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Okupas en la Torre de Babel
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un día en El 'Johnny', el colegio mayor okupado

Okupas en la Torre de Babel

El 'Johnny', el colegio mayor más famoso de Madrid, se ha convertido en un lugar desconcertante, un experimento social cuya identidad no tiene mucho que ver con el movimiento okupa

Son cerca de medio millar de personas. Hay inmigrantes marroquíes sin trabajo; un galés que da clases de inglés y hace acrobacias en los semáforos; un chico de Guinea que quiere entrar en el Ejército; un ebanista de 63 años que no puede volver a casa porque tiene una orden de alejamiento; dos estudiantes enamorados que trabajan en un restaurante cercano; yuna pandilla de yonkismalencarados que reclaman los 10.000 metros cuadrados de edificio como“propiedad privada” (la suya).

También vive una mujer con su bebé de tres meses; una embarazada que tiene que elegir entre pagarse la comida o el alquiler; una señora que vende artesanía; unos chavales que se han ido de casa de sus padres y están viviendo la aventura de su vida; un nutrido grupo deafricanos del 'top manta'; tres latinoamericanos que se buscan las habichuelas con trabajosde albañilería yun tipo de complexión atlética y mirada de actor que se pasa el día haciendo deporte. (Para oír sus historias, vea el vídeo que encabeza este reportaje.)

Sin una gestión detrás, sin plan ni estructura organizativa, los okupashan convertido las habitaciones estudiantiles en pequeñas moradas(algunas sucias y desconchadas, otras perfumadasy dotadas contelevisión y equipo de música).Los espacios comunes son por lo general vertederos improvisados y el salón de actosuna macrodiscoteca para hacer ravesque duran hasta el mediodía del díasiguiente. Tienen agua corriente (aunque no calefacción, ni agua caliente) y han instalado hornillos o vitrocerámicaspara cocinar en cada uno de los 18 pasillos (a gas propanoo eléctricas, según el caso).

Hay quien ha convertido su habitación en una bodega donde vende refrescos y cerveza, quien distribuye tabaco o hachís y quien se dedica a mercadear con ropa

En la Torre de Babel florece el trueque y el comercio. Hay quien ha convertido su habitación en una bodega dondevende refrescos y cerveza, quien distribuye tabaco o hachís y quien se dedica a mercadear con ropa, artesanía y productos básicos. En la pista de deportes ladranvarios perros y la piscina vuelve a estar hoy vacía. A principios de verano consiguieron hacerla funcionar. La hazañase celebró con unafiesta épica y la cosa degenerótanto que, tres días después, el agua estaba llena de porquería, y los vecinos acabaron llamando a Sanidad y a la Policía.

En activo se encuentra todavía el aparcamiento al aire libre. Es una de las partes más transitadas porquemuchos okupastienen vehículo propio o reciben visitas. En menos de diez minutos vemos pasar un Ford Fiesta, un Mondeo yun Audi A3. “Yo no tengo coche, prefiero ir en metro;además, tengo un trato con el segurata normalmente y me deja pasar sin pagar”, nos explica una chica que se identifica como "profesora de danza".

placeholder Jesús saliendo en la entrada del San Juan Evangelista (A.V).

Lecciones de economía

En general, la situación del edificio se explica con viejos conceptos económicos. Comolos incentivos, el coste de oportunidado la propiedad privada. “Sabemos que nos pueden desalojar en cualquier momento, así que nadie piensa a largo plazo. ¿Para qué vas a cuidarlo o perder tiempo? Si quiero hacer algo, lo hago ahora porque no voy a estar aquí mucho tiempo y no va a ser para mí”.

Las zonas comunes, como la recepción, los baños o la cocina, son las más deterioradas. Por utilizar un eufemismo. "En este pasillo al principio limpiábamos los baños, pero acabas hartándote porque siempre éramos los mismos", explica una chica. Entre grafitisy manchas de suciedad se arremolinan la basura y las cagadas de perro. Según nos explican, cuando el hedor se hace insoportablese sacan contenedores o se queman los desperdicios en el patio, en piras que se alzan sobre Ciudad Universitaria.

Al caer la tarde, dos policías esperan frente a la puerta principal. Les acompañauna ambulancia. “Ha habido una pelea y nos han llamado, pero no ha sido nada”, explican. “Cada vez nos llaman más a menudo y si siguen así los van a tener que desalojar. En una ocasión tuvimos que venir con los bomberos y podríamos haber muerto todos porque habían estado tocando el depósitode gas y casi saltan por los aires”, dice el agente antes de entablar conversación con uno de los okupas. “Muchosson chicos razonables. Hay de todoahí dentro e intentamos llevarnos bien con ellos. Entramos con cuidado cuando nos llaman”.

placeholder Colegiales del San Juan Evangelista en el tejado, curso 78/79.
Colegiales del San Juan Evangelista en el tejado, curso 78/79.

El eclipse de un mito

Con matices según la planta y el día,así está hoy todo el San Juan Evangelista. El mítico 'Johnny' se ha convertido en un lugar desconcertante, un experimento social fortuito cuya identidad se alejó hace mucho de otras experiencias okupa. “Más que una okupaes un lugar sin ley, donde cada cual hace lo que le sale de los huevos y hay personas con muchos problemas. La gente va y viene. Sólo se quedan los más duros porque losque pueden se acaban marchando.Esto puede llegar a ser insoportable. Yo me iré este verano”, reconoce uno de los inquilinos con los que hablamos.

