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Del holocausto nuclear a los tiroteos: criar un hijo en la paranoia permanente de EEUU
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MÁS INCONVENIENTES QUE VENTAJAS

Del holocausto nuclear a los tiroteos: criar un hijo en la paranoia permanente de EEUU

El número de víctimas de tiroteos en escuelas e institutos de Estados Unidos no llega a los 150 en los últimos 20 años, pero el país vive en una obsesión constante que alarma a los niños

Foto: Manifestación en Londres exigiendo controles de venta de arma más estrictos en Estados Unidos. (Reuters)
Manifestación en Londres exigiendo controles de venta de arma más estrictos en Estados Unidos. (Reuters)

En los años cincuenta, la amenaza venía de fuera: una lluvia de misiles soviéticos capaces de reducir Estados Unidos a una pila de escombros y polvo radiactivo. Los colegios americanos proyectaban vídeos sobre cómo sobrevivir a una guerra atómica. Cuando sonaban las alarmas, los alumnos corrían al sótano o se metían bajo los pupitres. Miles de escuelas llegaron a dar placas de identificación para que los padres pudieran reconocer el cadáver del niño calcinado en un eventual holocausto.

En 1999, sin embargo, la amenaza pasó a anidar en el interior: en los pasillos, entre los propios alumnos. La masacre del Instituto Columbine, en la que dos estudiantes asesinaron a 15 personas, inició la era de los simulacros de tiroteo. Una práctica que se ha extendido al 95% de los centros, pero cuya eficacia está siendo cuestionada.

Foto: Trump y su esposa llegan a Londres. (EFE)

“¡Tirador activo!”, gritó un niño de cinco años durante un partido de fútbol americano. Según el testimonio de su madre, Heidi Lee Pottinger, el niño, al escuchar los fuegos artificiales después de un 'touchdown', creyó que se trataba de un atacante disparando al público. “Me cogió desprevenida”, reconoció Pottinger a NBC News. “Esta es su infancia y debería de ser tranquila, pero no lo es”. El hijo de Pottinger llevaba participando en simulacros de tiroteo desde los tres años.

En algunos casos, el centro no avisa de que se trata de un simulacro, así que los alumnos piensan que realmente un compañero anda por los pasillos disparando a la gente. “Esto no es un simulacro”, aclaró por megafonía el Instituto Lake Brantley de Florida, en diciembre del año pasado. Los profesores habían recibido este mensaje de la dirección: “Tirador activo avistado en Brantley/edificio 1/edificio 2”.

Los profesores no sabían nada. Era una cosa del 'sheriff' y del director del centro. Durante una hora, los alumnos corrieron y se cayeron por los suelos. Algunos lograron saltar la valla; otros se quedaron bloqueados, vomitaron, se hicieron las necesidades encima. Los más templados tuvieron el nervio de enviar mensajes de amor a sus familias, que a su vez inundaron de llamadas los servicios de emergencia.

No sabían que era un simulacro. Los alumnos corrieron y se cayeron por los suelos. Algunos se vomitaron y se hicieron las necesidades encima.

Un rato después llegaba otro mensaje de la dirección: “Esto solo era un simulacro para continuar practicando por la seguridad de nuestros estudiantes. ¡Gracias!”.

“Preparar a nuestros niños para acontecimientos extremadamente improbables sería otra cosa si esa preparación no tuviera desventajas”, escribe en The Atlantic la educadora infantil Erika Christakis. “La cultura de la preparación escolar puede instalar en millones de niños una visión del futuro distorsionada y llena de presagios”.

Un ensayo macabro

El Instituto Troy Buchanan, en Misuri, quiso dar al simulacro un mayor realismo y decidió maquillar a los alumnos con agujeros de bala en la cara o el torso. Un oficial de policía representó al atacante. Corrió por los pasillos disparando, hizo rehenes y encañonó a una alumna para que pidiese a una clase que abriera las puertas. “¡Dejadme entrar!”, chilló la menor. Pero los alumnos encerrados sabían que era una trampa. Habían sido entrenados. Y nadie movió un dedo.

Ocho minutos y un segundo después, la policía ya había abatido al atacante. Los alumnos, que yacían a la entrada y en los pasillos manchados de sangre falsa, con agujeros de bala en el pecho o en la frente, se levantaron y recogieron los casquillos de fogueo como recuerdo.

Escenas como esta no son anecdóticas. En torno al 95% de las escuelas públicas de Estados Unidos practicaron un simulacro de tiroteo al menos una vez en el curso de 2015-2016, según los datos del Centro Nacional de Estadísticas Educativas. Actualmente, 42 de los 50 estados del país norteamericano obligan por ley a celebrar estos ejercicios. En la temporada escolar 2017-2018, más de cuatro millones de alumnos pasaron por una experiencia similar, bien como simulacro, bien como respuesta a una falsa alarma.

La paranoia infantil

Según Erika Christakis, lo que en principio puede parecer un ejercicio legítimo para minimizar los daños en caso de semejante escenario, tiene muchos más inconvenientes que ventajas. Una de ellas es el impacto psicológico mencionado. Una encuesta del Pew Research Center, elaborada en 2018, refleja que al 57% de los adolescentes estadounidenses les preocupa sufrir un tiroteo en su escuela, pese a que las posiblidades de que esto ocurra no llegan ni a una entre un millón.

Según los cálculos de 'The Washington Post', el número de víctimas de tiroteos en escuelas e institutos de Estados Unidos no llega a los 150 en los últimos 20 años. Una causa de mortandad estadísticamente insignificante, muy por detrás de los accidentes, envenenamientos, ahogamientos, cáncer, sobredosis o suicidio.

Foto: Melania y Donald Trump, junto a la reina de Inglaterra. (Reuters)

Tampoco hay prueba alguna de que estos ejercicios sirvan de nada en caso de un ataque real. Meses antes de que el instituto de Parkland, en Florida, se convirtiese en el escenario de la peor matanza de este tipo, con 17 muertos, sus alumnos habían participado en un simulacro. De nada sirvió. Al contrario: el autor de la masacre, Nicolas Cruz, no se molestó en intentar entrar en las clases. Se limitó a disparar a la gente que se había quedado en los pasillos. En los seis minutos que duró el baño de sangre tuvo tiempo de recorrer varias veces las tres plantas del complejo.

“No sé cómo se le ocurrió a nadie que entrenar a los estudiantes (...) contra un intruso armado era una buena idea”, declaró a Herring Report el Dr. Stephen Brock, psicólogo y profesor de la Universidad Estatal de California. “Las escuelas son uno de los lugares más seguros para la gente joven. No quiero que pasen a verse como instituciones fatalmente defectuosas y horriblemante violentas, porque no es el caso”.

En los años cincuenta, la amenaza venía de fuera: una lluvia de misiles soviéticos capaces de reducir Estados Unidos a una pila de escombros y polvo radiactivo. Los colegios americanos proyectaban vídeos sobre cómo sobrevivir a una guerra atómica. Cuando sonaban las alarmas, los alumnos corrían al sótano o se metían bajo los pupitres. Miles de escuelas llegaron a dar placas de identificación para que los padres pudieran reconocer el cadáver del niño calcinado en un eventual holocausto.

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