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Robos y agresiones masivas en Saint-Denis: ¿podría pasar algo así en España?
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UNA CONVERSACIÓN TABÚ EN FRANCIA

Robos y agresiones masivas en Saint-Denis: ¿podría pasar algo así en España?

Tras los disturbios en la final de la Champions, los líderes ultraderechistas de ambos países están utilizando el episodio para criminalizar la inmigración musulmana

Foto: La policía desmantela un campamento improvisado de migrantes en Saint-Denis en noviembre de 2020. (EFE/Yoan Valat)
La policía desmantela un campamento improvisado de migrantes en Saint-Denis en noviembre de 2020. (EFE/Yoan Valat)
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Mila tiene 26 años y es familiar de un trabajador del Real Madrid. El sábado pasado viajó a París para ver la final de la Champions junto a tres amigas, no relacionadas con el club pero sí hinchas. Tardaron casi dos horas en llegar desde su céntrico hotel hasta Saint-Denis —una comuna apenas 10 kilómetros al norte del la capital donde se encuentra el estadio—, porque la línea de metro estaba cerrada y varias empresas de alquileres de coche se negaron a entregarles un vehículo. "Lo primero que nos preguntaban es si íbamos a Saint-Denis. Al decir que sí, porque las cuatro llevábamos camisetas del Madrid y tampoco podíamos mentir, nos decían que en ese barrio no podíamos aparcarlo. Que una podía llevarnos y luego aparcar más cerca, pero que allí no se podía dejar el coche por riesgo de destrozos".

Las españolas pensaron que se referían al ajetreo del partido, que esta vez incluía 'hooligans' del lado inglés, pero el taxista que las llevó conocía la explicación: "Saint-Denis es un barrio muy malo. Muy malo. Normalmente no llevo a pasajeros allí, pero hoy estoy haciendo una excepción porque hay mucha seguridad. Tranquilas, hoy no os pasará nada", les dijo. Una vez en el recinto, llegaron suficientemente tarde para no vivir los altercados y acceder sin problema. "El retraso del partido nos vino al pelo, porque si no nos habríamos perdido media primera parte", dice Mila.

"Decidimos no decirle a nuestras familias lo que nos había pasado, solo que perdimos un móvil"

Todo fue bien dentro del estadio. El Real Madrid ganó con gol de Vinícius y las cuatro celebraron casi a pie de campo su decimocuarta Champions. Después, la idea pasaba por regresar al hotel, darse una ducha, y buscar un sitio donde cenar. Sin embargo, el trayecto hacia la parada de taxis, en torno a 200 metros, se les hizo interminable. Nunca llegarían a coger el taxi: "Salimos de las últimas del estadio y atravesamos el anillo de seguridad. Nos asomamos a una de las callejuelas que dan al río y vimos una pelea entre hinchas del Liverpool y unos chicos jóvenes, así que decidimos ir por una paralela. Parecía más tranquila, pero al fondo nos vio una banda de muchachos, en torno a 20, y empezó a correr hacia nosotras. Delante teníamos a una pareja del Liverpool y a una familia con muchos niños del Madrid", recuerda Mila, que en ocasiones tiene que detener el relato por la emoción.

"Vi como a la mujer del Liverpool le arrancaban el bolso, pero ella tiró con fuerza y el ladrón, que venía corriendo, se chocó conmigo. Caímos al suelo los dos, junto a una de mis amigas, en la que intenté apoyarme, y me di un golpe fuerte en la espalda. El chico se levantó y yo creía que iba a irse corriendo, pero vio que el móvil se me marcaba en los vaqueros, me metió la mano en el bolsillo y se lo llevó. Ni me dejó levantarme. Me quedé tan alucinada que miré a mi amiga, la que estaba en el suelo conmigo, y vi cómo la arrastraban otros dos por el suelo para quitarle la cazadora", explica.

Foto: Antidisturbios en la final de la Champions. (Reuters/Yoan Valat)

"No solo fueron robos", recalca Mila. "A otra de mis amigas le rompieron la camiseta que llevaba entre cuatro personas. No querían esa camiseta, que era demasiado pequeña y estaba ya rota, sino dejarla desnuda en plena calle", continúa. Según su relato, el grupo de jóvenes, de no más de 18 años, siguieron su camino mientras les gritaban improperios, que ella sospecha que eran de índole sexual. Aquella noche la terminaron en una comisaría de Saint-Denis, en mitad de una larga cola de aficionados que también habían sufrido ataques. "No sabes lo que vimos allí. Nosotras estábamos mal, pero había gente con ataques de nervios. A algunos les acorralaron en círculos y les agredieron. Había chicas a las que manosearon, robaron y acosaron. Un drama", sigue Mila, que aún lo pasa mal cuando tiene que rememorar la situación. "Al volver, en el avión, acordamos las cuatro que era mejor no contar a la familia lo sucedido. Dijimos que habíamos perdido un móvil en una cazadora y tuvimos que denunciar, sin mencionar la violencia, y no hemos dicho la verdad hasta que han empezado a salir casos en la prensa", concluye.

