"Por amor": manual para cumplir el sueño de recorrer Pakistán en moto siendo mujer sola
Zenith Irfan tiene 26 años y recorre Pakistán en moto, pese a los peligros y el qué dirán de una sociedad muy cerrada
Las noches en la época de monzones en Lahore son húmedas, pegajosas y llenas de vida. Las motos marcan el ritmo de las carreteras; hay quien vuelve a casa, otros aprovechan que ya pasó el calor sofocante para salir a despejarse. Algunas motos llevan hasta seis pasajeros; los niños bien sujetos por sus madres y las mujeres firmemente agarradas a sus maridos. Este medio de transporte conforma una parte esencial de la estructura familiar en Pakistán. Son las dos de la mañana, todavía hay puestos de frutas en las cunetas y algunas mujeres ofrecen globos brillantes con un entusiasmo forzado que no logra disimular su cansancio.
En mitad de ese bullicio, de ese hervidero de pura realidad, una mujer cabalga sobre su moto abriéndose camino entre camiones, peatones y coches que no dejan de hacer sonar su claxon. ¿A dónde va? Qué más da; conduce por el puro placer de ir, solo ir. Los demás conductores la miran perplejos. ¡Una mujer sola en una moto!
Se llama Zenith Irfan. Tiene 26 años, miles de kilómetros recorridos, cientos de historias que contar, una mirada cargada de sueños y una voluntad de hierro. Recorre en moto zonas de Pakistán apenas exploradas por la industria del turismo y aparentemente inaccesibles. Sus días son desiertos llenos de vida, montañas infinitas que rozan la ciencia ficción, horas entre mapas, planes, datos, historias con las que los locales agasajan a esta aventurera incansable. Viaja por un Pakistán fascinante, destruido y reconstruido cientos de veces, por el Pakistán de los rajputs, los sijs y los musulmanes. El Pakistán de las minorías. El Pakistán de las mujeres que trazan nuevas narrativas a golpe de voluntad, lentamente, con una constancia cruda y bella.
¿La razón? El amor
"Todo comenzó con un sueño", asegura. "Mi padre falleció de un infarto cuando yo tenía diez meses. Como herencia me dejó un sueño infinito: su deseo de recorrer en moto el mundo entero".
Su padre tuvo que aceptar desde muy joven que los sueños, sueños eran. La cultura pakistaní y sus normas sociales siempre pesaron más. "Debes unirte al Ejército", le dijeron. Y él obedeció. "Cásate", le ordenaron. Y él aceptó sin cuestionarlo. Así, poco a poco, sus deseos fueron quedando relegados bajo una pila pesada de obligaciones y responsabilidades. Años después, fue su hija Zenith quien los encontró, les sacudió el polvo y les dio vida. Papá ya no estaba para abrazarla, papá no estaba para ver sus éxitos. Pero le había dejado una voluntad latente: un poquito de vida que aún podía ser.
Porque la vida siempre acaba abriéndose camino. El principio de la relación de Zenith con las motos se trató de algo meramente práctico: en 2013, tenía dificultades para ir a la escuela ya, que el transporte público era casi inaccesible en su zona y los rickshaws (los tuk-tuk de Pakistán) demasiado caros. Así pues, su tío compró una moto para facilitar sus trayectos y ella comenzó a aprender a conducirla bajo las instrucciones de su hermano. "Jamás pensé que montar en moto tuviera que ser noticia", confiesa. "Sin embargo, entendí que no era algo común cuando empecé a recibir la hostilidad de otros conductores solo por el hecho de ser mujer, y la admiración de otros muchos por el mismo motivo".
Pronto cogió el gusto a esa sensación de poder y libertad que sentía cada vez que emprendía una nueva ruta. Entendía entonces por qué su padre soñaba con un viaje interminable en moto. "Viajar me ayudó a construir mi percepción de este país", asegura. "Nací en Emiratos Árabes Unidos y vine a vivir a Pakistán a los doce años", cuenta Zenith. "Odié este lugar, a pesar de que mis raíces se encontraban aquí".
Zenith era una preadolescente adaptándose a la vida de Lahore, tan diferente a la de su Sharjah natal, tan polarizada. En Pakistán tuvo que acostumbrarse a un estilo de vida más conservador y se sentía frustrada. Fueron los viajes en moto los que le permitieron comenzar a enamorarse de la tierra de sus ancestros, enriqueciéndose de los resquicios culturales, sociales y religiosos. De los diferentes platos y climas. Del folclore. También de los peligros. El viaje conlleva riesgos, como la vida, como el amor. "Esto es lo que quiero en la vida", decidió, al igual que su padre había hecho años antes.
