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Ponte: cómo un barrio maldito evitó la gentrificación tras vencer al narcotráfico
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Ponte: cómo un barrio maldito evitó la gentrificación tras vencer al narcotráfico

Ponte era el sitio más peligroso de una de las ciudades más peligrosas del mundo. Hoy es un modelo para otros barrios: venció al crimen y sigue siendo asequible para personas de bajos ingresos

Foto: Mural en una calle del barrio de Hillbrow, en Johannesburgo. (Foto: Oratile Mokgatla)
Mural en una calle del barrio de Hillbrow, en Johannesburgo. (Foto: Oratile Mokgatla)

Cuando nació Grant Ngcobo*, la torre de Ponte era probablemente el sitio más peligroso de una de las ciudades más peligrosas del mundo. Corría 1997 y el rascacielos era una gran favela vertical donde se compraba y se vendía cualquier cosa prohibida.

Situado entre los céntricos barrios de Berea y Hillbrow, este edificio brutalista de 54 plantas y forma circular fue, desde su inauguración en 1971, uno de los focos de la Johannesburgo abierta y cosmopolita que desafiaba al 'apartheid' con lo libérrimo de sus costumbres. Saltándose las leyes de separación entre razas, sudafricanos de raza negra vivían y dormían con sus compatriotas blancos en Hillbrow y Berea, que eran refugio también de la perseguida minoría gay. La implacable policía del régimen aparecía a menudo buscando pecadores. Pero a la sombra de Ponte se desplegaba una isla de desparpajo y humanidad, donde la gente se divertía ajena a los rigores calvinistas del Gobierno nacionalista afrikáner.

Ponte era en el imaginario de la ciudad un lugar prohibido de resonancias apocalípticas, al que nadie se acercaba si podía evitarlo

Hasta que a mediados de los 80 las cosas comenzaron a torcerse. Traficantes de droga y delincuentes comunes empezaron a desplazar a los jóvenes bohemios que le habían dado brillo a la zona. En 1990, el Gobierno blanco puso fin al sistema de segregación racial. Negros pobres comenzaron a llegar indiscriminadamente al centro procedentes de los antiguos guetos, mientras las fronteras se abrían a inmigrantes africanos de todas las naciones. Los blancos de clase media (y todo el que podía permitírselo, en realidad) se mudaron a los barrios residenciales del norte.

El crimen, la suciedad y la masificación se fueron apoderando de Berea, de Hillbrow, del vecino Yeoville y el resto del centro antes lujoso de Johannesburgo. Y entre los escombros quedó Ponte, despojada de todo su esplendor, también ella hecha un escombro.

Si no sacas buenas notas acabarás en Ponte”, le decían sus padres a Ngcobo cuando era un niño. Eran los años de la droga, el crimen y el sexo mal vendido. Ante la impotencia de los dueños, las mafias habían tomado el control del edificio y alquilaban las habitaciones a prostitutas, camellos y familias desesperadas. En sus apartamentos, convertidos a menudo en burdeles, se vendían armas y todo tipo de bienes robados. Hay quien dice que también órganos. Los yonkis se inyectaban heroína en las habitaciones y los pasillos, desde el que los más de 10.000 vecinos de este espectacular bloque pensado para 3.000 lanzaban por las ventanas la basura hasta llenar el patio interior hasta a una altura de 13 pisos. Contra los residuos se estrellaban los cuerpos sin esperanza de los suicidas, que subían a los pisos superiores a lanzarse al vacío. Ponte era en el imaginario de la ciudad un lugar prohibido de resonancias apocalípticas, al que nadie se acercaba si tenía forma de evitarlo.

placeholder Imagen de Ponte desde una de las calles que llevan a la torre. (O. Mokgatla)
Imagen de Ponte desde una de las calles que llevan a la torre. (O. Mokgatla)

No había pasado una década desde que los padres de Ngcobo le amenazaban con acabar en Ponte cuando este joven sudafricano supo que se mudaba con su familia a la torre. “No podía creer que fueran mis padres los que me traían al edificio Vodacom”, dice Ngcobo en referencia a Ponte, conocido de esta forma por el anuncio de la compañía de telefonía que lo corona. “Yo pensaba que nos iba bien en la vida, ¿y ahora nos poníamos a vivir en Ponte?”.

Los Ngcobo llegaron en 2012 a Ponte, que volvía a ser habitable tras una accidentada sucesión de acontecimientos. Con la vista puesta en el Mundial de fútbol de 2010 que iba a celebrarse en Sudáfrica, dos ambiciosos inversores proyectaron la compra del edificio para rehabilitarlo y hacer su agosto. La Copa del Mundo pondría de moda a Sudáfrica. Traería a Johannesburgo visitantes y dinero. Era el momento de comprar barata aquella ruina, sacarle lustre y vender sus casi 500 apartamentos a precio de oro. El plan era convertir Ponte en un sitio de alto standing, pero primero había que limpiar la torre de delincuentes y desharrapados. No fue fácil, pero se hizo. Planta a planta. De arriba abajo. Primero la mitad de abajo, después la otra. Aún no se había cerrado el traspaso y llegó 2008, con la crisis económica global. Los inversores perdieron su dinero y huyeron despavoridos. Ponte volvió a sus dueños originales, que aprovecharon el trabajo hecho para renovar el edificio. Ponte se quedó a medio camino entre la colmena de chabolas vertical y la ciudad de viviendas de lujo que habría acabado siendo sin la crisis.

