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Compara: así hace la compra la gente con dinero (y así la haces tú)
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CUANDO EL DINERO MARCA LA DIFERENCIA

Compara: así hace la compra la gente con dinero (y así la haces tú)

Aunque el precio sigue siendo el principal factor a la hora de elegir un producto, hay otros que influyen en el consumo dependiendo de si dispones de más o menos ingresos

Foto: Un supermercado Fivimart en Hanoi. (Reuters/Kham)
Un supermercado Fivimart en Hanoi. (Reuters/Kham)

Es evidente que los ingresos de los que alguien dispone marcan la diferencia a la hora de comprar unos alimentos u otros. Pero no es el único factor influyente, por mucho que el resto se deriven de él: como pone de manifiesto una investigación publicada en 'Food, Culture & Society', que nos recuerda que durante los últimos años han cobrado importancia las dimensiones ética y saludable de la alimentación que, por razones obvias, son vistas de diferente manera por los ricos y los que no lo son tanto.

Como es previsible, los hogares con menos ingresos deciden su consumo sobre todo por las restricciones económicas a las que se ven sometidos, y los pertenecientes a dicha clase social muestran un gran conocimiento de qué deben hacer para encontrar las mejores ofertas. Al mismo tiempo, “mostraban estar muy de acuerdo con los discursos dominantes de la alimentación saludable y ética, aunque por lo general carecían del capital económico para permitírselo”, señala la investigación, llamada 'Cultural and Symbolic Capital with and without Economic Constraint'.

El consumo omnívoro y probar un amplio rango de platos 'auténticos' es muy valorado, con la estrechez de miras castigada como algo inferior

Por el contrario, aquellos que disponen de más recursos tienen una mayor libertad para centrarse en la calidad y la autenticidad, aunque son también los más inclinados a despreciar los discursos populares sobre la alimentación saludable. Eso sí, “las percepciones sobre qué hábitos alimenticios son poco sofisticados, repugnantes o torpes” son muy importantes entre los compradores de más alto nivel. Además, para ellos resultan muy relevantes la autenticidad, la variedad, el placer y la inspiración a la hora de adquirir su comida. No es que no lo sea para el resto de la clase media, claro: es que no se lo pueden permitir.

“En el caso de las prácticas alimenticias, desde las recomendaciones de los nutricionistas hasta los artículos de revistas, pasando por las conversaciones en la cocina que establecen comidas 'buenas' y 'malas', los individuos se consideran buenos o malos a través de su alimentación”, señala el estudio. En ese sentido, y en una sociedad que espera que sus individuos sean capaces de regularse a sí mismos, hacer caso a las recomendaciones, comer bien, saludable y de manera ética es un camino para presentarse como ciudadanos cultos. Para los más ricos, “el consumo omnívoro y probar un amplio rango de platos 'auténticos' es muy valorado, con la estrechez de miras castigada como algo inferior”.

Las cosas han cambiado sensiblemente desde hace décadas, aunque algunas cosas hayan permanecido igual: aunque, en general, comer siga siendo una simple necesidad para los pobres y una vía para el placer para los ricos, en ambos casos existe una mayor conciencia del papel (social, cultural y de estatus) que la comida juega en nuestras vidas. Pero ¿cuáles son exactamente los hábitos de una y otra clase social, según los datos obtenidos de 105 familias que vivían en Canadá?

Una historia de dos clases

La primera gran diferencia entre unos y otros se encuentra en los lugares a los que recurren para adquirir los productos. Por lo general, los más adinerados acuden a diversas fuentes, entre las que se encuentran los mercados artesanales o la compra directa al productor, ya que suelen buscar alimentos de alta calidad o muy específicos. Como explica una de las participantes: “Me había encontrado con un receta para hacer carnitas de cerdo mexicano, y ponía específicamente que se necesitaban tortillas de maíz, así que fui a comprarla a estos tipos mexicanos”.

Los que tienen más ingresos buscan "comida fresca, limpieza, servicio, parking y productos especiales como alimentos sin gluten"

Por el contrario, los que disponen de menos recursos también acuden a distintas tiendas, pero no para encontrar un ingrediente, sino para comprar los productos más baratos: “Hay que recorrer mucho si quieres echar un vistazo a los precios”. Por eso gozaban de un gran conocimiento sobre dónde resulta más barato comprar cada producto, aunque algunos, preocupados por la calidad, prefieren desplazarse para evitar determinadas tiendas: “Mucha gente compra ahí pero no me gusta la manera en qué está dispuesta la carne… No parece higiénico”.

Ambos son también leales a las tiendas en las que suelen comprar, pero por distintas razones. Mientras los que tienen más ingresos lo hacen porque en los establecimientos habituales encuentran “una gran variedad y calidad de productos”, así como “comida fresca, limpieza, servicio, parking y productos especiales como alimentos sin gluten”, los restantes lo hacen, simplemente, porque es lo que les pilla más cerca, sobre todo si entra dentro de su presupuesto. “Me gustaría apoyar a los pequeños negocios”, señala uno. “Pero compro en el supermercado por el dinero. Es mucho más barato”.

A la hora de decidir entre una cosa y otra, el transporte y el acceso a los establecimientos es de vital importancia. Aunque la geografía urbana de las ciudades norteamericanas y las españolas, con sus tiendas de barrio, sea muy diferente, el hecho de que algunos centros comerciales no sean accesibles suele provocar que las clases bajas no vayan a ellos. “No tiene sentido que compre las cosas rebajadas si luego tengo que gastar dinero en un taxi”, señala una compradora. Algo que también ocurre con los mercados de de productores: “Ya voy a suficientes sitios por obligación, así que madrugar un sábado por la mañana para hacer la compra y volver no es un plan muy excitante”.

