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El dolor de descubrir que tu hijo es un asesino
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LOS PADRES DEL DELINCUENTE, ¿OTRAS VÍCTIMAS?

El dolor de descubrir que tu hijo es un asesino

“¡Policía! ¡Abra la puerta!”… aún se le acelera el corazón cuando recuerda aquella fatídica tarde invernal. Los agentes se llevaron detenido a su hijo M.. Han

Foto: El dolor de descubrir que tu hijo es un asesino
El dolor de descubrir que tu hijo es un asesino

“¡Policía! ¡Abra la puerta!”… aún se le acelera el corazón cuando recuerda aquella fatídica tarde invernal. Los agentes se llevaron detenido a su hijo M.. Han pasado años y todavía no consigue borrar el “Señora, a su hijo se le acusa de un delito de homicidio”. La temblaba todo el cuerpo, ese día su marido no había llegado aún a casa: “¿Qué? Pero ¿qué dice?, M. ¿qué está pasando?  -gritaba-  ¡Dime que no has hecho nada! ¡Dímelo!...”. Él, su propio hijo, se limitaba a mirarla y llorar desconsolado, cabizbajo, como un niño. Su silencio era en sí mismo, una declaración, una especie de autoinculpación. La pesadilla acababa de comenzar.

 

“Es durísimo verlos entre rejas. Tu hijo, en la cárcel. No quieres ni siquiera creértelo, piensas que es un sueño, que pronto vas a despertar, pero no, nunca despiertas”. Uno de los peores momentos los vivió durante el juicio. Aún tiene clavada la mirada de los padres de la víctima, el joven apuñalado y muerto por culpa de su hijo. De madre a madre, sólo se atrevió a pronunciar un “Dios mío, lo siento muchísimo”. Lo que no esperaba ella es que la madre del joven asesinado tuviese la entereza y la fuerza de mirarla a los ojos y contestarla, sin elevar el tono: “No te lamentes, tú tienes suerte. Cuando tu hijo salga de la cárcel le tendrás sentado a tu mesa cada Nochebuena, yo, en cambio, jamás le volveré a ver”.

 

Detrás de cada uno de los sucesos y las muertes se vive la tragedia por partida doble. En casa de la víctima no hay palabras para describir el dolor, ni justicia que pague el desconsuelo, pero en el hogar del asesino queda marcado a fuego el castigo social y el angustioso momento en el que uno descubre que su propio hijo es un asesino.

“Por favor, no se lo lleven”

Los policías viven cada dos por tres este tipo de situaciones. José Manuel Sánchez Fornet, secretario general del Sindicato Unificado de Policía, asegura que “hay tantas reacciones como personas”. “Normalmente, la mayoría, cuando entras en el domicilio con la orden de detención en mano, no se lo cree”, agrega. Si se trata de un delito de trapicheo de drogas, una pelea o altercados en la vía pública se vive de forma diferente, pero “cuando les comunicas que te llevas a su hijo por homicidio, la mayoría de los padres no creen lo que está pasando. Pero si es una buena persona – te dicen -, por favor no se lo lleven. Él no ha podido matar a nadie. Debe ser un error”. Según Fornet, “aún con las pruebas en la mano y siendo determinantes, pasan los años y siguen sin creérselo. Jamás pudieron imaginar que un hijo suyo acabara matando a otra persona”.

La Policía aprende a comunicar este tipo de acontecimientos a base de veteranía y experiencia. “Esto no te lo enseñan en la academia. Lo normal es ir con la orden judicial y proceder a la detención. Es ya en comisaría cuando se les suele comunicar lo que ha sucedido y por qué se les ha detenido”. “Es muy duro ver a los padres destrozados”.  Algunos lo hacen, y eso se nota, “sumándose a una coartada, pero a otros les ves realmente hechos añicos.  Recuerdo una de mis intervenciones, hace años nos llevamos a un joven que dio una puñalada mortal a otro y aún no he olvidado la estampa del padre y la madre llorando”.  Hay también quienes reaccionan con bastante agresividad, pero “sabemos por experiencia que no te están pegando a ti, sino a la situación, reaccionan a golpes ante un momento que se les va de las manos”. Aún así “estamos preparados, formados para reaccionar ante este tipo de respuestas”.

