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El riesgo de suicidio podría detectarse en la sangre y en alteraciones cerebrales
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MÁS CERCA DE TENER UN TEST

El riesgo de suicidio podría detectarse en la sangre y en alteraciones cerebrales

Recientes estudios identifican biomarcadores en muestras de tejido cerebral y en la sangre de personas que se suicidaron que se diferencian claramente de otras causas de muerte

Foto: 'El suicidio de Catón en Útica', obra de Charles Le Brun.
'El suicidio de Catón en Útica', obra de Charles Le Brun.
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Más de 700.000 personas se quitan la vida cada año en el mundo. España supera los 4.000 suicidios anuales, según las cifras oficiales: la mayoría son hombres y más del 50% tiene entre 40 y 65 años. A pesar de que las cifras son impactantes, el estigma y el tabú siguen siendo parte del problema. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte de que el desconocimiento y la falta de acción en la mayor parte de los países del mundo impide avanzar. Pero ¿qué necesitamos saber para poder prevenirlo?

Entre los factores de riesgo conocidos están problemas psiquiátricos como la depresión y el trastorno bipolar, circunstancias socioeconómicas, ciertos rasgos de personalidad e incluso el historial familiar. La principal herramienta para detectar una posible conducta suicida son las entrevistas clínicas —a menudo, después de intentos previos—, pero lo cierto es que cada vez hay más evidencias de la existencia de una base biológica que podría servir de alarma a través de marcadores detectables y medibles de una forma objetiva. Ahora, un estudio publicado recientemente en la revista Psychiatry Research combina los resultados de 17 investigaciones que van en esa dirección y describe alteraciones moleculares en el cerebro y en la sangre de personas que se suicidaron.

Foto: Foto: EFE/Javier Etxezarreta.
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Con el objetivo de identificar mecanismos neurobiológicos que se puedan asociar a las alteraciones de conducta que llevan al suicidio, los investigadores revisaron estudios anteriores que recogían la expresión de genes y proteínas de individuos que se suicidaron y la compararon con la de personas que fallecieron por otras causas. Los autores, que pertenecen a varios centros de investigación de Brasil, no solo recopilaron esta información, sino que emplearon un algoritmo para extraer nuevos datos de todo el conjunto. Así, detectan genes, proteínas y metabolitos que permiten distinguir a las personas que acabaron tomando la decisión fatal.

Las alteraciones moleculares localizadas están asociadas a células del sistema nervioso como los astrocitos y la microglía, que interaccionan con las neuronas y son fundamentales en la comunicación celular. La investigación señala específicamente algunos neurotransmisores y moléculas responsables de la expresión de diversos genes. Entre ellas, está el factor de transcripción CREB1, que es conocido en psiquiatría por ser una de las dianas terapéuticas a las que se dirigen los fármacos antidepresivos. Sin embargo, este trabajo también detecta otras moléculas que nunca se habían relacionado con la depresión y el suicidio.

placeholder La depresión es una antesala del suicidio.
La depresión es una antesala del suicidio.

Pistas moleculares relevantes

"Es un estudio potente, muy completo e interesante, que nos habla de biomarcadores que pueden estar alterados", comenta en declaraciones a El Confidencial Alejandro de la Torre Luque, científico del Grupo de Investigación en Epidemiología Psiquiátrica y Salud Mental (Episam) de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Esto no quiere decir que las anomalías biológicas observadas sean la causa del suicidio, aclara, sino que "estamos ante una correlación, es decir, cuando hay una conducta suicida, es probable que veamos estos marcadores".

En los últimos tiempos, la posibilidad de identificar el riesgo de suicidio a través de evidencias biológicas está ganando fuerza. Uno de los estudios más relevantes se publicó en 2022 en Translational Psychiatry, revista del grupo Nature. A partir de muestras de sangre y cerebro post mortem, los autores identificaron 14 genes que permitían distinguir con claridad a las personas que habían sufrido un trastorno depresivo mayor y terminaron por suicidarse frente a otros individuos que habían fallecido por causas diferentes. Incluso entre los pacientes con depresión, la expresión genética de los que se suicidaron y de los que no era distinta. Por ejemplo, los niveles en sangre de los genes CD19 y TERF1 eran altos entre quienes se quitaron la vida.

placeholder Análisis de sangre. (iStock)
Análisis de sangre. (iStock)

"El suicidio es un fenómeno poliédrico, tiene muchas aristas y muchas causas, pero los científicos que lo estudiamos partimos de un modelo que considera las bases biológicas de cualquier proceso humano", apunta el investigador de la UCM. En ese sentido, "hay cierta predisposición genética a muchísimas cosas, una base que no es determinante pero que hay que tener en cuenta". Utilizando una metáfora, esa base genética sería "como un campo" que regamos "con nuestras experiencias, con factores sociales y económicos", de manera que al final "salen unas flores u otras".