Cogió el sueño de su padre y le dio vida. "Mira, papá, tu sueño vive en mí". No hay herencia más bella: viajar para descubrir el origen. Viajar para revivir la memoria del padre. Viajar en honor a las historias de migración que le contaba su abuela. Viajar por todas aquellas mujeres que no tuvieron la oportunidad de ir más allá.
Entendió que para amar a Pakistán hay que odiarlo primero, que el patriotismo real nace de la crítica, que el amor real consiste en no apartar la mirada, en no soltar, en querer tanto las luces como las sombras y saber permanecer. Entender la belleza pero también el daño. El amor no debe caer en la idealización. Uno ama a un país —o a una persona— también en sus grietas.
Todos soñamos con una tierra que nos reclame. Todos anhelamos raíces. Al final, los viajes son la manera de poseer pedacitos del mundo:
En aquel desierto me rompieron el corazón.
En aquel valle encontré la paz.
Los países se hacen nuestros, en la medida en que adquieren peso en nuestros recuerdos. Y así, Zenith va plantando semillas de esos recuerdos por ella, por su padre, por todas las jóvenes que la observan y desean esa valentía, esa libertad.
"Qué dirá la gente"
No ha sido fácil permanecer fiel a sus principios y a su sueño contra viento y marea. Hay una frase que caracteriza bien la sociedad pakistaní: "Log kya kahenge", que en urdu significa "qué dirá la gente".
"Las mujeres no pueden montar en moto".
Zenith acelera.
"Cásate. Eso es lo más lejos que debes llegar".
No. No. El matrimonio, si es, cuando sea, será un camino compartido, nunca una jaula.
"Te van a violar".
Entonces ella toma aire, se pone su casco y se lanza a explorar su propio camino sin dejar que el miedo la limite.
Los principios fueron desalentadores, pero pronto el desánimo se tornó en resiliencia; la joven no cejó en su empeño y poco a poco empezó a encontrar referencias en las que apoyarse. Entonces llegó la atención mediática, y con esta, la gran responsabilidad de influir en la sociedad. Zenith, que aprendió a amar la tierra de sus padres a base de recorrerla —de caerse sobre ella, de mancharse de ella— quiere ser un ejemplo para las jóvenes de todo el mundo. Quiere que cada kilómetro recorrido sea una afirmación.
Zenith heredó un sueño que vive generosamente, compartiéndolo con el mundo para derribar tabúes y prejuicios. Para mostrar Pakistán, su diversidad y la convivencia —en ocasiones problemática— de diferentes pueblos. Para ofrecer una ventana honesta a la ambivalencia del país, a los peligros reales de ser mujer y viajar en solitario y en moto. Zenith sabe que no se puede viajar y salir ilesa, pero confiesa que no teme a las dificultades que pueda encontrarse en la carretera. Reconoce que lo más difícil de superar en la vida es el dolor de la pérdida; la gente que se queda en el camino, el corazón roto, la soledad. También viaja para curar el desamor. Para dejar de lado los propios pesares y ser parte de la grandeza de la naturaleza. "Hay lugares en el norte en el que el silencio es tan intenso que puedes escuchar a tu corazón latir", me cuenta. "Y entonces todo merece la pena".
"Ni mi género, ni mi edad, ni la dureza del país podrán con el amor con el que vivo mi sueño"
Zenith muestra día a día las razones para querer quedarse en un Pakistán del que la mayoría de los jóvenes sueña con irse.
"La vida son itinerarios", dice, consciente del privilegio que conlleva poder elegir el suyo propio. Y se hace cargo. "Ni mi género, ni mi edad, ni la dureza del país podrán con el amor con el que vivo mi sueño".
Los caminos de Pakistán se abren a su paso y allá va Zenith imparable, dejando sueños que guían el camino de todas las niñas que hoy ven sus videos desde sus casas, y que antes de dormir se imaginan a ellas mismas como protagonistas de viajes, aventuras y libertad.
Las noches en la época de monzones en Lahore son húmedas, pegajosas y llenas de vida. Las motos marcan el ritmo de las carreteras; hay quien vuelve a casa, otros aprovechan que ya pasó el calor sofocante para salir a despejarse. Algunas motos llevan hasta seis pasajeros; los niños bien sujetos por sus madres y las mujeres firmemente agarradas a sus maridos. Este medio de transporte conforma una parte esencial de la estructura familiar en Pakistán. Son las dos de la mañana, todavía hay puestos de frutas en las cunetas y algunas mujeres ofrecen globos brillantes con un entusiasmo forzado que no logra disimular su cansancio.
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