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El cada vez más común "cállate, Europa" de los países en desarrollo
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Macron en El Congo

El cada vez más común "cállate, Europa" de los países en desarrollo

Cada vez que Europa habla, critica o cuestiona las políticas de terceros países, la respuesta es un bofetón que recuerda su pasado colonial y bélico

Foto: Emmanuel Macron de visita en El Congo (Reuters/Justin Makangara)
Emmanuel Macron de visita en El Congo (Reuters/Justin Makangara)

En la República Democrática del Congo, su presidente, Félix Tshisekedi, le espetó el pasado 4 de marzo en la cara a su homólogo francés, Emmanuel Macron, durante una rueda de prensa conjunta que era el colofón a una mini gira diplomática que Francia realizaba en el continente africano, un poco usual bofetón público: “Esto debe cambiar, la forma en la que Europa y Francia nos trata. Debéis comenzar a respetarnos y ver a África de un modo distinto. Tenéis que dejar de tratarnos y hablarnos con tono paternalista. Debéis respetar a África”.

En Malasia, otra esquina del globo, el ex primer ministro entre 2019 y 2020, Mahathir Mohamad, publicaba un hilo el pasado 6 de marzo en su cuenta de Twitter, en la que tiene 1,3 millones de seguidores, que decía:

“1. Querido yo. Lo siento si acuso a los europeos de gustarles la guerra. 2. Estudié historia europea. 3. Todo se trata sobre las guerras europeas 4. Habéis tenido la Guerra de los Siete Años, la Guerra de los Cien Años, la Guerra de las Rosas, etc. etc. etc. 5. Las dos Guerras Mundiales comenzaron en Europa. 6. Cuando los chinos inventaron los explosivos, los usaron para asustar a los dragones imaginarios. 7. Cuando los europeos obtuvieron la tecnología, la usaron para matar a personas más distantes con balas de cañón, balas, proyectiles y cohetes. 8. Sí. A los europeos no les gustan las guerras. 9. Pero, ¿cómo conquistaron el mundo? 10. ¿Quién inventó las bombas atómicas, quién las lanzó y dónde lanzaron las bombas? 11. Me disculpo por decir que a los europeos les encantan las guerras. 12. Admito que estoy equivocado. Tonto. Dr Mahathir Bin Mohamad. 6 marzo 2023”.

Foto: El ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, junto a su homóloga sudafricana Naledi Pandor. (Reuters/Siphiwe Sibeko)

En Nicaragua, el dictador Daniel Ortega, lanzaba el pasado diciembre un furibundo ataque contra Europa en el marco de un acto homenaje a las víctimas del terremoto de Managua de 1972: “Los santos europeos les pusieron las cadenas a seres humanos en África y los convirtieron en esclavos. Europa es la madre maldita de la esclavitud. Y traficaron con los esclavos, hicieron negocios con los esclavos, era como andar vendiendo lampazos. Lo que llaman la cuna de la democracia, esclavista. La otra cuna de la democracia, Francia, esclavista”.

Estos son sólo tres ejemplos recientes de una respuesta cada vez más común y que está ganando más peso en la geopolítica actual. Cada vez que Europa habla, critica o cuestiona las políticas de terceros países, la respuesta es un bofetón que recuerda su pasado colonial y bélico. El colonialismo occidental, en un momento en el que la memoria histórica global se agita por derecha e izquierda, es altamente inflamable.

Eso está generando un cambio en las cancillerías occidentales que están confundidas ante el hartazgo que genera en ocasiones su púlpito intelectual y lecciones de derechos humanos en países en vías de desarrollo. Un complicado galimatías que hace algunos años un ex embajador español en México, donde hoy el rechazo oficial al colonialismo se ha disparado bajo el Gobierno del actual presidente Andrés Manuel López Obrador, resumía ‘en off’ así: “ver, oír y, al menos públicamente, callar”.