¿Hacia un test diagnóstico?

En ese sentido, la utilidad clínica de este tipo de trabajos "es indudable", opina Alejandro de la Torre, que también es investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM). En particular, el artículo publicado en Psychiatry Research "aporta mucha claridad y puede proporcionar a los investigadores clínicos y a los gestores información para introducir algún tipo de prueba de diagnóstico". De hecho, hasta ahora, "no tenemos ningún test diagnóstico específico para la conducta suicida y probablemente nos queda mucho para tener algo parecido, porque es un fenómeno muy complejo".

placeholder Imagen del cerebro.
Imagen del cerebro.

Daniel Martins de Souza, científico de la Universidad de Campinas (Brasil) y uno de los coautores de la investigación, utiliza el mismo término: "En condiciones complejas como el suicidio, estos análisis muestran un gran potencial, porque pueden suministrar la base para la identificación de factores de susceptibilidad, aparte de potenciales blancos terapéuticos". La corteza prefrontal fue el área más analizada. Esta región del cerebro está muy relacionada con los centros de control emocional, de control de los impulsos y de toma de decisiones.

"Las alteraciones en su estructura y en su función pueden ser muy relevantes en el contexto de la conducta suicida", apuntó Manuella Kaster, profesora de la Universidad Federal de Santa Catarina que también coordinó el trabajo. En el caso de los jóvenes (que preocupa especialmente porque la cifra de suicidios entre menores de 15 años se ha triplicado en España entre 2019 y 2023), la corteza prefrontal es una de las últimas áreas del cerebro que madura. Por lo tanto, las alteraciones en esa región cerebral serían especialmente significativas.

Foto: Fuente: Flicker / COP Madrid

La investigación en España

En España, profesionales de la salud mental e investigadores de distintas ramas analizan estas cuestiones dentro del Consorcio SURVIVE, formado por hospitales, universidades y centros de investigación que colaboran con el objetivo de estudiar la conducta suicida para desarrollar programas de prevención y tratamiento eficaces. Uno de los proyectos que incluye es la Plataforma Nacional para el Estudio y la Prevención del Suicidio, de la que forma parte Alejandro de la Torre. "La primera función es la vigilancia epidemiológica, proporcionando información para gestores y agentes sociales", explica, "debe ser una herramienta para tomar decisiones, porque hasta hace pocos años no había muchos datos sobre la conducta suicida en España para poder plantear estrategias concretas".

La segunda función es investigar, con el apoyo del Instituto de Salud Carlos III. Al igual que otros colegas del ámbito internacional, sus miembros quieren identificar las bases biológicas de estos casos, que podrían incluir, por ejemplo, marcadores inflamatorios, según señala el experto. No obstante, también "estamos probando diferentes tratamientos psicológicos para prevenir la conducta suicida, y abordando determinados factores de riesgo, más humanos, que pueden ser muy críticos y que se han dejado de lado".

En cualquier caso, "en este campo tenemos que ir con mucha cautela", admite el científico de la Universidad Complutense de Madrid, "porque es posible que, en el contexto de la investigación parezca que algunos marcadores funcionan; pero después, en un contexto clínico, se tienen que combinar con más pruebas, especialmente, la entrevista psicológica o psiquiátrica".

Más de 700.000 personas se quitan la vida cada año en el mundo. España supera los 4.000 suicidios anuales, según las cifras oficiales: la mayoría son hombres y más del 50% tiene entre 40 y 65 años. A pesar de que las cifras son impactantes, el estigma y el tabú siguen siendo parte del problema. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte de que el desconocimiento y la falta de acción en la mayor parte de los países del mundo impide avanzar. Pero ¿qué necesitamos saber para poder prevenirlo?

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