Haftar: la sombra del 'pequeño Gadafi' se hace grande en Libia
Sus fuerzas controlan ya más del 80 por ciento del territorio de Libia, y se baten a la conquista de Trípoli. Si vencen, poco podrá hacerse para impedir que Haftar se convierta en el próximo hombre fuerte
“Antes solo había un Gadafi, ahora tenemos que lidiar con un montón de pequeños Gadafis”, decía hace no mucho un diplomático europeo, frustrado por tener que lidiar con la miríada de señores de la guerra y reinos de taifas que proliferaban en la posguerra de Libia. Probablemente hoy su evaluación sería distinta: el panorama se simplifica a medida que uno de los bandos, el del mariscal Jalifa Haftar, se consolida.
Sus fuerzas controlan ya más del 80 por ciento del territorio de Libia, y desde hace un mes se baten a la conquista de Trípoli. Si vencen, poco podrá hacerse para impedir que Haftar se convierta en el próximo hombre fuerte del país.
“Algunas ciudades y tribus se han aliado con Haftar por pura desesperación ante la impotencia del Gobierno de Acuerdo Nacional de Trípoli. Otras lo han hecho para obtener influencia contra sus rivales locales. Ese es sin duda el caso en el sur desierto, donde el crimen y la miseria económica crearon vacío que las fuerzas de Haftar han llenado con efectivo y suministros, incluso al precio de agitar las tensiones comunitarias al favorecer a unas tribus sobre otras”, afirma Frederic Wehrey, analista del Fondo Carnegie para la Paz Internacional y autor del libro “Las orillas ardientes”.
“En el oeste de Libia, las ciudades están divididas, con algunos grupos armados aliados con sus fuerzas incluso aunque nominalmente sigan bajo la autoridad de su rival, el Gobierno de Trípoli”, señala Wehrey. A día de hoy es pronto para pronosticar una victoria total de Haftar, pero sin duda es una figura a la que conviene ir prestando atención.
El "hijo" olvidado de Gadafi
Jalifa Haftar nació en Ajdabiya, a unos 160 kilómetros al sur de Bengasi, en el seno de una destacada tribu que le encaminó hacia la carrera de las armas. Fue compañero de estudios de un jovencísimo Muammar Al Gadafi en la Real Academia Militar de Bengasi, y posteriormente recibió adiestramiento adicional en Egipto y la Unión Soviética. En 1969, cuando Gadafi encabezó el golpe de Estado que acabó con la monarquía del rey Idris, Haftar fue uno de los oficiales que le respaldaba en la asonada. El líder libio solía llamarle “mi hijo”, pese a que la diferencia de edad entre ambos era de apenas un año.
A esa confianza se sumaba su pericia militar: en 1973, cuando Gadafi decidió enviar tropas en apoyo de Egipto en la guerra del Yom Kippur, puso a Haftar al frente del contingente. En 1986 le nombró comandante de las fuerzas libias en la guerra del vecino Chad, una decisión que acabaría por sellar el destino de ambos.
Un año después, el ejército libio se vio castigado por una potente ofensiva chadiana con apoyo de la aviación francesa. Pese a la precaria situación bélica en la que se encontraba, Gadafi ordenó al cuerpo expedicionario resistir a toda costa, una decisión absurda desde el punto de vista militar. Haftar perdió a 2.000 hombres en esos combates antes de rendirse en Wadi Doum. Algunos observadores llamaron a esta derrota “el Dien Bien Phu libio”, en referencia al desastre bélico de Francia que selló el final de sus colonias en Indochina. Y mientras Haftar languidecía en una prisión chadiana, el dictador renegó de él y le culpó de la debacle bélica. El resentimiento hizo mella en él. Desde entonces se convertiría en un fiero enemigo del régimen.
Gadafi intentó que los chadianos se lo entregasen, pero, con la ayuda de la CIA, Haftar protagonizó una rocambolesca huida por media África hasta recabar en el Zaire de Mobutu Sese Seko, que odiaba al mandatario. Posteriormente los estadounidenses le otorgaron protección, asilo e incluso un pasaporte. Durante más de dos décadas vivió exiliado en la ciudad estadounidense de Viena, en Virginia, haciendo gala de unos ingresos que nadie sabía muy bien de dónde procedían, y participando en conspiraciones que nunca tuvieron la más mínima oportunidad de derrocar al tirano libio.
El largo regreso a casa
Cuando la revuelta contra Gadafi estalló en 2011, Haftar hizo apresuradamente las maletas y regresó a Libia. Al aeropuerto le llevó otro compatriota exiliado, un islamista al que la oposición común al dictador había convertido en compañero más o menos forzoso. Dada su experiencia militar, Haftar pretendía ponerse al frente de las fuerzas rebeldes, pero al principio no tuvo demasiado éxito.
Pero la estrategia de Haftar ha sido gradual. Primero defendió su Ajdabiya natal de las fuerzas gadafistas, y consiguió que el Consejo Nacional de Transición rebelde le nombrase jefe del Estado Mayor. Pero tras la caída del dictador, las nuevas autoridades revolucionarias le dejaron de lado, por lo que volvió a EEUU mientras la nueva Libia se deshacía en enfrentamientos sectarios y se convertía en un terreno fértil para la causa yihadista.
