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Así afecta al ruso de a pie el invierno económico
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LA POBREZA CRECE Y MOSCÚ APELA AL PATRIOTISMO

Así afecta al ruso de a pie el invierno económico

Cada sábado, Nadia recorre 80 kilómetros para cultivar un huerto que es clave en sus finanzas. Los pensionistas concentran las bolsas de pobreza. La cesta de la compra, el transporte... todo se encarece

Foto: Una mujer pide limosna durante una fuerte nevada en el centro de Moscú, en diciembre de 2010 (Reuters).
Una mujer pide limosna durante una fuerte nevada en el centro de Moscú, en diciembre de 2010 (Reuters).

A Nadia no le alcanza la pensión, por eso a sus cincuenta y muchos tiene que limpiar casas, aunque desde que empezó la crisis escasea el trabajo. Como Rusia es interminable y el terreno rural sobra, hasta el más humilde se puede permitir una dacha, una casa de campo, ya sea más ostentosa o una simple choza de madera en función de las posibilidades. La de Nadia es lógicamente de las segundas, a 80 kilómetros de Moscú, a donde peregrina cada fin de semana en 'elektrichka' (tren de cercanías) a cultivar un huerto clave para sus finanzas.

En los pasos subterráneos de de la capital es habitual ver a las abuelas vendiendo los rábanos y pepinos de la dacha, una forma de apuntalar sus míseros ingresos. Rusia tiene 40 millones de pensionistas, siendo la prestación promedio de 12.900 rublos mensuales (180 euros). De esos 40 millones, unos 15 cobran la prestación mínima, que oscila entre 125 y 84 euros según la región, de los que entre la mitad y un tercio se van en calefación, agua y luz.

“Además, por la crisis nos han quitado la subvención al transporte, ahora los pensionistas tenemos que pagar el billete de 'elektrichka' (unos 10 euros ida y vuelta en su caso), así que como mucho podré ir a la dacha una o dos veces al mes”, lamenta Nadia, preocupada por sus tomates. Los pensionistas, o mejor dicho, las pensionistas (viven de media 11 años más que ellos), concentran las mayores bolsas de pobreza. Algo que no es nuevo en Rusia, pero la crisis económica ha agravado su situación.

La devaluación del rublo es un factor en un país que importa buena parte de la comida que consume. Además, con el veto a los productos frescos occidentales, hay menos competencia en el sector alimentación. En el primer trimestre del año, algunos distribuidores locales aprovecharon la coyuntura para operaciones de rapiña que dispararon el precio de alimentos básicos en determinadas regiones. El azúcar, por ejemplo, se encareció un 47% en Transbaikal y Buratia, y el repollo, un 80% en Karelia, Ryazan y Kaluga. Las autoridades regionales tuvieron que intervenir, fijando precios máximos durante 90 días. Son casos relativamente aislados, pero todo repercute en la cesta de la compra, la que más afecta a las clases humildes, que se ha encarecido un 17,4% desde septiembre de 2014. En semejante escenario y con una pensión exigua, entenderán el desvelo de Nadia por sus tomates.

El Banco Mundial estima que el porcentaje de pobres en Rusia, los que viven con menos de 140 dólares al mes, se incrementará este año dos puntos porcentuales, hasta el 14,2%. Es decir, 2015 terminará con tres millones más de pobres, dejando la cifra en 23 millones. Mientras, el Kremlin apela al patriotismo y se esfuerza por vender normalidad. Putin afirmó la semana pasada que lo peor de la crisis había quedado atrás, que la economía rusa se ha adaptado a vivir bajo sanciones. La popularidad del presidente sigue marcando récords, roza el 90% de aprobación desde la intervención en Siria, pero solo el 19% cree que efectivamente la economía haya tocado fondo, según una encuesta del centro estatal de estudios VTsIOM. Pero hay problemas del ciudadano de a pie que ni la propaganda puede ocultar bajo la alfombra.

Tampoco el FMI compra las previsiones del Kremlin, revisadas regularmente a la baja desde que comenzase la crisis. Tras una contracción del 3,8% del PIB este año, Moscú espera volver a crecer el que viene (+0,7%), mientras el Fondo Monetario augura más recesión, una caída de alrededor del 1%.

Erosión del poder adquisitivo

La clase media también se ha visto golpeada por la crisis. A primera vista pudiera parecer lo contrario, pues los sueldos se mantienen, congelados pero se mantienen, y no ha habido despidos masivos. El paro sigue bajo, alrededor del 6%. Sin embargo, esos datos esconden una notable erosión de poder adquisitivo, porque el mismo dinero vale menos en Rusia, debido a la fuerte inflación (principal preocupación de la población, según las encuestas), y mucho menos fuera de Rusia, por la devaluación del rublo, que ha caído de 40 a 72 en el cambio con el euro. Viajar al extranjero se ha convertido en un lujo.

Liana, una moscovita de clase media, ha dejado de comer en la cantina de la oficina, pese a que cuesta solo entre tres y cuatro euros diarios: “Me traigo la comida de casa, así algo ahorro. Compré billetes para viajar a España cuando el rublo estaba a 55 (mayo), pero tal y como está ahora el cambio (72), si no araño de algún sitio no sé cómo sobreviviré los días que pase allí”. Otros no tienen la disciplina de Liana y sencillamente han dejado de viajar. El número de visitantes rusos a los principales destinos europeos se ha desplomado en el primer trimestre del año, un 43% menos a España, un 53% menos a Grecia y un 35% menos a Italia, informa la Unión Turística de Rusia.

Aquella despreocupada forma de gastar dinero de los años del petróleo a 110 dólares el barril ha pasado a la historia. En el contexto presente, con el Brent a 45 dólares y sin visos de cambios sustanciales a corto plazo, el ruso medio ha tenido que modular sus hábitos de consumo. Por ejemplo, alterna menos. La mitad (49%) no ha salido ni una sola vez de bares en lo que va de año, frente al 32% del año anterior, según una encuesta de Nielsen. En global, la demanda interna, uno de los pilares más sólidos de la economía rusa, ha caído un 10% para alimentación y tabaco, y un 11% para el resto de bienes de consumo, destacando el batacazo del mercado automovilístico, del 37% solo en el primer semestre. Datos todos ellos que ilustran el empobrecimiento del ruso de a pie: para él no hay todavía ‘brotes verdes’ en este invierno económico.

A Nadia no le alcanza la pensión, por eso a sus cincuenta y muchos tiene que limpiar casas, aunque desde que empezó la crisis escasea el trabajo. Como Rusia es interminable y el terreno rural sobra, hasta el más humilde se puede permitir una dacha, una casa de campo, ya sea más ostentosa o una simple choza de madera en función de las posibilidades. La de Nadia es lógicamente de las segundas, a 80 kilómetros de Moscú, a donde peregrina cada fin de semana en 'elektrichka' (tren de cercanías) a cultivar un huerto clave para sus finanzas.

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