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Diez consejos para sobrevivir al sueño de vivir en el campo
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HABLANDO CON EL GATO SOBRE NIETSZCHE

Diez consejos para sobrevivir al sueño de vivir en el campo

La contemplación de la naturaleza en sí misma está muy bien, pero no es un proyecto, y viniendo de una cultura ciudadana es difícil que te llene más de un ratito al día

Foto: Parece bonito, pero la realidad es muy diferente. (iStock)
Parece bonito, pero la realidad es muy diferente. (iStock)

La ensayista Amanda Palmer cuenta lo siguiente en un artículo de 'Brainpickings' sobre su interesante libro 'The art of asking': “Thoreau escribió con doloroso detalle sobre cómo eligió extraerse a sí mismo de la sociedad para vivir ‘por sus propios medios’ en una pequeña cabaña junto a un estanque”. Lo que dejó fuera de su famoso libro 'Walden', explica la autora, sin embargo, “es que el terreno en que la construyó se lo había prestado su acomodado vecino, que su colega Ralph Waldo Emerson lo invitaba a cenar todo el tiempo y que cada domingo, su hermana y su madre le traían un canastillo de comida recién horneada, incluyendo donuts”.

Argumenta ella que “la visión de Thoreau contemplando pensativo la vastedad trascendental del estanque, mientras un pajarillo se posa en su zapato hecho jirones, comiéndose los donuts que le trajo su madre, no parece concordar con la idea que tiene la mayor parte de la gente sobre él: la de un noble y confianzudo hombre, reintegrado hasta la medula en los bosques”.

La pulsión de huida de la ciudad hacia el campo, de la búsqueda de respuestas fuera del marasmo urbano, ha estado ahí desde tiempo inmemorial

Puede, sin embargo, que Amanda se equivoque hasta cierto punto. Para el mundillo de una sociedad hipsterizada cuyo paraíso es uno en el que se pueda nadar y guardar la ropa o, como dirían los ingleses, hacer una tortilla sin romper los huevos, ese comportamiento podría ser todo un ejemplo. Thoreau podría considerarse, sin duda, el primer gran héroe del mito hípster. Un precursor que entendió que “para qué matarse” si se puede llegar al mismo punto con comodidad. Que para qué quedarse con la mitad si puedo tener la mitad de cada: el 'country-cred' y las comodidades.

placeholder Henry David Thoreau, comedor de donuts.
Henry David Thoreau, comedor de donuts.

La pulsión de huida de la ciudad hacia el idilio campestre, de la búsqueda de respuestas fuera del marasmo urbano, ha estado ahí desde tiempo inmemorial. Tanto, que se ha convertido en un tópico cultural enraizado y, en época de tendencias giratorias, cada cierto tiempo regresa, como refleja el mundo de la moda (con su estilizado 'hobo chic', etc.) o la progresiva fiebre de los huertos urbanos y la agricultura ecológica. Algunos, pobres, hasta lo ven como un modelo posible de vida y lo intentan en serio. Jóvenes urbanitas que han visto, quizás, 'Into the wild', confían en el 'hipismo' de baja fidelidad como calmante y quieren ir un paso más allá de la casa de domingo de sus padres, pero sin llegar a las incomodidades de la comuna estricta o al cuelgue terminal del ermitaño. Es decir, lo quieren todo. La pareja y el aislamiento; la paz bucólica del campo y la hiperconexión de las redes; la vida sana y llana y el prestigio intelectual de la diferencia; las comodidades y la experiencia. No es mal plan, pero, cuidado, no pocas veces se convierte en una trampa.

Para ellos, que no tendrán acaso la suerte de cenar cada noche con Emerson ni de que sus madres les traigan viandas los domingos, 10 consejos simples para iniciar nueva vida en el entorno rural:

Ten un proyecto

La contemplación de la naturaleza en sí misma está muy bien, pero no es un proyecto, y viniendo de una cultura ciudadana con cientos de 'inputs' de información al minuto, es difícil que te llene más de un ratito al día. Lo suficiente para flipar con las nubes del ocaso o el girasol recién nacido y comentarlo en Twitter. El resto del tiempo debe ser llenado con algo más que tedio, así que es necesaria una meta (o varias). Ya sea el huerto no tóxico que tu mente imagina frondoso y autosuficiente, la gran novela americana o cualquier otro. Sirven metas absurdas, siempre son mejores que no tener ninguna, y luego puedes ir adaptándolas. La paz de espíritu no viene sola o por intercesión de los enanos de jardín. Y la gente de pueblo sabe que lo más parecido a ella es el cansancio que, tras una jornada de trabajo, te tumba desnucado en la cama. Hazles caso.

