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Cosas que los jóvenes de ahora no pueden entender (pero si tú tienes 40 sí)
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cuánto hemos cambiado

Cosas que los jóvenes de ahora no pueden entender (pero si tú tienes 40 sí)

¿Se han cargado las nuevas tecnologías el romanticismo y las costumbres de toda la vida? Lo único claro es que la han hecho más fácil

Foto: Foto: iStock
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Admitámoslo, no tiene tanta gracia mandar un WhatsApp al objeto de tus sueños como lo tenía en sus tiempos (parece que hablamos del Pleistoceno, pero realmente fue hace relativamente poco), realizar una llamada, con el corazón en un puño, sin saber quién contestaría al otro lado de la línea. Entonces, haciendo verdaderos esfuerzos porque tu voz no fuera un mero hilo balbuceante, preguntabas al interlocutor al otro lado (que bien podía ser su madre) si podía ponerse la persona por la que suspirabas cada noche en la cama.

Las cosas han cambiado mucho. Es indudable que las nuevas tecnologías nos han facilitado la vida. Imaginábamos un futuro repleto de coches voladores y viajes a Marte y la realidad se parece más a un vagón de metro lleno de gente centrada en sus propios móviles, sin mirar a las personas que tienen al lado. El futuro ya está aquí.

Los avances nos han facilitado la vida pero a cambio están haciendo desaparecer las relaciones cara a cara


También tenía más gracia poder grabar una cinta de casette, con todas las canciones que habías ido escuchando en la radio y que te recordaban a Él/Ella, para luego poder regalársela, que recomendarle una canción en Spotify. El progreso se ha cargado el romanticismo. Las nuevas generaciones quizá no lo recuerden, pero hay una serie de cambios prácticamente imperceptibles que han cambiado la manera de actuar, pensar y ser, y que vamos a analizar ahora, por pura nostalgia.

Los disquetes

¿Recuerdas cómo se introducían, cual Alí Babá en la cueva, dentro de tu ordenador? Hasta la llegada del CD, era así como vivíamos. La "nube" era solo eso que apuntábamos con el dedo al mirar al cielo. Tampoco es tan raro, teniendo en cuenta que la tecnología que aparecía en 'Parque jurásico' nos parecía el colmo del modernismo... y ahora... pues bueno...

placeholder Con este sistema informático es normal que algo fallara. Fotograma de 'Parque jurásico'.
Con este sistema informático es normal que algo fallara. Fotograma de 'Parque jurásico'.

El walkman y el discman

Hubo un tiempo en que escuchar en reproducción aleatoria los 500 nuevos 'hits' de esta semana no era algo posible. Los 'runners', que entonces eran simplemente personas que salían a correr, tenían que apañárselas con un armatoste enorme que no sabían muy bien donde guardar. Tras escuchar las doce canciones del nuevo disco de U2 se te acababa el chollo. Como es lógico, tampoco existía el postureo y nadie estaba pensando en hacerse un 'selfie' tras la carrera demostrando todo el ejercicio que hacían, #nopainnogain.

Los videoclubs, los eternos olvidados

Hasta hace muy poco, si queríamos ver la nueva película de Emma Stone no recurríamos a Netflix. Tampoco queríamos ver la nueva película de Emma Stone porque no la conocíamos. Bajábamos al videoclub, elegíamos entre los miles de productos que se nos ofrecían y de paso hablábamos con el dueño para que nos aconsejara. Estableciamos una comunicación cara a cara y nos mirábamos a los ojos. De la misma manera tenía más gracia acudir a una tienda de discos a comprar lo nuevo que había salido que apretar un botón y tener a nuestra alcance música de cualquier parte del mundo.

Descifrábamos los jeroglíficos

La gente se lleva a la universidad su portátil y consigue redactar pulcramente hasta los apuntes de los profesores que van más deprisa que la velocidad de la luz. Antes (y ese antes no se refiere a los tiempos del papiro y el pergamino precisamente) teníamos que descifrar la letra de nuestro amigo, que nos había mandado una carta de sus vacaciones en Benidorm. Parece que solo los médicos siguen teniendo esa costumbre. Quizá habría que reivindicar las cosas importantes que se han perdido, como la obligación de enviar una postal desde tu sitio de relax (aunque los sellos desde Camboya sean más caros).

Las colas y las tiendas...

Antes había que esperar a que la tienda abriese, haciendo una cola monumental (lo de la cola no ha cambiado del todo, seguimos pasando mucho tiempo de nuestra vida esperando) y todo para que encima no estuviese nuestra talla. Ahora con un simple click podemos tener toda la ropa que queramos, sin movernos de nuestro cómodo sofá.

Perder el contacto

"¿Qué habrá sido de Mengano? ¿Habrá engordado? ¿Habrá perdido pelo? ¿Será un triunfador?", esas preguntas están obsoletas gracias a las redes sociales, que nos ayudan además a recordar los cumpleaños de todo el mundo y también que no tenemos que aceptar a nuestra propia madre en Facebook si luego no queremos acabar eliminándola de la lista de amigos porque no para de enviarnos invitaciones a FarmVille.

El sonido del módem

Qué relajante era el sonido de la conexión a internet, una lluviosa tarde de sábado. Música para nuestros oídos. Ahora, si queremos buscar en Google: "¿Cómo se llama el tío enorme que sale en 'Juego de Tronos'?" no tenemos que esperar ni un segundo. Tampoco tenemos que esperar a nuestro turno porque solo hay un ordenador en toda la casa.

"Me he dejado la cámara"

Y, por supuesto, ya no sentimos esa presión de las miradas acusadoras de nuestros allegados porque se nos ha olvidado la cámara en casa y no vamos a poner inmortalizar un momento vital en nuestra vida. Ahora el único fallo cardíaco que podemos tener es el de no saber dónde hemos puesto el móvil, aunque acabemos descubriendo que todo el rato lo hemos tenido en nuestra mano.

Admitámoslo, no tiene tanta gracia mandar un WhatsApp al objeto de tus sueños como lo tenía en sus tiempos (parece que hablamos del Pleistoceno, pero realmente fue hace relativamente poco), realizar una llamada, con el corazón en un puño, sin saber quién contestaría al otro lado de la línea. Entonces, haciendo verdaderos esfuerzos porque tu voz no fuera un mero hilo balbuceante, preguntabas al interlocutor al otro lado (que bien podía ser su madre) si podía ponerse la persona por la que suspirabas cada noche en la cama.

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