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Los yazidíes huidos en Irak: “Vi a familias dejar en el camino a sus hijos muertos”
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ESCAPAN DE LOS RADICALES DEL ESTADO ISLÁMICO

Los yazidíes huidos en Irak: “Vi a familias dejar en el camino a sus hijos muertos”

Han soportado días de asedio sin agua ni comida. Algunos gritan por el dolor de los que quedaron atrás. Hablan los desplazados yazidíes de Sinyar

Foto: Niños yazidíes refugiados en Silopi, Turquía, a 14 km de la frontera con Irak. (EFE)
Niños yazidíes refugiados en Silopi, Turquía, a 14 km de la frontera con Irak. (EFE)

Khokha se pasea por el campo de refugiados de Badyet-Kandela con el carné de su hija en la mano y una lágrima saliéndole del ojo, gritando a todo el que ande por allí que su primogénita está muerta. Baran, de 20 años, falleció desangrada en el hospital de Sinyar, pueblo de mayoría yazidí en el noroeste de Irak, después de que la metralla disparada por un mortero la hiriese en los riñones. “Estaba en el hospital y vi a milicianos del ISIS” (Estado Islámico de Irak y el Levante, en siglas en inglés, rebautizado como Estado Islámico, a secas), recuerda de aquel 3 de agosto, el tercer día de combates en la ciudad.“Se movían por el hospital y a cualquiera que mencionase que era yazidí, lo mataban”.

Al menos 35.000 personas, según Naciones Unidas, se han acumulado en menos de dos semanas en el campamento levantado por ACNUR y el Gobierno Regional del Kurdistán en el norte de Irak para acoger el éxodo de desplazados yazidíes que ha dejado la ofensiva de los yihadistas del Estado Islámico en la región de Shingal. Para llegar hasta allí, familias enteras como la de Khokha han tenido que cruzar dos veces la frontera que divide dos países en guerra, amenazados por los mismos yihadistas que lograron unificar el pasado junio las tierras bajo su dominio en Siria e Irak en el autoproclamado Califato que lidera Abu Bakr al Bagdadi.

“Mi otra hija pequeña también está enferma –se queja la madre de 10 niños–, también tengo a mi madre y a mi padre, los traje a todos conmigo a través de las montañas, necesitan atención médica”.En el camino“no vimos una botella de agua hasta que llegamos aquí”. En una pausa de su charla, mientras el tenderete improvisado bajo el que esperan hasta que les asignen una tienda sale volando arrastrado por un vendaval de arena, gira bruscamente la cabeza, buscando nerviosa a la más pequeña, de dos años, que hace sólo unos minutos descansaba tendida en la tierra. Khokhase apacigua cuando la descubre tumbada junto a la abuela, cuyos dedos de los pies han dejado de ser falanges para convertirse en callos con los que parece imposible caminar.

La mujer, ama de casa de 39 años con un marido discapacitado, logró escapar de Sinyar hasta el monte Shingal, donde pasó más de una semana aislada hasta que consiguió entrar en Siria, atravesar unos 200 kilómetros hacia el norte a través del país vecino, y regresar a Irak cruzando el puente sobre el Tigris que abre en Pesh Khabur el único paso fronterizo (no reconocido internacionalmente) entre las regiones kurdas de Irak y Siria.

Es el mismo camino que hizo Hazzam, de 31 años, un peshmerga (soldado kurdo) de Gohbal, en la región de Shingal, que ahora se ha quedado sin trabajo. “Llevaba a mis niños a hombros –cuenta–. Alguna vez el más pequeño se desmayó, pero teníamos que seguir hasta Siria” desde el monte. Fueron, probablemente, los seis kilómetros a pie más largos de su vida. El resto los recorrió medio andando, medio en coche, parando durante dos días en el campo de refugiados sirio de Newroz, en la provincia siria de Hasaka. “He visto familias cuyos hijos morían y los dejaban en el camino –dice–. Hemos llorado hasta no poder más”.

