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El nuevo palacio del 'sultán' Erdogan
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UNA RESIDENCIA símbolo del cambio en TURQUÍA

El nuevo palacio del 'sultán' Erdogan

El palacio tiene un importante componente "ideológico". Erdogan quiere acabar con la herencia de Atatürk, quien modernizó el país y estableció un régimen laico

Foto: Erdogan abandona una ceremonia de aniversario de la República celebrada en el nuevo palacio presidencial, en Ankara. (Reuters)
Erdogan abandona una ceremonia de aniversario de la República celebrada en el nuevo palacio presidencial, en Ankara. (Reuters)

Piensen en el Palacio Real de Madrid, en el Palacio de Buckingham o en el de Versalles. Los tres fueron residencias reales y, construidos entre los siglos XVII y XVIII, reflejan la fastuosidad propia de la monarquía absoluta. A ellos sólo puede compararse en dimensiones el recién estrenado palacio del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, levantado en Ankara sobre un terreno de más de 20 hectáreas y cuyos edificios ocupan una superficie de unos 40.000 metros cuadrados. Las residencias de los jefes de Estado de las principales repúblicas del mundo –incluidos la Casa Blanca de Obama, el Palacio del Eliseo de Hollande o el Palacio del Senado del Kremlin, sede de la presidencia de Putin– se quedan pequeñas en comparación con la nueva morada de Erdogan.

Aunque el nombre oficial del complejo es simplemente Palacio Presidencial, la nueva residencia ha recibido el nombre oficioso de Palacio Blanco, en turco Ak Saray, un guiño a las siglas del partido islamista moderado que gobierna en Turquía (AK Parti) y a la forma en que los turcos llaman a la residencia del presidente de Estados Unidos: Palacio Blanco. Otros, en cambio, han preferido bautizarlo como Kaçak Saray, es decir, el Palacio Ilícito, porque su construcción está sembrada de polémica.

Pero, sobre todo, el Palacio Blanco incluye medidas punteras de seguridad, como no podía ser de otra forma para un presidente obsesionado por los complots: en los últimos dos años ha acusado a medios de comunicación internacionales, círculos económicos y antiguos aliados de su Gobierno de querer apartarle del poder, e incluso un asesor suyo llegó a asegurar que lo querían matar por medio de la “telequinesis”. Así, la residencia presidencial incorpora tecnología antiescuchas y sistemas para evitar ataques cibernéticos y, dos pisos bajo tierra, se halla un búnker, protegido frente a ataques terroristas, nucleares y químicos, que podría servir como base de operaciones militares en caso de amenaza a la seguridad nacional.

El coste total del Palacio Blanco, según reveló la pasada semana el ministro de Finanzas, Mehmet Simsek, asciende a 1.370 millones de liras turcas (487 millones de euros), algo que la oposición ha tachado de obsceno en un país en que siguen existiendo grandes bolsas de pobreza. Sin embargo, y dado que aún se están edificando partes del complejo, como una gran mezquita, otras estimaciones hablan de que el monto total podría ascender a los 2.000 millones de liras. “En todo el mundo, los edificios y palacios presidenciales son lugares de prestigio. En algunos lugares son palacios heredados de otros tiempos, también hay parlamentos que son así. A veces es necesario tener símbolos de grandeza y pompa. En la tradición otomana así ha sido”, justificó el viceprimer ministro, Bülent Arinç.

El precio no es el único escándalo al que ha tenido que hacer frente el Palacio Blanco. La construcción se ha llevado a cabo en la Granja Forestal Atatürk, un espacio boscoso de la capital turca protegido por ley. Para hacer lugar al complejo presidencial se han talado unos 3.000 árboles y otros 10.000 se han cambiado de lugar y además se han tenido que recalificar numerosas hectáreas, algo que ha llevado a que urbanistas, arquitectos y organizaciones sociales interpusieran una treintena de pleitos, en la mayoría de los cuales la Justicia ha dado la razón a los demandantes y ha pedido que se parasen las obras. Pero esto son minucias para Erdogan, quien el pasado marzo, tras una decisión que ordenaba la detención cautelar de los trabajos, espetó a la prensa: “Que lo derriben si tienen suficiente poder para ello. No serán capaces de pararlo”.

Erdogan trata de establecer un sultanato y esto es una buena muestra de ello”, critica el presidente de la Unión de Colegios de Arquitectos e Ingenieros de Turquía (TMMOB), Mehmet Soganci, en declaraciones a El Confidencial: “No sólo se ha construido el palacio sin los necesarios permisos arquitectónicos, sino que además se han ignorado las sentencias judiciales. Pero no es la primera vez que lo hace, en todas las ciudades su Gobierno se niega a acatar la ley. Es un grave problema para la democracia en Turquía”.

El Air Force One turco y el palacete de Estambul

Pero esta no es la única adquisición de Erdogan en sus escasos tres meses al frente de la Presidencia de la República. En Estambul acaba de completarse la renovación de un conjunto de palacetes que ocupan una superficie de 50.000 metros cuadrados y que conformarán su nueva oficina de trabajo en la metrópolis del Bósforo. El principal de ellos es el Palacete de Vahdettin, con vistas al estrecho que separa Europa y Asia y que fue morada del último sultán otomano antes de ascender al trono con el nombre de Mehmet VI.

