todo artefacto que conecte a las personas que permanecen en ella con el resto (en la manera más moderna de excluir socialmente). Pero, ¿y si fuera todo lo contrario? La tecnología, en realidad, es el principio de muchas de las formas de aislamiento y control actual: desde la industria de la ciberseguridad hasta la industria del ocio.