Muchas de sus 400 salas (entre habitaciones y zonas comunitarias) se encuentran en un estado calamitoso. Se han tirado tabiques a martillazos para comunicarlas habitaciones ("reformas en el apartamento", bromean). Incluso se ve algún boqueteen el techo. La estructura por ahora aguanta y es todavía habitable. Pero la falta de mantenimiento es una condena de muerte para el edificio. Cuando una bombilla se funde, nadie la cambia. Cuando una cañería revienta, así se queda. Cuando un techo se desconcha, la gotera se convierte en parte del paisaje.Se valoran en millones de euros los gastos que deberá asumir laComplutense si algún día decide reabrir el edificio.

Hoy sólo hay una norma de convivencia en el recinto. Y no siempre se cumple. Una regla que, curiosamente, nunca existió en las más de cuatro décadas que el San Juan Evangelista se mantuvo como colegio mayor universitario. La ley no escrita dice que las verjas externas siempre tienen que estar cerradas. “De día y de noche, para que no entre nadie que no tenga llave. Aunque ya ves que no se cumple ni eso. Ahora está abierto porque han desaparecido los candados”, nos explican.

Para los excolegiales, y para miles de personas que durante décadas disfrutaron por sus instalaciones, resulta dolorosover el Johnny reducido de tal manera.Desde los años 60 este colegio mayoralimentó su leyenda con conciertos de jazz y flamenco, por actividades culturales que a menudo rozaban lo subversivo (sobre todo durante el franquismo) y porfiestas donde perdieron la virginidad generacionesde estudiantes enteras. La mala gestión, la disminución de las matrículas y los problemas entre Unicaja (administradora) y la Universidad Complutensedesembocaron en el cierre. Tras una lenta agonía, echó el candado definitivamente en julio de 2014.

Unicaja no cumplió la promesa de contratar un servicio de vigilancia ylas cosas se deterioraron en tiempo récord. Primerose produjeron algunos saqueos. Desaparecieron los objetos con mejor proyección de reventa o aquellos que se podían desmontar con más facilidad. Hasta que, a finales de año, se instalaron los primeros okupas, algunosestudiantes con pretensiones de crear una pequeña 'Arcadia social', una versión extrema de lo que siempre ha sido:uno de los espacios más progresistas y golfos de Ciudad Universitaria.

Al inicio, el pabellón de dirección fue okupadopor un “núcleo duro” que parecía dispuesto a encargarse de la organización. “Durante un tiempo se intentó incluso llevar un control de la gente que se alojaba, se les hacían entrevistas a los candidatos para detectar futuros problemasy se compartían tareas de limpieza. La lavandería funcionaba, había una tienda en recepción donde se podía comprar tabaco, nos reuníamos para comer y esto era una comunidad donde la gente se llevaba de puta madre. No había casi cristales rotos”, recuerdan los pocos que quedan de aquella primera hornada.

Una distopía futurista

La comunidad fue creciendo y se organizaron las primeras fiestas, con las que los organizadores conseguían hacer dinero vendiendo bebida y trapicheando. "Ese fue uno de los problemas. Los que no viven aquí, los que vienen sóloa pasar la noche desfasando, son los que causan la mayor parte de los destrozos, porque al día siguiente se levantan en su casa".El patio de butacas del auditorio, el mismopor el que pasaron todas las leyendas del jazz y del flamenco del siglo XX, acabó convirtiéndose en un espacio para fiestas rave. “Arrancaron de cuajo las butacas para hacer en una pista de baile e intentaron incluso sacar el proyector para venderlo”.

Poco a poco llegaron grupos de inmigrantes, familias desahuciadas y estudiantes. También entraron sujetos problemáticos. Las tensiones del día a día, los perros, la (falta de) limpieza, empezaron a minar la convivencia. La desconfianza aumentó y se multiplicaron los problemas. Por ejemplo, la comida almacenada (proveniente de donaciones)para abrir un comedor social desapareció una noche: ycientos de libros de la biblioteca acabaron quemados o vendidos en la Cuesta Moyano. El "ala social"llegóa organizar una exposición."Estuvieron todo el día, pusieron carteles y todo. Estaba de puta madre y no vino casi nadie", se quejan.Y llegó la segunda parte de El señor de las moscas.

En primaveralos primeros conflictos estallaron entre los distintos grupos de inquilinos. Huborobos y alguna pelea a gritos. “Los organizadores perdieron el control. Una de las últimas cosas que gestionaron fue la antena de telefonía de la azotea. Para míese fue el punto final.Se hizo una asamblea y se decidió que no la queríamos.Orange mandó gente paraintentar arreglarlo. Creemos que los que lo negociaron, los 'líderes' por decirlo así,pidieron dineroa cambio deno sabotear la antena. Ennombre de todos. Después,con la pastaen el bolsillo, se piraron y no los hemos vuelto a ver”. El edificio sin ley perdió la inocencia.

El Johnnynació en los 60 como un experimento social: habitaciones diminutas y enormes espacios comunes para fomentar el compañerismo, el intercambiode ideas y las actividades compartidas. En sus estertores finales vuelve a ser un experimento, unaversión extrema que hoy se parece más a una cárcel centroamericana o una distopía futurista.

Son cerca de medio millar de personas. Hay inmigrantes marroquíes sin trabajo; un galés que da clases de inglés y hace acrobacias en los semáforos; un chico de Guinea que quiere entrar en el Ejército; un ebanista de 63 años que no puede volver a casa porque tiene una orden de alejamiento; dos estudiantes enamorados que trabajan en un restaurante cercano; yuna pandilla de yonkismalencarados que reclaman los 10.000 metros cuadrados de edificio como“propiedad privada” (la suya).

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