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¿Se ha vuelto loco Erdogan?
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MUCHOS EN TURQUÍA CUESTIONAN SU SALUD MENTAL

¿Se ha vuelto loco Erdogan?

La imagen de Erdogan ha ido pasando de un líder responsable a la de alguien cada vez más islamista y autoritario. Muchos ya cuestionan su salud mental

Foto: El mandatario turco Recep Tayyip Erdogan recibe las felicitaciones de miembros de su partido en el cuartel general del AKP en Ankara (Reuters).
El mandatario turco Recep Tayyip Erdogan recibe las felicitaciones de miembros de su partido en el cuartel general del AKP en Ankara (Reuters).

“¡Recordad que tenéis el mejor primer ministro del mundo!”, ha dicho en alguna ocasión el mandatario turco Recep Tayyip Erdogan a sus seguidores, hablando de sí mismo. La semana pasada, en un solo discurso, prometió “erradicar” Twitter, atacar Siria “en caso necesario”, ganar las elecciones locales previstas para este fin de semanay, en líneas generales, perpetuarse en el poder. Horas después, la Autoridad de Telecomunicaciones decretaba un cerrojazo a la popular red social, mientras que a los dos días la fuerza aérea turca derribaba un cazabombardero sirio que presuntamente había penetrado en el espacio aéreo de Turquía, elevando al máximo la tensión con el país vecino. El jueves, el Gobierno turco restringió YouTube, después de que en la plataforma de vídeos apareciese la filtración de una reunión de un organismo de seguridad intergubernamental en la que, si la grabación es auténtica, varios altos cargos del Ejecutivo debaten cómo justificar el lanzamiento de una intervención militar en Siria.

Son movimientos audaces, que aunque podrían aportarle ciertos réditos electorales a su Partido Justicia y Desarrollo (AKP) en los comicios de este domingo, tienen, no obstante, un importante coste político. Lo mismo cabe decir de la intención de Erdogan de seguir en el poder: ya ha insinuado que pretende volver a presentarse como candidato en las elecciones generales de 2015, aunque para ello tenga que modificar los estatutos de su propio partido, que prohíben que un miembro ocupe el mismo cargo público durante más de tres mandatos consecutivos.

A medida que pasan los años, la figura pública de Erdogan ha ido pasando de la de un líder responsable, inclusivo con las minorías, proeuropeísta y con una hábil política exterior, a la de alguien cada vez más islamista, autoritario, intolerante y, en general, progresivamente alejado de la realidad

Por cosas como éstas son muchos los que en Turquía -primero en privado, pero cada vez más de forma pública- comienzan a cuestionar la salud mental del primer ministro, embarcado en una especie de cruzada para transformar el país de arriba abajo. A medida que pasan los años, la figura pública de Erdogan ha ido pasando de la de un líder responsable, inclusivo con las minorías, proeuropeísta y con una hábil política exterior, a la de alguien cada vez más islamista, autoritario, intolerante y, en general, progresivamente alejado de la realidad. Ha promovido un proceso de islamización forzosa, encarcelado a más periodistas que ningún otro gobierno del mundo y amordazado a los medios de comunicación tradicionales, al tiempo que parece pensar que todo ello está legitimado por las urnas.

“La nueva Turquía es donde reside la voluntad nacional, y es una pesadilla para aquellos que se beneficiaban de la vieja Turquía”, dijo el pasado enero. Meses antes, cuando un grupo de cineastas e intelectuales publicó en The Times una carta abierta criticando su gestión de las protestas antigubernamentales del pasado junio, respondió calificándoles de “vendidos” y “carentes de moral”, y diciendo: “Si fuesen sinceros acerca de la democracia no actuarían de forma tan inmoral, hasta el punto de llamar dictador a un primer ministro elegido con el cincuenta por ciento de los votos”. Y ante las acusaciones de corrupción en el seno de su partido aparecidas en los últimos meses, ha declarado repetidamente: “Las urnas decidirán si somos corruptos o no”.