Llueve sobre mojado

Como Mila, cientos de aficionados de Real Madrid y Liverpool fueron agredidos en los alrededores del Stade de France por hordas de jóvenes que no encontraban oposición de la policía. Tanto es así que incluso el club blanco emitió el viernes una queja informal contra la UEFA y el gobierno francés , exigiendo responsabilidades a la organización y a la seguridad del evento: "Como se ha podido ver con claridad en las reveladoras imágenes que han ofrecido los medios de comunicación, muchos de los aficionados fueron agredidos, acosados, atracados y robados con violencia. Unos hechos que tuvieron lugar también cuando circulaban en sus coches o autobuses, temiendo por su integridad física. Algunos de ellos incluso tuvieron que pasar la noche en el hospital por las lesiones recibidas", reza la nota.

No es la primera vez que los delincuentes de una ciudad se movilizan para hacer el agosto en un evento internacional, si bien esta vez sucedió en un barrio que levanta pasiones con solo mencionarlo delante de un francés. Muchos se refieren a él como un "territorio perdido para la República", un lugar en el que no rige el imperio de la ley y al que nadie quiere acercarse cuando se pone el sol. Para la ultraderecha francesa, tanto la de Marine Le Pen como la de Éric Zemmour, Saint-Denis es el paradigma de todos los errores de la política de inmigración que ha seguido Francia desde la Segunda Guerra Mundial. Ambos relacionan los barrios periféricos del norte de París, de mayoría musulmana, con la teoría conspirativa del Gran Reemplazo, que postula que unas fuerzas desconocidas están maniobrando para vaciar Europa de ciudadanos blancos para llenarla de "árabes, bereberes, levantinos, norteafricanos y subsaharianos".

Como es habitual, la ultraderecha española ha reproducido las ideas de sus homólogos franceses al pie de la letra. Tan solo dos días después de la final, Jorge Buxadé, vicepresidente de Vox, compareció en público para seguir paso a paso el argumentario del Frente Nacional: acusó a la prensa española de ocultar la religión de los agresores, empleó el término de 'no-go zone', llamó a Saint-Denis "estercolero multicultural", acusó a los inmigrantes ilegales de abusar de la sanidad y se refirió a "la Francia de Macron y de los burócratas de Bruselas". Acto seguido, el resto de miembros del partido aparecieron en las redes sociales con una sola consigna: implantar en su electorado la idea de que, si no gobiernan ellos, España seguirá el camino de Francia en los próximos años.

Más allá del evidente uso electoralista de una desgracia en plena campaña de las legislativas en Francia y de las elecciones andaluzas en España, se trata de una cuestión compleja que no tiene una respuesta corta. Antes de nada, conviene comprender qué es lo que ha sucedido en Francia para que una parte de la población considere que hay barrios que se han perdido para siempre. "La problemática de este departamento es muy larga. Ya en el 83 hubo una gran huelga de Citroën, donde la presencia de islamistas fue muy importante. La mano de obra de origen magrebí, cuando llega a Francia en los años 70, viene de Argelia o Marruecos y ha conocido la presencia colonial francesa. Se ha encontrado en una situación muy difícil, trabajando en un país que no era el suyo y que había truncado su historia común. Después, han sido víctimas de la crisis de la industria, del desempleo, pero la mano de obra ha seguido llegando y el paro se disparó hasta el 25% [actualmente en el 18%] en el barrio" dice Benoît Pellistrandi, historiador e hispanista francés que dirigió la Casa de Velázquez en Madrid entre 1995 y 2005.

"Hay un tabú en Francia. El departamento 93 (Seine Saint Denis) está fuera de control, absolutamente gangrenado por la delincuencia, por el tráfico de drogas, por las mafias locales y no se quiere hablar del asunto. Allí, la pobreza genera cada vez más pobreza, más economía sumergida…", continúa Pellistrandi, "y las dinámicas geográficas han favorecido que se concentrara allí la migración. Ha habido políticas urbanas de renovación, pero el gran problema es la falta de autoridad del Estado, lo caótico de la enseñanza en esos barrios… es un círculo vicioso, los jóvenes que intentan trabajar no tienen salida, están encerrados allí".

