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Por qué la muerte de Fidel no cambiará absolutamente nada
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hace años que ya solo era una figura simbólica

Por qué la muerte de Fidel no cambiará absolutamente nada

Muchos creen que el fallecimiento del histórico líder revolucionario producirá la inevitable desaparición del sistema cubano. Sin embargo, el cambio real lleva en marcha diez años, y tiene su propio ritmo

Foto: Cartel con la cara de Fidel Castro en una fábrica en La Habana (Reuters)
Cartel con la cara de Fidel Castro en una fábrica en La Habana (Reuters)

“Hay que ir a ver Cuba antes de que se muera Fidel”. La frase, que se ha convertido en un lugar común entre aquellos que nunca han visitado la isla, evidencia una creencia generalizada: que el fallecimiento del líder histórico de la revolución producirá la inevitable desaparición del sistema cubano, con todas sus peculiaridades y exotismos, como su parque de vehículos anclado en los años 50.

La idea, sin embargo, bebe de lo que el profesor Antoni Kapcia, especialista en estudios cubanos de la Universidad de Nottingham, denomina “Fidelcentrismo”: la asunción, según él errónea, de que Fidel Castro es el personaje que lo determina todo en Cuba. Pero el Comandante en Jefe nunca ha sido el único individuo con poder en el régimen cubano; es más, desde hace una década, Fidel venía siendo poco más que una figura simbólica, un guía espiritual sin capacidad ejecutiva. En Cuba, el cambio empezó hace 10 años, pero va a su propio ritmo (lento). Por eso, la muerte de Fidel Castro no va a cambiar nada.

Kapcia, autor del libro 'Liderazgo en la revolución cubana', ha estudiado el régimen en profundidad y ha concluido que este, en gran medida, es un producto colectivo. “A menos que uno crea en el poder de los regímenes para adoctrinar a sociedades completas durante medio siglo -algo que, dado el evidente contacto de los cubanos con ideas, parientes y sociedades del exterior durante prolongados períodos desde 1959, parece improbable- es difícil atribuir la destacable supervivencia del sistema cubano al poder persuasivo o coercitivo de un solo hombre”, indica, mofándose de aquellos que imaginan la Cuba contemporánea como una especie de Corea del Norte caribeña.

Foto: Retrato de Fidel Castro en el muro de una carpintería de La Habana, en abril de 2016 (Reuters) Opinión
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Como sucesor de Fidel, Raúl Castro es la persona más poderosa de Cuba, pero incluso él tiene que hacer concesiones. El problema, aparentemente, es que algunas de esas segundas figuras del régimen son quienes más se resisten al cambio. “No son personajes cuyo nombre importe, no son apenas conocidos, pero tienen peso dentro del Partido. La mayoría pertenecen al Departamento Ideológico del Comité Central”, explica un analista cubano a El Confidencial. “Ese es el motivo por el que en el último Congreso del PCC, Raúl [Castro] tuvo que revertir los experimentos de permitir la apropiación de la plusvalía en algunas zonas rurales. Era una concesión al ‘búnker’, por usar el término que se utilizaba durante la Transición española, para poder sacar adelante otras reformas”, indica este experto.

En 2009, Raúl Castro le dijo a la presidenta chilena Michelle Bachelet: “Usted sabe que hay dos Castro. No somos iguales”. “Raúl Castro aún no ha tenido una oportunidad para demostrar lo que piensa porque su hermano Fidel está ahí y aún escupe sus opiniones”, había declarado poco antes Pablo Milanés al ‘Miami Herald’, unos comentarios que entroncaban con una percepción bastante generalizada, la de que Raúl es alguien más pragmático que su hermano, que percibe los problemas con mayor claridad y está más dispuesto a buscar soluciones y hacer concesiones, pero que es Fidel quien bloquea todos los cambios.

Algo de verdad hay en ello. Se sabe que, a finales de los años 90, Raúl estaba entusiasmado con los éxitos cosechados por las aperturas económicas de China y Vietnam, y valoraba la posibilidad de establecer un modelo similar en Cuba. Durante una visita a China en noviembre de 1997, Raúl pasó muchas horas hablando con Zhu Rongji, arquitecto de las reformas chinas durante la presidencia de Jiang Zemin. Le impresionó tanto que invitó al consejero principal de Zhu a La Habana, donde éste pasó varios días explicando sus ideas a altos cargos del régimen. Según testimonios de colaboradores cercanos, el proyecto caló fuerte, pero a la hora de la verdad se topó con la insalvable oposición de Fidel, y quedó en nada.

