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Tú crees que eliges a quién votas, pero no es verdad: así manipula el cerebro tu decisión
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LOS ASESORES LO SABEN

Tú crees que eliges a quién votas, pero no es verdad: así manipula el cerebro tu decisión

Los estudios científicos revelan que la toma de decisiones es un proceso complejo en el que intervienen de forma decisiva las emociones y otros factores ocultos

Foto: Una persona vota en las elecciones del 28 de mayo. (EFE/Julio Muñoz)
Una persona vota en las elecciones del 28 de mayo. (EFE/Julio Muñoz)
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Elegir nuestro voto es una decisión importante. La democracia está basada en la idea de que podemos hacerlo de forma libre y racional, pensando en nuestros intereses y en el bien común, y tras informarnos adecuadamente y valorar todas las opciones. El problema es que nuestro cerebro no funciona así. El neurocientífico portugués Antonio Damásio ya lo explicó en 1994 su libro El error de Descartes: La emoción, la razón y el cerebro humano: somos más emocionales de lo que creemos y esto marca casi todas nuestras acciones.

Esta idea disruptiva ha sido llevada al terreno de la economía por el psicólogo israelí Daniel Kahneman, autor de Pensar rápido, pensar despacio (2011), donde explica que incluso las compras más importantes de nuestra vida, como una casa o un coche, se deben más a las intuiciones rápidas que a las reflexiones sosegadas. Y, por supuesto, también la encontramos en el terreno de la política con libros como The Political Brain (2007), de Drew Westen, profesor de psicología y psiquiatría, que muestra por qué las campañas electorales triunfan y fracasan. De hecho, llevamos todo el siglo XXI estudiando la influencia de las emociones a la hora de votar y poniéndola en práctica, desde el apasionado Yes, we can de Obama a la inesperada elección de Trump y el Brexit. El próximo 23-J no será una excepción: ¿votarás con la cabeza?

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Para empezar, si a estas alturas no lo tienes claro, vamos a hacer un pronóstico: los estudios científicos aseguran que los indecisos (si realmente lo son) se inclinarán por Alberto Núñez Feijóo. La idea procede de la política estadounidense y se conoce como to jump on the bandwagon, es decir, subirse al carro (del que va a ganar), pero ha sido confirmada por muchos experimentos psicológicos y, más recientemente, explicada por la neurociencia. "Cuando a un indeciso se le dice que un candidato tiene más opciones de victoria, la presión grupal hace que se decante por esa opción", explica a El Confidencial Eloy García Pérez, neuropsicólogo del Hospital Universitario General de Ciudad Real y experto en estudios de neurociencia y política.

En experimentos controlados, hay muchos individuos que cambian su voto, incluso cuando su tendencia política está muy marcada, y terminan adoptando la decisión grupal. Estudios de resonancia magnética han demostrado que existen áreas del cerebro que se activan cuando tomamos una decisión en consonancia con el grupo, de forma que nos sentimos reconfortados, sobre todo "al formar parte de una decisión compleja". En concreto, ese sentimiento de pertenencia, que no es diferente al que experimentan los aficionados de un equipo de fútbol, está relacionado con la corteza cingulada subgenual, según una investigación publicada en 2017 en la revista Scientific Reports.

placeholder Mitin del PP. (EFE)
Mitin del PP. (EFE)

¿Qué tiene que ver esto con el líder del PP? Que en política este mecanismo se pone en marcha "cuando se publican encuestas o se pregunta qué candidato ha ganado un debate". En el contexto de unas elecciones, la toma de decisiones está muy relacionada con aspectos de "deseabilidad social", es decir, "qué se espera de nosotros en nuestro entorno". Aunque una opción política no cuente con toda nuestra simpatía, podemos justificarla en función de las circunstancias, de "aquello que se considera necesario elegir".

Nuestro cerebro toma muchos atajos a la hora de interpretar la realidad y, por lo tanto, a la hora de elegir nuestra opción política, según explica Helena López-Casares, neurocientífica de la Universidad Nebrija. Son bien conocidos sesgos como el de confirmación (nos quedamos con la información que confirma nuestras opiniones previas) o el de proyección (creemos que todo el mundo piensa como nosotros). Además, a la hora de valorar a los candidatos, nos influyen otras distorsiones. Por ejemplo, tradicionalmente asumimos que están informados y saben de lo que hablan, una ilusión que cada vez ponemos más en cuestión. Como personajes públicos, también se produce el llamado efecto halo: sus partidarios tienden a resaltar sus cualidades y obviar sus defectos.

¿Se lleva en los genes?

Entonces, ¿la neurociencia nos dice que nuestras opiniones pueden ser tan moldeables y nuestro voto muy volátil? Sí, pero también hay estudios que indican que el pensamiento político tiene una base genética, una idea que parece ir justo en la dirección opuesta y que no es menos sorprendente.

Las investigaciones de John Alford, científico de la Universidad Rice de Houston (EEUU), son la referencia en esta materia desde que en 2005 publicó un trabajo impresionante: durante 20 años reunió información de 30.000 gemelos y mellizos separados al nacer y criados en familias de características socioeconómicas muy distintas. Al estudiar su personalidad cuando ya eran adultos, encontró que los gemelos (tienen la misma composición genética) eran más propensos que los mellizos (su genoma tiene más diferencias) a tener opiniones políticas similares en las cuestiones que tradicionalmente dividen a conservadores y liberales en EEUU, como el aborto, la economía o el concepto de familia.

