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Pavor aéreo, sobornos y los tiros justos: otro gran éxito para la guerra al modo afgano
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Pavor aéreo, sobornos y los tiros justos: otro gran éxito para la guerra al modo afgano

Con el mundo lidiando con la pandemia, la caída de Afganistán pilló por sorpresa a la opinión pública internacional, que ahora despierta a la consumación de un gran fiasco

Foto: Afganos yendo hacia un avión. (EFE)
Afganos yendo hacia un avión. (EFE)

Los primeros estadounidenses en pisar Afganistán después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron siete agentes de la CIA. El equipo recibió el nombre en clave JAWBREAKER (rompe mandíbulas). A su frente estaba Gary Schroen, un veterano de la agencia que había trabajado en Pakistán y había establecido contacto con los grupos armados que resistían en Afganistán a los talibanes. El resto del equipo pertenecía a la División de Actividades Especiales, el departamento de la CIA que reúne a exmilitares para tareas comprometidas en lugares de conflicto.

En la noche 26 de septiembre, el equipo JAWBREAKER se trasladó en un helicóptero ruso Mil Mi-17 de segunda mano de noche desde Uzbekistán a través de las montañas del Hindu Kush. Los agentes de la CIA iban armados con fusiles Kalashnikov con los números de serie borrados, pero, en realidad, su armamento más potente eran los varios millones en fajos de billetes de 100 dólares que cargaron en cajas de cartón y un equipo de comunicación por satélite. Su misión fue contactar con los miembros de la Alianza del Norte, la organización que resistía a los talibanes en los bastiones montañosos del norte del país.

Su líder, el carismático Ahmed Shah Massud, el 'León del Panjshir', había sido asesinado por Al Qaeda el día 9 de septiembre, así que la organización había quedado afectada. La misión se presentaba por tanto aún más complicada. La estimación de la CIA es que se presentaba frente a ellos una tarea de años para desalojar a los talibanes del poder. La estimación resultaría tan fallida como la que estableció en 90 días lo que tardaría en caer Kabul en manos de los talibanes 20 años después y que se conoció una semana antes del colapso del Gobierno del presidente Ashraf Ghani.

Foto: Un hombre lee el periódico en Pakistán. En el titular: "Kabul, conquistada". (EFE)

La Alianza del Norte la formaban principalmente miembros de las minorías tayika y uzbeka. Y era en realidad una coalición de señores de la guerra. El papel del equipo JAWBREAKER fue persuadir y sobornar a aquellos señores de la guerra para que cooperaran y lanzaran una ofensiva contra los talibanes. Los acompañarían al frente de batalla, en ocasiones a caballo, los boina verde del 5º Grupo de Fuerzas Especiales, que con designadores láser y sistemas de comunicación coordinarían los ataques de la aviación estadounidense.

La combinación de persuasión, compra de voluntades y el pavor generado por el poderío de los bombardeos masivos sirvió para convencer a muchos señores de la guerra afganos de cambiar oportunamente de bando. El día 10 de noviembre cayó Mazar-i-Sharif, la principal ciudad del norte de Afganistán y cercana a la frontera con Uzbekistán. La victoria en el norte tuvo un efecto catalizador y la resistencia talibana colapsó. Solo cinco días después de Mazar-i-Sharif, los estadounidenses y sus aliados afganos entraron en Kabul. La misma sensación de sorpresa ante la precipitación de los acontecimientos que se vería veinte años después.

Reinventar Afganistán

El futuro de Afganistán era decidido a miles de kilómetros del propio país, en una cumbre de notables afganos celebrada en Bonn en diciembre de 2001. Se decidió que el país sería una democracia multipartidista donde se respetaran los derechos de las mujeres y las minorías para ayudar en las labores de reconstrucción, se creó una fuerza multinacional, la International Security Assitance Force, cuyo liderazgo asumiría la OTAN en agosto de 2003. En la práctica esto suponía que los militares occidentales cargaban en su espalda no solo el esfuerzo militar de derrotar a los talibanes y desarticular a Al Qaeda, sino que asumían la tarea de contribuir a construir la estructura del estado-nación afgano ('nation building').

