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Trump usa su imputación como lanzallamas en la carrera presidencial y su relato de caza de brujas
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por violar presuntamente la ley electoral

Trump usa su imputación como lanzallamas en la carrera presidencial y su relato de caza de brujas

Hasta la nueva cita electoral queda más de un año y medio, pero puede ser un año y medio convulso, como no podía ser de otra forma en un país sociopolíticamente descompuesto

Foto: Donald Trump. (Reuters/Octavio Jones)
Donald Trump. (Reuters/Octavio Jones)

Todo lo que tenga que ver con Donald Trump, en Estados Unidos, viene bañado por el miedo y la superstición, como si lidiáramos con lo oculto. Las reglas convencionales de la política jamás han servido para comprender a un hombre que ve la vida como una serie de televisión en la que él vence a sus enemigos. A Trump se le ha dado por muerto muchas veces; la última, cuando trató por todos los medios de interrumpir, por primera vez en la historia norteamericana, la transferencia pacífica de poder, provocando un asalto al Capitolio que sigue siendo investigado. Pero ni siquiera este intento de golpe de Estado lo mató políticamente, y menos lo va a hacer la imputación por lo penal del gran jurado neoyorquino. Lejos de mancillarlo ante sus fieles, lo reforzará, llenará sus cofres de campaña y confirmará su relato victimista: Trump es el verdadero campeón del pueblo, por eso van a por él.

“La manipulación del sistema de justicia por parte del régimen de Biden parece salida de un programa de terror de la Rusia estalinista”, declaró Trump ante sus seguidores, durante un mitin el pasado sábado en Waco, en Texas. Una semana antes había dicho estar al tanto, por una supuesta filtración, de que lo iban a detener por violar presuntamente la ley electoral al haber pagado a una actriz porno durante su campaña de 2016. A las palabras de Trump siguieron imágenes falsas en las que se lo veía dramáticamente esposado, y una cobertura mediática completa de los dimes y diretes de la Fiscalía, de Trump y de las manifestaciones que se celebraron a su favor junto al juzgado de Manhattan y su residencia de Mar-a-Lago, en Florida.

Foto: El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump. (Reuters/Leah Millis)

El terreno ya estaba roturado, las semillas plantadas, y este jueves a media la tarde, hora de Nueva York, The New York Times publicaba que la decisión ya estaba tomada: el gran jurado había decidido imputarlo y era muy probable que el fiscal, Albin Braggs, lo aceptara. Inmediatamente, se conjuraron las imágenes de la policía tomando las huellas dactilares de Trump en un tétrico sótano iluminado por una temblorosa luz fosforescente, y de su comparecencia ante el juez. O bien la otra opción: Trump desafiante en su mansión de Florida, esperando entregar a sus seguidores la foto soñada. La de la detención de quien sigue siendo el líder oficioso de la oposición. El republicano con más posibilidades de ser presidente. De nuevo. La audiencia judicial contra el expresidente se ha fijado para el martes 4 de abril a las 14:15 de Nueva York (20:15, hora española) según un portavoz de la corte que habló con la cadena estadounidense CBS.

Así ha sido como Trump, después de haber estado dos años alejado de las portadas de los medios tradicionales, y del radar del grueso de los votantes, ha vuelto a capitanear las cabeceras informativas, como si hubiésemos vuelto al lustro trumpiano que duró de 2016 a 2021. Lo que en el gremio mediático se conoce como el Trump bump; es decir, el bump, o “bulto”, que se produjo en los índices de audiencia gracias a las gamberradas constantes del neoyorquino. Una estrategia pirotécnica que le sirvió a él, para deslizar luego su mensaje a los votantes, y a los grandes medios: para subir los índices y pegarse una época de vacas gordas.

Pero, en realidad, Trump nunca se fue. Mientras The New York Times, CNN o MSNBC relegaban al expresidente a un lugar mediocre de las parrillas, y Twitter y Facebook mantenían la suspensión aplicada tras la violencia del Capitolio, el líder republicano reagrupaba a sus fuerzas, recibía a los gerifaltes del partido en su mansión de Florida, se paseaba por los distritos clave, daba mítines, colgaba mensajes en la red conservadora TruthSocial y recaudaba dinero. Montones y montones de dinero.

