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En EEUU, el crimen se disparó tras la pandemia. Todavía nadie sabe explicar por qué
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En EEUU, el crimen se disparó tras la pandemia. Todavía nadie sabe explicar por qué

Entre 2019 y 2020, los asesinatos crecieron en Estados Unidos un 30%, la mayor subida desde que se empezaron a registrar los homicidios a nivel nacional en 1905

Foto: Un agente de policía custodia la escena del crimen de un tiroteo en Fort Lauderdale, Florida, el pasado 5 de julio. (EFE/Cristóbal Herrera)
Un agente de policía custodia la escena del crimen de un tiroteo en Fort Lauderdale, Florida, el pasado 5 de julio. (EFE/Cristóbal Herrera)
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En 60 ciudades de Estados Unidos hay una aplicación de móvil que se llama Citizen y que está conectada a los servicios de emergencia del número de teléfono 911. Cada vez que hay una llamada por algún robo o agresión, por ejemplo, los operadores suben a la app estas alarmas y las colocan en el mapa de la ciudad, de manera que uno puede consultar, casi en tiempo real, los presuntos delitos que se están cometiendo en su barrio en ese momento. Lo que en principio parece una buena idea, quizás no lo sea tanto. Múltiples neoyorquinos consultados reconocen que dejaron de abrir esta aplicación para preservar su equilibrio mental. Cada vez que la miraban, descubrían que a dos manzanas había habido una violación o un apuñalamiento. Recordatorios de la fragilidad de la vida en una gran ciudad.

La aplicación Citizen se volvió popular, sobre todo, en el verano de 2020. Más allá de las evidentes consecuencias sanitarias y económicas de la pandemia de covid, otro de sus resultados, en Estados Unidos, ha sido un aumento de la violencia. Sobre todo de los homicidios. Los republicanos acusan a los demócratas de ser blandos y permisivos y los demócratas a los republicanos de recortar los servicios sociales y estimular la venta de armas, pero lo cierto es que nadie sabe muy bien cuáles son las razones que explican esta furia reminiscente de los años noventa. Una violencia que, aunque ya está en retroceso, se ha dado de manera misteriosamente repartida. En las ciudades y en el campo, en los feudos demócratas y en los republicanos.

Foto: Imagen de archivo que muestra el mural de George Floyd en Atlanta (EEUU). (EFE)

Entre 2019 y 2020, los asesinatos crecieron en Estados Unidos un 30%, la mayor subida desde que se empezaron a registrar los homicidios a nivel nacional en 1905. Los datos fueron recabados por el Centro de Control y Prevención de Enfermedades con base en la causa de muerte referida en los certificados de defunción. Un análisis paralelo del FBI, que aglutina información de los distintos departamentos de policía locales, arroja una cifra muy parecida: un aumento del 29%. El año inicial del covid se zanjó con 21.750 asesinatos en la primera potencia del mundo.

Una de las causas más barajadas es la parálisis de las fuerzas de seguridad en aquellos meses, obligadas a vigilar la aplicación de nuevos protocolos de salud y sometidas también a las limitaciones y a los contagios. La desbordada policía habría dejado el terreno despejado para los ajustes de cuentas, las guerras de bandas y la delincuencia común en un país donde circulan 466 millones de armas de fuego, sin contar con aquellas que no están registradas.

Pero esto no termina de explicar por qué estos niveles de violencia se mantuvieron también en 2021 y en 2022, cuando la sociedad, vacunas mediante, ya se había adaptado a vivir de manera razonablemente práctica con el virus. En 2021 y en 2022 estas enormes cifras de homicidios se mantuvieron casi sin cambios.

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Otro elemento a tener en cuenta es el asesinato del afroamericano George Floyd a manos de un policía blanco, que desencadenó, en el verano de 2020, la mayor ola de protestas en EEUU en medio siglo. Las manifestaciones antirracistas entraron en erupción, acompañadas a menudo de vandalismo y violencia callejera. En este clima de caos y tensiones raciales, la policía, blanco de la ira generalizada de una población que además acababa de salir del primer confinamiento, sintió que no tenía el apoyo ni de buena parte de la gente ni de las autoridades y que estaba siendo injustamente retratada. Como decía un agente a El Confidencial ese verano: “No voy a ser tan activo a la hora de arrestar a alguien” por miedo a que cualquier forcejeo con un sospechoso fuese grabado en vídeo y denunciado como una agresión racista.

Un estudio del Public Policy Institute of California, publicado a finales de 2020 y revisado en 2022, refleja un fenómeno que ya había sido observado en otras épocas: cuando la policía se coloca en el punto de mira mediático por un caso polémico de abuso policial, la actividad de los agentes y sus interacciones con los civiles disminuyen, y todo tipo de delitos aumentan en frecuencia.

La vertiente más extrema de las críticas a las fuerzas de seguridad se aglutinó bajo el lema "Defund the police" (“desfinanciad a la policía”), que abogaba por abolir o reducir el número de agentes para reemplazarlos por una mezcolanza incierta de psicólogos y trabajadores sociales. La iniciativa ganó tracción en la ciudad donde fue asesinado Floyd, Mineápolis; suficiente tracción como para provocar una ola de jubilaciones anticipadas y bajas médicas entre los agentes, de manera que la fuerza policial se redujo en torno a un 40%. Consecuencia: un aumento disparado de los robos de coche y del consumo de fentanilo, entre otros delitos. Algunos de estos agentes decidieron emplearse como guardias de seguridad privados en vecindarios ricos. La gente que los activistas decían querer proteger, las minorías y los pobres, fueron quienes encajaron en sus barrios dicho aumento de la criminalidad.

