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El nacionalismo chino, la visión de Xi Jinping para convertirse en potencia mundial
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El covid, una excusa para recortar libertades

El nacionalismo chino, la visión de Xi Jinping para convertirse en potencia mundial

El fantasma de la injerencia extranjera, que busca desestabilizar China, es uno de los argumentos de que se sirve Xi Jinping para fomentar el nacionalismo. El capital del miedo ha sido la mejor herramienta

Foto: Ceremonia de apertura del congreso del PCCh. (Reuters/Thomas Peter)
Ceremonia de apertura del congreso del PCCh. (Reuters/Thomas Peter)
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Recibo la llamada de una amiga china. Una vez más, la han vuelto a confinar en Shanghái. Este 16 de octubre, comienza el vigésimo congreso del Partido Comunista. Mientras ella echa una mirada a la calle vacía desde su ventana, me dice que tiene una certeza: Xi Jinping saldrá más fortalecido que nunca; y un deseo: espera que los confinamientos y el control por fin terminen.

Desde que llegué un gélido febrero de 2015 a Shanghái, he podido presenciar cómo Xi Jinping ha logrado consolidarse como el líder político más poderoso de la historia reciente de China, tan solo equiparable a la figura de Mao Zedong. Su carrera meteórica estos años ha ido acompañada de una corriente nacionalista que ha llegado a calar en las mentes de sus ciudadanos. Un nacionalismo con características chinas, en que el individuo debe sacrificarse por el grupo, y cuya visión suele reducirse a lo que el partido o su jefe, Xi Jinping, digan.

Foto: El presidente chino, Xi Jinping. (Reuters/Selim Chtayti)

Si algo dejó claro el presidente de China durante la celebración del centenario del Partido Comunista es que el gigante asiático no volvería a ser pasto de los 'bullies'. "Quien intente oprimir a China, chocará con la oposición de 1,4 billones de personas", dijo Xi entonces en su discurso de apertura. Las fuerzas extranjeras o los 'bullies', aunque no lo dijera de manera explícita, se refieren a las potencias occidentales, y en particular a Estados Unidos. El fantasma de la injerencia extranjera, que busca desestabilizar China, es uno de los elementos de los que se ha nutrido el nacionalismo chino desde sus orígenes. En esta visión, China es una víctima del imperialismo occidental, que comenzó con la Guerra del Opio y la pérdida de Hong Kong, y que se conoce hoy en día en los libros de texto como los 100 años de humillación".

Este discurso nacionalista, donde sobrevuela una amenaza extranjera, sirve hoy a Xi Jinping para justificar sus pretensiones expansionistas. En la apertura del vigésimo congreso del Partido Comunista para su reelección, Xi Jinping lo ha dejado claro. Ha hablado con orgullo del aplastamiento de la autonomía de Hong Kong y ha lanzado una advertencia a Taiwán, recordándole que China no renunciará al derecho a usar su fuerza sobre el territorio insular. El mensaje ha ido calando desde hace años en la sociedad china. Recuerdo cómo en 2019 una joven productora me dijo de manera tajante mientras hablábamos de mi cobertura en las protestas de la isla: "Hong Kong es China, y así debe ser antes o después". El nacionalismo de Xi Jinping ya no presenta a China como víctima, sino como una potencia mundial de primer orden dispuesta a conseguir lo que se proponga. De sufrir los ataques de los 'bullies', ha pasado a convertirse en uno de ellos.

Foto: Xi Jinping. (EFE)
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"Winter is coming", me dice otro amigo por teléfono, parafraseando la frase de la mítica serie 'Juego de tronos'. El tercer mandato de Xi Jinping, que llega después de que se enmendase la Constitución para acabar con los 10 años de límite de un mismo gobernante en el poder, preocupa a muchos. Especialmente, por los derroteros expansionistas y, sobre todo, por Taiwán, la verdadera patata caliente, que podría desencadenar una Tercera Guerra Mundial con China y Estados Unidos a la cabeza.

Nacionalismo tecnológico

"Muchas gracias por enseñarnos vuestro prototipo, pero no vamos a invertir en una tecnología creada por extranjeros", esta es la respuesta que le dieron a una joven italiana, que prefiere mantener su nombre en el anonimato, tras presentar su proyecto ante unos inversores gubernamentales chinos. "Nos suelen llamar para que participemos en concursos. Después de la foto con nuestras caras extranjeras para darle un toque internacional al evento, es difícil que esto se traduzca en una inversión real en nuestros proyectos. Recientemente, algunos inversores chinos nos han dicho que prefieren esperar a conocer la dirección que Xi Jinping tomará respecto a las empresas extranjeras en este tercer mandato", comenta la joven, mientras añade que su negocio de IT está migrando a Europa, donde ha logrado tener una mejor acogida y varios contratos.

Bajo el nacionalismo, los países se cierran en sí mismos y se pierde esa comunicación con el exterior. Esto es lo que está pasando en China. El talento extranjero cada vez lo tiene más difícil para abrirse un hueco en el país y las políticas que se aprueban buscan convertir China en un país autosuficiente. Poco después de la llegada al poder de Xi Jinping, en 2014 se aprobó el plan Hecho en China 2025. El objetivo principal de esta política sería dejar de depender de proveedores extranjeros, especialmente en productos de alta tecnología como la industria de semiconductores y chips, esenciales en la fabricación de productos electrónicos a nivel mundial. Este año, además, el Gobierno ha pedido a las instituciones públicas y agencias gubernamentales que dejen de usar ordenadores y 'software' fabricados por firmas extranjeras. La apuesta por la industria nacional y el boicot a productos extranjeros se extienden a los ciudadanos de a pie. "Sé que mi coche es una porquería comparado con uno alemán, pero, bueno, es barato y lo más importante es apoyar los productos chinos", me dice Bo, un empresario de 34 años, cuando le pregunto por su vehículo.