Un montaje sobre el cierre de Twitter decretado por Erdogan (Reuters).El síndrome de Hybris: una enfermedad del poder

Este verano, el doctor y profesor Izzetin Önder publicó un artículo titulado ‘El síndrome de Hybris: una enfermedad del poder’, en el que analizaba ese estado mental de muchos dirigentes, conocido ya desde los tiempos de la Grecia clásica. Entre sus características citaba “una preocupación narcisista con la propia imagen (por ejemplo, de “hombre fuerte”); pensar que los intereses de la persona y del país son los mismos; hablar de uno mismo en tercera persona; autoconfianza en los propios juicios, y desprecio por las sugerencias o las críticas de otros, acompañado de un sentido de omnipotencia; pérdida de contacto con la realidady soledad creciente”, que terminan afectando a la capacidad de juicio. Aunque el artículo no le mencionaba por su nombre, venía ilustrado con una foto del premier turco, en cuyo comportamiento de los últimos tiempos son perceptibles prácticamente todos estos elementos.

La Asociación Médica de Turquía, que durante la oleada de protestas antigubernamentales del pasado junio adoptó una postura muy crítica tanto con la actuación policial como con la posición del Gobierno, es otra de las voces que ha puesto en entredicho la cordura del primer ministro. “Somos médicos. Podemos evaluar con precisión el bienestar emocional de una persona, y estamos preocupados por el del primer ministro Erdogan. Estamos terriblemente preocupados por él, por su familia y por el país entero, y deseamos compartir nuestra preocupación con el público”, aseguró la asociación en un comunicado publicado a mediados de febrero.

Un “terrorista” de 15 años

Lo hizo durante los funerales de Berkin Elvan, un niño de 15 años que permanecía en coma desde junio por el impacto de un bote de gas lacrimógeno de la policía, y que falleció hace dos semanas. Según su familia, Elvan había salido a comprar el pan cuando se vio envuelto en mitad de las protestas. Sin embargo, el primer ministro no dudó en asegurar que el niño “iba encapuchado”, era “miembro de una organización terrorista” y llevaba “bolas de hierro en los bolsillos” para dispararlas contra la policía.

Bulut cobró cierta fama durante las protestas del parque Gezi, al asegurar que poderes extranjeros intentaban asesinar a Erdogan mediante telequinesis. Una semana después de hacer estas afirmaciones, Bulut fue promovido a Asesor Jefe del primer ministro en materia económica

“En circunstancias normales, nadie en su sano juicio llamaría terrorista a un adolescente de quince años que recibió un disparo en la cabeza por parte de un oficial de policía y murió tras luchar por su vida durante 269 días”, protestó la Asociación Médica de Turquía. “En circunstancias normales, nadie definiría las canicas o bolitas colocadas sobre la tumba de un niño que amaba los juegos como ‘bolas de hierro'. En circunstancias normales, nadie haría, ante los participantes de un mitin electoral, una burla a una madre que enterró a su hijo hace sólo dos días”, declaró.

En los últimos años Erdogan ha promovido iniciativas como querer ajustar el huso horario de Turquía al de La Meca (imitando a Sudán, el único país del mundo que lo ha hecho), abandonar el proceso de adhesión a la Unión Europea en favor de la Organización de Cooperación de Shanghái, o adquirir un sistema antimisiles chino incompatible con los sistemas de la OTAN. Pero bien es cierto que ninguno de estos proyectos se ha llevado a cabo, por lo que son muchos quienes sospechan que el primer ministro maneja este tipo de‘boutades’para movilizar a sus bases de apoyo más comprometidas. Otros le acusan de promover deliberadamente la polarización del país para mantenerse en el poder.

placeholder Simpatizantes de Erdogan agitan banderas con su imagen durante un mitin en Ankara (Reuters).

“La persona que ocupa el puesto de Primer Ministro y un grupo muy reducido a su alrededor están buscando una provocación muy seria. Está claro que esta persona, que no tiene sentimientos de amor por su país ni por la humanidad, ve el llevar al país al caos y la catástrofe como única forma de salvarse a sí mismo”, aseguró este mes Kemal Kiliçdaroglu, líder del Partido Republicano Popular (CHP), la principal formación opositora de Turquía. El CHP anunció en enero que no volvería a referirse a Erdogan como “Señor” o “Primer Ministro”, al considerar que ha perdido toda legitimidad como gobernante.Una muestra más del nivel de crispación al que se está llegando en Turquía.