Solo en 2022, su campaña amasó cerca de 80 millones de dólares, una cantidad astronómica para alguien que, hasta noviembre, ni siquiera estaba de campaña. Estas últimas dos semanas han servido para que el equipo de Trump ampliase plantilla y pasara el cepillo por sus millones de seguidores. Apenas unos minutos después de conocerse la imputación filtrada por el Times, este jueves, llegó un correo de Trump: “Estamos viviendo el capítulo más oscuro de la historia americana”, decía el mensaje. “La Izquierda Radical —enemiga de los hombres y mujeres trabajadores de este país— me ha IMPUTADO en una asquerosa caza de brujas”.

El respaldo a Trump tiene tres dimensiones. La primera dimensión es el núcleo duro de su base electoral, el apoyo auténtico, el que sienten en los corazones aquellos que demuestran una y otra vez que jamás abandonarán a su líder. Esta base incluye a quienes entraron en los pasillos del Capitolio convencidos de que estaban haciendo historia: recuperando el Gobierno de manos de la casta inmunda de Washington, la “Ciénaga”, sin saber que los vídeos que en ese momento colgaban en Facebook con la cara iluminada iban a servir como prueba para procesarlos y encerrarlos.

Foto: Los asaltantes, en el interior del Capitolio de los Estados Unidos. (EFE/Jim Lo Scalzo)

El diálogo de Trump con su base es constante. Se produce en TruthSocial y en pequeños canales de extrema derecha, en los mítines y en los gestos. Hace unos días, apareció blandiendo un bate de béisbol junto a la foto del fiscal Bragg, una evocación de violencia en línea con otros de sus comentarios recientes, insinuantes del caos que se desataría en el país de ser él arrestado.

La otra dimensión es el Partido Republicano, sus líderes, sus estructuras. El prestigio de Trump en el núcleo duro del nacionalpopulismo es tan alto que el partido solo puede bailar a su son, consciente de que dar la espalda a Trump puede ser un suicidio político. Por eso, la narrativa de la “caza de brujas” ha sido rápidamente adoptada por el oficialismo, empezando por su líder en el Congreso, Kevin McCarthy.

El presidente de la Cámara de Representantes acusó al fiscal que investiga a Trump, Alvin Bragg, de haber “dañado irreparablemente a nuestro país en un intento de interferir en nuestras elecciones presidenciales”. McCarthy añadió que Bragg “rendiría cuentas” por su “abuso de poder sin precedentes”, en referencia a la capacidad de los congresistas republicanos de obligar al fiscal a comparecer en Washington, uno de los escenarios que se pueden acabar produciendo.

El resto de los líderes conservadores, en Washington y en los estados, han reaccionado de la misma forma. Incluso el gobernador de Florida, Ron DeSantis, que con bastante probabilidad será rival de Trump en las primarias de 2024, ha retratado al sistema judicial norteamericano como una especie de marioneta de Biden. DeSantis ha llegado a decir que, si Trump no se entrega y se queda en Florida, el Gobierno estatal no colaboraría con una posible orden de extradición a Nueva York.

Pero, luego, hay una tercera dimensión: los votantes republicanos moderados a quienes puede no gustarles el reguero de escándalos, asaltos y problemas judiciales constantes. El núcleo duro del trumpismo es firme y está estratégicamente repartido por estados clave, pero necesitan el refuerzo de los moderados para ganar las elecciones. Incluso con estos moderados decantándose por Trump, Joe Biden, que posiblemente quiera repetir mandato, logró vencerlo en 2020.

Hasta la nueva cita electoral queda más de un año y medio, pero puede ser un año y medio convulso, como no podía ser de otra forma en un país sociopolíticamente descompuesto, en el que ya no queda casi nada que una a sus conciudadanos. Una coyuntura en la que un depredador como Trump se mueve con agilidad, con el oxígeno que le dan el drama, la controversia, la inestabilidad y mucha incertidumbre.

Todo lo que tenga que ver con Donald Trump, en Estados Unidos, viene bañado por el miedo y la superstición, como si lidiáramos con lo oculto. Las reglas convencionales de la política jamás han servido para comprender a un hombre que ve la vida como una serie de televisión en la que él vence a sus enemigos. A Trump se le ha dado por muerto muchas veces; la última, cuando trató por todos los medios de interrumpir, por primera vez en la historia norteamericana, la transferencia pacífica de poder, provocando un asalto al Capitolio que sigue siendo investigado. Pero ni siquiera este intento de golpe de Estado lo mató políticamente, y menos lo va a hacer la imputación por lo penal del gran jurado neoyorquino. Lejos de mancillarlo ante sus fieles, lo reforzará, llenará sus cofres de campaña y confirmará su relato victimista: Trump es el verdadero campeón del pueblo, por eso van a por él.

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