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Dormir a 200 metros del Estado Islámico
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en el frente de la lucha contra los yihadistas

Dormir a 200 metros del Estado Islámico

'El Confidencial' recorre junto a los peshmerga el frente hasta Yalawla, la última localidad que ha sido arrebatada a los yihadistas del Estado Islámico

Foto: Un combatiente kurdo observa las posiciones del Estado Islámico cerca de Mosul, en el norte de Irak (Reuters).
Un combatiente kurdo observa las posiciones del Estado Islámico cerca de Mosul, en el norte de Irak (Reuters).

El Confidencial recorre junto a los peshmerga, las fuerzas kurdas, el frente hasta Yalawla, la última localidad en ser recuperada de manos de los yihadistas del Estado Islámico. Las banderas negras ondean a unos cientos de metros

El comandante Abdulá Bor despierta admiración en sus filas. Las seis brigadas de peshmergas, los soldados kurdos que ocupan bajo sus órdenes los casi 100 kilómetros desde el pueblo turcomano de Tuz Jurmato, al sureste de Kirkuk, hasta la localidad de Yalawla, último bastión kurdo tomado por el Estado Islámico (EI, anteriormente conocido como ISIS, Estado Islámico de Irak y el Levante, en inglés) hace dos semanas, se deshacen en halagos hacia su jefe, cuyo cuerpo recorren 14 cicatrices de heridas recibidas desde 1968, cuando se unió a la entonces milicia kurda en el norte de Irak.

“Sadam era un dictador que actuaba contra los kurdos”, zanja el líder militar de ojillos brillantes y un mostacho que le come la boca de ratoncillo, “entonces luchábamos por nuestra tierra, ahora daesh (apodo despectivo en árabe del EI) son lo mismo, están cometiendo limpiezas étnicas”.

‘Sadam era un dictador que actuaba contra los kurdos’, zanja el líder militar de ojillos brillantes. ‘Entonces luchábamos por nuestra tierra, ahora daesh (apodo despectivo en árabe del EI) son lo mismo, están cometiendo limpiezas étnicas’

A punto de iniciar una jornada de visita a los efectivos desplegados en la línea que divide el territorio controlado por los peshmerga y la tierra ganada por los milicianos yihadistas camino de Bagdad, Bor explica la amenaza que el Estado Islámico les ha plantado a las puertas de casa. “Sadam al menos tenía un Ejército sistemático y organizado”, reconoce, “(el EI) no es sistemático, son una milicia brutal, no les importa si mueren”. La guerra, en consecuencia, es más indefinida y más peligrosa. “La idea, la mentalidad”, dice, “no ha cambiado”.

Las tropas kurdas se han convertido en la última defensa frente al avance del Estado Islámico en Irak después de que sus milicianos tomasen el pasado junio Mosul, la segunda ciudad del país. La espantada del Ejército iraquí, que huyó ante la entrada de los radicales en la ciudad, les ha dejado entre manos una brecha que ha redibujado las fronteras del país, anexionando de facto buena parte de las áreas que se disputaban Bagdad y Erbil, la mayoría habitadas también por otras minorías como cristianos, yazidíes, turcomanos o kakais que han sumado su apoyo al Gobierno Regional del Kurdistán.

La línea del frente

Desde la base a las afueras de Tuz Jurmato, donde 200 peshmerga permanecen destacados a la espera de una llamada de urgencia, esa línea zigzaguea en trincheras levantadas a los lados de la carretera que conduce a Bagdad. A la derecha, en el camino hacia Suleiman Beg, los milicianos del EI ocupan las aldeas desperdigadas a entre uno y nueve kilómetros del muro de arena que interrumpe la vista de un paisaje plano como un mar en calma. A la izquierda, la montaña de Imán Alí, como se conoce en la zona, alberga la artillería con la que los peshmerga repelen sus incursiones en la llanura.

A las puertas del cuartel de Suleiman Beg, a medio camino de Yalawla, el capitán Sherdel detiene el coche frente a un Hummer que hace de barrera flanqueado por dos montículos de tierra. El guardián de turno da marcha atrás como quien conduce un deportivo, sujetando con el pie la puerta del conductor para evitar cocerse a los más de 45 grados en la mañana. El coronel Hakim da la bienvenida a la antigua base del Ejército iraquí, perdida en 2008, después de que el entonces primer ministro chií, Nuri al Maliki, instase a los peshmerga a retirarse de la región, ocupada desde 2003.

Desertamos del Ejército y nos unimos a los peshmerga”, confiesa el coronel mientras observa desde una garita de sacos de arena, más por decoro que por seguridad, la bandera negra que ondea en la posición más cercana del Estado Islámico, a entre 200 y 500 metros. “No están siempre ahí”, dice señalando el edificio de cemento contra el que hace una semana se cruzaron fuego de morteros, “a veces, cuando deciden atacarnos, ponen francotiradores”. Dos soldados muertos y once cadáveres de yihadistas en la tierra de nadie que acabaron recogiendo un puñado de civiles fue el saldo de la última escaramuza.