Delimitado por agentes de seguridad en todas sus esquinas, este paraíso 'hipster' termina abruptamente para dar paso a calles muy peligrosas

“Este sitio habría sido completamente diferente”, dice Ngcobo al ser preguntado por lo que habría ocurrido de no haber mediado la crisis, y celebra el desenlace para Ponte. De haber consumado sus planes los inversores, la torre, y quizá la zona, serían hoy uno de los barrios más 'cool' de Johannesburgo. Los alquileres habrían subido. Como la mayor parte de habitantes de Berea y Hillbrow, Ngcobo y sus padres habrían tenido que irse a buscar en otros barrios viviendas que pudieran pagar.

El Ponte que emergió de la crisis es para Grant Ngcobo un ejemplo de alternativa a la gentrificación. Este fenómeno se da en otros barrios del centro de Johannesburgo con historias similares a la de Hillbrow y Berea y es visto como inevitable por muchos sudafricanos preocupados por recuperar espacios arrasados por la dejadez y el crimen. El más emblemático entre los barrios gentrificados de la ciudad es el conjunto de calles bautizado como Maboneng, que significa ‘lugar de luces’ en lengua sotho.

Separado de Hillbrow por menos de 3 kilómetros, este conjunto urbanístico de unas pocas calles fue desarrollado en 2008 por el emprendedor Jonathan Liebmann. Este joven, que compró su primer apartamento a los 18 años, rehabilitó varios edificios y almacenes dilapidados para crear, con la ayuda de otros inversores, una burbuja de cafés y tiendas vintage de estética industrial y apartamentos modernos vedados por su estilo y sus precios a la gente que vivía en la zona. Delimitado por agentes de seguridad privada que hacen guardia en todas sus esquinas, este paraíso 'hipster' termina abruptamente para dar paso a algunas de las calles más peligrosas y decadentes de la ciudad, por las que los glamurosamente excéntricos visitantes de Maboneng solo circulan de paso, con prisa y dentro del coche.

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Imagen del distrito de Maboneng. (O. Mokgatla)

Lugares como Maboneng y las partes más privilegiadas de áreas como Braamfontein, cerca del centro de Johannesburgo, han seguido este modelo de ruptura radical para revivir sus calles, algo que no ha hecho Ponte. Al mantener las viviendas en la torre accesibles a parte de la población de bajos ingresos que vive en una zona conocida por su inseguridad, la administración de la torre ha de tomar medidas para evitar aglomeraciones en los apartamentos y otras violaciones de las normas habituales en otros edificios de Hillbrow o Berea que sirven a sus moradores para ahorrar dinero. De esta forma, todos los inquilinos de Ponte tienen su huella digitalizada y han de usar los pulgares para entrar y salir del edificio. Las visitas están restringidas a partir de ciertas horas. Las personas de fuera que se queden a dormir han de registrarse con su documento de identidad en el puesto de seguridad de la entrada. “Es un poco como vivir en una residencia de estudiantes”, dice Ngcobo, que ve necesarias estas medidas.

Ponte se ha convertido en un modelo para otros edificios de Hillbrow y Berea, dos de los barrios de la ciudad con mayor índice de propiedades tomadas por mafias como en su día lo estuvo la torre. Una de las empresas con más presencia en esta parte de Johannesburgo es Ithemba (‘confianza' en zulú). Esta compañía con vocación social recupera edificios en zonas deprimidas del centro y los alquila y mantiene a precios asequibles para los vecinos. Con el dinero que recauda, Ithemba despliega en las calles agentes de seguridad y limpiadores, que mantienen limpios los barrios y contribuyen a la seguridad. Para fomentar el arraigo y el compromiso de los inquilinos con la zona, la empresa ofrece contratos de alquiler más largos de lo habitual, de tres o más años. Los resultados son evidentes en las inmediaciones de las propiedades de Ithemba.

Bajo la guía del renacido Ponte, la mancha de civilidad se extiende por Hillbrow y Berea, que aspiran a volver a seducir sin cambiar de habitantes.

* Grant Ngcobo es miembro de Dlala Nje, una plataforma creada por vecinos de Ponte que trabaja para dar oportunidades a los niños y jóvenes de la zona y ofrece tours por Hillbrow y Berea para “desafiar las percepciones” generalmente negativas sobre esta parte de Johannesburgo.

Cuando nació Grant Ngcobo*, la torre de Ponte era probablemente el sitio más peligroso de una de las ciudades más peligrosas del mundo. Corría 1997 y el rascacielos era una gran favela vertical donde se compraba y se vendía cualquier cosa prohibida.

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