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El GRU, la rama más agresiva (y menos cautelosa) de la inteligencia rusa
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El GRU, la rama más agresiva (y menos cautelosa) de la inteligencia rusa

El GRU es en realidad el servicio de inteligencia militar, lo que explica tanto que tenga competencias en el extranjero como el carácter paramilitar de muchas de sus acciones

Foto: Putin, durante su entrevista con Tucker Carlson. (Europa Press)
Putin, durante su entrevista con Tucker Carlson. (Europa Press)
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La Rusia contemporánea es un país gobernado por sus servicios de inteligencia. Su presidente es un antiguo oficial del KGB, igual que el director del Consejo de Seguridad Nacional y sus principales miembros, y los propietarios de muchas de las principales empresas del país. La política exterior, la diplomacia cultural y las exportaciones son gestionadas desde esa mentalidad, como gigantescas operaciones de influencia, e incluso la invasión de Ucrania fue inicialmente concebida como un golpe de mano rápido, la obra de alguien —el propio Vladímir Putin— que piensa estratégicamente como un espía y no como un militar.

Lo que no resulta tan evidente es que en el país operan a la vez varios servicios diferentes, que no solo se vigilan entre sí, sino que compiten por ganarse el favor de Putin. Es bien conocido que tras la caída de la URSS, el antiguo KGB fue dividido en varias secciones: el Servicio de Seguridad Federal (FSB), el Servicio de Inteligencia Exterior (SVR) y otros que fueron rápidamente canibalizados por los primeros. Pero junto a estos coexiste otro que en los últimos años no ha dejado de ganar prominencia pública, debido a la agresividad que despliega en sus operaciones y al papel que ha jugado en territorio occidental: el GRU, por las siglas en ruso de Glávnoye Razvédyvatelnoye Upravlenie, o Departamento Central de Inteligencia.

El GRU es en realidad el servicio de inteligencia militar, lo que explica tanto que tenga competencias en el extranjero como el carácter paramilitar de muchas de sus acciones. Es también el servicio más antiguo del país, creado en 1918 por Lev Trotski, y se ha visto menos afectado que otras instituciones por las remodelaciones y los cambios políticos en el país. En la división tradicional de competencias creada en los años noventa, el SVR se encargaba del espionaje en el exterior y el FSB de la lucha contra el terrorismo, el crimen organizado y la contrainteligencia (si bien sus primeros responsables maniobraron para que se les atribuyesen también funciones en todos los países de la antigua URSS, que en la mentalidad del Kremlin constituyen territorio doméstico). En ese esquema, el GRU era el músculo, enfocado sobre todo en cuestiones militares. Para ello cuenta con su propio cuerpo de fuerzas especiales, los legendarios Spetsnaz.

Este reparto, sin embargo, nunca ha estado completamente claro: por ejemplo, los tres servicios tienen sus propios equipos de hackers destinados a espiar y llevar a cabo operaciones de interferencia en otros países, hasta el punto de que dos de ellos (los llamados Fancy Bear del GRU y Cozy Bear del SVR) llegaron a estar infiltrados al mismo tiempo en el servidor del Comité Nacional Demócrata antes de las elecciones de EEUU en 2016, sin saber uno del otro. La invasión de Ucrania ha terminado de borrar estas diferencias. “Ahora estas distinciones ya no están tan claras: las tres agencias están profundamente implicadas en la guerra en Ucrania, y las tres han estado reclutando activamente nuevos agentes en el extranjero entre los recién exiliados”, señalan Andrei Soldatov e Irina Borogan, dos periodistas rusos especializados en los servicios de seguridad de su país, en un reciente artículo de la publicación Foreign Affairs.

Foto: EC Diseño.

Soldatov y Borogan advierten: tras la debacle que les supuso el inicio de la invasión y los fallos de planificación, los servicios de inteligencia rusos se han reagrupado y se están desplegando con energía renovada en Europa y otros lugares. Pero la realidad es que nunca se fueron, como demuestra la propia historia reciente del GRU.

Operaciones por toda Europa

En octubre de 2014, un arsenal estalló en la localidad checa de Vrbetice, matando a dos personas. Dos meses y medio después se produjo una segunda explosión. Al principio el incidente se abordó como un episodio accidental, pero la investigación pronto reveló que el material que se había consumido en la deflagración estaba destinado a Ucrania, lo cual levantó unas cuantas sospechas. Siete años después, las autoridades lanzaron la bomba: los sospechosos del sabotaje eran dos operativos del GRU, Alexander Mishkin y Anatoliy Chepiga.

Los nombres eran bien conocidos para los servicios secretos europeos. Ambos eran los responsables del envenenamiento con Novichok del exespía ruso Sergei Skripal en la localidad inglesa de Salisbury en 2018, que resultó un enorme fiasco: aunque Skripal y su hija fueron intoxicados, la dosis no resultó letal, pero el frasco de perfume en el que los operativos habían camuflado la peligrosa sustancia, abandonado en una papelera, acabó provocando la muerte de una ciudadana británica y la hospitalización de su novio. Además, los responsables fueron captados por las cámaras de seguridad del aeropuerto bajo las identidades falsas de Alexander Petrov y Ruslan Boshirov.

Esas imágenes permitieron a la organización de investigación en fuentes abiertas Bellingcat encontrar no solo los nombres reales de Petrov y Boshirov, sino también los de otros miembros de su unidad. Al cotejar los números de los pasaportes presentados por estos operativos ante las autoridades británicas con los de una base de datos comprada en la Dark Web rusa, y al darse cuenta de que las cifras eran correlativas, obtuvieron los datos de otros miembros del GRU que también habían participado en numerosas operaciones recientes: el intento de asesinato, en 2015, del traficante búlgaro Emilian Gebrev, que enviaba armas al ejército ucraniano para la guerra en el Donbás, o el plan para llevar a cabo un golpe de estado en Montenegro en 2016 e impedir la entrada de este país en la OTAN.

