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El gran plan demócrata ante la imputación histórica de Trump: no mover ni una ceja
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El gran plan demócrata ante la imputación histórica de Trump: no mover ni una ceja

Joe Biden decidió seguir uno de los grandes principios militares enunciados desde la Antigüedad: "Cuando tu enemigo cava su tumba, no lo distraigas"

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden, ignora las preguntas de la prensa sobre la imputación de Donald Trump, frente a la Casa Blanca. (Reuters/Jonathan Ernst)
El presidente de EEUU, Joe Biden, ignora las preguntas de la prensa sobre la imputación de Donald Trump, frente a la Casa Blanca. (Reuters/Jonathan Ernst)
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A primera vista, la imputación de Donald Trump por un gran jurado de Manhattan es un regalo para su campaña presidencial. El magnate siempre se ha presentado como una víctima de los poderes establecidos. Los mismos poderes que le habrían robado las elecciones en 2020, según los bulos, rigurosamente desmentidos, que propagó su campaña, y que ahora conspirarían para encarcelar al autodenominado campeón de "los hombres y mujeres olvidados de América". Pero los escándalos judiciales, si bien le permiten recuperar la atención de los medios y llenar los cofres de campaña, pueden no ser suficientes para volver a ganar unas elecciones presidenciales.

"Animo tanto a los críticos del Sr. Trump como sus seguidores que dejen que el proceso se desarrolle pacíficamente y de acuerdo con la ley", declaró el líder de la mayoría demócrata del Senado, Chuck Schumer, al conocer la imputación. El tono del partido progresista fue similar a lo largo y ancho de sus filas: que la justicia haga su trabajo, que la política no interfiera, nadie está por encima de la ley, etcétera. Preguntado por los reporteros, el presidente de EEUU, Joe Biden, dijo que no tenía ningún comentario que hacer al respecto.

Foto: Donald Trump. (Reuters/Octavio Jones)

El tono distante de los demócratas respecto a Trump data de la primavera de 2020, cuando Joe Biden, entonces candidato presidencial, decidió seguir uno de los grandes principios militares enunciados, con distintas palabras y en distintos lugares, desde la Antigüedad: "Cuando tu enemigo cava su tumba, no lo distraigas".

Aquel mes de marzo, la pandemia de covid le estalló en la cara a un presidente, Donald Trump, sin experiencia previa, que había reducido las capacidades de los organismos científicos del Gobierno, que atacaba en público a las autoridades médicas y cuyo electorado estaba compuesto, en buena parte, por escépticos del virus. Así que Biden, que no tenía que darse a conocer, se encerró en su sótano de Delaware y se dedicó a ver cómo su rival se enredaba en una maraña de emergencias. Cuando llegó la hora de votar, una mayoría de estadounidenses apostó por las credenciales de un previsible político de los de toda la vida.

El demócrata Biden, ya en el poder, prometió "bajar el volumen" de la conversación política. Por ejemplo, redujo sus ruedas de prensa y su exposición general a los periodistas. Si los reporteros realmente querían información, y no pillar a Biden diciendo alguna de las torpezas por las que es famoso, tenían a su disposición toda una burocracia de expertos, subsecretarios y portavoces repletos de datos. El presidente trató de centrarse en cuestiones menos contenciosas, como la economía o las infraestructuras, y dejar las guerras culturales a los jóvenes.

A un año y medio de los comicios, es imposible saber si esta estrategia de serenidad, desdén y contemporización, que previsiblemente mantendrá Joe Biden si se presenta a un segundo mandato, volverá a dar sus frutos. Una de las claves más importantes reside en los republicanos moderados y aparentemente desencantados con Trump. Aquellos que apreciaron su mensaje relativamente nuevo, antiglobalización, antiélites urbanitas que te dicen cómo vivir, y antiobsesión con la raza y el género, pero que se acabaron cansando de sus cada vez más flagrantes quebrantamientos del decoro y de la normalidad constitucional.

El intento de perpetuarse ilegalmente en el poder y las arengas a la turba que acabó irrumpiendo en el Capitolio no fueron suficientes para romper el dominio de Trump de la base electoral, y, por extensión, del Partido Republicano. Pero diversas encuestas reflejan que la popularidad del expresidente, más allá del núcleo duro de seguidores, no quedó intacta. Según los sondeos que Pew Research Center ha ido elaborando desde diciembre de 2016 hasta octubre de 2022, la proporción de republicanos que sentían simpatía o mucha simpatía por Donald Trump bajó moderadamente en esos seis años: del 73% al 60%. Aquellos a los que les era antipático o muy antipático pasaron del 15% al 24%.