En cuanto a capacidad de supervivencia con lo mínimo, los urbanitas siempre sobreestimamos enormemente nuestras capacidades

Prepara el dinero (o la manera de conseguirlo)

Haz una aproximación razonada sobre el dinero que piensas que necesitarás al año para sobrevivir. Luego, multiplícalo por dos o por tres, y ese será el que de verdad necesites. En cuanto a capacidad de supervivencia con lo mínimo, los urbanitas siempre sobreestimamos enormemente nuestras capacidades. A menos que vayas sobrado se 'cash', ten un trabajo asegurado que se pueda hacer a distancia, desde tu nuevo retiro (por supuesto, necesitarás una conexión a internet decente, lo siento si eso enturbia tu karma inicial). Incluso si quieres dedicarte a la agricultura y ser autosuficiente, e incluso si lo logras, los inicios exigen, como cualquier inicio, una inversión. Un colchón monetario es necesario para la transición.

Lo barato es caro

Haz un cálculo igualmente detallado de las cosas que crees que necesitas. Al cabo de un tiempo, comprenderás que la mitad eran innecesarias pero que te faltan otras 100 que sí eran imprescindibles, incluyendo maquinaria pesada y ligera de todo tipo que no conocías porque no aparece en las películas (hay unos tipos haciendo todo el trabajo sucio mientras los chicos se enamoran en el granero, atrezistas y eso). En este caso, el dicho de que “lo barato sale caro” es bastante cierto. Está bien buscar oportunidades, pero las gangas suelen ser traidoras. Cuando la manguera de cinco euros de los hispanoasiáticos se rompe por tercera vez, probablemente ya te ha costado más que una buena que te duraría años. También hay cosas que son claramente prescindibles, como la televisión de pago, etc. (despierta, las cosas están gratis en internet y en el tercer canal de Eurosports solo ponen billar y bádminton). Otras, en cambio, seguirán siendo esenciales: internet, teléfono móvil (por si vienen los malos) y, por supuesto, un coche. En la ciudad no eres nadie sin un coche. En el campo, mucho menos.

placeholder El huerto no es para mí. (iStock)
El huerto no es para mí. (iStock)

Aprende a vivir con el día

Al principio notarás una cierta liberación y pensarás que puedes sostener el horario que te apetezca, o ninguno en absoluto. Error. En el campo, la gente vive con el día: se levantan con el sol y se acuesta cuando este se pone, y lo hacen por una razón. No hace falta que los copies al milímetro, porque al cabo tú eres un joven (o no tan joven) en proceso de liberarse de sus ataduras burguesas, pero es recomendable que te adecues a ese ritmo lo más posible. Además de aportar equilibrio mental, te evitará la incómoda sensación de ser un alienígena, siempre a contrapelo de 'la comunidad'; verás a más gente, llegarás a la tasca del pueblo a comer cuando aún sirvan el menú del día y podrás compartir ese bonito momento del saludo. Hola, buenas tardes. Hola, buenas tardes. Parece una tontería, pero la otra opción solo logrará aislarte aún más, y…

La soledad no es lo que piensas

Tardarás en asumirlo, pero al final caerás: tus amigos ya no te visitan nunca. Lo que crees una visita suele ser una oportunidad (para ellos): había un 'festi' de verano cerca de tu pueblo y una cama venía bien; no sabían qué hacer en dos días perdidos de vacaciones con su primo el yonqui de Salamanca; están fugados de la justicia u otras razones más que dignas, pero que tienen poco que ver con la amistad en sí. La gente tiene su vida. Tú has pensado que podías prescindir de ellos y ellos piensan lo mismo sobre ti. A partir de ahí, irás comprendiendo que la soledad no es esa tarde de domingo viendo pelis con tu novia y tu gato, pidiendo pizza por teléfono y bajando al chino a por tabaco. Es otra cosa. Como se comenta en un artículo de 'Vice' sobre eremitas modernos, la soledad no solo implica afrontar ciertos riesgos físicos, sino que numerosos estudios indican que tampoco es demasiado buena para el equilibrio mental, pudiendo provocar delirios, paranoia, depresión y tendencias suicidas (cierto es que los estudios realizados tuvieron como sujetos a presos de cárceles norteamericanas, que probablemente tuvieran más razones para estar jodidos que la simple soledad).