Foto: El embajador keniano ante la ONU, Martin Kimani. (Naciones Unidas/Loey Felipe)

El debate es complejo. ¿Qué debe hacer Europa con su política exterior? Muchas embajadas europeas, especialmente las nórdicas, muestran preocupación en temas de derechos humanos y la limpieza de los procesos electorales de terceros países. Se suceden entonces reuniones con grupos opositores y defensores de derechos civiles que se entienden como una intromisión entre las élites gobernantes locales y en una parte de la opinión pública. En 2016, el presidente de la delegación europea ante la Asociación de Naciones del Asia Sudoriental, el alemán Wenger Langen, dijo que “el futuro de las relaciones UE-Tailandia depende de elecciones libres y justas”.

Eso era algo que hace unos años Europa y Occidente se podían permitir. Sin entrar en si hay un cierto cinismo o una preocupación sincera por luchar por valores universales que Europa abandera, hoy hay un giro radical en el panorama internacional. La irrupción de China como superpotencia ha cambiado completamente el tablero. Pekín es hoy el principal socio comercial del planeta y el segundo mayor prestamista tras el Banco Mundial. Y la diplomacia china tiene un mantra diverso al europeo que se basa en el no intervencionismo en las políticas de terceros países: “Nunca hemos intimidado, oprimido o subyugado a la gente de ningún otro país, y nunca lo haremos”, ha dicho el presidente Xi Jinping.

¿Y qué significa eso? Por un lado, que China no da una lección de derechos humanos y democracia a ningún país, se limita a llegar a acuerdos. Entre otras cosas, porque China no es una democracia y no cumple con algunos criterios en materia de derechos humanos que para la UE son importantes. Y por otro, China se reúne y llega a pactos con todo tipo de gobiernos que en ocasiones pisotean los mínimos derechos universales con la atenuante de que ellos no se inmiscuyen en los asuntos internos de terceros.

Foto: Uno de los paquetes de ayuda china enviados a África. (Reuters)

¿Diría la UE a China, como dijo a Tailandia, que el futuro de sus relaciones depende de unas elecciones libres y justas? ¿Cuándo sí y cuándo no se debe decir eso? ¿Puede la UE, como hace Pekín, sentarse con talibanes o ayatolás en este momento, cerrar acuerdos y no decir una palabra sobre los derechos y libertades de las mujeres sin que se le eche encima la opinión pública? ¿El desastre de Afganistán es un ejemplo del cinismo del que se acusa a Occidente?¿Se puede juzgar por crímenes de guerra a sátrapas de países pequeños pero no enjuiciar a presidentes de potencias occidentales que comenzaron guerras presentando pruebas falsas ante la ONU? ¿Una eficaz política exterior justifica no inmiscuirse en las políticas internas de terceros cualquiera sean sus atroces acciones?

Todas esas preguntas pululan por el planeta y motivan o contradicen los ataques furibundos con los que empezaba este texto.

Un giro de 180º de EEUU

La diplomacia china ha provocado ya un cambio importante el otoño pasado en su mayor competidor, Estados Unidos, que ha pasado inadvertido. Por primera vez, en la Estrategia de Seguridad Nacional presentada por Estados Unidos en octubre de 2022, no se incluye la democracia y el llevar valores democráticos como un valor indispensable que exportar a otros países. Al menos, el uso del lenguaje, que en diplomacia es todo, muestra un giro importante.

Durante décadas, los estadounidenses trazaban en los valores democráticos una línea roja, que por supuesto se han saltado en innumerables ocasiones antes dictaduras que les eran favorables o fomentaban ellos mismos, de su política exterior. En el documento de la Administración Biden se dice ahora:

“Vamos a reunir las coaliciones más fuertes posibles para avanzar y defender un mundo que sea libre, abierto, próspero y seguro. Estas coaliciones incluirán a todas las naciones que comparten estos objetivos. En el corazón de esta coalición, para garantizar que sea lo más transformadora posible, están las naciones democráticas que comparten nuestros intereses y valores. Para que nuestras coaliciones sean lo más inclusivas posibles, también vamos a trabajar con cualquier país que apoye un orden basado en reglas mientras continuamos presionando a todos los socios para que respeten y promuevan la democracia y los derechos humanos”, dice el punto titulado “Uso de la diplomacia para construir las coaliciones más fuertes posibles”.

