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“Es el puto síndrome de Cristóbal Colón. Nosotros hicimos Harlem, ahora nos echan”
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elitización RESIDENCIAL CONTRA LA CLASE OBRERA

“Es el puto síndrome de Cristóbal Colón. Nosotros hicimos Harlem, ahora nos echan”

Harlem. La gentrificación se sirve en copas de coñac de 50 dólares en un barrio en el que hace poco un tercio de las familias vivía de las ayudas del Gobierno

Foto: Un hombre reflejado en una ventana del Tetrao Apollo en el barrio de Harlem, Nueva York (Reuters).
Un hombre reflejado en una ventana del Tetrao Apollo en el barrio de Harlem, Nueva York (Reuters).

A Linda Chaplin le tiembla la voz cuando habla de cambios. Sus palabras temblequean como la mano que apoya en el bastón. “Se han olvidado de la gente que ya estaba aquí, porque nosotros hicimos Harlem”, lamenta esta mujer afroamericana de 62 años. Turbante estampado en leopardo, cazadora de cuero y labios violetas, Chaplin pasea del brazo de un amiga de la infancia por la avenida Lenox, a unos minutos del célebre teatro Apollo, en Nueva York. Las dos mujeres se criaron en los projects (viviendas de protección oficial), en la época en que era casi tan difícil entrar como salir del barrio. “Se han olvidado de los que estábamos aquí”, repite, insistente.

“Lo decimos alto y claro”, interrumpe tajante su amiga, Edleena. “Porque nosotros estuvimos aquí cuando nadie más se quedaba; estuvimos cuando los edificios ardían y a nadie –sube el tono–, ni a los propietarios, le importaba; nosotros protegimos este Harlem de los vándalos y bandidos y, ahora que el trabajo está hecho, están listos –mueve la mano como si espantara a una mosca– para echarnos”. Dice que por eso los precios de las viviendas tan altos: “Es simple, como ya no hay más sitio abajo, todos se están mudando arriba”. Linda asiente con la cabeza y aprieta el bastón.

‘Nosotros estuvimos aquí cuando nadie más se quedaba; cuando los edificios ardían y a nadie le importaba; nosotros protegimos este Harlem de los delincuentes y, ahora que el trabajo está hecho, están listos para echarnos’

La gentrificación (como se conoce a la transformación de un área deteriorada, que provoca el aumento del valor de la propiedad y el desplazamiento de los residentes originales por otros de clase media o alta) es un arma de doble filo. En Harlem, la gentrificación se sirve en Frapuccinos a casi 4 dólares en el Starbucks de la calle 125 y en copas de coñac de hasta 50 en el Red Rooster, con música en vivo, en un barrio en el que hasta 1981 un tercio de las familias vivía de las ayudas del Gobierno.

No más mayoría negra, Harlem están en transición”, titulaba The New York Times, en 2010. Un cambio que, explicaba, “en realidad, ocurrió hace una década, pero en gran medida, se pasó por alto”. En el barrio en el que creció el Jazz, que acogió célebres momentos para los derechos civiles y donde Frederick Douglass, Malcolm X o Martin Luther King tienen su propia calle, en 2008, sólo cuatro de cada diez habitantes eran negros, la menor cifra desde los años 20, aunque, desde 2000, la población de Harlem central había crecido más que en cualquier otra década desde 1940.

placeholder Dos hombres juegan al ajedrez en la Avenida Lennox, en Harlem, en 2006 (Reuters).

“Su principal color es el verde”

David García, un dominicano ataviado con chaleco azul, detiene su furgoneta en la calle 146. Arregla puertas y ventanas en Harlem, con la empresa que heredó de su padre. Desde que llegó en los 80, con 19 años, ha sido testigo del ajetreo en los edificios para los que trabaja. “Entonces, la mayoría vivía del Gobierno pero, como han ido vendiendo la propiedad, los nuevos dueños han incrementado los alquileres y esas personas han tenido que emigrar”, cuenta a este diario.

“Algunos piensan que la gentrificación trata principalmente de la raza, pero su principal color es el verde”, sentencia Andrew J. Padilla, director de El Barrio Tours: Gentrification USA, un documental en el que denuncia las consecuencias de la transformación de la zona Este de Harlem –conocida como “El Barrio”–, donde vive gran parte de la comunidad hispana de Nueva York. Andrew asegura que empezó a trabajar en este proyecto “porque veía cambios: gente que conocía de toda la vida que se iba porque no podía pagar el alquiler y negocios que cerraban y no sabía qué estaba pasando; nunca había escuchado la palabra gentrificación”.

