Es noticia
Viaje al caos posrevolucionario: dos caras (des)gobiernan la anarquía en Libia
  1. Mundo
asediada por grupos ligados al estado islámico

Viaje al caos posrevolucionario: dos caras (des)gobiernan la anarquía en Libia

Tres años después del derrocamiento de Gadafi, el país vive asediado por milicianos revolucionarios y grupos terroristas vinculados al Estado islámico

Foto: Un tanque de un grupo vinculado a las Libya Shield Forces dispara durante combates con milicias enemigas en el Cuartel 27, al oeste de Trípoli. (Reuters)
Un tanque de un grupo vinculado a las Libya Shield Forces dispara durante combates con milicias enemigas en el Cuartel 27, al oeste de Trípoli. (Reuters)

Tres años después de la muerte de Gadafi, el país vive asediado por milicianos revolucionarios, elementos sospechosos de querer reinstaurar el régimen y grupos terroristas vinculados al Estado Islámico. Viajamos al caos posrevolucionario para desenmarañar el nudo gordiano que ata Libia.

----------------------------------------------------------------------------------------

Mudur y Mohamed pululan por los alrededores de una de las casas tomadas por milicianos de Misrata en la inacabable planicie de Washarfana, al suroeste de Trípoli. Desde el porche, se dibuja suave la silueta del macizo de Yabal Nafusa, a entre cuatro y siete kilómetros. Todo lo que hay en medio hace las veces de línea del frente entre ellos y las fuerzas de (la ciudad de) Zintán, apostadas en la montaña, en retirada. Es viernes, el equivalente al domingo en el planillo semanal libio, y los dos chavales no tienen otra cosa que hacer que rondar de villa en villa, haciendo compañía a los jóvenes destacados allí desde hace días, semanas o meses.

“Vemos a los mayores combatiendo y estamos orgullosos de ellos, queremos hacer lo mismo”, contesta Mudur con la mirada al suelo de un adolescente de 17 años. Él y su colega, dos años menor, compaginan, dicen, “la guerra y la escuela”. Aún estudian, pero sus ratos libres los pasan con compañeros como Muhamad Mustar, exelectricista de 27 años reconvertido en guerrillero desde que en 2011 estalló la revolución que acabó con cuatro décadas de dictadura de Muammar Gadafi en Libia.

Aquella liberación revolucionaria parece un espejismo. Dos Gobiernos, aupados por dos parlamentos paralelos y apoyados por dos coaliciones militares, luchan por el poder desde dos puntos a más de 1.300 kilómetros de distancia: Trípoli y Tobruk

De recuerdo de aquellos ocho meses de guerra, Muhamad tiene el cuerpo cosido del muslo al torso. Algunas cicatrices esconden pequeños bultitos que anticipan los trozos de metralla aún en la carne. “Cualquier cosa se queda en nada por nuestro país”, argumenta. Sus dos hermanos, asegura, están en el hospital recuperándose de las heridas recibidas en la última escaramuza de sus respectivas brigadas. “La gente está muriendo con nosotros”.

Más de tres meses llevan batallando milicianos de Zintán y Misrata, las dos ciudades que más pintaron en la toma de Trípoli en 2011. Ahora, aquella liberación revolucionaria parece casi un espejismo, un recuerdo soterrado en la memoria colectiva de un país que renquea en su transición conforme dos Gobiernos, aupados por dos Parlamentos paralelos y apoyados por dos coaliciones militares en las que participan las antiguas brigadas armadas merced al arsenal gadafista, luchan por el poder desde dos puntos con más de 1.300 kilómetros de tierra de por medio: Trípoli y Tobruk.