Los agentes paramilitares de la CIA y los boinas verdes que habían labrado vínculos con los señores de la guerra afganos fueron desplazados por las fuerzas convencionales del Ejército estadounidense, que levantó verdaderas ciudades convertidas en centros comerciales con tiendas y cadenas de comida rápida. Las milicias que habían derrotado a los talibanes fueron desmanteladas y los señores de la guerra entregaron su armamento pesado para dar paso al Ejército Nacional Afgano en un país donde el concepto de estado-nación había sido difuso durante décadas.

La caída de los talibanes no fue percibida en Afganistán simplemente como la caída de un régimen político, sino como un cambio de hegemonía tribal. Los ganadores habían sido los tayikos y los uzbekos del norte del país, pero también los pashtunes durrani y popalzai. Precisamente el líder de la tribu popalzai, Hamid Karzai, fue el primer presidente del nuevo país. Los perdedores habían sido los pashtunes ghilzai. El nuevo reparto de poder en el país generó por tanto resentimientos. La lluvia de millones de la ayuda internacional generó incentivos para la corrupción, de la misma manera que la llegada de los agentes de la CIA al norte del país en 2001 había alterado la economía local porque nadie tenía cambio suficiente para los billetes de 100 dólares.

Foto: 'Check-point' talibán en la provincia de Herat. (EFE)

Afganistán presentaba todo un desafío, pero el país fue rápidamente olvidado. La atención de Estados Unidos pronto se desvió a la invasión de Irak. Nadie trazó durante años planes coherentes ni estableció cadenas de mando definidas. Estados Unidos llevaba a cabo por un lado su guerra y los países aliados se volcaron en la reconstrucción del país. España asumió el liderazgo de un equipo de reconstrucción provincial en 2005. Por aquel entonces, el problema de la renacida insurgencia talibana se había vuelto crónico.

La llegada al poder de Barack Obama supuso recordar la razón última de la invasión de Afganistán: llevar la guerra a la organización que planificó los atentados del 11 de septiembre. Se dio la orden explícita de buscar a Osama bin Laden y se lanzó una campaña de ataques con drones contra otros líderes destacados de Al Qaeda refugiados en lugares de Pakistán como la provincia de Waziristán. En cuanto a la guerra contra los talibanes, se vio como un asunto a finiquitar con un esfuerzo aumentado final que permitiera a las fuerzas occidentales desengancharse del conflicto e irse. Los españoles, por ejemplo, pusieron fin a su despliegue en la provincia de Badghis, al oeste del país en 2013.

Si hubo informes que dijeron que las fuerzas afganas, ejército y policía estaban listas para asumir plenamente el esfuerzo de la guerra contra los talibanes, sin duda fueron un ejercicio de imaginación, como pasar de curso a un estudiante que ha repetido curso muchas veces y se espera que el verse en un curso más avanzado sirva de alguna forma de estímulo.

La afganización del conflicto

La marcha de las tropas extranjeras, ISAF fue disuelta en 2014, dio paso a la caída sucesiva de distritos afganos en manos de los talibanes. El asunto no recibió la suficiente atención mediática porque la opinión pública estuvo ocupada con otras crisis más dramáticas e impactantes, en Siria o Ucrania. La guerra en Afganistán era en cambio un goteo de puestos de las fuerzas gubernamentales que iban cayendo uno tras otro, proporcionando abundantes botines de material militar. Los talibanes llegaron a contar con sus propias unidades de fuerzas especiales, con mejor entrenamiento y material. Su aspecto se alejaba completamente al de los combatientes con ropa tradicional y turbante negro en los orígenes de la organización en los años 90. Con casco de kevlar, chaleco táctico y fusil con miras holográficas no difería al de cualquier ejército.

Mientas los talibanes tomaban la iniciativa, los soldados afganos se encontraban en puestos aislados donde recibían esporádicamente agua, munición y comida. En las últimas fases de la guerra, muchos se encontraron sirviendo un año seguido lejos de sus casas y sin recibir sus sueldos. Cientos de aquellos puestos solo podían ser abastecidos por vía aérea. Pero la fuerza aérea afgana no contaba con los medios y capacidades de las fuerzas aliadas.