Pekín también busca la autosuficiencia en otros sectores como la energía. Mientras Francia vendía años atrás su tecnología nuclear a China y su presidente, Macron, anunciaba en 2017 una reducción del número de centrales nucleares a la mitad, el gigante asiático se proponía la construcción de 150 nuevas plantas, lo que, junto a las renovables, le permitiría hacer frente a la creciente demanda energética. China lo tiene claro, la seguridad energética pasa por la apuesta nuclear. Su renuncia en Occidente quizá nos deje a merced de las autocracias. En China es habitual también ver por las calles coches, motocicletas y autobuses eléctricos, algo que ayudará al país a aliviar su dependencia del petróleo y de los vaivenes en su precio. Para Pekín, la estrategia centrada en I+D es clave para el crecimiento y prosperidad de su país. Esta inversión además tiene fuertes implicaciones geopolíticas, ya que hará aumentar, sin duda, las tensiones con Estados Unidos en este tercer mandato de Xi.

La pandemia y el futuro del nacionalismo chino

Con la imagen de Zhao, un joven de 19 años, agitando la bandera roja estrellada mientras marcha por su pueblo entonando el himno nacional chino, da comienzo el exitoso documental conocido como 'El joven patriota'. Su protagonista, que pasa de la euforia patriótica a la decepción, tras su paso por la universidad con la toma de conciencia de la falta de libertades, me recuerda a la evolución que los ciudadanos chinos han experimentado desde el inicio de la pandemia hasta hoy.

Bajo el lema '¡Vamos, China!', miles de efectivos sanitarios con sus trajes protectores, como un ejército blanco, se desplazaban de una punta a otra del país para arrimar el hombro. La pandemia daba sus primeros coletazos y China se unía para combatir un enemigo común: el coronavirus. Fue precisamente el estallido de la pandemia y su lucha los que dieron fuerza al discurso nacionalista bajo un lenguaje belicista. Mientras más se hundía Occidente en el caos, más crecía un sentimiento de orgullo por ser chino. El éxito en la respuesta del Gobierno ante el coronavirus no solo le sirvió para prevenir la muerte de millones de personas —algo en lo que Occidente perdió parte de su credibilidad—, sino que también le permitió legitimar su régimen autoritario y desacreditar a las democracias. "China es el mejor país para vivir del mundo, quizás ahora Occidente quiera aprender de nosotros", me decía un taxista en 2020. A veces yo misma me sentí seducida por la eficacia del sistema chino viendo el gallinero político de Occidente y la masacre que se vivió en las residencias de mayores españolas. Pero si bien es cierto que, por diseño, China puede responder ágilmente ante las crisis, también puede cortar las libertades de cuajo con esa misma eficacia y rapidez.

"Fue precisamente el estallido de la pandemia y su lucha los que dieron fuerza al discurso nacionalista bajo un lenguaje belicista"

El nacionalismo chino ha servido, estos años, para eliminar cualquier anhelo de democracia y libertad. Su discurso, retratando los países extranjeros como una amenaza, ha servido para justificar el cierre de fronteras y el aislamiento del gigante asiático durante casi tres años. Una burbuja que ha terminado por estallar con la llegada de la variante ómicron. Desde el confinamiento masivo de la ciudad de Shanghái, la propaganda nacionalista se ha tambaleado. Mi vecina me decía antes de marcharme este verano que los confinamientos estaban arruinando a la gente por no poder ir a trabajar, y mi entrañable vecino de 82 años bajó de su apartamento para despedirme mientras me lanzó un: "Buen viaje hacia la libertad". En ese momento entendí que las ansias de ser libre prevalecen sobre cualquier tipo de paternalismo.

Ya en España, hace unas semanas recibí la llamada de mi amiga china Eleanor, como ella se hace llamar en inglés, que con una voz inquietante me preguntó: "Inma, ¿es cierto que la vida ha vuelto a la normalidad allí en España? La mía aquí se ha parado en el tiempo. No puedo salir ni relacionarme y lo peor de todo es que nos están mintiendo". Este hartazgo por la falta de libertad en China esta semana ha dado un paso más y se ha traducido en algo inaudito, una pancarta en Pekín desafiando a las autoridades bajo el lema: "No queremos más pruebas de covid, queremos comer".

Por mucho que la propaganda nacionalista intente frenar el descontento de los ciudadanos, la desaceleración del crecimiento económico y del empleo en el país está haciendo que muchos pierdan la confianza en su presidente. Xi Jinping, que a menudo hace referencia a los 5.000 años de la civilización china, quizá pierda uno de sus principios: el 'tianming' o mandato del cielo, el derecho a gobernar de los primeros reyes y emperadores de China, por fallar a sus ciudadanos.

Recibo la llamada de una amiga china. Una vez más, la han vuelto a confinar en Shanghái. Este 16 de octubre, comienza el vigésimo congreso del Partido Comunista. Mientras ella echa una mirada a la calle vacía desde su ventana, me dice que tiene una certeza: Xi Jinping saldrá más fortalecido que nunca; y un deseo: espera que los confinamientos y el control por fin terminen.

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