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En busca de la desconexión: la culpa de no querer saber nada de lo que está ocurriendo
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En busca de la desconexión: la culpa de no querer saber nada de lo que está ocurriendo

Primero la pandemia y ahora una guerra. Parece que las malas noticias no cesan. Y, con ello, el estrés informativo ante tanta incertidumbre e impotencia de las circunstancias negativas que nos rodean

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Vivimos unos años agitados. Tras dos años de noticias plagadas de incidencias acumuladas, ahora emerge en nuestros televisores y teléfonos móviles las crueles imágenes de un conflicto armado en suelo europeo, como si de una vuelta al siglo XX se tratase. El mundo no va bien. Seguro que en más de una ocasión en estos últimos meses has deseado poder vivir en un agujero, completamente desconectado del exterior.

Es evidente que el estrés informativo al que está sometido la población puede agudizar los síntomas de ansiedad. Una de las palabras que mejor define el malestar de nuestra época es "incertidumbre". Primero un patógeno desconocido y ahora una guerra que promete socavar el orden mundial conocido hasta ahora. Sin duda, estos serán los dos acontecimientos que mejor definan esta década dentro de unos años, cuando los niños del futuro los estudien en los libros de historia. Pero por ahora no nos queda otro remedio que vivir, haciendo lo que creemos correcto, eligiendo qué hacer con el tiempo que se nos ha dado, como decía un sabio del mundo de la ficción.

"Una catástrofe natural se tiende a asumir psicológicamente con menos dificultad que un desastre provocado por la mano del hombre, como una guerra"

Y aquí viene la pregunta del millón: ¿qué hacer? Estas situaciones tan críticas -una pandemia, una guerra cerca de nuestras fronteras-, nos llenan de nervios e incertidumbre. Esta es su mayor similitud: el estrés informativo por querer conocer todas las claves para así anticiparnos y mitigar la sensación de peligro que embadurna nuestras mentes cuando reparamos en realidades que nos son tan desfavorables o trastocan tanto nuestra vida. Por otro lado, aunque sea muy diferente una guerra de una pandemia, si el lector no recuerda mal, en ocasiones las autoridades recurrían a la terminología bélica en los peores momentos de propagación del virus.

"El hecho de estar ya cansados emocionalmente de todo este proceso de dos años hace que ahora nuestros ánimos estén más bajos para enfrentar situaciones como una guerra en un país cercano", asegura Mónica Pereira, psicóloga del Colegio Oficial de Psicólogos (COP), a El Confidencial. "A ello le unimos el miedo real a que el conflicto llegue hasta nuestro país, porque hoy en día se sabe que todos los países están interconectados".

Impotencia e incertidumbre

¿Hay diferencia en los efectos psicológicos que producen estos dos contextos, una guerra o una pandemia? "Algunos estudios afirman que las personas se ven más afectadas cuando la situación catastrófica viene causada por la mano del hombre", explica Pereira. "Una catástrofe como el volcán de La Palma o un terremoto, se tiende a asumir con menos dificultad que cuando es un desastre provocado por la mano del hombre, como el terrorismo o los conflictos bélicos. Al final, el mayor dolor lo causa el propio ser humano, no la naturaleza. Históricamente, el mayor daño ha sido causado por el hombre".

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Ante toda esta avalancha de malas noticias, es normal que podamos sentirnos culpables al pensar que no hacemos lo suficiente. O, como mínimo, impotentes. En el caso de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, todo gesto de solidaridad es poco y muchos ciudadanos de las principales ciudades de nuestro país ya se han organizado para mandar ayuda humanitaria. Pero también sobresale el deseo de no querer saber nada, de apagar la televisión o el teléfono móvil para dejar de leer noticias tan amargas.

La doctrina del 'shock'

De ahí también que durante la pandemia hayan aflorado tantas teorías conspirativas, ya que es imposible asumir que tantas muertes hayan sido obra de la naturaleza o del propio azar. "Encontrar un culpable para descargar la ira que tenemos nos ayuda a saber contra quién luchamos", aduce la psicóloga. Ahora bien, en el caso del estrés informativo causado por una guerra en un país remoto, pero vecino como Ucrania, los efectos psicológicos pueden ser muy notorios, ya que a pesar de que estamos relativamente acostumbrados a recibir imágenes de desastres humanitarios en países más lejanos como en Oriente Próximo, que sea en nuestro continente hace que salten todas las alarmas, incluida la del regreso de la amenaza nuclear, latente desde la Guerra Fría.

En tiempos en los que afloran miles de expertos en redes sociales, reconocer que no estás puesto en ningún tema puede ser una virtud

Una de las peculiaridades del bombardeo informativo bélico son las campañas de desinformación, lo que aporta una razón de peso para desconectar y gestionar adecuadamente nuestro tiempo y nivel de exposición a las noticias. Además, ante desastres humanitarios como viene a ser una guerra o un atentado terrorista, el consumo de imágenes crueles puede provocar efectos políticos en la población, siguiendo de cerca las teorías desarrolladas por Naomi Klein en su famoso libro 'La doctrina del shock'. Por tanto, al igual que en la pandemia, debemos ser muy críticos y dogmáticos con toda la información que recibimos en estos días, pues por ahora no podemos conocer los intereses a los que sirven de manera estratégica.

Un "derecho a la ignorancia"

Por otro lado, hay que saber distinguir entre "saber" y "hacer" algo. Estar permanentemente atento a las últimas noticias sobre una guerra que ocurre dentro de nuestro continente no va a conseguir que por fin se firme el armisticio, al igual que estar pendiente de las subidas o bajadas de la incidencia acumulada tampoco sirve para que de la noche a la mañana el virus deje de existir. Lo único con lo que podemos conformarnos es ser solidarios con aquellos que huyen de sus hogares y de su país de origen porque ha estallado una guerra o una invasión.

Por último, conviene invocar una especie de "derecho a la ignorancia", como lo llama la escritora estadounidense Karla Starr en un artículo publicado en 'Medium' en el que se centra en la ansiedad informativa originada por la pandemia. En tiempos en los que afloran miles de expertos en redes sociales sobre cualquier contingencia negativa, dar un paso atrás y reconocer que no estás puesto en ningún tema puede ser una virtud. En muchos casos, opinar sin conocimiento (e incluso teniendo un conocimiento parcial), hace un flaco favor a los demás, puesto que contribuye a aumentar el ruido informativo y, con ello, a generar más estrés y confusión innecesaria.

Vivimos unos años agitados. Tras dos años de noticias plagadas de incidencias acumuladas, ahora emerge en nuestros televisores y teléfonos móviles las crueles imágenes de un conflicto armado en suelo europeo, como si de una vuelta al siglo XX se tratase. El mundo no va bien. Seguro que en más de una ocasión en estos últimos meses has deseado poder vivir en un agujero, completamente desconectado del exterior.

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