'El cuento de la criada': distopía y realidad en los Gilead de nuestro tiempo
Najat El Hachmi (Premio Nadal 2021) y Arsenio Cuenca, analista de la gendarmería francesa sobre grupos de extrema derecha, repasan las conexiones de la serie con la política mundial
Cuenta la escritora canadiense Margaret Atwood que cuando escribió ‘El cuento de la criada’ a principios de los años 80 hubo un momento de retroceso en materia de derechos sociales para las mujeres. En aquellos años, la Enmienda de Igualdad de Derechos se quedó fuera de la Constitución Estadounidense por la movilización de los sectores más tradicionales de la sociedad norteamericana. Fue entonces cuando la autora se preguntó que cómo sería una dictadura en Estados Unidos.
Esa es la pregunta que responde la distopía de ‘El cuento de la criada’, la del libro y la de la serie de Hulu, emitida por HBO en España, que acaba de estrenar su cuarta temporada. Una temporada en la que ya conocemos de sobra las peculiaridades de Gilead, una dictadura teológica inspirada en el Antiguo Testamento que promulga una vuelta a los valores tradicionales y a una vida sencilla y alejada de la tecnología. Un régimen fanático que surge como respuesta a un desastre ecológico que provoca que solo una de cada cinco mujeres siga siendo fértil.
En ese contexto, Gilead, tras una guerra civil contra el gobierno de Estados Unidos, impone en la zona este de Norteamérica una sociedad totalmente intervenida por el estado en la que las mujeres viven por y para perpetuar la especie divididas en castas. Algunas, las más privilegiadas, como señoras de la casa (las esposas), otras como simples reproductoras (criadas), otras como instructoras de las futuras criadas y esposas (tías) y otras como empleadas domésticas (Marthas).
¿Y en qué punto nos encontramos en esta cuarta temporada de ‘El cuento de la criada’? (OJO SPOILERS) Defred, o June (Elisabeth Moss), acaba de liberar a 86 niñas y niños con algunas Marthas en Canadá y se ha convertido en la fugitiva más buscada de Gilead. Mientras, parece que el régimen teocrático está perdiendo la guerra contra Estados Unidos y se tambalea internamente. El mismo año en el que Donald Trump ha perdido la presidencia de EE.UU., el régimen ficticio de Gilead parece llegar a su fin. ¿Casualidad?
Puede parecer frívola esta comparación (e inexacta, pues la serie ha renovado por una quinta temporada, así que parece que hay Gilead para rato), pero lo que no es casualidad es que ‘El cuento de la criada’ se estrenara con mucho éxito en abril de 2017, unos meses después de que el magnate tomara posesión de su cargo como presidente de los Estados Unidos. Y es que, en tiempos de incertidumbre y crisis, de grandes cambios y convulsiones sociales, las distopías son una vía de escape para muchos ciudadanos.
Cuatro años después, Trump ya no se sienta en el Despacho Oval de la Casa Blanca, ni Estados Unidos se ha convertido en Gilead, pero después de una pandemia que ha provocado un profundo daño en la sociedad y en la confianza hacia las instituciones, los extremismos han encontrado el caldo de cultivo perfecto para imponer su agenda. Una agenda que en algunos casos resuena a un (micro)cuento de la criada.
¿En qué lugares del mundo actual se atisba el Gilead de la ficción? ¿Hasta qué punto ‘El cuento de la criada’ es hoy menos distópico que nunca? Para el sociólogo Arsenio Cuenca, colaborador de El Orden Mundial y analista de la gendarmería francesa en materia de grupos de extrema derecha, en la serie hay varios temas que “se ven de forma distópica pero que tienen eco en la sociedad en la que vivimos". Apunta a "ese deseo por frenar la corrupción moral en la que viven las sociedades liberales hoy, esa voluntad de las clases pudientes por hacerse con el control del sistema reproductivo de las mujeres, no solo de sus cuerpos sino de su rol en el hogar, me parece que son temas muy importantes a los que la extrema derecha vuelve hoy con mucha frecuencia y donde la izquierda no sabe enfrentarse a ese tipo de discurso al ser tan emocional”.
PREGUNTA: Si una distopía es una exageración de los elementos más negativos de la realidad, ¿podríamos decir que ‘El cuento de la criada’ es hoy menos distópica que cuando Margaret la escribió en los años 80?