No son números particularmente impresionantes, pero hay que tener en cuenta que Trump sacó casi tres millones de votos menos que Hillary Clinton en 2016 (ganó debido a que la superó en delegados) y siete millones menos que Joe Biden en 2020. En otras palabras: el republicano no se puede permitir andar perdiendo votantes. Ni de ultraderecha, ni moderados, ni independientes.

Foto: El exagente de la CIA Steven L. Hall. (Getty/Drew Angerer)

Este sensible descenso en el apoyo se confirmó un mes después de publicarse el sondeo. Los candidatos que Trump habría refrendado en persona por todo Estados Unidos, para ocupar puestos de gobernador y en los parlamentos federal y estatales en las elecciones de medio mandato, se desempeñaron regular. Las fuerzas trumpistas desbancaron a ocho de los diez congresistas que votaron a favor del segundo impeachment en 2021, a raíz del asalto al Capitolio. Pero los cinco candidatos de las carreras más reñidas que él apoyó, perdieron. Más notable fue la derrota de cinco de los seis aspirantes que él aupó, para gobernador o senador, en los estados clave de Arizona, Michigan, Nevada, Pensilvania y Georgia.

Este hecho, el que en unas elecciones de medio mandato el partido que controla la Casa Blanca lograse ampliar su mayoría en el Senado y perder en la Cámara de Representantes por apenas diez escaños, forzó a los republicanos a reflexionar. Los moderados, como el senador Mitt Romney o el gobernador Larry Hogan, apuntaron a quien consideraban el claro culpable: Trump. Si miramos los anales políticos, el partido en la oposición tendría que haber arrasado. Pero no fue así. Poco después, Trump anunció campaña presidencial, y The New York Post, el tabloide más afilado de Estados Unidos, dedicó a Trump un pequeño, disimulado y aburrido titular: "Un señor de Florida hace un anuncio".

Los resultados de las midterms abrieron posibilidades interesantes. El vencedor indiscutible de la noche fue el gobernador de Florida, Ron DeSantis, reelegido con 19 puntos de diferencia sobre su rival; un político que se ha esforzado en moldear un mensaje híbrido que mezcla el populismo en cuestiones como la inmigración y las políticas identitarias con un conservadurismo tradicional de libre mercado. La idea de tener a una especie de Trump más joven, previsible y domesticado como presidente podría seducir a un oficialismo republicano obligado a defender a Trump de cara a la galería (a las bases), pero cansado de ponerse de perfil y de manufacturar comunicados vacíos cada vez que el magnate hace una de las suyas.

Foto: Stephanie Clifford, conocida también como Stormy Daniels, y Donald Trump. (Reuters/Joshua Roberts)

Más allá de los conflictos latentes dentro de la derecha, también en la izquierda hay candidatos moderados que perciben oportunidades. Ponen como ejemplo el caso de la congresista nacionalpopulista y ultraconservadora Lauren Boehbert, de Colorado, quien tenía previsto navegar suavemente hacia la reelección en 2022. Su perfil tenía talla nacional, era favorita entre las bases y no había razón para temer una derrota en un país donde lo difícil suele ser desbancar a alguien, no repetir mandato.

Sin embargo, las cosas se le pusieron difíciles a Boebert. Hubo un momento en el que su rival, el demócrata Adam Frisch, se puso por delante en el recuento. Al final, Boebert ganó por el filo de una hoja de papel de fumar: apenas 564 votos. "Pasé la mayor parte de mi tiempo intentando convencer a la gente de que yo era una opción lo suficientemente segura, de que no dejara la papeleta en blanco", dijo Frisch a la agencia Associated Press. "De que votasen a un no-republicano por primera vez en mucho, mucho tiempo", agregó. El demócrata lo intentará de nuevo en 2024.

¿Ha bajado la fiebre del trumpismo? ¿O subirá de nuevo, estimulada por la imputación y el proceso a Donald Trump, que además puede no ser el último, dado que hay otras tres investigaciones abiertas? Esa es la esperanza de Biden y de los demócratas: romper el sortilegio que la antigua estrella de la telerrealidad todavía mantiene sobre una buena parte del electorado estadounidense.

A primera vista, la imputación de Donald Trump por un gran jurado de Manhattan es un regalo para su campaña presidencial. El magnate siempre se ha presentado como una víctima de los poderes establecidos. Los mismos poderes que le habrían robado las elecciones en 2020, según los bulos, rigurosamente desmentidos, que propagó su campaña, y que ahora conspirarían para encarcelar al autodenominado campeón de "los hombres y mujeres olvidados de América". Pero los escándalos judiciales, si bien le permiten recuperar la atención de los medios y llenar los cofres de campaña, pueden no ser suficientes para volver a ganar unas elecciones presidenciales.

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