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El día que Schumacher sacó a pasear el bate de béisbol
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EL FASCINANTE PRIMER GRAN PREMIO DE MALASIA, EN 1999

El día que Schumacher sacó a pasear el bate de béisbol

"Es deprimente, es el mejor número uno, y también el mejor número dos", declararía un resignado Eddie Irvine al final de la carrera, "no lo hubiéramos podido

Foto: El día que Schumacher sacó a pasear el bate de béisbol
El día que Schumacher sacó a pasear el bate de béisbol

"Es deprimente, es el mejor número uno, y también el mejor número dos", declararía un resignado Eddie Irvine al final de la carrera, "no lo hubiéramos podido hacer sin él". Como el 'Messi' que reparte juego a placer y define cuando quiere, así pasó a la historia la primera edición del Gran Premio de Malasia, exponente del mejor y más sublime Michael Schumacher.  En ella, el alemán 'crujió' a los dos aspirantes al título de 1999,  Mika Hakkinen y su compañero de equipo, Irvine. Demostró también lo intensa y emocionante que puede ser la intrahistoria de una carrera de Fórmula 1.

"Papá se está quitando las botas de futbol". Con la candidez propia de la infancia, Gina María dejó a su padre en evidencia. Sin opciones al título y convaleciente desde julio tras fracturarse la pierna Silverstone, el piloto alemán remoloneaba para su retorno. Montezemolo le exigió que ayudara a Irvine  en las carreras finales de Sepang y Suzuka. “Me enfadé muchísimo con él. Quería dejar claro que las historias de un boicot eran un insulto personal”. Y Schumacher tuvo que volver, para dejar aquella carrera  en los anales de la Fórmula 1 como un ejemplo de maestría y dominio.

El guardia maneja el tráfico

La pista era nueva para todos, pero  Schumacher empezó dando ‘sartenazos’ sin piedad. Hakkinen logró  colocarse segundo a quince minutos de terminar la sesión clasificatoria con un tiempo de 1:40.866. Schumacher respondió, tenía la pole pero quería machacar: 1:39.688, 1.1 segundos más rápido que su tiempo anterior. Era el famoso ‘bate de béisbol en la cabeza’ con el que Irvine se refería al talento de su compañero de equipo. El norirlandés iba de 'chulito' y descarado por la vida, pero tenía la cabeza rota de tanto golpe desde que se unió a Ferrari. Y si quería el campeonato necesitaba a Schumacher, dispuesto a demostrar que él no ganaría el título, pero repartiría las cartas para lograrlo.

Semáforo verde. El guardia comenzó a regular el tráfico. Para empezar, sacó la ‘manita’ y adiós. Primera vuelta, 1.7 segundos de ventaja. Segunda, 3.167. Comprendió que el 'arreón' fue excesivo y aflojó la pedalada para esperar a Irvine, que iba con la lengua fuera. Levantó el pie y en la tercera vuelta dejó pasar al norirlandés. Primer objetivo, conseguido.

Cada piloto, con una misión

El segundo consistía en mantener por detrás de su alerón a los McLaren. Pero antes, un pequeño despiste. Al esperar a Irvine, se puso a tiro de David Coulthard quien, con el segundo McLaren, le dio un hachazo propio de quien tenía un objetivo pero nada que perder. “No esperaba que entrara por dentro, quizás tuvo que ver con que llevaba mucho tiempo alejado de las carreras...”, explicaría con cierta ironía después de la prueba. En la pista se estaba dando un fascinante juego estratégico, con cada monoplaza de McLaren y Ferrari en misiones diferentes. La del escocés era evitar que Irvine ganara la carrera.

El irlandés llevaba un ritmo mediocre en cabeza, que justificaba por el subviraje de su monoplaza. Tuvo suerte que el coche de Coulthard pasara antes a mejor vida mecánica. Para colmo, Hakkinen llegó a la estela de  Schumacher, y este actuó en consecuencia. El objetivo era permitir que Irvine lograra un colchón suficiente para que el norirlandés siguiera en cabeza cuando Hakkinen pasara por boxes, Obviamente, lo consiguió.

Fresco como una lechuga

En varias ocasiones, el finlandés sacó las manos al aire para quejarse del ritmo del alemán. En las curvas rápidas, el alemán iba lento. En las lentas, iba rápido. Hakkinen no  podía arriesgar demasiado ya que se jugaba el título. Schumacher ‘alegaba’ que el F399 había quedado tocado tras el incidente con Coulthard y que, además, debía cuidar sus neumáticos. Para colmo, Johnny Herbert adelantó al finlandés tras la segunda parada en boxes de este. A pocas vueltas del final, Hakkinen pudo superar al británico y terminar tercero. Pero acabó absolutamente exhausto, en “una de las carreras más duras de mi vida”. En el podio, un sonriente Schumacher estaba fresco como una lechuga. El finlandés parecía pedir la bombona de oxígeno.

Oxigeno deportivo que también recibió Irvine, que seguía vivo en el Mundial con la victoria. Pero horas después de la carrera los dos monoplazas italianos fueron descalificados por irregularidades en los paneles laterales. Hakkinen era campeón. Pero Ferrari recurrió la sanción, esta se retiró dias después y todo quedó visto para sentencia en la última carrera, Suzuka, donde ganó finalmente Hakkinen. Aunque candidato al título, el norirlandés no se convirtió  finalmente en el primer piloto campeón del mundo con Ferrari en veinte años. Tampoco lo hubiera merecido.

Seguro que el piloto alemán tampoco lo lamentó. En aquel Gran Premio de Malasia, en el podio, la malévola sonrisa de Michel Schumacher confirmaba quién era el rey del mambo. Y, por el camino, casi termina por romper su bate de beisbol en la cabeza del pobre Eddie Irvine.

"Es deprimente, es el mejor número uno, y también el mejor número dos", declararía un resignado Eddie Irvine al final de la carrera, "no lo hubiéramos podido hacer sin él". Como el 'Messi' que reparte juego a placer y define cuando quiere, así pasó a la historia la primera edición del Gran Premio de Malasia, exponente del mejor y más sublime Michael Schumacher.  En ella, el alemán 'crujió' a los dos aspirantes al título de 1999,  Mika Hakkinen y su compañero de equipo, Irvine. Demostró también lo intensa y emocionante que puede ser la intrahistoria de una carrera de Fórmula 1.