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Los fantasmas de Gadafi
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CUATRO AÑOS DE GUERRA Y TERRORISMO EN LIBIA

Los fantasmas de Gadafi

Cuatro años después de su muerte, Libia sufre la herencia de décadas de vacío institucional culminadas con una guerra civil. Otro conflicto y el machaque del terrorismo marcan el aniversario

Foto: El exdictador Muammar Gadafi posa para las cámaras en el complejo de Bab al Azizia, Trípoli, el 10 de abril de 2011, en plena guerra civil (Reuters).
El exdictador Muammar Gadafi posa para las cámaras en el complejo de Bab al Azizia, Trípoli, el 10 de abril de 2011, en plena guerra civil (Reuters).

La entrada en el diario de Hadia Gana el 20 de octubre de 2011 comienza así: “Son las 13:45: ¡tienen a Gadafi! ¿Cómo -y dónde-? ¿Podemos ver algún vídeo? ¿Hay alguna prueba? Todas estas preguntas dan tumbos por mi cabeza y no puedo estar feliz, de hecho me da miedo creerlo…”.

Con esta descripción acababan ocho meses de lucha contra el tirano en Libia, escenario de la 'primavera' impensable y sorprendente que siguió a Túnez y Egipto y desató una intervención internacional (la única conducida para derrocar al régimen establecido en los países de las revueltas árabes) que pretendía apoyar una deriva democrática del país norteafricano tras cuatro décadas de implacable dictadura en manos de Gadafi.

Horas después de esa primera descripción de Gana, la artista y activista tripolitana cerraba el texto. “Ahora Gadafi está muerto… Y Libia es libre”, escribió. “Se fue torciendo”, afirmaba en el cuarto aniversario del inicio de la revolución de febrero.

La sentencia de Gana aúna las opiniones de aquellos activistas que se arriesgaron a hacer saltar el país por los aires. Pusieron caras, nombres, logística y redes a una revuelta que acabó por tumbar 42 años de oscurantismo a la sombra del coronel que en 1969 protagonizó un golpe de Estado contra un país que apenas comenzaba a andar bajo un monarca impuesto por Naciones Unidas.

Cuatro años después, esa esperanza ha embarrancado en acuerdos entre milicias que mantienen una guerra abierta, procesos auspiciados por la ONU para sentar a la mesa a dos gobiernos enfrentados, elecciones boicoteadas y la temible expansión del Estado Islámico, que utiliza las costas bañadas por el Mediterráneo, a 600 kilómetros de la Europa continental, para lanzar su propaganda de sangre.

“Los objetivos se han dispersado”, comentaba Gana via Skype, “durante la revolución fue fácil, porque el objetivo era uno, era Gadafi”. Muerto el perro, dicen, se acabó la rabia. El problema es que muchos otros déficits estaban por salir a la superficie y poner patas arriba la llamada 'transición'.

Para muestra, un botón. La misma muerte de Gadafi sigue siendo un misterio cuatro años después de su presunta ejecución sumaria a manos de la brigada de combatientes misratíes que le dio caza en su bastión de Sirte aquel 20 de octubre de 2011. El fallecimiento no fue confirmado hasta que EEUU dio el visto bueno a la difusión de las imágenes que mostraban su cadáver postrado en una camilla.

La muerte del dictador, 'casus belli'

Las hipótesis sobre su muerte son varias, y también han contribuido a la mitología que ha sostenido hasta hoy la guerra civil en que se ha sumido el país, que cuenta más de 3.700 muertos en el conflicto desde julio de 2014. Ha servido, por ejemplo, para acusar, no solo de prepotencia (por monopolizar los méritos de la revolución como la ciudad más castigada), también de asesinato, a los combatientes de Misrata, de quienes se sospecha que pudieron apalear hasta la muerte al caudillo después de exhibirlo tras su captura.

La defensa contra las imágenes difundidas de una turba arrastrando su cuerpo (si estaba aún vivo, es una incógnita) pasa por asegurar que todo fue un montaje orquestado por los mismos individuos que, en septiembre de 2012, acabaron con la vida del embajador estadounidense Chris Stevens en Bengasi durante la emboscada que siguió a una protesta frente al consulado. Los mismos que han metido a la bazofia armada del autoproclamado Califato de Abu Bakr al Bagdadi hasta el corazón del país.

La teoría más extendida es, no obstante, la de la incertidumbre que conlleva impunidad, como casi todo en cuatro años de experimento de Estado fallido. Según testimonios de varios excombatientes a esta periodista, a Gadafi se lo llevó herido una ambulancia que luego tuvo, o no, un accidente. En algún momento su cuerpo salió del furgón y regresó cadáver.

El cuerpo llegó a estar expuesto en el Museo de los Mártires que adorna el centro de Misrata con una colección de municiones y armamento en plena calle Trípoli, la principal arteria de la ciudad. Allí se conservan aún 'reliquias' del expolio de su palacio en Sirte: desde el trono con el que se autoerigió en 'gobernante' sempiterno de una república inventada (la Yamahiriya, término propio que equivale a “estado de las masas”), hasta la documentación que llevaba encima el coronel, pasando por la vajilla y buena parte de su armario.

La herencia del coronel

Pero Gadafi dejó tras de sí mucho más que baratijas y objetos de decoración de gusto cuestionable. O mucho menos, según se mire. “Cuando Gadafi cayó con sus milicias, todo colapsó, no había nada ahí”, apunta Gihan Badi, arquitecta afincada en Reino Unido y una de las activistas que conectaron globalmente la revolución.