Luego, el documento parece hacer una ligera autocrítica sobre el pasado, extiende la mano y señala: “Ayudaremos a construir y preservar coaliciones que involucren a todos estos países y aprovechar las fuerzas colectivas. Reconocemos que algunos pueden albergar reservas acerca de nuestro poder y política exterior. Otros pueden ser países no democráticos pero, sin embargo, dependen de un sistema basado en reglas internacionales. Pero lo que tenemos en común, y la perspectiva de una sociedad más libre y mundo más abierto, hace necesaria y valiosa una coalición tan amplia. Vamos a escuchar y considerar las ideas que nuestros socios sugieren sobre cómo hacer esto”. Es decir, “el fin justifica los medios”.

Foto: Un hombre pasa ante un gran mural que muestra al ayatolá Ruholá Jomeiní. (EFE/Abedin Taherkenareh)

El matiz es significativo y dice mucho del giro que Occidente está dando a su diplomacia en el siglo XXI. En 2010, la Administración Obama decía en el mismo informe que “Estados Unidos apoya la expansión de la democracia y los derechos humanos en el extranjero porque los gobiernos que respeten estos valores son más justos, pacíficos y legítimos. También lo hacemos porque su éxito en el extranjero fomenta un ambiente que apoya los intereses nacionales de Estados Unidos”.

Para luego, al hablar de las relaciones con gobiernos no democráticos, concluir diciendo entonces que “cuando nuestras propuestas son rechazadas, debemos liderar a la comunidad internacional en el uso de la diplomacia pública y privada, y recurrir a los incentivos y desincentivos en un esfuerzo por cambiar el comportamiento represivo”.

El equilibrio diplomático europeo es más complicado. La Unión Europea tiene una representación diplomática propia que en ocasiones colisiona con la de algunos de sus países miembros. Europa pretende liderar algunas batallas sociales en materias como medioambiente, inmigración, derechos de minorías religiosas, derechos de las mujeres, colectivo LGBTi, libertades…, donde los 27 estados miembros tienen agendas muy diversas. Los equilibrios internos y externos son difíciles.

El jefe de la diplomacia europea, Josep Borell, desató una oleada de críticas cuando dijo en una reunión con el joven cuerpo diplomático comunitario que Europa era “como un jardín” y el resto del mundo era “como una jungla”.

La metáfora, que según el propio Borrell se malinterpretó, levantó una oleada de críticas en todo el planeta. “Mi mensaje no es racista sino de solidaridad”, se excusó el español.

Foto: Imagen de la protesta contra la ley de agentes extranjeros en Tiflis, Georgia. (EFE/Zurab Kurtsikidze)

Europa es reprendida en esta aldea global cada vez que asoma la pata y presume de sus valores. El debate está cargado de cicatrices y ha entrado de lleno en los posicionamientos internacionales en la Guerra de Ucrania. Algunas naciones no condenan el ataque ruso porque al agredido lo apoya el bloque occidental.

Norte contra Sur, opresores contra oprimidos. Un mensaje que sorprendentemente usa hasta la históricamente imperialista Rusia. La portavoz de su Ministerio de Asuntos Exteriores, Maria Zakharova, aprovechó las palabras de Borrell para decir que “el jardín de Europa se construyó saqueando la selva del resto del mundo durante el régimen colonial”.

Y todo esto sucede mientras en Tbilisi, Georgia, hay manifestantes apaleados por los agentes mientras sostienen la bandera de Europa y Ucrania recibe del país de Zakharova raciones diarias de bombas por separarse de la esfera rusa tras unas manifestaciones de 2013 bautizadas como Euromaidán.

En la República Democrática del Congo, su presidente, Félix Tshisekedi, le espetó el pasado 4 de marzo en la cara a su homólogo francés, Emmanuel Macron, durante una rueda de prensa conjunta que era el colofón a una mini gira diplomática que Francia realizaba en el continente africano, un poco usual bofetón público: “Esto debe cambiar, la forma en la que Europa y Francia nos trata. Debéis comenzar a respetarnos y ver a África de un modo distinto. Tenéis que dejar de tratarnos y hablarnos con tono paternalista. Debéis respetar a África”.

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