Foto: Tucker Carlson durante la entrevista a Vladimir Putin. (Fotografía: Reuters) Opinión

Todo ello habría sido llevado a cabo por la llamada Unidad 29155, a la que pertenecían Mishkin y Chepiga. Otros miembros de este grupo, tal y como cuenta hoy José María Olmo, pasaron por Cataluña en varias ocasiones desde fecha tan temprana como 2014.

El GRU también ha estado implicado en el sabotaje de los arsenales de Gebrev en Bulgaria en otras cinco ocasiones entre 2011 y 2022, así como en asesinatos de líderes chechenos en Turquía, y en una campaña dirigida a desestabilizar Moldavia. Otra operación notoria fue el intento, en 2018, de hackear las instalaciones en La Haya de una institución vinculada a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ), que en aquel momento analizaba las muestras de Novichok del incidente de Salisbury. Fue otro fiasco que se saldó con la detención de seis miembros del GRU en Holanda.

Detenciones y expulsiones

Las autoridades holandesas se apuntaron otro tanto en contrainteligencia en 2022 al destapar que el supuesto ciudadano brasileño Victor Muller Ferreira era en realidad un miembro del GRU llamado Sergei Vladimirovich Cherkasov. Este individuo había desarrollado una elaborada tapadera que incluía un período de estudios en Irlanda, y con la que había logrado un trabajo de bajo nivel en el Tribunal Penal Internacional, que para entonces ya había empezado a investigar los crímenes de guerra de Rusia en Ucrania. Un ejemplo paradigmático de los llamados ilegales, que operan bajo otra identidad.

"Es casi imposible para los servicios de contrainteligencia descubrir a los ilegales, excepto aquellos del GRU que parecen haber tenido números de pasaporte secuenciales", aseguró John Sipher, antiguo director de las operaciones en Rusia de la CIA, en un artículo en el diario The Guardian a propósito del caso Cherkasov. “Casi siempre es una fuente humana”.

El arresto de Cherkasov, que fue condenado a más de cinco años de cárcel por utilización de una identidad falsa, se produjo en mitad de una oleada de expulsiones de supuestos diplomáticos rusos por toda Europa, que según fuentes de seguridad europeas eran en muchos casos miembros de los servicios de inteligencia de su país, lo que ha dañado seriamente las redes de espionaje rusas en el extranjero. Eso explica por qué cada vez hay más operativos rusos pillados en el acto o desenmascarados: esto sucede justo en el momento en el que Rusia más necesita información sobre sus adversarios, lo que hace que sus profesionales se la jueguen cada vez más, con coberturas más endebles que de costumbre y corriendo riesgos que de otro modo evitarían.

Foto: Donald Trump, en un mitin de campaña. (EFE)

A modo de ejemplo, en marzo de 2022 las autoridades de Eslovaquia hicieron público un vídeo en el que se veía cómo un oficial del GRU con un cargo relativamente alto, el teniente coronel Sergei Solomasov, que operaba bajo la cobertura de asistente al agregado militar en Liubliana, daba instrucciones a un colaborador local para que le ayudase a reclutar a otros activos en el país. El episodio se saldó con la expulsión inmediata de Solomasov.

Dado que todo su personal procede del ámbito militar, más entrenado para el uso de la fuerza que para el trabajo clandestino, el GRU ha sido a menudo visto como un servicio mucho más rudo y menos sofisticado que sus equivalentes en el SVR, o incluso en el FSB. Eso explicaría la relativa facilidad con la que se ha identificado públicamente a algunos de sus miembros. Pero existe una teoría alternativa: la de que la inteligencia militar rusa no es más cuidadosa porque no lo necesita. Según algunos especialistas, las supuestas torpezas son también un modo de mandar un mensaje, una operación psicológica en sí misma al subrayar su capacidad de operar casi a voluntad en territorio enemigo.

Este pasado enero, el capitán de la Armada italiana Walter Biot fue condenado en firme a más de 29 años de prisión por haberle entregado documentos clasificados a un agregado militar de la embajada rusa en Roma, Dimitri Ostroukhov, a cambio de 5.000 euros en 2021. El intercambio, sin embargo, fue detectado por el servicio de inteligencia italiano y documentado en un vídeo mostrado durante el juicio. Ostroukhov y su superior en la capital italiana, Alekseky Nemudrov, ambos miembros del GRU, fueron expulsados fulminantemente. Los operativos rusos habían identificado el punto débil de Biot, padre de cuatro hijos y con uno de ellos gravemente enfermo y necesitado de un tratamiento muy caro, y lo habían explotado para convencer al militar italiano de que traicionase a su país. Todo un recordatorio de que así, en silencio, los espías rusos siguen trabajando de forma incansable.

La Rusia contemporánea es un país gobernado por sus servicios de inteligencia. Su presidente es un antiguo oficial del KGB, igual que el director del Consejo de Seguridad Nacional y sus principales miembros, y los propietarios de muchas de las principales empresas del país. La política exterior, la diplomacia cultural y las exportaciones son gestionadas desde esa mentalidad, como gigantescas operaciones de influencia, e incluso la invasión de Ucrania fue inicialmente concebida como un golpe de mano rápido, la obra de alguien —el propio Vladímir Putin— que piensa estratégicamente como un espía y no como un militar.

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