Sólo en el último mes, casi 300 personas han muerto en enfrentamientos concentrados en Bengasi, donde desde mayo descargan los aviones del general rebelde Jalifa Haftar, aliado del Parlamento de Tobruk (formado tras las elecciones del 25 de junio) y líder de la Operación Dignidad (Karama, en árabe), y en Kikla, un minúsculo pueblo montañoso en el que se han enzarzado zintaníes, alineados con Haftar y Tobruk, y misratíes, espina dorsal de Fayer Libia (Amanecer en Libia), la unión de fuerzas sobre la que se sustenta el Parlamento de Trípoli, el antiguo Consejo General de la Nación (CGN). Los combates se han replicado en el sur, en torno a las instalaciones petrolíferas montadas en mitad del desierto y que se disputan combatientes tobu y tuareg, dos de las líneas étnicas que se reparten la provincia meridional del Fezzan.

Dos ejércitos de milicias frente a frente

En Washarfana, en las inmediaciones del Cuartel 27, bastión recuperado por las brigadas de Misrata a mediados de octubre, cuando la batalla contra los de Zintán se desplazó desde el aeropuerto y los suburbios de Trípoli a las afueras, hacia Gueryán y Kikla, a los pies de Nafusa, sólo se corea una consigna: la lucha es, de nuevo, contra los esbirros de Gadafi.

Es lo que repican los altavoces instalados en los jardines del llamado Centro de Control, renombre de las instalaciones del Ministerio de Defensa donde se cocina la estrategia de las fuerzas milicianas de Fayer Libia. “Hay otro grupo intentando dar la vuelta a la revolución y necesitamos que la gente nos conozca y nos crea”, enuncia el mismo portavoz que comenzaba la locución con una sura del Corán seguidas de tres hurras a “Dios, el más grande”. La ceremonia, que reúne a lo más alto de la plana mayor de Fayer Libia, pretende escenificar la entrega de llaves del Cuartel de Yarmuk, recientemente “recuperado” por las fuerzas misratíes.

El acto está cargado de un simbolismo que dirige hacia la matanza de más de un centenar de prisioneros en ese mismo lugar a manos de las tropas leales a Gadafi en agosto de 2011. Dos años después, milicianos de la brigada zintaní Qaaqaa, que habían tomado el campo como base, abandonaron el emplazamiento en noviembre de 2013 tras repetidas acusaciones de querer imponerse en la capital. En 2014, el llamado “Gobierno de Salvación” celebra la reexpulsión de los combatientes de Qaaqaa tras la batalla por el aeropuerto de Trípoli en agosto.

El nudo gordiano que ata Libia

“Vosotros (los de Misrata) no sois como Zintán”, jalea Abdelsalam Jadallah al-Abaydi, jefe del Estado Mayor de la parcela del Ejército Libio leal al Gobierno de Salvación, con sede en Trípoli, “vosotros dijisteis que devolveríais las armas (al Gobierno tras la revolución) y lo hicisteis”.

Días después, y sentado plácidamente en su despacho de la Base Naval de Trípoli, Al-Abaydi da cuenta del nudo gordiano que ata Libia. En 2013, el anterior Gobierno dirigido por el prooccidental Ali Zeidán amagó con crear unas nuevas Fuerzas Armadas que incluyesen a los combatientes revolucionarios. La premisa era abandonar las armas y ponerlas al servicio del Ejército. La intentona falló de forma estrepitosa y Libia ha vuelto a caer en la violencia exacerbada por las luchas entre milicias, utilizadas por cada casa para imponer su visión de estado. La propuesta sigue en pie. “Cuando los revolucionarios confíen en que (…) no hay manera de revivir el antiguo régimen”, señala, “entregarán sus armas al país”.

El anterior Gobierno prooccidental amagó con crear unas Fuerzas Armadas que incluyesen a los revolucionarios. La premisa era abandonar las armas. La intentona fracasó y Libia ha vuelto a caer en las luchas entre milicias

La conjetura se antoja halagüeña ante la evidencia de quién dirige realmente las milicias. De momento dos hombres, Al-Abaydi y Abdelrazak Naduri, nombrado jefe del Estado Mayor por el Ejecutivo de Abdulá Tini en Tobruk, se disputan la Jefatura del Ejército Nacional. Pero quienes comandan las fuerzas sobre el terreno responden a otros nombres, ensalzados durante la revolución como héroes: Salah Baddi lidera a los milicianos de Misrata; Ibrahim Yadrán encabeza la Guardia de Instalaciones Petrolíferas, responsable del bloqueo que secó al país durante casi un año; Haftar, aún alineado con Tobruk, ha demostrado ir por libre respaldado por Egipto y Emiratos Árabes y Arabia Saudí.