“Los líderes yihadistas se han ido. Ahora son menos”

“Antes no estaba esa muralla de hormigón”, llama la atención Sherdel, que hace de guía, mientras señala a su espalda los bloques de cemento de casi tres metros que resguardan el complejo formando pasillos como un pequeño laberinto. El coronel asiente. No sabe si les volverán a atacar, aunque es mejor estar preparados, aún cuando parece que la amenaza ha bajado de nivel. “Los líderes (yihadistas) han abandonado el pueblo”, confirma, “ahora son menos”. El capitán ríe y se mofa de la organización del Estado Islámico en el frente por el que transcurre la excursión: “El que ahora es jefe de ISIS en Suleyman Beg solía trabajar de limpiador en Tuz Jurmato”.

Por el balcón terrero que da a la ciudad desde la base, los peshmerga observan el día a día del enemigo. La entrada a Suleiman Beg, localidad de mayoría suní donde los kurdos recriminan a la población haber acogido al EI y, en algunos casos, haberse sumado, forma una intersección de carreteras que se bifurca hacia Bagdad, al sur, y hacia Kalar y Janakin, en la frontera con Irán. Una excavadora descarga arena sobre el puente por el que no pasa ni un coche. “Intentan cortar la carretera”, apunta Hakim, “ya hicieron estallar las torres de la electricidad, cortando el suministro a Bagdad; nosotros controlamos el agua, pero no hemos cortado el suministro por los civiles que quedan”.

‘Desertamos del Ejército y nos unimos a los peshmerga’, confiesa el coronel mientras observa desde una garita de sacos de arena, más por decoro que por seguridad, la bandera negra que ondea en la posición más cercana del Estado Islámico, a entre 200 y 500 metros

Mientras come en el despacho por cuyo suelo ruedan unas mancuernas, el coronel se regodea en el sacrificio del deber. “Estoy siempre aquí”, dice, “este sitio es peligroso y si cae sería una vergüenza, no me puedo ir”. Se queja de su precariedad mientras asegura que, del otro lado, llevan días viendo los trabajos de los milicianos preparando explosivos bajo los cimientos del puente con la intención de reventarlo. “No sabemos por qué no lo han hecho aún”, reconoce, “quizá están esperando a que ataquemos, quizá colocaron mal las cargas. Nosotros ni siquiera tenemos TNT y ellos están todo el rato volando cosas”.

Tras el almuerzo, el capitán Sherdel y los cuatro peshmerga que ocupan la parte trasera de la pick-up, ponen rumbo a Yalawla. El camino está despejado hasta de parapeto. “Este tramo es todo primera línea del frente”, apunta, “en los últimos 15 días han intentado tomar la carretera un par de veces, pero no han podido pasar”.

Al otro lado se levantan barracones esporádicos desde donde vigilan las tropas kurdas. Poco a poco, el frente se amplía, acompañando la extensión de los campos de cereal que dejan un horizonte dorado a ras de suelo. La zona es rica en cultivos. Además de trigo, produce dátiles de las palmeras que crecen a orillas del río que cruza el paisaje desértico, también algunas hortalizas y frutas. El capitán lo apoda el “granero” de Irak: “Solo con la harina que se hace aquí se puede alimentar a todo el país, por eso todos lo quieren”.

La arabización de Sadam

La lección continúa con un croquis simplista del plan de arabización llevado a cabo por Sadam Husein al norte de la provincia de Diyala. El dictador recolocó a buena parte de población árabe suní y chií por la zona con el propósito de equilibrar la demografía y apagar las ansias independentistas kurdas. Eran los tiempos en los que los peshmerga robaron el nombre a la muerte (peshmerga significa “los que se enfrentan a la muerte” o “listos para morir”) para diferenciarse de los “soldados” persas y árabes. “Todos estos pueblos eran kurdos”, confirma, “(la región) solía estar en un 75% bajo control peshmerga, ahora hay un plan para retomarla”.

De ese mismo objetivo discuten ese día los responsables de la última brigada a las puertas de Yalawla. El general Bakty se hace el remolón antes de reconocer que la operación para entrar en el pueblo es inminente. La reunión de la plana mayor del frente evita que cualquiera traspase la barrera hasta la última posición kurda antes de la bandera negra que ondea sobre un depósito de agua entre árboles. En la barraca, a un kilómetro de los yihadistas, los voluntarios kakai que se han unido al Ejército kurdo merodean en cuclillas por el tejado para evitar ser blanco de los rifles de precisión con los que se hizo el EI, que deben esconderse en algún lado entre la calma absoluta del lugar.

“He combatido tres veces en Yalawla y lo peor que tienen son los francotiradores”, resopla Sam Kahraman, residente en Reino Unido hasta hace año y medio y que decidió quedarse a luchar este verano, “tienen armas que pueden alcanzar cinco kilómetros”. A la noche siguiente, a Sam le tocará meterse en faena. “Están atacando Yalawla”, reporta en un mensaje. Dos días después, fuentes oficiales confirman que la localidad está a punto de ser recuperada.

El Confidencial recorre junto a los peshmerga, las fuerzas kurdas, el frente hasta Yalawla, la última localidad en ser recuperada de manos de los yihadistas del Estado Islámico. Las banderas negras ondean a unos cientos de metros

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