RESPUESTA: Yo creo que sus elementos están más presentes hoy en la sociedad porque aquellos años fueron de mayor bonanza y liberación en materia de valores sociales y oportunidades laborales para la generación de los boomers. Pero no ha sido hasta que han empezado a desarrollarse las crisis de principios de los 90 y finales de los 2000, cuando este tipo de organizaciones y partidos de extrema derecha han vuelto a ganar terreno y han intentado imponer una agenda que en lo social es muy conservadora, con matices y dependiendo del contexto de cada país. Y yo creo que esa idea de vuelta a los valores tradicionales está mucho más presente hoy que en los años 80.
P: El Gilead de la serie es una dictadura de corte teocrático, en la que impera el autoritarismo y apenas hay libertades y derechos sociales. ¿En qué se parece esta distopía al modelo de estado que buscan los partidos extremistas hoy en día?
R: Al final lo que defiende un partido fascista o de extrema derecha es la noción de estado orgánico. Un estado en el que los actores sociales están fuertemente influenciados y controlados por el gobierno que esté en ese momento en el poder. Es lo que está pasando por ejemplo en las democracias iliberales que se podrían situar como un referente de este tipo de régimen ultraconservador. Como el caso de Polonia, donde la separación de poderes no está clara. Es precisamente el Tribunal Constitucional el que influencia la eliminación de la base legal del aborto, que a su vez está unido a la clase política gobernante, al partido Ley y Justicia (de ideología ultracatólica y ultraconservadora). Es un estado que tiene un afán por controlar la vida de puertas para adentro y para afuera del hogar. Vemos también como las activistas que se manifiestan en Polonia contra estos recortes de derechos y por los derechos de la mujer están recibiendo amenazas de muerte y la policía no solo no las investiga, sino que también tiene un papel importante en la represión de estas protestas.
P: ¿Por qué ha triunfado esta corriente de pensamiento en estos países?
R: En Polonia y en otros países centroeuropeos del llamado grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa) hay una concepción frente contra los valores liberales, contra occidente, contra la corrupción de la moral conservadora y tradicional, y muchos partidos de extrema derecha se han aprovechado de esto. En Francia hay un influencer que habla de las mujeres de Europa del Este y Centroeuropa, como si todas fuesen de la misma región, y habla de ellas como mujeres que no están influenciadas por el movimiento feminista, que no están corrompidas por esta nueva imposición de valores que las hace narcisistas, que las hace egoístas porque no quieren formar una familia… Para este tipo, las mujeres de estos países representan la simplicidad, la amabilidad, son más guapas, son más inteligentes… Es una panoplia discursiva, pero sí que existe ese conflicto geopolítico en torno a las representaciones de la mujer y en torno a los valores de la sociedad liberal frente a la sociedad tradicional.
P: Valores como la libertad sexual…
R: Sí, en Polonia y en otros países donde gobiernan partidos orientados al tradicionalismo de moral cristiana, el movimiento LGTBI está muy perseguido y reprimido. Pero esto también se atisba en países donde se han dado avances como es el caso de Francia. Cuando en 2013 se aprobó el matrimonio homosexual, surgieron movimientos tradicionalistas y escépticos con ciertos consensos de la democracia liberal. Realmente no hay que buscar tanto si un país representa este ideal de freno a los derechos LGTBI o de la mujer, sino que en cada recoveco que pueda, la ultraderecha va a intentar avanzar en su agenda y establecer vínculos y relaciones a nivel internacional. Y eso es mucho más peligroso e interesante.
P: Esos recovecos forman parte de las posibilidades de la democracia liberal, pero en ‘El cuento de la criada’, Gilead se impone tras un golpe de estado ideado y ejecutado por un grupo fundamentalista cristiano llamado Hijos de Jacob, que asesina al presidente de los Estados Unidos en una suerte de atentados de falsa bandera haciendo creer que se trataba de terrorismo islámico. Tras esto, toman el poder y suprimen las libertades con la excusa de la seguridad.
R: Yo creo que afortunadamente existen mecanismos para que estas cosas no sucedan. Ahora bien, tampoco tiene que dar un golpe de estado Ley y Justicia en Polonia o Fidesz, el partido de Viktor Orban en Hungría, para seguir avanzando en sus recortes de derechos sociales. La cuestión es que estos partidos cuentan con un amplio apoyo de la mayoría social que les va a seguir votando. Aunque luego nos podemos plantear cómo influyen en los medios de comunicación o en la justicia de sus respectivos países y hasta qué punto podemos llamar democracia parlamentaria o democracia liberal a este tipo de gobiernos y cómo se puede permitir en Europa que se sigan alterando los principios de separación de poderes. Por eso a mí lo que me parece más interesante es estudiar qué mecanismos activan estos partidos en sus votantes para seguir contando con una amplia mayoría legislatura tras legislatura. Cuáles son problemas que acucian hoy a las sociedades para que se opongan tan firmemente a los principios de las democracias liberales en materia de derechos sociales, separación de poderes, económica…
P: En la serie estos mecanismos se activan en todos los niveles, hay un proceso de desaprendizaje forzoso del hombre y la mujer libre para adecuarlos a los principios del régimen. ¿Es un proceso que solo puede darse a través de la fuerza de un estado totalitario?
