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La dimisión de Costa deja al socialismo ibérico sin su promesa para la cúpula de la UE
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Adiós al candidato ideal

La dimisión de Costa deja al socialismo ibérico sin su promesa para la cúpula de la UE

La caída del primer ministro portugués elimina a uno de los principales candidatos para el reparto de altos cargos de la Unión Europea en verano de 2024

Foto: António Costa, junto al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (Europa Press/Francisco J. Olmo)
António Costa, junto al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. (Europa Press/Francisco J. Olmo)

António Costa paseaba por las calles mal iluminadas del centro de Vilna (Lituania) la noche del 10 de julio, el día antes del inicio de la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN. Al cruzarse con un grupo de periodistas españoles y desearles buenas noches, les preguntó cómo había ido el debate entre su buen amigo Pedro Sánchez y el líder conservador Alberto Núñez Feijóo, que se celebró esa misma noche. Ese cara a cara en el que el presidente del Gobierno sudó y recibió golpe tras golpe sin saber reaccionar del todo a la ofensiva del candidato popular.

Costa preferiría haber escuchado otra cosa. Afianzado en el poder tras una amplia victoria en las elecciones legislativas de enero de 2022, la incertidumbre en España le podía sonar lejana, pero le importaba mucho. Sánchez había sido un aliado estrecho en los últimos años y perderlo en el Consejo Europeo, el foro de líderes de la UE, era un contratiempo importante. Entonces, una periodista le lanzó la pregunta: “¿Le veremos por Bruselas el año que viene?”. Costa sonrió y se dio la vuelta, continuando con su paseo nocturno.

La previsible derrota de Sánchez no era preocupante únicamente desde la perspectiva ibérica y del tándem que había formado con Costa para algunos asuntos, como la negociación de la llamada “excepción ibérica”, que permitió establecer un tope a los precios del gas en España y Portugal en plena crisis energética. Para los socialistas europeos se trataba de un contratiempo importante de cara al final de la legislatura europea. Las elecciones al Parlamento Europeo se celebrarán en junio de 2024 y justo después comenzará la negociación para diseñar la cúpula institucional de la Unión. En este proceso, todo acaba reduciéndose a la composición del Consejo Europeo, el foro de jefes de Estado y de Gobierno de la UE, que, eso sí, tiene que tener en cuenta los equilibrios en la Eurocámara tras los comicios. Perder el asiento de España era un golpe para los socialistas, que tienen, además del Gobierno español, solamente los de Alemania, Portugal, Rumanía, Dinamarca y Malta.

Foto: Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. (Reuters/Juan Medina)

Ahora, unos meses después de aquel paseo en Vilna, Sánchez, que entonces parecía casi sentenciado, con todas las encuestas en contra, está terminando de atar su investidura para continuar al frente del Gobierno y Costa, en aquel momento tan sólido e incluso con aspiraciones europeas, acaba de presentar su dimisión a raíz de una investigación judicial por un caso de corrupción y tráfico de influencia por el que su jefe de gabinete ha sido arrestado. El hasta ahora primer ministro portugués estaba en todas las quinielas para ser futuro presidente del Consejo Europeo, un puesto ahora mismo en manos de la familia liberal y que los socialdemócratas quieren asumir para que refleje mejor el reparto de poder en la cúpula de la UE, dejando a los liberales el Alto Representante de la Unión para Política Exterior y de Seguridad, un cargo ahora ostentado por el socialista Josep Borrell.

Costa era la gran apuesta de los socialistas europeos, que este fin de semana se reúnen en Málaga con la participación de Olaf Scholz, canciller alemán, Mette Frederiksen, primera ministra danesa, Robert Abela, primer ministro de Malta, y Marcel Ciolacu, primer ministro de Rumanía, con un cuadro poco optimista. Perder al primer ministro portugués es un golpe duro, y además Sánchez llega a la reunión con su investidura todavía abierta. Costa reunía muchas condiciones: era un socialdemócrata del sur de Europa, muy infrarrepresentado en los equilibrios geográficos de la cúpula de la UE, un hombre que conocía bien el Consejo Europeo, cordial, con buenas relaciones con muchos de los líderes europeos, con los que en un futuro como presidente del Consejo Europeo tendría que trabajar y a los que tendría que coordinar.

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Costa era también una muy buena apuesta para España. Lisboa y Madrid están muy alineadas en sus prioridades y para el Gobierno español era una manera de garantizarse que sus puntos de vista y prioridades estaban bien reflejados al frente del foro de líderes europeos. El puesto del presidente del Consejo Europeo, aunque no esté formalmente limitado a los propios jefes de Estado y de Gobierno, hasta ahora siempre ha salido de entre sus miembros. Ha sido siempre un primus inter pares. Los líderes suelen querer un árbitro salido de entre ellos. Son reacios a escoger a nadie de fuera, por mucho que en las últimas horas se haya preguntado a Paolo Gentiloni, actual comisario de Economía y ex primer ministro italiano, de la familia socialista, si estaba interesado en el puesto, algo que ha desmentido rotundamente.

Elegir a un líder en activo significa que debe haber alguien dispuesto a abandonar el poder en su Estado miembro para asumir el de un órgano de la UE. Eso se ajusta bien en los casos de líderes que están en Gobiernos en funciones, o que están todavía en el poder, pero claramente de salida. Costa ya acumulaba bastante desgaste desde 2015, aunque siguiera siendo una figura popular, y eso facilitaba su salto a Bruselas. Esas condiciones informales descartan a Scholz, que cuenta con un puesto con demasiado peso también a nivel europeo, y probablemente descarta a un Sánchez que acabará de empezar la legislatura si logra la investidura. Costa era, por lo tanto, un candidato ideal. Su marcha obligará a los socialistas a buscar alternativas si quieren mantener sus aspiraciones a un buen reparto del pastel de la cúpula de la UE.

António Costa paseaba por las calles mal iluminadas del centro de Vilna (Lituania) la noche del 10 de julio, el día antes del inicio de la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN. Al cruzarse con un grupo de periodistas españoles y desearles buenas noches, les preguntó cómo había ido el debate entre su buen amigo Pedro Sánchez y el líder conservador Alberto Núñez Feijóo, que se celebró esa misma noche. Ese cara a cara en el que el presidente del Gobierno sudó y recibió golpe tras golpe sin saber reaccionar del todo a la ofensiva del candidato popular.

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