Esa es la principal pista que lleva a la actualidad de un país que, con la excepción de Siria, ha fracasado estrepitosamente en salir indemne de su propia revolución. “Lo que nos unió fue nuestro odio contra Gadafi”, reitera Iman Bughaiguis, exportavoz del Consejo Nacional de Transición y hermana de Salwa, activista asesinada en Bengasi durante las elecciones de junio de 2014. “Después (de su muerte), como no teníamos ninguna organización, no teníamos ley ni orden, todo el mundo comenzó a trabajar por su propio interés”, esgrime, “corrupción, corrupción y corrupción, como con Gadafi. Lo que Gadafi no consiguió hacer, está ocurriendo ahora”.

Bugahiguis, exiliada fuera de su país ante las constantes amenazas contra ella y su familia, se refiere al fracaso institucional que culminó con la instauración de dos parlamentos, dos gobiernos y dos alianzas militares que han mantenido abierto un conflicto armado durante más de un año.

Pese a su explosivo arranque, esa guerra 2.0 hunde sus raíces en el mismo momento en que la Libia del régimen opaco que Occidente se atrevió a creer conocer empezó a desmoronarse. El país se vio atrapado por la corrupción que trajo el reparto de su enorme riqueza en hidrocarburos. La falta de cuerpos de seguridad bajo un mando unitario y la omnipresencia de armas hicieron posibles capítulos surrealistas como el secuestro, en 2013, del entonces primer ministro, Ali Zeidan, en su propia habitación de hotel.

El dinero desaparecía de las arcas estatales o, simplemente, se esfumaba en partidas presupuestarias injustificables, como instalaciones de aire acondicionado en despachos ministeriales, créditos personales a miembros del Gobierno o comisiones de revisión de la comisión de revisión de las cuentas públicas, según cuenta Salah Elbakoush, asesor político y financiero del primer Congreso General de la Nación, relacionado con los Hermanos Musulmanes que sabotearon las elecciones de 2014.

Y sobre este panorama planea la sombra del mismo régimen, extendida por el general Halifa Haftar, erigido en un plagio del general Abdelfatah al Sisi, responsable del giro de 180 grados que ha experimentado el Egipto post revolucionario. El líder militar, ex mano derecha de Gadafi en la guerra de Chad desde 1978, ha sido (y sigue siendo) uno de los huesos más duros de roer para la culminación del proceso de paz auspiciado por el enviado especial de la ONU en Libia, el español Bernardino León.

Terrorismo vs. antiguo régimen

Para uno de los bandos, el de los parlamentarios rebeldes que formaron su propio Gobierno de Salvación Nacional en Trípoli en el verano del año pasado, Haftar y su banda no pretenden más que dar marcha atrás a la revolución. En Tobruk, donde tiene sede la asamblea contestataria, nacida de los comicios y reconocida por Occidente, responden que sus oponentes no solo apoyan a organizaciones consideradas terroristas por la comunidad internacional, como Ansar al Sharia, si no que la influencia de los Hermanos Musulmanes en Trípoli y su aferramiento al poder ha permitido, cuando no facilitado, la presencia de grupos radicales y del propio Estado Islámico.

“En Libia no pudimos hacer nada contra la corrupción, ¿y eso es por Ansar al Sharía?”, clamaba Elbakoush a finales del año pasado, “en Libia no pudimos reformar la seguridad, el sistema judicial, ¿y eso es por Ansar al Sharía?”. E ilustraba así la división del país: “No todo el mundo que está en el otro lado es (gente) de Gadafi, lo que hay es una alianza de conveniencia que comparte una idea de que lo que amenaza a Libia es el fundamentalismo islámico; nosotros creemos que la mayor amenaza es el establecimiento de una segunda Yamahiriya”.

Pero esa división, como apuntaba el mismo Bernardino León en una entrevista a esta periodista, nunca fue tan nítida. El acuerdo alcanzado por los principales implicados en el conflicto para formar un futurible Gobierno de Unidad Nacional ha sido saboteado antes, durante y, casi con toda seguridad, lo será después por elementos descontentos en ambos lados que ya preparan su oposición armada, como la alianza sellada en Trípoli por milicias que se oponían al propio diálogo.

Mientras, queda por resolver si Libia acabará asentándose como el trozo de Califato que pretende fundar el Estado Islámico en África. León, como EEUU y la Unión Europea, ha repetido por activa y por pasiva que solo un Ejecutivo unificado podría contar con el apoyo de las fuerzas de la ONU o de una operación militar antiterrorista al estilo de la de la Coalición Anti-Isis en Siria e Irak. Ese compromiso se lo han saltado ya Egipto y los Emiratos Árabes a la torera.

“La única excusa para que Gadafi se mantuviera (en el poder) durante 42 años es que él era el único muro contra el extremismo”, recuerda Hadia Gana, “pero no te dedicas a matar y oprimir gente y destruir completamente tu país por esto”. Cuatro años después de la muerte del dictador, Libia sigue luchando contra los mismos fantasmas.

La entrada en el diario de Hadia Gana el 20 de octubre de 2011 comienza así: “Son las 13:45: ¡tienen a Gadafi! ¿Cómo -y dónde-? ¿Podemos ver algún vídeo? ¿Hay alguna prueba? Todas estas preguntas dan tumbos por mi cabeza y no puedo estar feliz, de hecho me da miedo creerlo…”.

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