Y esta obra tampoco ha estado exenta de polémica ya que, pese a estar incluido el palacete en la lista de patrimonio cultural inmueble, ha sido sometido a numerosos cambios: por ejemplo, la madera que enlucía la fachada ha sido sustituida por cemento y la cúpula que culminaba una de las torres, destruida para luego ser rehecha de forma diferente a la original. Otras cuatro mansiones que formarán parte del complejo han sido derribadas y luego reconstruidas por los operarios. Incluso Ilber Ortayli, uno de los principales expertos en historia otomana y exdirector del Palacio de Topkapi, denunció que “la renovación no ha sido hecha de acuerdo a la estructura original” del palacete.

En la misma comparecencia en que se anunció el coste del Palacio Blanco (unos 500 millones), el ministro Simsek también informó de que se han pagado 150 millones por el nuevo avión presidencial, bautizado como ‘el Air Force One turco’

Por otra parte, en la misma comparecencia en que se anunció el coste del Palacio Blanco, el ministro Simsek también informó de que se han pagado unos 150 millones de euros por el nuevo avión presidencial, bautizado por los comentaristas como “el Air Force One turco”, en referencia al que utiliza el jefe de Estado en EEUU. Este Airbus 330 Presidential está equipado con cocina, salas de reuniones y los más modernos sistemas de seguridad, y según el propio Erdogan era necesario para poder hacer “vuelos sin escalas”.

Casualmente, el avión había sido encargado hace dos años y medio, pero no se estrenó hasta el día en que comenzó la presidencia de Erdogan, a finales del pasado agosto. La oficina de trabajo en Estambul también había sido planeada con antelación, lo que indica que el mandatario islamista ya había decidido hace tiempo que continuaría gobernando pesase a quien pesase, bien desde su puesto como primer ministro o desde la actual presidencia. Los estatutos del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP o AK Parti) prohíben que sus miembros pueda ejercer un cargo público durante más de tres legislaturas consecutivas y de ahí que Erdogan buscase su elección como presidente tras once años como primer ministro, pues esta regla le impedía presentarse a las elecciones generales de 2015. Otro dato indicativo de que el político turco pretendía mantener las riendas del poder es que el Palacio Blanco había sido encargado originalmente como residencia del primer ministro, una designación que no ha tenido empacho en modificar en cuanto ha ascendido a la Presidencia.

La Nueva Turquía de Erdogan

Desde la fundación de la República sobre las cenizas del Imperio Otomano en 1923, los presidentes turcos se habían alojado en la Mansión Rosa de Çankaya, donde ejerció sus funciones el fundador de la moderna Turquía, Mustafa Kemal Atatürk. Ahora, este edificio alojará al primer ministro, el delfín de Erdogan, Ahmet Davutoglu, a quien la oposición tacha de mera “marioneta” del presidente. Mientras tanto, Erdogan se alojará en el mucho mayor Palacio Blanco, una nueva muestra de que pretende dar a la jefatura de Estado un papel más ejecutivo que el que tenía hasta ahora, prácticamente sólo ceremonial, y evolucionar así hacia un régimen presidencialista.

“Nos hemos trasladado al nuevo Palacio Presidencial porque la actual residencia no ofrecía los servicios adecuados para la presidencia. Ya saben ustedes que ahora estamos en la Nueva Turquía. Y el nuevo lugar, hecho a nuestro estilo, es la herencia de una civilización”, explicó Erdogan tras la inauguración de su nuevo palacio, subrayando la influencia “selyúcida” y “otomana” del edificio.

Para Mehmet Soganci, el nuevo palacio tiene un importante componente “ideológico”. “Erdogan quiere acabar con la herencia de Atatürk”, añade el presidente de TMMOB, en referencia al considerado padre de la patria turca, quien modernizó el país y estableció un régimen laico y modelado a la francesa.

Todo orden político nuevo establece también un nuevo orden espacial que represente su proyecto político”, explica a El Confidencial Tarik Sengul, profesor de Teoría política, social y urbana en la Universidad Técnica de Oriente Medio (ODTÜ): “Y el Palacio representa una ruptura radical de Erdogan con el anterior orden vigente, el kemalista. Intenta así presentarse como el fundador de un nuevo orden”. Para Sengul, lo más preocupante es el hecho de que Erdogan se muestre abiertamente contrario a acatar las decisiones judiciales sobre las obras del Palacio: “Cuando estableces un nuevo sistema político, siempre hay un cierto grado de violencia política. Y supongo que esto, pasar por encima de la ley, es la violencia política que necesita Erdogan para fundar el nuevo sistema, la Nueva Turquía”.

Piensen en el Palacio Real de Madrid, en el Palacio de Buckingham o en el de Versalles. Los tres fueron residencias reales y, construidos entre los siglos XVII y XVIII, reflejan la fastuosidad propia de la monarquía absoluta. A ellos sólo puede compararse en dimensiones el recién estrenado palacio del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, levantado en Ankara sobre un terreno de más de 20 hectáreas y cuyos edificios ocupan una superficie de unos 40.000 metros cuadrados. Las residencias de los jefes de Estado de las principales repúblicas del mundo –incluidos la Casa Blanca de Obama, el Palacio del Eliseo de Hollande o el Palacio del Senado del Kremlin, sede de la presidencia de Putin– se quedan pequeñas en comparación con la nueva morada de Erdogan.

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