El fiasco organizativo de la final de Champions se ha vivido en Francia como tragedia nacional, los incidentes y sus consecuencias no han desaparecido de las portadas de los principales diarios en toda la semana, pero el tema de conversación no era cómo atajar la desigualdad y pobreza que sirven de caldo de cultivo. Saint-Denis es el departamento con más inmigrantes de todo el país, pero también uno de los más desfavorecidos, según un estudio del INSEE, el instituto nacional de estadística francés. Sin embargo, el editorial de Le Monde del pasado martes 31 apenas señalaba la falta de previsión del dispositivo policial, incapaz de evitar el despliegue de grupos de “pequeños delincuentes”. El principal periódico francés se centraba en las dudas que genera lo vivido de cara a la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París en 2024, en la imagen proyectada al exterior más que en la fractura social.

placeholder La 'banlieue' de Saint-Denis, a las afueras de París. (Reuters)
La 'banlieue' de Saint-Denis, a las afueras de París. (Reuters)

El periodista argentino Alejo Schapire, autor de la 'Traición progresista', reside en París desde hace 25 años. En ese lapso, ha visto en primera persona cómo se deterioraban los suburbios de la ciudad. "Lo primero que hay que decir es que Saint-Denis no es representativo de todo lo que ocurre en Francia, ni siquiera en París, pero tampoco diré que lo que sucedió es un hecho aislado o que solo pueda suceder allí. Saint-Denis concentra todos los problemas sociales y políticos que arrastra Francia desde hace cuarenta años", afirma.

"Los parisinos se escudan, como dijo Thierry Henry, en que Saint-Denis no es París. Se le llama oficialmente una 'zona sensible', casi nadie quiere abordar esta cuestión por temor a ser considerados racistas ni estigmatizar a una parte de sus vecinos, es un asunto explosivo en cualquier conversación", dice Schapire. "Lo que ha llevado a dar a las autoridades la consigna de 'no provocar' en estos guetos, es decir, de casi ni entrar. Pero como a la policía le sucede al correo, los repartidores... incluso las empresas que tienen sede allí dan unas pautas a sus trabajadores para moverse por la zona".

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El sociólogo Arsenio Cuenca, doctorando en la parisina École Pratique des Hautes Études tras haber cursado sus estudios de máster en La Universidad de París 8 —con sede en Saint-Denis—, defiende que "lo que no se puede hacer es decir que esto no es Francia o París. Saint-Denis tiene muchas caras y cabe preguntarse hasta qué punto el hecho de que no impere la ley está relacionado con otras cuestiones de fondo como la evolución de la policía". Y toma como punto de referencia la reforma que Sarkozy impuso como ministro del Interior en 2003, eliminando la policía de proximidad: "Ahora [la policía] es mucho más proclive al conflicto. Es normal cuando mandas a los antidisturbios a un barrio que no conocen". A lo que se añade que en Francia hay un importante problema de gestión de masas desde las revueltas más violentas de los 'chalecos amarillos', cuando las fuerzas de seguridad se vieron completamente desbordadas.

Para el periodista Schapire, la pobreza y marginación que sufren en Saint-Denis ha favorecido la radicalización religiosa. "Estos jóvenes, que a menudo son franceses de segunda o tercera generación, se han radicalizado mucho más que sus padres, que a menudo no entienden cómo sus hijos son así. Suena raro, pero las nuevas generaciones, que han nacido aquí, están mucho menos integradas que las anteriores. Y los franceses se están encontrando con una nueva cara de la inmigración africana, que nunca había lucido un Islam tan militante".

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"En esos barrios hay un gran resentimiento por el pasado colonial, que a menudo procede de los medios, que explican a través de ese relato todos sus problemas. A nivel político, la izquierda habla de ellos con tanto paternalismo que a menudo reaccionan por pura dignidad contra ellos, aunque ganase Melenchon en las últimas elecciones, y la derecha es obvio que saca réditos de esta situación. Por otra parte, existe la voluntad de ciertos sectores islamistas por demostrar que el barrio es suyo, que ni siquiera el Estado puede organizar allí un partido sin ser sobrepasado. Lo que sucedió la semana pasada puede interpretarse como una simple guerra territorial", concluye Schapire.