No estuvo inactivo mucho tiempo: en 2014, vestido con su uniforme de general, declaró ilegítimas a las autoridades de Trípoli e instó a la expulsión de los Hermanos Musulmanes -muy influyentes en el país debido al apoyo que recibían de Qatar y Turquía, entre otros- de las instituciones. Pronto demostró que hablaba en serio: en primavera lanzó la llamada Operación Dignidad contra los grupos islamistas en el este de Libia; poco después salió ileso de un atentado con coche bomba contra su vivienda. Su antiguo compañero de exilio, dicen, se cuenta hoy entre sus peores enemigos.
En aquel momento la ofensiva no tuvo demasiado éxito, pero a base de tejer alianzas locales y hacerse con el control de recursos petrolíferos importantes, las tropas de Haftar se han convertido en una fuerza bélica cada vez más sólida, que a su vez le han granjeado crecientes apoyos extranjeros: el de Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, pero también el de Jordania, Rusia y Francia –que ha jugado un doble juego, apoyando nominalmente al llamado Gobierno de Acuerdo Nacional respaldado por la ONU en Trípoli mientras enviaba a las fuerzas especiales a luchar junto a Haftar-.
Según algunas informaciones, miembros de compañías militares privadas rusas operan en Cirenaica en apoyo del mariscal. En 2017 consiguió finalmente expulsar de Bengasi a una coalición de fuerzas yihadistas formada ‘ad hoc’ para oponerse a su dominio. En el este del país es considerado un héroe de forma casi unánime.
¿Dictador en ciernes?
No lo ven igual en la otra mitad de Libia, donde temen que pueda convertirse en un nuevo dictador y traen a colación las atrocidades cometidas por sus tropas, que le han valido denuncias ante el Tribunal Penal Internacional. Pero mientras en Trípoli se sucedían de forma caleidoscópica las coaliciones de Gobierno, en las cancillerías occidentales se iba imponiendo el consenso creciente de que se haga lo que se haga, para conseguir la paz en Libia es necesario contar con Haftar. Esta misma semana, el Secretario de Exteriores británico Jeremy Hunt admitía que la mejor opción es tratar de lograr “un alto el fuego, conversaciones políticas y un acuerdo político” con él.
No es que hasta ahora Haftar haya demostrado demasiado interés en negociar, pese a haber sido invitado a varias conversaciones de alto nivel en Francia, Italia, Rusia y el Golfo. “La realidad es que la facción más poderosa, el bando de Libia oriental liderado por el mariscal Haftar, sigue una lógica militar. Para este líder fuerte, los foros diplomáticos son solo un especia donde se pide a los perdedores que acepten su ascenso”, declaraba recientemente el analista especializado en Libia Jalel Harchaoui a la agencia Reuters. Mientras los demás hablan, las tropas de Haftar siguen ganando terreno.
Espaldarazo de Trump
Tal vez el espaldarazo definitivo le haya venido, de forma bastante inesperada, de parte de Donald Trump, quien a mediados de abril rompió con ocho años de diplomacia estadounidense en Libia al llamar por teléfono a Haftar, y emitiendo posteriormente un comunicado en el que “reconocía su papel significativo en la lucha contra el terrorismo y para asegurar los recursos petroleros de Libia”. Mientras tanto, un Gobierno central cada vez más impotente ha suspendido la actividad de 40 firmas extranjeras –entre ellas la de la petrolera gala Total-, en un intento de presionar a estos países para que cesen todo respaldo a su rival.
“No hay duda de que una Libia bajo Haftar estaría lejos de ser libre. Ha dicho públicamente que Libia no está ‘lista’ para la democracia y ha calculado su ataque contra Trípoli para sabotear el Congreso Nacional patrocinado por la ONU que iba a ser el precursor de unas elecciones nacionales”, escribía este viernes el primer ministro libio Fayez Serraj en el Wall Street Journal. “Ahora, en lugar de acomodarse en un nuevo gobierno democrático, el Gobierno de Acuerdo Nacional está luchando contra un aspirante a dictador militar cuyo gobierno rival recibe armas y fondos de actores extranjeros que persiguen sus propios intereses estrechos a expensas de Libia”, asegura Serraj.
La mayoría de los expertos considera que, hoy por hoy, Haftar no tiene fuerzas suficientes como para conquistar Trípoli, donde la suma de milicias opuestas a él es demasiado fuerte. Pero si algo ha demostrado tener el viejo mariscal es paciencia. Sea cual sea el futuro de Libia, Haftar, si sobrevive a la guerra, tendrá algo que decir al respecto.
“Antes solo había un Gadafi, ahora tenemos que lidiar con un montón de pequeños Gadafis”, decía hace no mucho un diplomático europeo, frustrado por tener que lidiar con la miríada de señores de la guerra y reinos de taifas que proliferaban en la posguerra de Libia. Probablemente hoy su evaluación sería distinta: el panorama se simplifica a medida que uno de los bandos, el del mariscal Jalifa Haftar, se consolida.
- La capital de Libia se asoma a un baño de sangre Mohamad abdel Malek. Trípoli (EFE)
- Los contendientes se refuerzan en Trípoli en previsión de una gran batalla Javier Martín. Trípoli (EFE)
- Cerco al petróleo y choque Roma-París: los efectos para Europa de la guerra en Libia Irene Savio. Roma