R: Fíjate, hay un movimiento que está a caballo entre Estados Unidos y el Reino Unido que son las ‘Tradwife’. Es un movimiento liderado por mujeres que reivindican que su papel está en casa sirviendo a su marido. De hecho, es muy curioso cómo le dan la vuelta al argumento de la presión social que antes se ejercía para que las mujeres no salieran de casa. Estas mujeres dicen ahora que el feminismo es el que impone que las mujeres salgan de casa a trabajar cuando lo que quieren realmente es estar cuidando de su hogar. Es un movimiento que mezcla este discurso con un fuerte nacionalismo, que habla de la vuelta a los valores tradicionales, de una idealización del pasado… Y estos discursos se producen porque ese pasado se ha olvidado en cierto modo, lo que permite rescatarlo y resignificarlo.
Luego por otro lado es verdad que hay problemas a los que se enfrenta nuestra sociedad que la democracia liberal no es capaz de resolver. Problemas como la conciliación laboral, y por ahí se cuelan estos discursos que incitan a la mujer a encontrar un marido que la proteja, a encontrar su espacio en el hogar como solución a los problemas de la mujer en el ámbito laboral y de la conciliación, cuando justamente lo positivo es lo contrario, que la mujer no tenga que depender del hombre para valerse por sí misma.
P: Hablando de las ‘Tradwife’ estadounidenses, se ha hecho mucha comparación con la administración Trump y ‘El cuento de la criada’, incluso los símbolos de la serie (como el atuendo) se han utilizado en protestas contra sus políticas, pero ¿hasta qué punto el fundamentalismo religioso ha influido en el gobierno de Estados Unidos o en el de algunos estados?
R: En Estados Unidos evidentemente hay movimientos que surgen como contraposición a los valores liberales que se asemejan al Cuento de la Criada. No se encuentran tanto a nivel de estados, sino que son corrientes de pensamiento que circulan en redes sociales que tienen mucha adherencia porque contraponen el discurso de lo políticamente correcto, del consenso progresista.
P: Pero estos movimientos sí que tienen mucha influencia en gobiernos sudamericanos, estoy pensando en Brasil.
R: En Sudamérica la Iglesia Evangélica es muy fuerte en algunos gobiernos como el de Jair Bolsonaro. Se nota en la forma en la que ha gobernado estos años y cómo llegó a la presidencia aupado y con un refuerzo de su discurso de forma impresionante por parte de pastores evangélicos. Además, un discurso y políticas muy críticos con la diversidad sexual y el feminismo.
P: ¿Y en otras culturas y religiones? ‘El cuento de la criada’, como distopía, explora la transición de un régimen de libertades a uno totalitario y teocrático. En ese sentido tendemos a pensar que en el mundo islámico no ha habido un retroceso en derechos y libertades para las mujeres porque siempre han estado muy limitados, pero esto no siempre ha sido así.
R: Es cierto que países del norte de África, Oriente Próximo y Oriente Medio estaban experimentando una liberalización de sus valores antes de los años 60 y 70, en parte influenciados por el pensamiento de occidente, hasta que llegaron una serie de revoluciones conservadoras de corte antiimperialista y antioccidentalista que llegaron con un refuerzo del fundamentalismo islámico que socavó los derechos de la mujer en estos países.
Margaret Atwood ha llegado a confesar que el Gilead de ‘El cuento de la criada’ está influenciado por la Alemania Nazi y la Unión Soviética (orden, estética y propaganda), las dictaduras militares de Argentina (robo de bebés) o la dictadura comunista de Pol Pot en Camboya (ruralización y reeducación). Pero cuando publicó el libro, en 1985, muchas mujeres de países en los que es islam es la religión mayoritaria, acababan de vivir su propio cuento de la criada.