“Hay padres que no conocen a sus hijos”

Por el gabinete del abogado Marcos García Montes pasan a diario todo tipo de casos. En los últimos años ha detectado es cómo se ha disparado el grado de soledad de los hijos en determinadas familias bien. “Entre los padres, los hay que se avergüenzan, y los hay que hasta se sienten culpables porque la educación no ha sido la correcta, pero también los hay que no conocen a sus hijos. Es tremendo”, asegura el letrado. “Son grandes consejeros de bancos, juegan al bridge y mientras sus hijos están solos y con mucho dinero”. A veces cuando hablas con ellos te dicen “me gustaría ir con mi padre al cine a comer palomitas”. Desde la psicología forense este tipo de conductas acaba teniendo una realidad psicológica y familiar importante.

La veteranía de García Montes le lleva a concluir que, por su experiencia, sólo en un 50% de los casos el agresor está verdaderamente arrepentido. “Yo siempre recomiendo, no sólo en estos casos también en siniestros como los accidentes de tráfico, que se haga acto de contrición y entre los imputados hay de todo. Unos piden perdón porque realmente lo sienten y otros por pura estrategia jurídica”.

A María del Mar Bermúdez la vida le ha dado el peor de los bofetones y ha llegado por partida doble, ha perdido a su hija Sandra Palo, violada, atropellada y quemada, y ha visto cómo el asesino, El Rafita, ha quedado en libertad. Ella, como víctima asegura que en ningún momento nadie ha pronunciado un perdón con sinceridad. “Todo lo contrario – apunta - en vez de pedirnos perdón, uno de sus hermanos fue a decirnos que iba a matarnos a todos, fueron a incomodar a mi hija. Luego sí. En casi todos los juicios les escuchas que están arrepentidos. Es lo típico que suelen hacer, pero no lo sienten, lo hacen por recomendación del abogado. Monstruos como esos no son capaces de pedir perdón. Hay otras víctimas que cuando les oyen lo aceptan, pero yo no, lo siento yo no puedo, no forma parte de mis principios, el dolor que yo llevo dentro no me permite perdonarles”.

La única persona que, según María del Mar, tuvo un gesto en medio del tremendo suceso fue “el padre de Ramón Santiago Jiménez – uno de los implicados - . Yo no lo oí, pero alguien me dijo que fue el único padre que dijo  ‘si lo ha hecho, que lo pague’“.

María del Mar es consciente de que en su caso el autor de la muerte de su hija procede de una familia desestructurada, pero ni la ley, ni las buenas intenciones la convencen: “Aquí es muy bonito decir que todo se basa en la educación, pero hay jóvenes a los que, como estos, se les ha dado todo para reintegrarse y no lo han hecho. Me ha tocado lo peor, pero no voy a parar”. A fuerza de desventuras, tiene claro que su objetivo en la vida es, desde que perdió a su hija, hacer frente a la impunidad y luchar para conseguir la modificación de la Ley del Menor.

“Soledad, educación, ausencia de valores…”

El presidente del Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra, ha dedicado la práctica totalidad de su vida a ayudar a las familias que vieron salir a sus hijos de fin de semana y jamás regresaron a casa. Se dejaron la vida  en las puertas de una discoteca, a la salida de un bar, en el vagón de un metro o en un viejo parque. “Existe un divorcio claro y absoluto entre padres e hijos. Las distancias son espectaculares”, asegura. “Tenemos ante nosotros una bestia que no ha hecho más que empezar a crecer”.

A la soledad, la falta de educación, la ausencia de valores, la televisión basura… hay que sumar Internet. “Es un proceso de socialización que la mayor parte de los padres desconoce y ante el que se ha perdido el control”.

“Es triste sí, -concluye Ibarra – ver que los padres son los primeros sorprendidos cuando arrestan a uno de sus hijos – pero más triste aún es ver cómo la sociedad asiste apática a todo cuanto está sucediendo”.

“¡Policía! ¡Abra la puerta!”… aún se le acelera el corazón cuando recuerda aquella fatídica tarde invernal. Los agentes se llevaron detenido a su hijo M.. Han pasado años y todavía no consigue borrar el “Señora, a su hijo se le acusa de un delito de homicidio”. La temblaba todo el cuerpo, ese día su marido no había llegado aún a casa: “¿Qué? Pero ¿qué dice?, M. ¿qué está pasando?  -gritaba-  ¡Dime que no has hecho nada! ¡Dímelo!...”. Él, su propio hijo, se limitaba a mirarla y llorar desconsolado, cabizbajo, como un niño. Su silencio era en sí mismo, una declaración, una especie de autoinculpación. La pesadilla acababa de comenzar.