Europa ama mirar su tumba vacía: el futuro pasa por superar la 'maldición de Steiner'
Los planes para una Europa competitiva en el futuro chocan con una tendencia europea a ver demasiado cerca su propio final, como reflejó George Steiner
George Steiner, filósofo y profesor franco-estadounidense, un homo europensis por excelencia, definió en 2004 los cinco principales rasgos representativos de Europa, publicados en un pequeño libro titulado "La idea de Europa". El primero son sus cafeterías, lugares de conspiración, lecturas, debates y flujo de ideas; el segundo es una naturaleza a escala del ser humano, sin la presencia de grandes terrenos inhóspitos como Siberia o el Sáhara; el tercero son los nombres de nuestras calles, que reflejan el recuerdo de grandes hombres y mujeres a lo largo de la historia; el cuarto es la doble ascendencia de la tradición de Atenas y de Jerusalén. El quinto axioma de Steiner, el más perturbador, es que Europa, a diferencia de los Estados Unidos, de África o de Asia, es consciente de su propia muerte.
Steiner apunta a que la cultura y la ciencia europea están llenas de ejemplos de esa tendencia, alimentada por la expectativa cristiana del fin del mundo. Cita a ejemplos alejados de la religión: a Newton o a Hegel y la "sensación de final" en su teoría de la historia. Pero se trata de una idea bastante más extendida y vulgar de lo que Steiner expresaba: la idea de que Europa está en decadencia, de que está llamada a un final, está en la mente de millones de ciudadanos sin necesidad de citar a Hegel. Está en los bares, en las conversaciones entre amigos y en las cafeterías que él mismo sitúa en el corazón de Europa.
La idea de que Europa es un lugar que ha quedado como un museo, como un escaparate del pasado, con algo de industria, pero fundamentalmente como un destino turístico para que sea visitado por aquellos ciudadanos de zonas ricas que lejos de nuestro declive se encuentran en un proceso de enriquecimiento y de crecimiento exponencial, es bastante popular. La Europa veneciana, de vieja potencia a museo viviente. El futuro es algo que pasa más allá de nuestras fronteras. Steiner fue capaz de elevar y de poner palabras a un elemento muy definitorio de la naturaleza europea, probablemente el más relevante en los últimos años, incluso si los datos no ofrecen demasiadas razones para dibujar un escenario demasiado catastrofista en el corto plazo.
"Dos guerras mundiales, que fueron en realidad guerras civiles europeas, llevaron este presentimiento —el del final de Europa— al paroxismo", explicó Steiner. "Entre agosto de 1914 y mayo de 1945, desde Madrid hasta el Volga, desde el Ártico hasta Sicilia, se calcula que un centenar de millones de hombres, mujeres y niños perecieron a causa de la guerra, la hambruna, la deportación, la limpieza étnica", señaló. Esa oscuridad densa de los treinta años de sangre europea dejaron innumerables heridas físicas y psicológicas en la sociedad.
El proyecto europeo que nació tras aquellos años de horror no trataba de mirar por el parabrisas hacia el futuro, sino que se trataba de un proyecto pensado para mirar siempre por el retrovisor, para evitar que la brutalidad europea, que la oscuridad de aquellos años, volviera a alcanzar a la sociedad. El futuro de Europa siempre se conjugó en pasado: este proyecto existe para evitar que vuelva la atrocidad del siglo negro. De hecho, toda la retórica alrededor de la Unión sigue profundamente enraizada con esa mirada por el retrovisor: se sigue hablando de un "proyecto de paz", de una supuesta debilidad del club que ha quedado ya demostrado que no se romperá fácilmente, pero a cuya destrucción se teme profundamente. En ocasiones parece que la destrucción de la Unión Europea fuera un escenario inevitable, aunque pueda retrasarse más o menos.
La mirada hacia el futuro
Por eso, los recientes pasos dados por la Unión Europea chocan con una cierta resistencia o, como mínimo, incredulidad por parte de muchos. La Comisión Europea ha presentado una serie de planes con el objetivo de acelerar las industrias verdes, ser menos dependientes de China en materias primas críticas y defender la industria europea frente a los regímenes de subsidios de Estados Unidos. Son una serie de medidas clave que buscan mantener a la Unión Europea competitiva y como una potencia global, aunque sea en un segundo lugar por detrás de EEUU y China.