“Cuando me leí el libro no lo consideré una distopía exactamente”, dice la escritora y filóloga de origen marroquí Najat El Hachmi, ganadora del Premio Nadal 2021 por ‘El lunes nos querrán’. “Yo pensaba muchísimo en ese momento en el que empezó la revolución en Irán en 1979 y se instauraron algunas normas religiosas de una forma muy estricta, revocando muchos derechos que las mujeres habían alcanzado y daban por supuesto. Es algo que se parece mucho al cuento de la criada”, recuerda. Y es que Najat habla en sus libros de cuestiones como la identidad y el machismo de la religión islámica, del papel de las mujeres en las sociedades musulmanas y del auge de los discursos fundamentalistas.
PREGUNTA: ¿Ha cambiado algo en el cuento de la criada que vivieron las mujeres de países como Irán en los años 80 hasta el día de hoy?
RESPUESTA: Todavía sigue habiendo muchas leyes discriminatorias para las mujeres incluso en países que supuestamente son más abiertos y flexibles, donde se han suscrito los Convenios de Pekín. Está pasando en Turquía, que se ha salido del Convenio de Estambul. Por un lado, están las culturas tradicionales, las normas y los valores morales que transmiten las familias desde hace siglos, pero además ahora tenemos el nuevo fenómeno del fundamentalismo islámico en todas sus manifestaciones que está intentando frenan los inicios de cambio que están pidiendo muchas mujeres en estos países. Yo conozco la realidad de Marruecos, donde el control sobre las mujeres está muy presente, aunque pueda dar la sensación de mayor normalidad que en otros países.
P: ¿Y cuál es la realidad del movimiento feminista en Marruecos?
R: En Marruecos, las feministas lo que están intentando es no perder el terreno ganado. Hay una ofensiva tremenda para frenan las demandas hacia una mayor igualdad. Demandas como la de acabar con la poligamia, que es algo que también me recuerda al cuento de la criada, ya que quienes la practican la justifican muchas veces por temas de fertilidad.
P: Muchas veces, por desconocimiento de la historia, tendemos a pensar que la situación de la mujer en el mundo islámico siempre ha sido así, pero ¿cómo se digiere en los hogares esa regresión de derechos que se ha vivido?
R: Es evidente que a nivel social se está viendo un control mucho mayor sobre lo que hacen o dejan de hacer las mujeres en comparación con la apertura que hubo en los años 60 o 70. En muchísimas casas, cuando repasamos el álbum familiar, vemos fotografías con las mujeres sin tapar, retratadas con un cierto grado de libertad que hoy no existe. Y es una regresión que estamos viviendo aquí también las que somos hijas de la inmigración en una sociedad donde tenemos mayores oportunidades que las que tuvieron nuestras madres.
P: ¿Y no se atisba un cambio?
R: El camino hacia la igualdad es un camino irreversible y no se va a poder frenar a pesar de estos intentos. Cuando en las generaciones de mi madre o de mi abuela no se conocía la posibilidad de una sociedad más libre o justa, se podían conformar con ser ciudadanas de segunda. Pero ahora que ya sabemos que existe la posibilidad de vivir otro tipo de vida, es muy difícil que vayamos a renunciar a ella. Y sí, van a intentar ese cambio por todas las vías posibles, va a ser una lucha muy larga y dura, pero por eso mismo tenemos que seguir en ella, para no volver al orden que ya hemos impugnado y poner en duda cualquier estrategia que trate de justificar ese orden. La injusticia cae por su propio peso, nadie nace para que lo discriminen.
“Una lucha larga y dura”, como dice Najat El Hachmi, es la que June y otras mujeres protagonizan en ‘El cuento de la criada’. Una resistencia realista que también se traduce en una serie un tanto lenta, en la que parece que el fin a la injusticia nunca va a llegar. Tampoco es que veamos cómo se libra la batalla entre Estados Unidos y Gilead, solo la que la protagonista libra contra el sistema a pequeña escala. Esta cuarta temporada promete abrir el foco y mostrar qué está ocurriendo más allá del pequeño mundo de June y del matrimonio Waterford. Sería una buena noticia para la serie que ampliara un poco su universo, pues esa fórmula que tan bien funcionaba al principio, la de mostrar un gran conflicto a través de una historia a pequeña escala, ya estaba dando muestras de agotamiento.
Cuenta la escritora canadiense Margaret Atwood que cuando escribió ‘El cuento de la criada’ a principios de los años 80 hubo un momento de retroceso en materia de derechos sociales para las mujeres. En aquellos años, la Enmienda de Igualdad de Derechos se quedó fuera de la Constitución Estadounidense por la movilización de los sectores más tradicionales de la sociedad norteamericana. Fue entonces cuando la autora se preguntó que cómo sería una dictadura en Estados Unidos.
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