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Rafael Doménech: “Corremos el riesgo de convertir a España en un país 'low cost'”
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Rafael Doménech: “Corremos el riesgo de convertir a España en un país 'low cost'”

La economía ha superado la recesión. Pero muchos de los problemas estructurales siguen ahí. En particular, la productividad y el mercado de trabajo. Así opina el economista Rafael Doménech

Foto: El economista jefe de Economías Desarrolladas del BBVA Research, Rafael Doménech. (EFE)
El economista jefe de Economías Desarrolladas del BBVA Research, Rafael Doménech. (EFE)

Recuerdan Doménech y Andrés* una comparación que a menudo se olvida. En 1970, la renta por persona en edad de trabajar en España era muy similar a la que EEUU había alcanzado en 1950, y similar a la de los ocho países más avanzados de Europa... pero en 1960. Es decir, un retraso de 20 y de 10 años, respectivamente. Lo dramático, sostienen, es que esa distancia temporal “se mantuvo más o menos constante hasta el inicio de la crisis actual”. Es decir, que en contra de lo que se suele creer, los países de nuestro entorno económico también crecen, lo que empaña el optimismo oficial -de cualquier Gobierno- sobre el célebre 'milagro español'.

No es eso lo peor. Como recuerdan ambos economistas, “una de las secuelas de la crisis actual es que esa distancia ha vuelto a aumentar”. O expresado en términos más concretos, para encontrar en EEUU una renta por persona en edad de trabajar como la de España en 2013 “hay que ir hasta 1983”, es decir, 30 años antes. Este simple análisis bastaría para centrar los debates políticos previos al 20-D. Pero no ocurre así. Probablemente, porque lo coyuntural se ha impuesto a lo estructural, lo que explica la vacuidad de casi todos los discursos electorales, más preocupados por la economía más inmediata en el tiempo que por las cuestiones de fondo. “Hemos hecho las cosas bien”, sostiene Doménech, “pero a pesar de eso no hemos sido capaces de reducir la brecha”. Así de claro.

¿Y cuáles son las cuestiones más de fondo? Básicamente, la productividad y todos sus condicionantes. En particular, el sistema educativo, que ha acabado por provocar bajísimas tasas de empleo, impropias de un país desarrollado. La cuestión, en su opinión, es muy simple. No basta con reducir el desempleo y no basta con asegurar la sostenibilidad del sistema público de pensiones. Lo relevante es saber si España, en una economía globalizada, tendrá capacidad para reducir la brecha de productividad. No es suficiente, por lo tanto, crecer tanto como los países de nuestro entorno económico, sino que hay que crecer más cuando el mundo está en un proceso de transformación tecnológica.

¿Y cómo se logra ese objetivo? Doménech habla de cuestiones estructurales. Y en particular cita el funcionamiento del mercado de trabajo, el tamaño de las empresas, su internacionalización, la estructura de ingresos públicos, el gasto, la calidad de las instituciones y, por supuesto, el sistema educativo.

No es, por lo tanto, solo una cuestión de competitividad -ganar cuota de mercado a través del precio-, sino también de productividad. “Para nosotros va unido”, asegura el economista jefe del BBVA. Eso pasa, en su opinión, por ajustar salarios a la productividad y no a la inversa. Ahora bien, reconoce, las políticas de mejora de la productividad llevan tiempo. Se trata de una cuestión a largo plazo, y eso requiere reformas que no se pueden aplicar de la noche a la mañana. “A todos nos gustaría salir de la crisis con mejores salarios, pero eso no es posible”, es su conclusión.

Productividad y valor añadido

¿Significa eso que España corre el riesgo de convertirse en un país 'low cost'? “Efectivamente, es un riesgo”, asegura, “pero las empresas saben que a largo plazo la mejor estrategia es aumentar la productividad y el valor añadido”. Ahora bien, reconoce que a corto plazo no quedará más remedio que muchas empresas compitan en el terreno del 'low cost' como estrategia, pero no se puede generalizar. Sobre todo en una economía tan dual como la española, en la que hay de todo. Hay empresas que compiten en el segmento de mayor valor añadido, pero otras no tienen más remedio.