Andrew empezó a trabajar en este proyecto ‘porque veía cambios: gente que conocía de toda la vida que se iba porque no podía pagar el alquiler y negocios que cerraban y no sabía qué estaba pasando; nunca había escuchado la palabra gentrificación’

“Claro que está bueno que la comunidad mejore”, admite, “pero es que los residentes de Harlem no se están beneficiando de esas mejoras”, agrega. “Para los que están llegando, ellos no son parte del cambio, son parte del problema”. El documentalista acaba de embarcarse en un nuevo trabajo sobre este fenómeno, que le llevará a 18 ciudades de Estados Unidos con el objetivo de conectar a los perjudicados y buscar soluciones juntos. “Cuando presenté el documental fuera de Nueva York me di cuenta de que muchos estábamos en la misma ‘mierda’, pero no estábamos conectados”, asegura.

Subvenciones públicas para ampliar la oferta de pisos de lujo

En sólo 10 años, los alquileres en algunas zonas de Harlem como el boulevard Frederick Douglass se han triplicado (de 30 dólares por pie cuadrado a 100 dólares, según datos del New York Post). Y en la web de venta y alquiler de viviendas, Streeteasy, es posible encontrar apartamentos de dos dormitorios y dos baños a la venta por más de un millón y medio de dólares en esa misma calle o en la 116, un fenómeno que se reproduce de otras partes de Nueva York, especialmente en Brooklyn.

“La gentrificación está estrechamente ligada a los desplazamientos, pero los desplazamientos se presentan en muchas formas”, explica por e-mail Elvin K. Wyly, profesor de Estudios Urbanos en la Universidad de British Columbia de Canadá, que ha participado en diversos estudios al respecto, como Desplazamiento, gentrificación y las políticas de las pruebas (2007-2010) o La gentrificación de la post-recesión en Nueva York (2003).

Wyly habla de dos tipos de desplazamientos, los directos –“de los residentes de clase media o alta que se mudan a las viviendas que los inquilinos pobres se ven obligados a abandonar”, lo que dice, “es el ejemplo más claro, pero no es el único”– y los indirectos –“el uso de las subvenciones públicas para ampliar la oferta de viviendas de lujo, mientras existe una escasez de viviendas asequibles también es desplazamiento”, algo “que es más difícil de observar”–.

placeholder Ciudadanos de Harlem pasan ante el emblemático Teatro Apollo (Reuters).

“Es el puto síndrome de Cristóbal Colón”

El cineasta Spike Lee tiene una explicación menos sutil: “Es el ‘puto’ síndrome de Cristóbal Colón. No se puede descubrir esto. Nosotros ya estábamos aquí”, exclamó el pasado 25 de febrero, en un acto sobre el Mes de la Historia Afroamericana, donde durante varios minutos despotricó sobre el desarrollo de las zonas más pobres de Brooklyn y Harlem, cuando alguien le preguntó sobre el “lado bueno” de la gentrificación, algo que Lee cuestionó como “sandeces”, que publica el New York Times.

“¿De quién es Brooklyn, de todas formas?”, respondió a Spike Lee, desde las páginas del New York Times, A. O. Scott, el 28 de marzo, en un artículo en el que advierte sobre la complejidad del concepto: “El nombre de este cambio puede que sea gentrificación, pero sólo si se reconoce toda la carga de complejidad de la palabra –una mezcla de culpa, resentimiento y orgullo que se ha ido acumulando poco a poco durante mucho tiempo–”, matiza.

En sólo 10 años, los alquileres en algunas zonas de Harlem como el boulevard Frederick Douglass se han triplicado. Ya es posible encontrar apartamentos en venta de dos dormitorios por más de un millón y medio de dólares en esa misma calle

Con una copa de rioja en la mano, en una banqueta de la Vinatería, un bar del boulevard Frederick Douglass, con bodega de importación, Leslie, afroamericana de clase media, se muestra encantada con la apertura de nuevos locales: “La gente de Harlem también nos merecemos salir a cenar o a tomar una copa, sin necesidad de bajar al downtown”. Sobre los precios, matiza: “No son sitios a los que vayas todos los días, pero si un día puedes permitírtelo, está bien que puedas hacerlo”.

A pocas calles, en el Astor Row Café, en la avenida Lenox con la 127, varios escritores y poetas se reúnen para compartir sus trabajos, con música chill out de fondo. Es una de las zonas más gentrificadas del barrio. Roy Anthony, de veintitantos, uno de los escritores, reconoce que “ahora hay más lugares para comer, atracciones para turistas y gente de todos sitios”, pero prefiere algunas cosas “del otro Harlem”. A la vuelta de la esquina, los puestos de CD de hip-hop y artesanía africana sobreviven en una especie de convivencia o transición.