Los campesinos no son el buen salvaje inocente y purísimo ni tampoco una pandilla de hijos de perra salidos de 'Perros de paja' de Peckimpah

En todo caso, es verdad que, incluso a corto plazo, digamos uno o dos años, provoca cambios notorios, como la hipersensibilidad o cierta fobia social. “No te ralles si empiezas a hablar con los animales y las plantas”, comenta Juan, que lleva 10 años viviendo en la montaña y durante un tiempo largo residió en una caravana, rodeado de su rebaño de vacas. “Es parte del proceso. Las señoras mayores les hablan a sus mascotas por la calle en las ciudades, ¿no? Es lo mismo, y es necesario, diría. Yo he tenido conversaciones guapísimas con mi gato”. En todo caso, chequea que eres medio estable antes de entrar en un mundo así, y…

Entiende que el raro eres tú

La gente que alterará esa soledad a veces peligrosa, tus vecinos. Ellos no son como tú (joven o no tan joven con carrera universitaria). No hay nadie aquí para hablar de Lacan o Foucault ni de teoría 'queer' (aquí hay hombres y mujeres. Punto. Bueno, quizás haya más cosas, pero se lo callan por la cuenta que les tiene). De hecho, es probable que no se haya llegado todavía a la era del rock&roll (a juzgar por las orquestas en los días de fiesta). La misa de los domingos sigue siendo, probablemente, todo un evento social. Los parroquianos dejan el tractor en marcha frente al bar cuando bajan a tomarse unos tragos. Los jóvenes escasean o no los hay (se largaron a esa ciudad de la que tú huiste, están convirtiéndose en tu antiguo yo). Mantén una relación cordial con todos esos seres y sé cortés siempre. No esperes ser nunca admitido del todo, ni que te entiendan de primeras, no sucederá porque la brecha es demasiado grande. Y recuerda: los campesinos no son el buen salvaje inocente y purísimo (aunque puedan parecerlo a veces) ni tampoco una pandilla de hijos de perra salidos de 'Perros de paja' de Peckimpah (aunque también pueda parecerlo, otras). La realidad es que, en esencia, sí son gente como tú, con una diferencia: esa gente sabe muchas cosas que tú desconoces y que son necesarias aquí. Observa y pregunta. Tú eres (de nuevo) el raro.

Usa (y cuida) a los animales adecuados

Los animales son una buena compañía, sin duda, pero sobre todo por su utilidad (eso también se puede aprender de la gente del campo, que los trata con una mezcla de libertad, cariño y pragmatismo utilitario). Las arañas comen moscas (no las diseñaron para las pelis de serie 'Z') y son mucho menos molestas que las moscas. Los ratones pueden anidar en cualquier parte, y no sirven para nada aunque te dé pena matarlos porque viste demasiadas pelis de Disney. Los gatos son muy útiles, en cambio, si no los conviertes en un ornamento y les dejas hacer su labor (eliminar molestias como los topos, que pueden destrozar un huerto, y despertarte a las seis de la mañana, además de las citadas charlas). Ah, y los animales mueren (con mucha más frecuencia que en las ciudades) por todo tipo de causas. Encaríñate con ellos bajo tu responsabilidad y con moderación.

placeholder Gran animal de compañía y mejor conversador. (iStock)
Gran animal de compañía y mejor conversador. (iStock)

El tamaño importa

Consigue una casa que sea del tamaño que necesitas. Lo suficientemente grande para que haya espacios de trabajo separados (si vives en pareja y no quieres morir en el intento), pero no tanto que calentarla incinere tu presupuesto. Las plantas crecen de verdad, y a un ritmo sorprendente, los pájaros anidan en cualquier hueco, la humedad hace su trabajo, las tormentas pueden fundir todo tipo de electrodomésticos: habrá menos que arreglar en un hogar funcional pero modesto que en un palacio (por barato y bonito que sea). Y aprende las virtudes del fuego, joven Padawan.