“Con una tasa de paro del 22%, no podemos desdeñar ese tipo de actividades. Es mejor estar trabajando en una actividad aunque sea 'low cost' que estar en paro”, asegura con cierta amargura.

El argumento es sólido, pero si se mira hacia trás, no es difícil recordar que eso mismo es lo que se decía en los primeros años noventa para salir de la recesión. Sin embargo, la expansión económica de los años posteriores vino de la mano del ladrillo y de los sectores con bajo valor añadido. Su respuesta es clara: “Esto tiene que ser una estrategia temporal, lo que no puede es ser de carácter permanente”.

Lo que hay que pretender, en su opinión, es mejorar esa estrategia con contratos indefinidos, no de carácter temporal. ¿Por qué? Doménech ofrece una explicación razonada. Porque los contratos temporales, que permiten los encadenamientos, son menos productivos que los fijos, ya que las empresas carecen de incentivos para invertir en formación de sus trabajadores. Los indefinidos son más productivos, entre otras cosas, porque facilitan las carreras profesionales dentro de una misma empresa.

¿Es el contrato único el modelo a seguir? Los autores del libro prefieren hablar de conseguir que el contrato indefinido sea el que se firme por defecto. Y solo en algunas actividades muy tasadas se permita la contratación temporal para conseguir que esta vaya teniendo un carácter cada vez más residual. Es decir, pasar del 26% actual de contratación temporal al entorno del 8%.

Ciudadanos, el partido de Albert Rivera, ha hecho suyo el contrato único. Pero muchos le acusan de que eso es lo mismo que institucionalizar el despido libre, toda vez que no se requiere la intervención judicial en el momento del cese. Doménech ofrece otra explicación: nuestro ordenamiento jurídico permite ya dos tipos de despidos, uno por causas objetivas y otro no justificado, con indemnizaciones distintas.

Plantea un segundo argumento: el hecho de que las indemnizaciones sean más altas no protege al trabajador, y mucho menos al que obtiene menores ingresos o menor formación. La protección al trabajador, asegura, no se puede ver como un todo, sino también por las probabilidades que tiene un trabajador de encontrar un empleo o una buena formación. Hay naciones, sostiene, en que el despido es casi libre (indemnización nula) y los trabajadores de esos países no están menos protegidos. Al contrario, la tasa de paro es menor y la tasa de temporalidad, inferior.

Paradójicamente, pone como corolario, “lo que hemos creado es una falsa protección” que en realidad segmenta el mercado de trabajo en dos. Unos trabajadores pasan el listón (los trabajadores fijos) y otros no (los temporales). “Lo que no es de recibo”, concluye, “es que otros países con menores avances de productividad, con peores instituciones, con peores administraciones públicas… tengan menor paro que España”. Lo achaca a las regulaciones que se han creado para nuestras estructuras productivas. Esa es la famosa dualidad de la economía española. Mientras que el empleo cualificado ha crecido durante la crisis, el paro dentro del empleo menor cualificado se ha disparado.

Su resumen es claro: España no necesita inventar ningún nuevo modelo productivo, sino corregir lo que no funciona y eliminar las ineficiencias. El tiempo lo dirá.

*'En busca de la prosperidad', Rafael Doménech y Javier Andrés. Editorial Deusto. 2015.

Recuerdan Doménech y Andrés* una comparación que a menudo se olvida. En 1970, la renta por persona en edad de trabajar en España era muy similar a la que EEUU había alcanzado en 1950, y similar a la de los ocho países más avanzados de Europa... pero en 1960. Es decir, un retraso de 20 y de 10 años, respectivamente. Lo dramático, sostienen, es que esa distancia temporal “se mantuvo más o menos constante hasta el inicio de la crisis actual”. Es decir, que en contra de lo que se suele creer, los países de nuestro entorno económico también crecen, lo que empaña el optimismo oficial -de cualquier Gobierno- sobre el célebre 'milagro español'.

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