“Los pros son simples: mejores tiendas y mejores servicios públicos”, observa el profesor Elvin K. Wyly. “Los contras incluyen la cuestión de quién tiene acceso a los beneficios”, agrega. “Muchos residentes pobres y de clase obrera trabajan desde hace años para intentar mejorar su comunidad, sólo que fueron ignorados por los funcionarios de la ciudad cuando pedían una buena protección de la Policía o de otros servicios públicos; pero cuando los residentes ricos comienzan a mudarse al barrio, todos las cosas de repente cambian. Esto envía un profundo mensaje de falta de respeto”.

placeholder El skyline de Manhattan fotografiado desde el río Harlem (Reuters).


Cuatro décadas de pesadilla

Sólo con echar un vistazo rápido a las fotografías de Camilo José Vergara, que inmortalizó Harlem entre 1970 y 2009, la cara positiva de los cambios es palpable. Donde antes había trenes amarillentos con grafitis y automóviles hechos pedazos sobre los restos de edificios quemados, hoy proliferan los condominios con piscina en el ático, cadenas de ropa (como el H&M de la 125) y cafeterías.

“¡Guau! ¿hace 15 años? Esto era la noche, hoy es el día; en vez de un gato persiguiendo una rata, era una rata persiguiendo a un gato. Así de malo este lugar”, exclama Elogrado, que regenta una tienda de ultramarinos desde hace dos décadas en la calle 146.

“Harlem era ‘basically’ abandonado”, asegura Steve, un peluquero dominicano de 34 años que trabaja a unos metros, en el boulevard Adam Clayton Powell, mientras señala a un supermercado de la cadena Pathmark, que ahora cubre toda la esquina: “Eso lo hicieron después de 2001” y “llevaba desde los 70 abandonado”. “Los dueños de los edificios abandonaron todo para que bajaran los precios, ¿tú me entiendes?”.

placeholder Una mujer hace cola ante un comedor de la beneficencia en Harlem (Reuters).

‘Muchos residentes de clase obrera trabajan desde hace años para intentar mejorar su comunidad. Fueron ignorados cuando pedían protección de la Policía; pero cuando los ricos comienzan a mudarse al barrio, todo cambia de repente’

En esa coyuntura, los antiguos propietarios de los edificios “veían en ellos un negocio con cada vez menos compradores”, continúa Jonathan Gill, en su libro, así que “se los vendieron a otros nuevos sin escrúpulos que ahorraron dinero escatimando en mantenimiento y renovación”. En los 60 y 70, se estima que la mitad de los 216.000 edificios del Alto Manhattan estaban en malas condiciones y el gobierno de la ciudad recibía unas 500 quejas diarias por este motivo. “Y en cierta medida -especialmente si los inquilinos retenían el alquiler o no podían pagar- era más rentable para los propietarios prender fuego a los edificios y coger la indemnización o abandonarlos totalmente como pérdidas fiscales”, asegura.

“Se nos olvidan que los residentes de Harlem hace mucho que cuidaban sus barrios y que si los edificios ardían no era porque ellos los quemasen, sino los propietarios para su propio lucro”, advierte Padilla.

Sentado en los escalones de la entrada a su casa, de ladrillo rojizo, rodeada de las clásicas escaleras de incendio (algunas cosas en Harlem permanecen intactas), Olivier, músico y cocinero, de 47 años, compara la historia del barrio con la de un club de jazz. El conocido Lenox Lounge, en el 288 de la Avenida Lenox. Funcionaba desde 1942 y fue donde Alex Haley entrevistó a Malcolm X para su biografía. Ese local, por el que pasaron hitos de la música como Miles Davis, Frank Sinatra o John Coltrane; donde Billie Holiday tenía su propia mesa en un reservado (la sala Zebra) y que Langston Hugues escogió como escenario para narrar la historia del jazz, cerró sus puertas la nochevieja de 2012. El encargado, Alvin Reed, que lo regentaba desde hace 26 años, no podía pagar el alquiler: unos 15.000 euros al mes, el doble que unos meses antes. En su lugar, habrá otro local de música y el Lenox Lounge se trasladará a una calle cercana.

A Linda Chaplin le tiembla la voz cuando habla de cambios. Sus palabras temblequean como la mano que apoya en el bastón. “Se han olvidado de la gente que ya estaba aquí, porque nosotros hicimos Harlem”, lamenta esta mujer afroamericana de 62 años. Turbante estampado en leopardo, cazadora de cuero y labios violetas, Chaplin pasea del brazo de un amiga de la infancia por la avenida Lenox, a unos minutos del célebre teatro Apollo, en Nueva York. Las dos mujeres se criaron en los projects (viviendas de protección oficial), en la época en que era casi tan difícil entrar como salir del barrio. “Se han olvidado de los que estábamos aquí”, repite, insistente.

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