La fuerza aérea afgana tuvo siempre problemas para reclutar, entrenar y desplegar pilotos y personal de mantenimiento en un país con una tasa de analfabetismo que superaba el 60% en 2017. Además, los pilotos de la fuerza aérea afgana se convirtieron en objetivo de la insurgencia talibana. Nilufar Rahmani, la primera mujer afgana en graduarse como piloto militar en 2012 terminó pidiendo asilo en Estados Unidos tras las amenazas a su familia.

Foto: Un guerrillero talibán vigila una calle de Kandahar (Afganistán). (EFE)

La dependencia de la ayuda estadounidense generó también sus propios problemas. En 2008 Estados Unidos donó 20 aviones de transporte G.222 de segunda mano a Italia por valor de 549 millones de dólares. Cuando entraron en servicio los primeros en Afganistán se descubrió que los aparatos estaban muy desgastados y que siendo un aparato que ya no se fabricaba era difícil obtener algunos repuestos. Se canceló el programa antes de recibir los últimos aparatos, que terminaron siendo enviados a la chatarra.

En 2017 se anunció que la fuerza aérea afgana recibiría 159 helicópteros estadounidenses UH-60A Black Hawk. Era una cifra considerable que dobla los aparatos que tiene Colombia y triplica los que tiene Israel. En realidad, los afganos preferían el Mil Mi-17 ruso, más duro y sencillo de mantener. Pero tras la crisis de Crimea en Estados Unidos se negaron a que la ayuda militar a Afganistán sirviera para proporcionar contratos a la industria militar rusa. Tan pronto se anunció el contrato, fue fácil imaginar el problema que iba a suponer formar 318 afganos para convertirse en pilotos y copilotos de los helicópteros más el número aún más grande de técnicos y especialistas que aseguraran el correcto mantenimiento y reparación de los aparatos. En 2020 las expectativas se rebajaron a 53 aparatos.

El modo afgano de hacer la guerra siempre triunfa

Cuando en mayo de 2021 comenzó la ofensiva final talibana, la fuerza aérea afgana fue la única capaz de responder con ataques que generaban cuantiosas bajas. Pero la apresurada salida estadounidense de Afganistán en julio supuso la repatriación no solo de los últimos 2.500 militares que permanecían en el país, sino del ejército de 16.000 contratistas que ayudaba a sostener el esfuerzo de guerra contra los talibanes. Entre ellos, los técnicos y mecánicos de aviación que realizaban el mantenimiento de los helicópteros y aviones de la fuerza aérea afgana.

La salida estadounidense tuvo episodios como la evacuación por sorpresa de la base aérea de Bagram. Una mañana, los afganos acudieron a la base como un día cualquiera y se la encontraron convertida en una base fantasma. Los estadounidenses se habían marchado. La alternativa que se le planteó a la fuerza aérea afgana fue que recibieran asesoramiento mediante videoconferencia.

La perspectiva de una segura victoria talibana llevó a las inevitables negociaciones afganas. Hubo puestos militares que cayeron sin disparar un tiro porque los soldados que lo ocupaban llevaban meses sin cobrar su sueldo. En algunos casos los talibanes ofrecieron dinero a los desertores para que volvieran a sus casas. La falta de suministros que debían llegar por vía aérea, pero, sobre todo, la falta de apoyo aéreo, ataques de aviones y helicópteros que socorrieran a los militares en situaciones desesperadas, fue el golpe final a la moral del Ejército afgano. El sábado 14 de agosto las capitales de provincia afganas empezaron a caer una detrás de otra. El domingo 15 quedó abierto el camino a Kabul ante la sorpresa del mundo. En Afganistán era simplemente la forma tradicional de hacer la guerra.

Los primeros estadounidenses en pisar Afganistán después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron siete agentes de la CIA. El equipo recibió el nombre en clave JAWBREAKER (rompe mandíbulas). A su frente estaba Gary Schroen, un veterano de la agencia que había trabajado en Pakistán y había establecido contacto con los grupos armados que resistían en Afganistán a los talibanes. El resto del equipo pertenecía a la División de Actividades Especiales, el departamento de la CIA que reúne a exmilitares para tareas comprometidas en lugares de conflicto.

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