Foto: Un policía de Seattle, dirigiéndose a los manifestantes. (Reuters)

Pero la degradación más agresiva se dio en Portland, Oregón, una ciudad que pasó a ser, en el plazo de unos meses, el próspero Edén de los progresistas biempensantes, con sus restaurantes veganos, tiendas de comercio justo y una infinidad de mensajes woke por todo el espacio urbano, a una zona de guerra. Una mini República de Weimar donde la extrema izquierda chocaba con la policía y con los grupos de extrema derecha que venían de las regiones llanas y agrestes del estado.

Esta crispación casi bélica forzó a los propietarios de cientos de negocios a tapiar sus ventanas o a poner pies en polvorosa, y atrajo a buena parte de la gente sin hogar de la Costa Oeste que busca lugares donde no moleste la policía. El territorio sin ley de la verde Portland era un buen sitio. Al mismo tiempo, entre 2019 y 2022, los homicidios en este paraíso de la izquierda acaudalada subieron más de un 200%.

El Partido Republicano aprovechó para ligar este aumento de la violencia callejera a la gestión demócrata de la mayoría de las grandes ciudades. Según los conservadores, el buenismo woke, la retórica antipolicial y reformas como la eliminación del pago de fianza por algunos delitos, habían envalentonado a todo tipo de bandas armadas y depredadores urbanos. Sin embargo, la mayoría de las ciudades gobernadas por republicanos también habían registrado un avance similar de la violencia, complicando el estudio de sus causas.

"Los asesinatos crecieron más o menos lo mismo en las ciudades gobernadas por republicanos y en las gobernadas por demócratas"

“A pesar de las afirmaciones politizadas de que este aumento [del crimen] es el resultado de la reforma de la justicia penal en jurisdicciones de tendencia progresista, los asesinatos crecieron más o menos lo mismo en las ciudades gobernadas por republicanos y en las gobernadas por demócratas”, escriben Ames Grawert y Noah Kim, del Brennan Center for Justice. “Los llamados estados rojos [republicanos] vieron algunos de los índices de asesinatos más altos. Estos datos dificultan adjudicar las tendencias recientes a los cambios de políticas locales y revela el defecto central de los argumentos que pretenden politizar un problema tan complejo como el del crimen. En lugar de ello, las evidencias apuntan a causas nacionales generales”.

Un notable factor de fondo, según estos investigadores, es que el trauma económico de la recesión de covid se concentró drásticamente en la clase obrera. Mientras los empleados de cuello blanco pudieron seguir haciendo sus tareas desde el ordenador de casa, muchos de los que trabajaban en factorías, supermercados, construcción, minas, etcétera, se quedaron desempleados casi en el acto. La del covid habría sido “la recesión más desigual” de la historia de Estados Unidos.

A la situación económica desesperada se sumarían las consecuencias psicológicas del confinamiento: a veces en solitario, a veces con familias obligadas a convivir durante semanas en pequeños espacios. Varios estudios vinculan estas condiciones con un incremento de los problemas mentales, el abuso de alcohol y drogas, la conducción temeraria y una mayor tendencia general al comportamiento violento.

Foto: El suburbio de Highland Park (Chicago) tras el tiroteo del 4 de julio (REUTERS/Cheney Orr)

Otros factores a tener en cuenta, dicen Grawert y Kim, es que estos brotes criminales han estado concentrados en los barrios más pobres, lo que denominan como la “rígida geografía de la violencia”. Es cierto que los crímenes subieron en Nueva York, pero, siendo más precisos, lo hicieron sobre todo en vecindarios tradicionalmente desamparados. La proliferación de armas de fuego es otro claro factor, ya que estas se usaron en el 77% de los asesinatos, la mayor proporción desde el año 1960, según el FBI. Algo que rima con el hecho de que los norteamericanos comprasen 60 millones de armas entre 2020 y 2022. La mayoría de los asesinatos se produjeron también entre gente joven y, además, aunque los crímenes violentos aumentaron, los de propiedad, como el allanamiento de morada, descendieron.

La cautelosamente buena noticia es que los últimos datos preliminares de criminalidad reflejan por fin un enfriamiento de esta tendencia. Un análisis que recoge datos de 90 ciudades estadounidenses sostiene que los índices de homicidio han descendido un 11% en la primera mitad de este año (12). En algunas ciudades la tendencia es más clara, como en Filadelfia y Mineápolis, donde los homicidios se redujeron un 26,1% y un 36,9% respectivamente. Aun así, los tiroteos masivos, que se clasifican así a partir de los cuatro muertos, siguen galopando a niveles máximos. Otro testimonio de la violencia estructural, baje o suba algunos puntos, en EEUU.

En 60 ciudades de Estados Unidos hay una aplicación de móvil que se llama Citizen y que está conectada a los servicios de emergencia del número de teléfono 911. Cada vez que hay una llamada por algún robo o agresión, por ejemplo, los operadores suben a la app estas alarmas y las colocan en el mapa de la ciudad, de manera que uno puede consultar, casi en tiempo real, los presuntos delitos que se están cometiendo en su barrio en ese momento. Lo que en principio parece una buena idea, quizás no lo sea tanto. Múltiples neoyorquinos consultados reconocen que dejaron de abrir esta aplicación para preservar su equilibrio mental. Cada vez que la miraban, descubrían que a dos manzanas había habido una violación o un apuñalamiento. Recordatorios de la fragilidad de la vida en una gran ciudad.

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