Cimentando el poder

Sin embargo, Raúl lleva años maniobrando entre bambalinas para cimentar su poder. Uno de sus movimientos más contundentes fue la destitución, en 2009, del canciller Felipe Pérez Roque, el ministro de economía Carlos Lage y otra decena de altos funcionarios, a quienes se grabó en secreto “haciendo comentarios irrespetuosos” hacia Fidel y hacia el vicepresidente del Consejo de Estado José Ramón Machado Ventura, a los que se calificaba de “dinosaurios” y “fósiles”. Pronto se descubrió que llevaban más de un año bajo vigilancia; todos ellos eran más jóvenes que los “dirigentes históricos” y habían sido nombrados por Fidel. Casi todos fueron sustituidos por militares, algo más mayores, y sobre todo absolutamente leales a Raúl.

“El conflicto interior consolidó por completo el poder de Raúl dentro de las fuerzas armadas”, indica la periodista Ann Louise Bardach, una de las personas que mejor conoce la problemática cubana en EEUU. A esta jugada le siguió el desmantelamiento de la “batalla de ideas”, el trasnochado intento de Fidel por recuperar el idealismo de los primeros tiempos de la revolución que incluso llegó a tener un ministerio, y que acabó deviniendo en un pozo de corrupción, despilfarro de recursos e iniciativas incoherentes. El pragmático Raúl fue desmontando cada uno de sus pilares a medida que apuntalaba su liderazgo.

Otra señal de que Raúl no es Fidel: ha prometido dejar el cargo en 2018, cuando la Asamblea Nacional del Poder Popular tendrá que nombrar un sucesor. Y aunque todas las quinielas apuntan al actual vicepresidente del Consejo de Estado, Miguel Díaz Canel, no sería la primera vez que la política cubana da sorpresas.

Foto: Cubanas se lamentan tras anunciarse la muerte de Fidel Castro, en La Habana, el 26 de noviembre de 2016 (Reuters).

Paradójicamente, hay dos elementos que sí podrían acabar provocando enormes cambios en la política de la isla. El primero es el desastroso estado de la economía venezolana, que ha desembocado en el impago de la elevada deuda contraída con Cuba en el marco de Petrocaribe, lo que podría provocar un regreso al desabastecimiento energético de la isla de consecuencias imprevisibles.

El segundo es la victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses, un presidente que, por ahora, parece partidario de romper con la línea de acercamiento iniciada por la administración demócrata de Barack Obama y alinearse con los ‘halcones’ republicanos promotores de una línea dura hacia Cuba. No obstante, la presión de numerosos empresarios estadounidenses, conscientes de que están perdiendo mucho dinero debido a las restricciones de exportación a la isla impuestas por el embargo, podría llevar a Trump a cancelar esta medida, lo que tendría un impacto inmediato en Cuba. Una de las disposiciones de las leyes que apuntalan el embargo establece que este no podrá ser levantado mientras alguno de los Castro permanezca en el poder, y uno ya se ha ido para siempre.

Ahora que ya no está su hermano, Raúl tiene el camino libre para intentar un cambio “a la vietnamita”, realizando reformas económicas sin llevar a cabo una apertura política. Pero muchos observadores creen que ese momento ya ha pasado. “Se han hecho muchos estudios, y todos los expertos coinciden en que trasladar el modelo chino o vietnamita a Cuba no funcionaría. Son pueblos muy diferentes con sus propias idiosincrasias”, señala el analista cubano contactado por El Confidencial. Sea como sea, Raúl tendrá que encontrar su propio camino, y no parece tener mucha prisa por hacerlo. Tal vez el peso de la realidad le fuerce a ello.

“Hay que ir a ver Cuba antes de que se muera Fidel”. La frase, que se ha convertido en un lugar común entre aquellos que nunca han visitado la isla, evidencia una creencia generalizada: que el fallecimiento del líder histórico de la revolución producirá la inevitable desaparición del sistema cubano, con todas sus peculiaridades y exotismos, como su parque de vehículos anclado en los años 50.

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