Un “complot internacional promovido por el lobby judío”

Pero más allá de provocaciones, hay serios indicios de que algo no va bien en la Oficina del Primer Ministro. Por ejemplo, la narrativa, sostenida repetidamente por Erdogan y sus asesores más cercanos, de que Turquía y su Gobierno son víctimas de un complot internacional promovido por el “lobby de interés” judío, en la que participan también la oposición secularista, la guerrilla kurda del PKK, el grupo armado marxista DHKP/C, el FMI, el Banco Mundial, EEUU, Irán e Israel. A todos ellos, el periodista y comentarista económico Yigit Bulut añade la aerolínea alemana Lufthansa, porque asegura que, de construirse el tercer aeropuerto que el Ejecutivo de Erdogan planea para Estambul, el de Frankfurt perdería toda su importancia, de modo que los alemanes también conspiran para hacerle caer.

Bulut cobró cierta fama durante las protestas antigubernamentales del pasado junio a propósito del parque Gezi, al asegurar que “poderes extranjeros” intentaban asesinar a Erdogan “mediante telequinesis”. Lo verdaderamente preocupante es que una semana después de hacer estas afirmaciones, Bulut fue promovido a Asesor Jefe de Erdogan en materia económica.

placeholder Una joven turca durante los disturbios del pasado junio cerca de la Plaza Taksim, en Estambul (Reuters).

Otro ejemplo es el caso de las extrañas muertes de cuatro científicos que trabajaban para el gigante de la industria militar de Turquía ASELSAN, en 2006 y 2007. Las cuatro fueron calificadas de suicidios o accidentes, a pesar de las dudas de algunos forenses. Pero cuando el padre de uno de los fallecidos apeló personalmente a Erdogan, asegurándole que estaba convencido de que su hijo no se había suicidado, el primer ministro puso a trabajar al Consejo de Investigación de su propia oficina. Las conclusiones fueron sorprendentes: los investigadores determinaron que los ingenieros “podrían haber sido inducidos a quitarse la vida tras sufrir continuados ataques telepáticos que les sumieron en una profunda depresión”. El informe fue revisado y aprobado por el propio Erdogan y remitido a la Fiscalía General de Ankara para que iniciase una investigación judicial.

La narrativa que sostienen repetidamente Erdogan y sus asesores más cercanos es que Turquía y su Gobierno son víctimas de un complot internacional promovido por el lobby de interés judío, en el que participan también la oposición secularista, el FMI, el Banco Mundial, EEUU, Irán e Israel

Existen más indicios del posible deterioro mental del primer ministro, como discursos en los que repite, palabra por palabra, lo mismo que acaba de decir apenas unos minutos antes. Y durante las protestas de Gezi, se hizo célebre un vídeo de una de sus encendidas apariciones públicas, en la que se ve cómo Erdogan se va exaltando a medida que habla, hasta casi ponerse rojo de ira. En ese momento, su esposa, Emine, le señala un punto en el cielo, como para concentrar su atención en otra cosa, e inmediatamente el primer ministro parece calmarse de forma automática.

Por todo ello, no es de extrañar que la credibilidad internacional de Erdogan pase por su peor momento, ya incluso desde antes de las operaciones anticorrupción del pasado diciembre y la filtración en internet de grabaciones comprometedoras, que implican a personas de su entorno cercano. Limitar la difusión de estas filtraciones parece ser el propósito del Gobierno turco al bloquear Twitter y YouTube, una restricción que podría ampliarse a otras redes sociales en las próximas semanas, según ha dejado entrever el primer ministro. Pero hay quien cree que estos movimientos desesperados podrían señalar el principio del fin de Erdogan, y que, como dice el proverbio griego: “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”.

“¡Recordad que tenéis el mejor primer ministro del mundo!”, ha dicho en alguna ocasión el mandatario turco Recep Tayyip Erdogan a sus seguidores, hablando de sí mismo. La semana pasada, en un solo discurso, prometió “erradicar” Twitter, atacar Siria “en caso necesario”, ganar las elecciones locales previstas para este fin de semanay, en líneas generales, perpetuarse en el poder. Horas después, la Autoridad de Telecomunicaciones decretaba un cerrojazo a la popular red social, mientras que a los dos días la fuerza aérea turca derribaba un cazabombardero sirio que presuntamente había penetrado en el espacio aéreo de Turquía, elevando al máximo la tensión con el país vecino. El jueves, el Gobierno turco restringió YouTube, después de que en la plataforma de vídeos apareciese la filtración de una reunión de un organismo de seguridad intergubernamental en la que, si la grabación es auténtica, varios altos cargos del Ejecutivo debaten cómo justificar el lanzamiento de una intervención militar en Siria.

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