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Elecciones del pasado 28 de mayo. (EFE)

Los científicos han identificado que hay variantes del gen D4DR que parecen estar vinculadas al comportamiento conservador. Del mismo modo, mutaciones del gen DRD4 nos predispondría a ser liberales, según la Universidad de Singapur. Estas características genéticas están relacionadas con la dopamina, la molécula que, entre otras cosas, regula nuestro estado de ánimo. Pero ¿qué significa exactamente esto? Dentro de la lógica de la política norteamericana, que no equivale a nuestro concepto de derechas e izquierdas, aunque se suele asimilar, "los conservadores tendrían una mayor reacción frente al miedo, que se refleja en una actividad cerebral más intensa en ciertas situaciones, de manera que tienden a evitar más el peligro", comenta García Pérez; "mientras que los liberales tendrían una mayor tolerancia a situaciones de riesgo".

En definitiva, el voto se ve influido por numerosos factores que en gran medida son inconscientes. Incluso si tratamos de analizarlo con argumentos racionales, resulta muy difícil, porque se trata de una decisión con múltiples ramificaciones. A la hora de tomar la decisión, según Antonio Damásio, se produce una especie de negociación entre la razón y las emociones. "En una sola acción tienes que decidir muchas cosas, así que la pregunta es en qué clave votas, si lo haces pensando en el desempleo, en la unidad de España o porque te cae mal el candidato contrario", comenta Pablo Martín, director académico de la Institución Educativa de Análisis, Liderazgo, Estudios Políticos y Humanismo (ALEPH).

placeholder Resonancia magnética del cerebro. (iStock)
Resonancia magnética del cerebro. (iStock)

Según explica, los asesores políticos son muy conscientes de toda esta complejidad en el proceso de toma de decisiones desde hace más de 20 años, cuando "comenzó la fiebre" por hacer estudios de neurociencia aplicados a la política, y tratan de analizarlos y aprovecharlos, ahora también con la ayuda del big data y la inteligencia artificial. "En una encuesta, las personas pueden mentir o matizar su opinión, pero cuando muestras un estímulo y ves cómo reacciona el cerebro, estás ante una respuesta automática e incontrolable que permite medir el impacto emocional, no hay opción de mentir", explica.

Aplicación en España

En realidad, las técnicas de neuroimagen como la resonancia magnética apenas se utilizan en este ámbito por su alto coste y porque se limitan a mostrar aspectos demasiado concretos. Así que son más comunes los electroencefalogramas, la respuesta galvánica de la piel (sudoración) o el eye tracking (localizar hacia dónde va la mirada de un espectador).

García Pérez, que durante años ha realizado este tipo de estudios en varias universidades, explica que todas estas técnicas sirven para "analizar las emociones que suscita un discurso político" o para comprobar "qué llama la atención de carteles o materiales audiovisuales". No obstante, a veces lo más importante es ver "qué partes del mensaje no son rechazadas o no generan odio en votantes de signo contrario o en votantes indecisos". Aquellas cuestiones que no suscitan tensión pueden facilitar la movilidad del voto.

Foto: Las oficinas de Correos reciben estos días a los solicitantes del voto por correo (EFE/David Arquimbau)

Lo cierto es que en España estos experimentos son muy limitados, casi siempre en el ámbito académico y no vinculados a partidos políticos. En otras partes del mundo son más comunes, pero aun así "existe bastante secretismo" e incluso rechazo social. "Dan una imagen orwelliana", reconoce el experto, "hay un cierto miedo al control del individuo".

Otro problema es que, realmente, las certezas que ofrecen son bastante limitadas. En general, la mayoría de los expertos coincide en que "se puede medir el impacto emocional, la aceptación o el rechazo con respecto a un candidato y la probabilidad de recuerdo", señala Martín. Sin embargo, algunos neurocientíficos son críticos con la interpretación que se hace de la activación de ciertas zonas del cerebro, por ejemplo, sobre todo teniendo en cuenta la plasticidad de este órgano. Así que, a la hora de la verdad, hay "vendedores de humo" en el mundo de la asesoría política que tratan de extraer demasiadas conclusiones de este tipo de técnicas.

En cualquier caso, estas herramientas son similares a las que se emplean en estudios de neuromarketing. No obstante, promocionar a un candidato es una tarea diferente a la de vender un producto. "Con el candidato empleamos procesos cognitivos más complejos", afirma el neuropsicólogo. En general, las personas exacerban mucho más las emociones y más teniendo en cuenta la personalización actual de la política, un fenómeno internacional. "Ha ocurrido por contagio de la política estadounidense, el partido pierde relevancia. En América Latina incluso se hacen y se deshacen partidos en torno a una persona", comenta Martín. Los sistemas electorales parlamentarios, como el nuestro, se han contagiado de esta tendencia, que también se apoya en las redes sociales.

Elegir nuestro voto es una decisión importante. La democracia está basada en la idea de que podemos hacerlo de forma libre y racional, pensando en nuestros intereses y en el bien común, y tras informarnos adecuadamente y valorar todas las opciones. El problema es que nuestro cerebro no funciona así. El neurocientífico portugués Antonio Damásio ya lo explicó en 1994 su libro El error de Descartes: La emoción, la razón y el cerebro humano: somos más emocionales de lo que creemos y esto marca casi todas nuestras acciones.

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