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Ron y habanos: la venganza de los cubanos de Florida que le dio la victoria a Trump
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el 60% de la comunidad votó por el republicano

Ron y habanos: la venganza de los cubanos de Florida que le dio la victoria a Trump

Algo más de cien mil votos han cambiado la historia de EEUU. Los demócratas creyeron que el cambio demográfico en Florida les favorecía, pero obviaron el poder del movimiento anticastrista

Foto: Una ciudadana cubanoamericana durante la visita de Trump a Miami, el 25 de octubre de 2016 (EFE)
Una ciudadana cubanoamericana durante la visita de Trump a Miami, el 25 de octubre de 2016 (EFE)

Hillary Clinton perdió por el ron y los habanos de Obama”. Lo dice Mike González, cubano-americano, ex-asesor de George W. Bush y miembro de la Heritage Foundation, un 'think tank' ultraconservador con cuyo apoyo cuenta ahora Donald Trump para dar forma a su programa una vez que llegue a la Casa Blanca.

A lo que se refiere González es al voto del electorado cubanoamericano, una minoría infravalorada por la campaña demócrata y que acabó resultando clave para la victoria republicana. Sin sus votos, sostiene, Trump no hubiera conseguido ganar en Florida y Clinton habría podido pedir un recuento en Michigan y pelear su presidencia en la Corte Suprema, como ocurrió en el año 2000 entre los candidatos Al Gore y Bush.

“Obama y Hillary se han creído eso de que existe un electorado latino, que es un invento. Existe el electorado mexicano, el cubano, el puertorriqueño… Pero no el latino. Lo ha infravalorado y ha pagado ese error. En Florida hay más de 1,2 millones de cubano-americanos y los demócratas perdieron por 125.000 votos. Sólo tienes que hacer las cuentas”.

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La minoría cubano-americana se ha inclinado tradicionalmente por el Partido Republicano, pero la tendencia cambió durante la ‘era Obama’, pintando el estado de azul. Cuando la Casa Blanca decidió iniciar el deshielo con Cuba se presentó a bombo y platillo un informe de la Florida International University (FIU) en el que se afirmaba que más de la mitad de los cubanoamericanos apoyaban la apertura.

“Pero no tuvieron en cuenta que gran parte de los que apoyan la apertura no son todavía ciudadanos americanos y casi ninguno vota. Hay tres generaciones de cubanos muy marcadas en Florida. Los que llegamos entre los 60 y los 80, exiliados políticos; los que llegaron entre el 80 y el 94, casi todos balseros; y los que llegaron a partir del 94, con las leyes migratorias. En la primera generación casi nadie está de acuerdo con la amistad entre Obama y los Castro, además somos gente politizada y todos nos movilizamos para votar. Obama es un arrogante, solo pensó en su legado, no lo tuvo en cuenta. Y lo ha pagado Hillary”, dice González.

Sondeos recientes le dan la razón. Sólo el 36 por ciento de los cubanoamericanos de la primera oleada veían con buenos ojos la apertura hacia Cuba, mientras que era algo mucho más aceptable para los últimos en llegar (73 por ciento). “Los que han venido por motivos económicos no son exiliadios políticos y prefieren que haya lazos con Cuba porque siguen sintiéndose cubanos, no cubanoamericanos. Quieren poder volver a la isla a ver a sus familiares, comerciar e incluso volver a vivir allí algún día”, dice González.

"Error calamitoso"

La puntilla a la estrategia de los demócratas en Florida la puso el propio Obama el 14 de octubre. “Ha sido un error calamitoso porque iban tan confiados que aprobaron levantar las restricciones para importar ron y cigarros, algo con lo que todos en Miami estábamos en contra. Luego fue a la ONU y apoyó levantar el embargo”, recuerda. El columnista del Miami Herald, Andrés Oppenheimer, lo había advertido días antes de las elecciones.

El New York Times también plasmó en sus páginas la transformación que se estaba produciendo entre el electorado cubanoamericano, un detalle de la recta final de la campaña que el Partido Demócrata no quiso ver. En septiembre, sólo el 33 por ciento de los cubanoamericanos apoyaba a Trump, pero la cifra se multiplicó después de que se levantasen las restricciones económicas sobre el ron y los puros, pasando al 52 por ciento. “Trump vio la posibilidad y viajó a Florida a reunirse con la Brigada de Veteranos de Girón, convirtiéndose en el primer candidato que consigue oficialmente su apoyo. Los demócratas creyeron que no tenía importancia, lo subestimaron una vez más”, recuerda González. Al final, asegura, cerca del 60 por ciento de los cubanoamericanos que fueron a las urnas se decantaron por Donald Trump.

Foto: Un joven con unos pantalones con la bandera estadounidense sale de un restaurante en La Habana, en agosto de 2016 (Reuters)

“Estoy inquieto. Yo prefiero a Hillary, pero a mi alrededor mucha gente dice que va a votar por Trump”, advertía hace algunos meses Joaquín P., un médico cincuentón residente en Hialeah que llegó a Estados Unidos hace una década acogiéndose a la llamada Ley de Ajuste Cubano, una medida que otorga derechos de asilo y numerosas ventajas, como vivienda y trabajo, a aquellos cubanos que se declaren exiliados políticos.

