Italia, el país que devoró a su juventud
Las cifras no engañan: Italia sufre una nueva crisis demográfica que se gestó en la última recesión, pero cuyas raíces son más profundas. "Solo Japón está peor que nosostros", advierten expertos
Cuando Sabrina Prati piensa en el futuro de Italia solo ve dos posibilidades: o un ciclón político que sacuda el sistema o el cataclismo de un país poblado de ancianos sin suficientes jóvenes para regenerar el tejido social. “Las cifras no mienten. Italia está viviendo una segunda ola de envejecimiento, que se ha gestado en la última crisis económica, pero cuyas raíces son más profundas”, explica esta demógrafa a El Confidencial. “Solo Japón está peor que nosotros”, añade.
Prati es autora de un informe, difundido por el Instituto Italiano de Estadísticas (ISTAT), el principal ente en esta materia, que ha provocado un gran debate en el país. La razón es que describe el escenario de una tormenta perfecta que asoma en el horizonte del "Belpaese": en 2016 nacieron unos 100.000 niños menos que en 2008, la tasa de natalidad se ha desplomado a 1,34 hijos por mujer y la inestabilidad laboral ha retrasado aún más la edad media para tener el primer hijo (31,8 años).
En paralelo, la cifra de ancianos con más de 65 años se sitúa en torno al 22% del total de la población (17.000 de los cuales con más de cien años), mientras que los de menos de 15 años equivalen a un 13,7%. Y, como si no fuera suficiente, desde 2015 -cuando se registró el mayor número de decesos desde la II Guerra Mundial-, mueren más de los que nacen. Ni los flujos migratorios salvan ya al país: desde 2012 también han empezado a disminuir los hijos de padres no italianos -en 2016 por primera vez se situaron por debajo de los 70.000 nacimientos-.
Un paseo por Roma o por cualquier gran ciudad de Italia basta para entender las razones de este fenómeno: los jóvenes, y en particular las mujeres, se enfrentan con un ambiente social absolutamente hostil; un paro juvenil que ronda el 35%, la precarización laboral y el inestable soporte económico de las empresas y del Estado son algunos de los factores con más peso. Según la asociación de consumidores Federconsumatori, alimentar y cuidar un niño en Italia costaba en 2016 entre 7.000 y 15.000 euros, un 1,1% más que en 2015.
Una mirada en profundidad a las estadísticas revela también una razón social más profunda. “Ya es un problema estructural, imposible de resolver en el corto plazo”, sostiene la demógrafa Prati. El problema está en el número de mujeres en edad fértil (hasta los 49 años), que en la actualidad son insuficientes para garantizar el relevo poblacional. “Hay pocas mujeres porque Italia ya vivió un grave descenso en las nacimientos en los noventa. En 1995, el país registró la tasa de fecundidad más baja de su historia: 1,19 hijos por mujer”, recuerda la analista.
A ello se suma el pesimismo de los jóvenes que intentan labrarse una vida. “Observándose en el espejo, viendo sus condiciones de precariedad e incertidumbre, los jóvenes se niegan a procrear a los jóvenes de mañana”, ha observado el politólogo Antonio Polito. Según este experto, otro factor importante es que para la mujer italiana resulta todavía difícil compatibilizar la maternidad con su carrera profesional, en particular por la insuficiente participación de los hombres en el hogar. El resultado: la escasa presencia de niños “está cambiando nuestra cultura […] con tantos hijos únicos se modifica el concepto mismo de hermandad, una de las bases de nuestros principios fundacionales”, añade.
Los pensionistas privilegiados
Alfonso Giordano, profesor de la Universidad Luiss de Roma y experto en Desarrollo Sostenible y Migraciones, cree, al igual que Prati, que la actual tendencia no se corregirá a corto plazo. “Aunque pueda parecer cínico lo que voy a decir, el problema son las generaciones que han nacido entre los años cuarenta y sesenta. Ha sido una generación privilegiada, que tuvo acceso a pensiones muy altas y que se jubiló pronto. Pasaron la factura a los que hoy tienen entre 30 y 50 años, que están pagando muchos más impuestos y tendrán pensiones más bajas, y a los más jóvenes, que hoy tienen condiciones de acceso al mercado laboral incluso peores”, afirma. “Hete aquí la tormenta perfecta”.
De acuerdo con Giordano, cuando la pirámide demográfica italiana empezó a presentar desequilibrios en los setenta y ochenta del siglo pasado, el Estado asumió políticas para proteger a los ancianos, en lugar de sostener a las familias y a los más jóvenes. Ahí radica el origen del problema. “Por el contrario, países como Francia adoptaron políticas opuestas, con el resultado de que hoy Francia posee una demografía estable que carece de desequilibrios entre población activa y no activa”, argumenta.
Cuando la pirámide empezó a presentar desequilibrios, el Estado asumió políticas para proteger a los ancianos en vez de sostener a las familias
Los datos le dan la razón. En 2015, Francia fue el país con la tasa de fecundidad más alta de la Unión Europea, por delante incluso de Irlanda (1,94 por mujer), según el Instituto de Estadísticas francés (INSEE). “Por el contrario, en Italia, si nada cambia -y es muy difícil que cambie- el asunto no se solucionará en las próximas dos décadas, que es cuando los ancianos saldrán de la pirámide. Si es que se soluciona…”, dice Giordano.