“Cuando la guerra acabe y se construya la organización del país, trataré con cualquier líder de estas milicias”, asegura Al-Abaydi, “será un Ejército Nacional, el liderazgo del Ejército libio en el futuro agrupará a todos los revolucionarios y todos los clanes independientes de todas partes, no solo de Misrata”.

Ansar al Sharia: el enemigo de mi enemigo es mi amigo

En un panorama donde cada quien lucha por su propio bien, el espejismo de integración se ha convertido también en un arma arrojadiza. El “Gobierno de Salvación Nacional” no solo acusa a los diputados electos de Tobruk de querer reinstaurar el régimen de Gadafi, también de pretender la división de Libia. El propio primer ministro, Omar al Hassi, se defiende argumentando que su Ejecutivo integra el conjunto del país. “Este Ejecutivo está elegido de toda Libia”, insiste en una entrevista en la habitación del hotel en Trípoli en que está viviendo. “Es la primera vez que amagzí, tuareg y tobu tienen sitio en el gobierno”, dice en referencia a los ministerios ofrecidos a miembros de las tres etnias no árabes, “elegí a estas personas de todos los pueblos (de Libia) para equilibrar, para resolver la situación en el país”.

Un par de lágrimas se le escapan durante el discurso donde hasta Gandhi tiene cabida, incluso cuando lo que se discute es el apoyo de Trípoli a Ansar al Sharia, que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas considera desde hace semanas como agrupación terrorista afiliada a Al Qaeda. “Puedes sentarte con Ansar al Sharia (a negociar), solo rechazan estar dentro del Gobierno”, concluye.

La negativa del “Gobierno de Salvación” a admitir la amenaza terrorista que acecha en Libia es uno de los principales obstáculos para conseguir granjearse la bendición de la comunidad internacional, pese a que el esperado fallo del Tribunal Supremo libio ordenó a principios de mes la disolución del Parlamento y el Ejecutivo de Tobruk, únicas instituciones reconocidas como legítimas por Occidente, tras declararlo inconstitucional.

“Ansar al Sharia tachado de terrorista, no creo que eso ayude”, reflexiona Salah Elbakush, empresario y asesor político y económico del CGN, antes y después de las elecciones del 25 de junio, “no hay ninguna alianza. Ansar al Sharia combate a Haftar, nosotros combatimos a Haftar, pero no somos amigos”. A ello se suma el temor creciente a la radicalización islamista, especialmente después de que Libia haya perdido un pedacito de su territorio cedido al autodenominado Estado Islámico, la escisión de Al Qaeda antes conocida como ISIS, o Estado Islámico de Irak y Siria. En Derna, donde simpatizantes del EI han hecho a la población jurar lealtad a Abubaker el Bagdadi, ya se han encontrado varios cuerpos de activistas y soldados decapitados.

“Debemos unir al país y lidiaremos con Ansar al Sharia y el resto de extremistas”, anticipa Elbakush, “mi interés está en salvar mi país, no en hacer felices a americanos y europeos; si su ayuda (para salir de la crisis) depende de colocar sus necesidades en lo más alto de mi agenda, no va a funcionar”.

Tres años después de la muerte de Gadafi, el país vive asediado por milicianos revolucionarios, elementos sospechosos de querer reinstaurar el régimen y grupos terroristas vinculados al Estado Islámico. Viajamos al caos posrevolucionario para desenmarañar el nudo gordiano que ata Libia.

Libia Al Qaeda
El redactor recomienda