"Nos encontramos ante la criminalización de toda una población por una panda de delincuentes", considera por su parte Cuenca. "No es justo definir un espacio, ya sea con respecto a una ciudad o con respecto a un país, en términos de seguridad, pobreza o multiculturalidad. Lo que hace la ultraderecha es vehicular su discurso racista por donde ve un hueco, como siempre". Continúa el sociólogo, que incide en la situación de aislamiento de la zona: "Saint-Denis es un barrio construido como las 3.000 Viviendas en Sevilla, hostil para los propios vecinos, con muy mala comunicación por transporte público. Allí llega la línea 13 del metro, que es la peor de toda la ciudad. El día de la final, por cierto, el tren estaba en huelga. Se han intentado varias políticas de integración que no han funcionado, como el Stade de France, que es una infraestructura importante, pero que no aporta nada al barrio. La gente va a ver el partido y se marcha. Al día siguiente, todo sigue igual".

El caso español

¿Podría estar España, como el resto de países europeos, viendo el futuro de algunas de sus ciudades con los incidentes de Saint-Denis? El hispanista Pellistrandi lo tiene claro: "Todo esto que está sucediendo en Francia lo verán en España dentro de 20 años. Un ejemplo es la polémica del velo es las escuelas. Y los problemas de convivencia también llegarán, sobre todo si no se sabe o no se puede absorber la inmigración por la coyuntura económica".

Pero Pellistrandi matiza que la inmigración es solo uno de los factores a la hora de explicar lo que Zemmour llama "secesión" de barrios como Saint-Denis en las últimas décadas: "Es un conjunto de dinámicas sociales y económicas de las que la migración es un parámetro, pero no el único. Después de 40 años de liberalismo económico, estamos viendo que las políticas de solidaridad son necesarias. La paradoja es que Francia es el Estado que más gasto social tiene, el que más redistribuye. Estamos en un callejón sin salida: el Estado francés se ha empobrecido y los gobiernos ya no tienen la capacidad de movilizar inversiones suficientes para cambiar algunas dinámicas, son siempre parches: poner mil policías más, por ejemplo".

En esta línea, el hispanista ve una ventaja en España a la hora de responder a los desafíos que plantea la integración de los extranjeros: "España tiene mejor articulación de los poderes públicos a nivel local. En Francia hay una centralización absurda y una verticalidad excesiva. Como anécdota, te contaré que un ex primer ministro confesó que a su mesa llegaban casos de arbitraje por 10.000 euros. ¡A un ministro! Eso no ocurre con el presidente Sánchez, porque tiene a los presidentes de las Comunidades Autónomas, las provincias, diputaciones, los alcaldes…".

España recibió el grueso de su inmigración entre 1999 y 2009, cuando la crisis económica no solo frenó las llegadas, sino que propició que muchos emprendiesen la vuelta a sus países de origen. El doctor en Economía por la Carlos III César Alonso-Borrego dirigió un estudio (PDF), junto a colegas de la Complutense y de la Universidad de Illinois, para determinar si el 'boom' de la inmigración en España tuvo efecto sobre las tasas de delincuencia. "En este período de llegadas, que además incluye las dos regularizaciones masivas, no encontramos un efecto significativo en cuestiones de orden público, paz social o crimen. Es más, lo que se ve en nuestro trabajo es que, a medida que el porcentaje de inmigrantes crecía, tuvo un efecto positivo en la tasa de criminalidad y en los delitos contra la propiedad sin violencia", explica a este periódico.

El economista habla de España como un "caso virtuoso", ya que un tercio de los inmigrantes proceden de Latinoamérica, con los que existen muchos parecidos culturales. "Es notorio que uno de los factores que limitan la delincuencia de los inmigrantes es tener el español como primer idioma. En España, los latinos se han integrado más fácilmente, porque compartimos raíces culturales, aunque no seamos idénticos, y eso genera que el nivel de entendimiento con los nativos sea más alto. Esto ha ayudado a que no se creen guetos como en Francia, que en realidad no son de inmigrantes, sino franceses de segunda y tercera generación".

En la comparación, Alonso-Borrego cita los que en Estados Unidos llaman 'la paradoja latina': "Los estadounidenses tiene mucho más arraigada la relación entre inmigración y crimen que aquí, por eso se sorprenden al comprobar que, en ciudades donde se han instalado grandes comunidades de mexicanos como Chicago, la delincuencia ha caído mucho. Son grupos culturalmente cohesionados que imponen normas a sus miembros, en particular a los jóvenes".