Ahora, en una nueva fase de la historia, con una nueva competencia global entre dos superpotencias, cuando de verdad le ha llegado a Europa la hora de afrontar la condena a la total irrelevancia y a la subordinación, empiezan a circular ideas dirigidas, si no a competir, al menos a sobrevivir. Por primera vez desde hace tiempo, la alta política europea a nivel comunitario habla de futuro conjugando en futuro, aunque solamente lo haga para avisar de que esos días que vendrán pueden ser oscuros y difíciles, aunque el objetivo sea lograr la simple victoria pírrica de la supervivencia de tu autonomía. La incredulidad por parte de muchos ciudadanos hacia estos esfuerzos es natural, precisamente por esa tendencia general a creer que Europa está cerca de su final. Pero para tener éxito en estos planes, la UE necesitará contar con el apoyo ciudadano, y para ello, de alguna manera, habrá que superar el quinto axioma de Steiner. Europa tiene que volver a creer que tiene opciones de futuro, que se puede hablar de la Unión, ya no como un proyecto de paz, como algo de cristal, destinado a romperse tarde o temprano, sino como un proyecto consolidado, resistente, enfocado hacia el futuro.
El profesor no condenó a Europa de forma irremediable. Tras enumerar los cinco axiomas, se lanzó a dibujar algunas líneas maestras de cómo se podría afrontar el futuro y salvar “la idea de Europa”. Señala hacia la necesidad de la protección de las lenguas, tradiciones locales y sus autonomías sociales frente "a la marea de lo angloamericano", que él conecta directamente con el consumismo y con dar la espalda a la indagación y al humanismo. También habla de la oportunidad que genera la secularización de Europa ante un cristianismo en declive, la oportunidad de que "surja una Europa poscristiana (...) de las sombras de la persecución religiosa" que permita "una tolerancia sin precedentes".
Después, como último punto, el profesor pide retener el talento propio, evitar la fuga de cerebros, la marcha de las mentes brillantes. Admite que la sangría es grave en muchos campos, pero también dice que "sin embargo, corregir esto tanto económicamente como psicológicamente no se halla todavía fuera de nuestro alcance". El final no es irremediable, y aunque Steiner habla de un futuro en el que Europa no lucha por la competencia económica o tecnológica con EEUU o Asia, y apuesta por una casi utópica "revolución antiindustrial" centrada en una nueva revolución humanista del hombre europeo, lo cierto es que sabe identificar la idea clave para la supervivencia de Europa: retener una cierta iniciativa y autonomía.
Europa lleva mucho tiempo, siglos, pensando que ha dejado sus mejores días atrás. Incluso aquellos protagonistas de los momentos que consideramos más brillantes de nuestro pasado miraban todavía más atrás pensando que el cenit de la civilización se encontraba hacía siglos. El peso de la historia sobre los hombros de los vivos en Europa ha sido siempre enorme, y los grandes progresos en su desarrollo se han producido también pensando que el continente ya se encontraba en declive. La tarea política de los próximos años consiste en volver a intentar demostrar que Europa puede conjugarse en futuro y convencer a los ciudadanos de que el destino no está ya escrito para el continente, y que la Unión Europa es el único instrumento posible que permite la supervivencia de todas las ideas que representa Europa.
George Steiner, filósofo y profesor franco-estadounidense, un homo europensis por excelencia, definió en 2004 los cinco principales rasgos representativos de Europa, publicados en un pequeño libro titulado "La idea de Europa". El primero son sus cafeterías, lugares de conspiración, lecturas, debates y flujo de ideas; el segundo es una naturaleza a escala del ser humano, sin la presencia de grandes terrenos inhóspitos como Siberia o el Sáhara; el tercero son los nombres de nuestras calles, que reflejan el recuerdo de grandes hombres y mujeres a lo largo de la historia; el cuarto es la doble ascendencia de la tradición de Atenas y de Jerusalén. El quinto axioma de Steiner, el más perturbador, es que Europa, a diferencia de los Estados Unidos, de África o de Asia, es consciente de su propia muerte.