El 'excubano' Orlando Ortega y los otros atletas que no portan los colores de Cuba
El gesto del saltador de vallas, que rechazó una bandera cubana para enfundarse en la española, ha sido considerado una traición a nivel oficial. Pero su caso está lejos de ser único
Un gesto y una frase han desatado la mayor tormenta mediática que se recuerda en Cuba desde hace tiempo. Su 'protagonista': Orlando Ortega, el saltador de vallas de origen cubano que hace solo unos días conquistó la primera medalla de España de atletismo olímpico en los últimos 12 años. Tras rebasar la línea de meta, emprendió su habitual carrera de celebración, en la que solo reclamaba una bandera para que su felicidad fuera completa. Casi al momento de pedirla, un aficionado le ofreció a Ortega la enseña cubana. El corredor se negó a aceptarla y -peor aún– la dejó tirada sobre la pista.
Dentro de Cuba, muchos vieron su gesto como una ofensa, mucho más terrible por haber sido infringida al símbolo más importante del panteón nacional, con independencia de posiciones políticas. La televisión cubana se dio tanta prisa en censurar su triunfo que justo después de concluir la prueba la transmisión pasó su señal a otras competiciones que se celebraban en el mismo momento, a pesar de que en ellas no participaba ningún cubano.
Para enterarse de lo ocurrido, sus compatriotas debieron apelar al llamado 'paquete', el peculiar servicio de distribución de contenidos a través de 'pendrives' y otros soportes digitales que cada semana realiza nuevas entregas a lo largo y ancho del país. Por esa vía, y por la todavía limitada pero muy replicada conexión a internet, los cubanos de la isla han ido siguiendo la historia del desencuentro entre atleta y símbolo, y su descalificación por parte del periodista más influyente de la prensa oficial, Randy Alonso. Poco después de la acción del ahora vallista ibérico, en el influyente espacio de la Mesa Redonda de la Televisión Nacional, Alonso se refirió a él como “excubano”, un calificativo que intensificó la polémica al extenderla al campo de qué puede entenderse como patriotismo y quiénes son los llamados a definirlo.
Ortega ha intentado restar hierro al asunto: “Me dieron la bandera de Cuba, pero yo estaba buscando la de España como un loco... Estoy muy orgulloso de haber puesto el nombre de España bien alto”. El atleta, de 25 años, había sido nacionalizado español 13 meses antes junto a su compatriota Javier Sotomayor (récord mundial de salto alto y Premio Príncipe de Asturias en 1993). Pero no han faltado voces muy críticas, como la del actor español Willy Toledo (residente en Cuba y muy vocal en la defensa del Gobierno cubano), que calificó al atleta de "gusano" y "pobre hombre" en su cuenta de Twitter. "No le deseo todo el mal que ya se encargará de hacerle esta España miserable y sus miserables 'autoridades' cuando deje de ganar medallas. Olvida que Roma no paga traidores, cosa que todo cubano debería tener siempre presente", escribió Toledo.
El tema resulta fundamental en un país donde más de la mitad de la población cuenta con familiares cercanos residiendo en el exterior, y que desde 2014 ha visto crecer exponencialmente el número de sus emigrantes. Casi en tanta magnitud como el de las salidas de atletas de alto rendimiento hacia otros países, por lo regular calificadas como “deserciones” en la terminología oficial del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación.
Atletas cotizados en el extranjero
De acuerdo con algunos expertos, entre las principales causas de este éxodo resaltan las facilidades brindadas por las nuevas regulaciones migratorias establecidas hace dos años por el presidente Raúl Castro, el creciente interés de otros países en los deportistas y técnicos locales, y la política norteamericana encaminada a fomentar la deserción de “personal valioso para el Gobierno” (según las palabras del propio Departamento de Estado en Washington).
Aunque el béisbol (el deporte nacional) y el voleibol (uno de los más populares) se consideran los más afectados por el fenómeno, no son pocos los casos en otras disciplinas de tanta tradición como el boxeo y el atletismo. Sin ir muy lejos, en la reciente cita de Río, 16 cubanos defendieron los colores de otras banderas, con una nada despreciable cosecha de cuatro medallas de plata individuales y otra colectiva, y dos bronces. España e Italia, con tres cubanos en sus delegaciones, fueron las más beneficiadas, pero también hubo representantes de este país en las selecciones de México (tres), Canadá, Qatar, Chile, Dominica y Honduras (uno por país).
“Preparar atletas no es cuestión de un día, hay que centrarse en buscarlos, tener entrenadores con un sueldo para que se dediquen solo a ello. En Cuba hay atletas porque se trabaja para que haya una cantera de deportistas constantemente. Aquí no está creada esa estructura”, explicaba a este diario, hace algunas semanas, el medallista Joan Lino Martínez.
Pero ante esos 'méritos', los aficionados de la isla responden con una mezcla de orgullo y frustración, sentimiento que se agudiza ante el gesto de Ortega. “Es duro verse ante una disyuntiva así. Uno se siente feliz debido a lo que logran esos muchachos y la ayuda económica que le podrán brindar a sus familias, pero en el fondo duele ver que no compiten por Cuba... y que a veces hasta olvidan de dónde salieron”, lamenta Sergio, uno de los profesores de deporte que trabajó con otro de los emigrados, el saltador de vallas largas Omar Cisneros, cuando este era solo un niño.
La discusión en torno al asunto, que en principio pudiera parecer irracional, no lo es tanto. Y menos para un país que en lo más profundo de su identidad lleva el peso de sentirse una isla, y vive tiempos de radicales cambios, muchos de ellos aparentemente divorciados de la política. O no.
Un gesto y una frase han desatado la mayor tormenta mediática que se recuerda en Cuba desde hace tiempo. Su 'protagonista': Orlando Ortega, el saltador de vallas de origen cubano que hace solo unos días conquistó la primera medalla de España de atletismo olímpico en los últimos 12 años. Tras rebasar la línea de meta, emprendió su habitual carrera de celebración, en la que solo reclamaba una bandera para que su felicidad fuera completa. Casi al momento de pedirla, un aficionado le ofreció a Ortega la enseña cubana. El corredor se negó a aceptarla y -peor aún– la dejó tirada sobre la pista.
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