EEUU anunció esta misma semana que, debido a la mejora de la situación humanitaria en Shingal, renunciaba a llevar a cabo una operación de rescate en la montaña donde se refugiaban entre 10.000 y 40.000 yazidíes huidos del envite del EI. Durante días, varios helicópteros estuvieron arrojando, sobre todo, agua para paliar las condiciones extremas, a más de 45 grados y sin una sola sombra bajo la que apalancarse. Los bombardeos llevados a cabo por la aviación estadounidense en las inmediaciones del monte lograron romper el jueves el cerco de los yihadistas. Este mismo sábado, sin embargo, el Gobierno kurdo confirmaba las informaciones lanzadas el viernes sobre una nueva matanza en la zona. Al menos 80 hombres fueron masacrados en la localidad yazidí de Kocho por los milicianos radicales, que secuestraron a las mujeres y los niños para conducirlos a Mosul, la capital iraquí de su Califato.

“Pude ver a una mujer con dos niños, uno en su regazo y el otro junto a ella, a la que sólo le quedaba un poco de agua, apenas una décima parte de la botella”, relata Azzam, que aparenta muy por encima de los 27 años que cuenta. “Mojaba su propio pañuelo y con él le frotaba los labios a los pequeños para mantenerlos algo hidratados”. Él mismo tiene un hijo de un año al que metió en el coche a toda prisa apenas escuchó los primeros disparos en el pueblo. “Escapamos a las dos de la madrugada hacia la montaña –explica–. Cuando oímos (cuatro días después) que el PKK había abierto la frontera para nosotros, simplemente echamos a correr a toda prisa, aunque no estábamos seguros de si era verdad o no; las noticias resultaron ciertas y pudimos sobrevivir y llegar hasta zona segura”.

Milicianos kurdos sirios de las Brigadas de Protección Popular (YPG, en siglas en kurdo, afiliado al Partido de los Trabajadores del Kurdistán, o PKK, organización considerada terrorista por EEUU, la Unión Europea y Turquía) fueron los responsables de asegurar un pasillo humanitario que permitió a los desplazados en el monte llegar hasta tierra siria y regresar luego a Irak. Tanto el YPG como el PKK han contribuido a la defensa de algunas posiciones iraquíes de mayoría kurda en una unión de fuerzas sin precedentes contra la que se ha convertido en una amenaza común. Ambas milicias combaten del lado de los peshmerga, aunque sin coordinación oficial.

“El PKK nos salvó”, reitera Azzam, en referencia al YPG. El hombre aguarda ahora en una camioneta junto a otra decena de vecinos desplazados para cruzar el Tigris de vuelta a casa. Allí, aseguran, esperan recoger los pocos bienes y enseres y algunas cabezas de ganado, sobre todo ovejas, que los combatientes del YPG han conseguido rescatar de la montaña en la que se dejaron lágrima, sudor y familiares, muertos o abandonados por no poder cargar con ellos. “Me gustaría que nos diesen armas para ir y luchar” contrael EI, sentencia, “pero incluso así, somos demasiado pocos, máximo medio millón. Lo que pedimos es ayuda internacional para vivir en un sitio seguro donde no seamos atacados más”.

Khokha se pasea por el campo de refugiados de Badyet-Kandela con el carné de su hija en la mano y una lágrima saliéndole del ojo, gritando a todo el que ande por allí que su primogénita está muerta. Baran, de 20 años, falleció desangrada en el hospital de Sinyar, pueblo de mayoría yazidí en el noroeste de Irak, después de que la metralla disparada por un mortero la hiriese en los riñones. “Estaba en el hospital y vi a milicianos del ISIS” (Estado Islámico de Irak y el Levante, en siglas en inglés, rebautizado como Estado Islámico, a secas), recuerda de aquel 3 de agosto, el tercer día de combates en la ciudad.“Se movían por el hospital y a cualquiera que mencionase que era yazidí, lo mataban”.

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