Pero, según él, los motivos de sus conocidos no eran ideológicos: la mayoría de sus conocidos lo hacían por razones económicas, convencidos de que Trump, como hombre de negocios de éxito, favorecería el entorno para los emprendedores. Los comentarios racistas del candidato republicano hacia la comunidad latina no parecían concernirles: en el universo migratorio estadounidense, los cubanos son unos privilegiados cuyo estatus está a años luz del de un mexicano, un salvadoreño o un hondureño. En Centroamérica se llega a matar por hacerse con una cédula de identidad cubana que permita a su portador pedir asilo en EEUU y convertirse en ciudadano estadounidense de forma casi inmediata.

De hecho, el temor a que el acercamiento entre Washington y La Habana llevase a las autoridades estadounidenses a revocar la Ley de Ajuste no ha hecho sino acelerar el éxodo cubano: en el último año, más de 180.000 cubanos han salido de la isla hacia EEUU. Pero aunque muchísimos de ellos son fundamentalmente emigrantes económicos cuyas familias permanecen en Cuba, y son por tanto partidarios de la relajación del embargo, pertenecen a esa tercera oleada de la que habla González. Ni pueden influir en la política estadounidense, ni se cuenta entre sus prioridades.

Una minoría sobrerrepresentada

Como explica Ann Louise Bardach, la periodista estadounidense que probablemente mejor conoce la problemática cubana, desde la creación de la Fundación Nacional Cubano-Americana (CANF), cuyo posicionamiento anticastrista no tolera grietas ni disidencias, la política en Miami está totalmente dominada por los halcones. Aquellos cubanos con posturas menos radicales prefieren instalarse en otras localidades de Florida, o en otros estados de la Unión. Y desde luego están menos organizados.

“Los cubanos americanos son solamente el 6% de los electores de Florida, y solo el 3% de los hispanos en el país. Pero por otras razones, han logrado la sobrerrepresentación política más grande de la historia de EEUU, con tres senadores y cuatro representantes de la Cámara”, explicaba recientemente a El Confidencial el analista cubano Reinaldo Taladrid, responsable del espacio “La esquina”, dedicado al análisis de las elecciones estadounidenses en la televisión estatal de Cuba. Un viejo dicho de Washington asegura: “El lobby israelí compra demócratas y alquila republicanos. El lobby cubano compra republicanos y alquila demócratas”.

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Durante años, la política estadounidense hacia Cuba estuvo condicionada por un solo hombre: Jorge Mas Canosa, el fundador de la CANF. Las leyes Helms-Burton y Torricelli, los puntales del embargo contra la isla –que convirtieron en legislación lo que hasta entonces solo había sido una ley ejecutiva- fueron el ‘quid pro quo’ alcanzado por este organismo con el presidente Bill Clinton a cambio de su apoyo en Florida de cara a la reelección. Estas leyes, de hecho, eran tan duras que incluso uno de sus redactores confesó a posteriori que muchas de sus disposiciones habían sido incluidas solamente como moneda de negociación, convencidos de que no serían aceptadas. Al propio Mas Canosa le sorprendió que Clinton aceptase todos sus términos sin cambiar una coma.

Una de las grandes beneficiarias de esta política fue la empresa Bacardí, que, incluso hoy, gasta medio millón de dólares al año en actividades de ‘lobby’. Desde la fundación de la CANF, Bacardí contribuyó generosamente a las arcas de la fundación, lo que acabó rindiendo sus frutos: una de las disposiciones de una de las leyes aprobada por Clinton en 1999 –conocida informalmente en Washington como la Bacardi Act- negaba los derechos de marca comercial en EEUU a aquellos productos cubanos de firmas expropiadas en la isla tras la Revolución, lo que acabó con la competencia de rones como Havana Club, administrado por Cuba.

Por eso, no es de extrañar que medidas como permitir la importación de puros y ron desde Cuba hayan sido vistas con gran alarma por los líderes de esta comunidad. Para los viejos activistas y militantes anticastristas, el proceso de acercamiento iniciado por Obama es una traición en toda regla. Apenas cien mil votantes –uno de cada diez de los cubanoamericanos de Florida- habrían bastado para cambiar la historia de los Estados unidos. Hillary, a diferencia de su marido, no supo o no quiso apaciguarles, o defender adecuadamente las políticas de su predecesor hacia la isla. ¿Habría cambiado algo que lo hiciese? Ya nunca lo sabremos.

Hillary Clinton perdió por el ron y los habanos de Obama”. Lo dice Mike González, cubano-americano, ex-asesor de George W. Bush y miembro de la Heritage Foundation, un 'think tank' ultraconservador con cuyo apoyo cuenta ahora Donald Trump para dar forma a su programa una vez que llegue a la Casa Blanca.

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