Mantén contacto (sin pasarte)

En soledad, te darás cuenta de que estás desenganchándote de varias adicciones que no parecían tales en la ciudad. Cuidado con las recaídas: el aislamiento te hará desear contacto, y las redes, móviles y demás elementos de amor comunal pueden fagocitarte, literalmente. “Hubo un tiempo —cuenta Eloy, que tiene un huerto ecológico cerca de Vigo y vivió solo durante tres años— en que llegué a pasarme fácilmente ocho o 10 horas frente al ordenador, cuando mi trabajo apenas me llevaba cuatro. Desarrollé una adicción, aunque nadie piense que uno puede ser adicto a Facebook, por ejemplo. Conseguí dejarlo y te lo juro que empecé a ver de nuevo cosas que había olvidado. Yo lo llamo el ‘efecto pantalla’. Hace poco, mataron por aquí a un tipo que vivía en una caravana. Dio la voz de alarma una chica a la que conocía por Facebook, que se dio cuenta de que llevaba tres días sin aparecer allí. Lo encontraron muerto en una caravana llena de bolsas de basura…”. Diógenes muerto frente al Facebook. No queremos acabar así, niños. Es recomendable buscar contactos 'reales'. Otra gente que haya hecho lo mismo que uno (o parecido). Porque no eres único, lo sentimos, hay muchos más neoluditas por ahí. Mapea, localiza, asóciate. Sé todavía más 'cool', y…

Quedarte encallado en el fracaso es, en esto como en todo, la peor de las opciones. Siempre puedes volver a Malasaña y ser 'gurú new age', o como se llame ahora

No bebas en casa

A menos que tengas visitas. Intenta evitar ser el borracho del pueblo, ya eres bastante exótico por ti mismo en este entorno. Nadie te culpará si una vez por semana bajas a la población mayor más cercana y te bebes 24 whiskies. Sin embargo, en este divertido e interesante artículo, Thor Harris, percusionista de Swans y fan de la vida autosuficiente, aconseja justo lo contrario. Haz caso a quien prefieras. Por cierto, el resto de sus consejos son excelentes, sobre todo el de aprender algún tipo de oficio manual.

Y uno de propina:

Ten un plan de evacuación

Vale, no lo has conseguido, te ha superado. La huerta fracasó, los animales palmaron, los amigos desconectaron, te sientes solo y tienes un punzante miedo a la muerte que te ataca sin previo aviso, se te ha empezado a ir la olla seriamente, tu compañero/a de proyecto se ha largado por patas y pasas las horas dándole al morapio en la tasca mientras la vegetación devora tu Walden… El gato ya ni te habla… ¿Y ahora qué? Quedarte encallado en el fracaso es, en esto como en todo, la peor de las opciones. Siempre puedes volver a Malasaña, hacer del fracaso instrucción y ejercer de 'gurú new age', o como se llame ahora.

placeholder No hace falta llegar tan lejos como Dustin Hoffman en 'Perros de paja'.
No hace falta llegar tan lejos como Dustin Hoffman en 'Perros de paja'.

Y, bueno, si por el contrario has sobrevivido intacto y además te ha gustado, a buen seguro te habrás convertido en alguien más organizado que antes, y eso ya es un aprendizaje vital. Habrás entendido que cuesta mantener una pareja en condiciones de contacto 'total', lo que significa trabajo permanente, y sabrás —como poco— desbrozar de manera efectiva, cortar leña, mantener chimeneas, parrillas y techos de tejas, y lidiar con insectos y alimañas de todo tipo. También esbozarás una sonrisa de medio lado cuando en las películas aparezcan esos granjeritos impolutos y sensibles que lo hacen todo bien.

Así que ahora, tú mismo…

Pero si alguien te trae donuts, como decía Amanda, cógelos siempre.

La ensayista Amanda Palmer cuenta lo siguiente en un artículo de 'Brainpickings' sobre su interesante libro 'The art of asking': “Thoreau escribió con doloroso detalle sobre cómo eligió extraerse a sí mismo de la sociedad para vivir ‘por sus propios medios’ en una pequeña cabaña junto a un estanque”. Lo que dejó fuera de su famoso libro 'Walden', explica la autora, sin embargo, “es que el terreno en que la construyó se lo había prestado su acomodado vecino, que su colega Ralph Waldo Emerson lo invitaba a cenar todo el tiempo y que cada domingo, su hermana y su madre le traían un canastillo de comida recién horneada, incluyendo donuts”.

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