La mentalidad del dinero

De igual manera, tanto ricos como pobres utilizan listas de la compra, pero con muy diferentes objetivos. Para los que disfrutan de más ingresos, estas son simplemente una manera de recordar lo que se necesita, ya que tan solo tres de 13 familias tenían un presupuesto asignado para comida: “Si compro un ingrediente más caro entonces intento equilibrarlo con otras cosas que sean más baratas”, señala uno.

Somos muchos y es complicado preparar tanta comida, y más caro. Llego a casa a las cinco de la tarde y los niños ya tienen hambre

Para las clases más bajas, la lista de la compra es una herramienta que cumple varios objetivos, sobre todo, evitar la compra compulsiva y controlar el gasto. “Me he dado cuenta de que cuando voy sin lista y me acuerdo de que tengo que comprar algo, termino comprando cosas que ya tengo… Como tomate, y he desperdiciado un dólar y medio”, explica una participante. Muchos coinciden en que la factura puede ascender rápidamente, por lo que la lista es útil a la hora de tener controlado el gasto. Un revelador párrafo describe bien por qué controlar el presupuesto es tan importante para quien dispone de unos recursos limitados:

Pienso constantemente sobre comida, todos los días. Y tengo pequeñas listas por todas partes. Por ejemplo, tengo una que se llama Comida Que Necesito y tengo otra versión modificada de esa con lo que es realmente urgente, y luego tengo otra lista modificada con lo que de verdad voy a poder comprar.

De ahí que entre las clases medias y bajas haya surgido un acervo de sabiduría sobre cómo encontrar las mejores ofertas. Por ejemplo, como señala un testimonio, “sabemos a qué hora está rebajada la carne, por ejemplo si vas a las nueve y media o a las diez”. En ese sentido, los que más ganan señalan que suelen comprar por placer o inspiración, mientras que el resto debe sofocar sus deseos cuando pasean por el supermercado, o deciden no llevar a sus hijos: “Los llevé la semana pasada y todos los días se daban la vuelta: 'mamá, ¿puedo comprar esto? ¿Puedo comprar aquello?

Ello también se refleja, obviamente, en qué tipo de comida se consume, y por qué razones. Aquí también hay clases: aunque tanto unos como otros prefieren comprar las materias primas y los ingredientes para preparar las recetas en casa, solo aquellos con un mayor poder adquisitivo se lo pueden permitir (también porque en muchos casos pueden ser cocinados por el servicio doméstico): “Tomamos alimentos de calidad”, señala una de ellas. “No comemos mucha comida preparada ni congelada”. En muchos casos, esta decisión se ampara en lo moral: “No me quedaría contenta si les pusiese palitos de pescado o patatas fritas McCain a mis hijos. Pensaría que soy un padre horrible”.

¿Creerían lo mismo las clases medias y bajas? Aunque la mayoría reconoce recurrir a dichos alimentos si no hay más remedio, son muchos más los que admiten comprarlos ocasionalmente: “Comemos mucha comida procesada”, señala uno. “Somos muchos y es complicado preparar tanta comida desde cero. Y es más caro, también. Ya que si voy a preparar algo para todos nosotros, voy a necesitar diez trozos de pollo y un gran bol de patatas y una bolsa de zanahorias… Y también tiempo. Porque llego a casa a las cinco de la tarde y los niños ya tienen hambre”. Pocos testimonios resumen bien la razón por la que es tan complicado comer bien.

Calidad o precio

Al final, todo se reduce a lo mismo: por mucho que sepamos qué es lo que nos sienta mejor, tanto a nuestro cuerpo como a nuestros principios y a los productores que nos rodean, al final el dinero –o su ausencia– termina mandando. Como explica un participante de clase alta, “el dinero no es un problema, comemos lo que queremos y compramos lo que necesitamos; no dejo de comprar algo porque sea caro”. Estos reconocen que suelen recurrir a la comida ligera, las frutas y las verduras para mantenerse en forma, y desprecian la comida basura como algo de clase baja. Pero, al mismo tiempo, son los que menos creen en las comidas orgánicas o en el consumo ético.

Me gustaría comprar más productos cultivados cerca de casa, pero compro lo que hay en la tienda, por el precio

“Creo que todos esos tipos a los que pagan por su café en Sudamérica están contentos de que les paguen”, dice uno. “Porque la otra opción sería que no les pagasen nada”. O como explica otro, “he trabajado con los granjeros durante muchos años y sabes, no creo que estén envenenando a la gente, especialmente con la comida que se produce aquí. Son buenos estándares. Así que no compro alimentos orgánicos, son simplemente una excusa para cobrar más”.

¿Qué ocurre con sus vecinos menos agraciados? Que también se han dado cuenta de que la comida orgánica es más cara: “Una bolsa de patatas fritas es más barata que una manzana. Es que es así”, señala uno de ellos. “Me gustaría comprar más productos cultivados cerca de casa, si están disponibles y su precio es razonable… Pero simplemente compro lo que hay en la tienda, suelo dejarme llevar por el precio”. Aunque cada vez seamos más conscientes tanto del efecto de la comida en nuestro cuerpo como de los procesos de producción, una máxima sigue mandando: “Al final tienes que comer”.

Es evidente que los ingresos de los que alguien dispone marcan la diferencia a la hora de comprar unos alimentos u otros. Pero no es el único factor influyente, por mucho que el resto se deriven de él: como pone de manifiesto una investigación publicada en 'Food, Culture & Society', que nos recuerda que durante los últimos años han cobrado importancia las dimensiones ética y saludable de la alimentación que, por razones obvias, son vistas de diferente manera por los ricos y los que no lo son tanto.

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