Los jóvenes, y no tanto el origen, son la clave en materia de delincuencia. "Los hombres jóvenes cometen el 90% de los delitos. Por tanto, es normal que las comunidades de inmigrantes tengan tasas de crimen más altas, porque son siempre más jóvenes que los nativos. En España, el porcentaje de nativos jóvenes es del 30%, mientras que entre los inmigrantes es del 40%", dice el economista, que recurre a un ejemplo. "Hace 20 años había mucha preocupación en la sociedad española con los rumanos. Y es verdad que hubo un repunte de los robos relacionado con esa comunidad, en gran medida porque en Rumania la tasa de delincuencia es más alta que en España, pero lo que ocurrió es que, en esas oleadas, llegaron solo varones jóvenes sin su familia, que no se integraron ni abandonaron los usos de su país, con un sustrato cultural más permisivo. No obstante, después fueron llegando sus familias, sobre todo mujeres y personas mayores, y su tasa de delincuencia fue bajando hasta llegar a los niveles de los nativos".

Por último, Alonso-Borrego señala que la fobia por la inmigración es siempre un problema económico: "Nadie presta atención a los jeques de Marbella o a los futbolistas, aunque tengan costumbres poco deseables o no paguen impuestos, del mismo modo que no fiscalizamos a los ingleses, que son una comunidad que se ha asentado en las costas y que tiene unas tasas de criminalidad mayores que las de los nativos y las de la mayoría de los inmigrantes. Pero a ellos se les presupone un buen nivel de vida y no son sospechosos de nada. Siempre se carga contra los mismos, que son, por otra parte, un elemento fundamental en nuestra economía, hasta el punto de que sin ellos colapsaríamos".

"En líneas generales, por mucho que algunos estén empeñados en reventarla, tenemos una enorme concordia social con los inmigrantes", zanja el economista.

placeholder Dos inmigrantes detenidos en la valla de Melilla. (EFE)
Dos inmigrantes detenidos en la valla de Melilla. (EFE)

Consultamos por último a Esteban Ibarra, presidente de Movimiento contra la Intolerancia y experto en integración de inmigrantes, quien tampoco ve motivos para la alarma. "Ya se dijo, cuando los incidentes de la quema de coches en Francia, que pronto estaríamos igual en España. Bien, han pasado 17 años y no veo esos conflictos por ninguna parte. Sucede que Francia ha establecido un modelo asimilacionista, en el que cualquier inmigrante pasa a ser francés tras pasar poco tiempo en el país, pero sin mezclar con los nativos, lo que favorece la creación de guetos. Es un modelo que ha fracasado. Igual que en Reino Unido y Estados Unidos, que han adoptado un modelo multicultural que ha funcionado mejor, pero que también favorece la creación de barrios por comunidades, porque se fomentan ciertos comportamientos mafiosos".

"España se decantó en 2007 por un modelo de integración intercultural, del que el barrio de Lavapiés, donde yo vivo, es un ejemplo. Hay mestizaje, hay comunicación entre los distintos colectivos y hay convivencia. Esto no ha quitado para que hubiera algunos repuntes de la criminalidad, pero nadie lo atribuyó a un colectivo en concreto", continúa Ibarra.

"La migración es algo natural en el ser humano y, con la globalización y las telecomunicaciones, es un hecho que va a ir a más. Hablamos de un conflicto que es histórico, que ya ha existido y va a seguir existiendo, y que tenemos que aprender a gestionar, porque necesitamos la inmigración. Antes de la pandemia, el 50% del crecimiento del PIB español venía aportado por los inmigrantes, tanto por su fuerza de trabajo como por la vía tributaria. De modo que hay que tender al equilibrio, porque ni los que quieren abolir las fronteras tienen razón, ni los que quieren cerrarlas tampoco. Es un problema que nos afecta a todos y que no debe ser abordado con fines electoralistas. España necesita de un pacto de Estado por la inmigración, en la línea de lo pactado en Marrakech en 2017, y, a ser posible, que se cumplan los acuerdos", concluye Ibarra.

Mila tiene 26 años y es familiar de un trabajador del Real Madrid. El sábado pasado viajó a París para ver la final de la Champions junto a tres amigas, no relacionadas con el club pero sí hinchas. Tardaron casi dos horas en llegar desde su céntrico hotel hasta Saint-Denis —una comuna apenas 10 kilómetros al norte del la capital donde se encuentra el estadio—, porque la línea de metro estaba cerrada y varias empresas de alquileres de coche se negaron a entregarles un vehículo. "Lo primero que nos preguntaban es si íbamos a Saint-Denis. Al decir que sí, porque las cuatro llevábamos camisetas del Madrid y tampoco podíamos mentir, nos decían que en ese barrio no podíamos aparcarlo. Que una podía llevarnos y luego aparcar más cerca, pero que allí no se podía dejar el coche por riesgo de destrozos".

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