Revertir la tendencia no parece estar en los intereses de la clase política. Empezando por los del octogenario ex primer ministro Silvio Berlusconi, que recientemente ha regresado a la vida política activa -en vista de las elecciones generales de la próxima primavera- con una nueva ráfaga de promesas, entre ellas la de subir las pensiones y crear un Ministerio para la Tercera Edad. “Según algunos estudios, la esperanza de vida subirá hasta los 125 años”, zanjó el conservador el pasado 19 de noviembre, cortejando un grupo cuyo peso político incide de calado en el destino electoral de cualquier fuerza política en Italia.
El desinterés se extiende aún más si se observa el caso de la inmigración, que en los noventa y comienzos de los 2000 postergó el decaimiento poblacional italiano y que hoy aporta 8.000 millones de euros al año al sistema de seguridad social italiano (y recibe solo 3.000 millones). Los inmigrantes tampoco han sido objeto de incentivos. Más bien al revés.
“Esta es una gran diferencia con Alemania, un país con una estructura demográfica similar a Italia, pero que en los noventa reformó su Constitución para permitir la adquisición la ciudadanía a los nacidos en Alemania (ius soli)”, indica Giordano. Una reforma que en Italia tuvo este año el visto bueno del Congreso y cuya aprobación definitiva por el Senado todavía es una quimera, por la fuerte oposición del Movimiento Cinco Estrellas (M5S) y la xenófoba Liga Norte (LN).
“Tuve mi primer hijo a los 39 años, de los cuales he pasado 30 en Italia y sigo sin tener el pasaporte”, cuenta Esuk, un congoleño casado con una italiana. “Sé cocinar unas excelentes lasañas pero conseguir los papeles que requiere la actual legislación es una verdadera pesadilla. Y sé que el camino de ahora en adelante será aún más complicado”, añade, a pocos días de tener por la primera vez en los brazos a su primer vástago.
En el caso caso alemán, además, se añaden el más de un millón de personas, en su mayoría provenientes de Oriente Medio y medianamente jóvenes, acogidas entre 2015 y 2016, cuando Ángela Merkel suspendió los Acuerdos de Dublín.
Este es otro factor importante porque, si antes Italia era mayoritariamente destino de migrantes económicos, en el último período han aumentado los migrantes por motivos humanitarios (refugiados y solicitantes de asilo), muchos de los cuales no se instalan definitivamente en este país. Esto se debe a que Italia no es particularmente rica ni organizada en sus medidas de integración, ni posee el vínculo lingüístico (como las excolonias francófonas).
Es su ubicación geográfica en el Mediterráneo lo que la convierte en puerta de entrada a Europa. Así, tan solo entre 2015 y 2016, el número de peticiones de asilo pasó de 84.085 a 122.960 (+46,2%), un aumento que pone a Italia solo por detrás de Alemania, Estados Unidos, Turquía y Sudáfrica, según cifras del informe de 2017 del centro de estudios italiano IDOS, la asociación Confronti y la agencia UNAR. Dicho lo anterior, el factor migratorio -si habrá o no habrá nuevos flujos hacia Italia, y cómo serán- es visto como el menos previsible y uniforme por los analistas.
Un coste altísimo
El coste de esta crisis demográfica es enorme. De acuerdo con un informe de 2015 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los ancianos cuestan al Estado italiano el 16% de su PIB, uno de los porcentajes más altos en el mundo. Gracias a ello, las personas en la tercera edad tienen una renta un 95% más alta que el promedio nacional, según la misma fuente.
Solo dos reformas han impedido, en parte, el colapso de las cuentas del Estado. La última ha sido la ley Fornero -por el nombre de la antigua ministra del Trabajo, Elsa-, aprobada en 2011 y que pone más cargas sobre la población activa y los jóvenes, al aumentar la edad de jubilación. A ello se añade toda una serie de costes indirectos, derivados de una multiplicidad de factores, entre ellos las menores inversiones en tecnología e innovación, con sus consecuencias para la competitividad empresarial, y el desequilibrio entre población activa y no activa. “Están creciendo las distancias entre las generaciones. Los jóvenes son más pobres”, volvió a recordar la OCDE en octubre.
En esta línea, el ISTAT también ha alertado sobre el fenómeno de los que emigran. En total, entre 2008 y 2016, una cifra récord de 792.000 personas -aproximadamente la mitad no eran italianos- hicieron las maletas y borraron sus nombres de los registros de los residentes en el país. “Me fui de Italia porque trabajaba muchas horas, con un contrato de tiempo parcial y como autónoma, y me alcanzaba apenas para pagarme una habitación en un piso compartido. ¡A los 36 años!”, cuenta Lucia Ferrantini, una joven italiana emigrada en el país germano. “En Berlín, los precios son más bajos y los salarios más altos”, afirma.
Sus palabras están respaldadas por los datos. Según estudios, los italianos cualificados que emigran hacia el norte de Europa cobran entre un 29% y un 48% más de sueldo que sus compatriotas. “Todo esto lo pagaremos y muy caro”, advierte Giordano. “Eso sí, han bajado las ventas de productos para los bebés, pero han subido los 'gadgets' para ancianos”.
Cuando Sabrina Prati piensa en el futuro de Italia solo ve dos posibilidades: o un ciclón político que sacuda el sistema o el cataclismo de un país poblado de ancianos sin suficientes jóvenes para regenerar el tejido social. “Las cifras no mienten. Italia está viviendo una segunda ola de envejecimiento, que se ha gestado en la última crisis económica, pero cuyas raíces son más profundas”, explica esta demógrafa a El Confidencial. “Solo Japón está peor que nosotros”, añade.