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No hay cordón sanitario contra el imparable auge euroescéptico
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¿PODRíaN SER MAYORÍA Y ROMPER LA UE?

No hay cordón sanitario contra el imparable auge euroescéptico

“Ellos están preocupados”, dijo Le Pen, líder del Frente Nacional. Espetó la frase en el edificio que ahora pretende 'derribar', el Parlamento Europeo

Foto: El líder del xenófobo Partido para la Libertad (PVV), Geert Wilders (dcha), y la líder del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, en una imagen de archivo (Efe
El líder del xenófobo Partido para la Libertad (PVV), Geert Wilders (dcha), y la líder del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, en una imagen de archivo (Efe

“Ellos están preocupados”, dijo Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional francés. Espetó la frase en el edificio que, simbólicamente, pretende derribar, el Parlamento Europeo. No lo considera una institución legítima para dirigir a sus compatriotas y ese “ellos” iba dirigido a los dos partidos que guían la política comunitaria desde su nacimiento, conservadores y socialdemócratas.

Le Pen no sólo ha heredado de su padre, Jean Marie, el apellido y el partido; también la fortaleza de carácter y el gusto por las proclamas rotundas. “Vamos a dar lo máximo para evitar cualquier progreso realizado en el Parlamento Europeo”, amenazó la dama de azul. A su lado, la corta melena repeinada hacia atrás, el también euroescéptico y líder del holandés Partido por la Libertad, Geert Wilders, sonreía pese a la pérdida de tres escaños.

Son dos de las voces más críticas contra la UE junto al excéntrico británico Nigel Farage, líder del UKIP, quien se autoimpuso en la noche electoral el objetivo de sacar al continente del proyecto común, no sólo a su Reino Unido. Deberá esperar al menos cinco años más en Bruselas y Estrasburgo para conseguir su objetivo o asaltar democráticamente Downing Street para, desde el poder, desgajar al Reino Unido de la UE y provocar tal cataclismo político que las escisiones se sucedan. Un horizonte similar al de Le Pen en Francia.

Si usted quiere marcharse, Sr. Cameron, lo tiene complicado

El premier británico David Cameron lanzó el órdago en el último Consejo Europeo, según la prensa alemana. Si el candidato conservador, Jean Claude Juncker, sale elegido nuevo presidente de la Comisión, Reino Unido podría abandonar la UE. Hasta 2007 era imposible, ya que los tratados europeos establecían que la incorporación y los compromisos que acarreaba ser socio comunitario eran irrevocables. Sin embargo, desde la entrada en vigor ese año del Tratado de Lisboa, hay un artículo (el 218.3) que contempla la posibilidad, aunque con muchas piedras en el camino.

Reino Unido sí puede llevar al Consejo Europeo su intención de abandonar el barco. Una vía es solicitarlo formalmente, para lo que deberá negociar sus futuras relaciones con la UE, el coste de la salida y las repercusiones en un tratado internacional

La primera, no está claro que este procedimiento legal pueda aplicarse a un país del euro, porque los tratados específicos de la Unión Monetaria no lo recogen. Basta evocar los peores días de la crisis de deuda para recordar las afirmaciones rotundas de dirigentes europeos sobre la imposibilidad de que Grecia volviera al dracma. Por mucho que se empeñaran las previsiones de la City, Bruselas esgrimía la imposibilidad legal.

Reino Unido, al estar fuera de la moneda única, sí puede llevar al Consejo Europeo su intención de abandonar el barco. Hay dos vías para ello: la primera es que el país lo solicite formalmente, para lo que deberá negociar sus futuras relaciones con la UE, el coste de la salida y las repercusiones en un tratado internacional. El Consejo de los 28 países miembros deberá aprobarlo por mayoría cualificada del 72%, sin que participe el interesado. Y esa mayoría deberá representar al menos al 65% de la población comunitaria. El segundo camino, que pasen dos años sin que el Consejo se pronuncie o amplíe el plazo para negociar la petición de abandono. Entonces, el país interesado podría irse por su cuenta.

Este nuevo papel de Cameron surge por la presión euroescéptica, ya que “el mayor desafío son los efectos del crecimiento de las fuerzas anti en los Estados miembros, cómo afectan a los grandes partidos, a los Gobiernos, a los presidentes. Cómo condicionan las políticas nacionales de los socios comunitarios”, dice Janis Emmanouilidis, del European Policy Centre. El director de estudios del think-tank bruseliense alerta de la deriva antieuropeísta en Francia, donde, si los grandes partidos asumen estas tesis, el proceso de construcción europea sí se estancaría o retrocedería.

Una tendencia que puede aumentar en los próximos años, como destaca para El Confidencial la investigadora de estudios europeos del CEPS, Sonia Piedrafita, porque “debido al gran apoyo que están teniendo estos partidos más radicales y euroescépticos, al final los grandes partidos intentan adaptarse para consolidar su apoyo electoral”. “Un efecto indirecto” a ojos de Emmanouilidis con “una consecuencia en Europa”.


Mucho ruido y poca fuerza

Avanza la regresión comunitaria, pese a que los euroescépticos ocupan una cuarta parte del nuevo Parlamento, por su capacidad para condicionar la política y a los partidos tradicionales. Aunque no puedan imponer su agenda ya que “dentro del parlamento aún hay un 70% de escaños mainstream, de los partidos tradicionales”, como destaca Neil Corlett, de los liberales del ALDE. Para Corlett, “dentro del frente euroescéptico se pueden formar tres o hasta cuatro grupos, desde los neofascistas hasta grupos más moderados que podrían integrarse en la Alianza de Conservadores creada por Cameron”, lo que dificultaría su lucha política.

Esta fragmentación parlamentaria procede de las divergencias ideológicas de todos estos grupos, por eso Emmanouilidis prefiere llamarlas fuerzas anti. “Son heterogéneos, anti-UE, antieuro, antiinmigración, la mayoría de ellos son anti-establishment... y han entrado al Europarlamento en un número mucho mayor de lo que nunca habían hecho”. El Partido Popular Europeo no subestima esta presencia electoral, según una fuente de la propia formación, ya que “la tendencia electoral es más preocupante, el que hayan subido a lo largo de estos años... y un caso como el de Francia sí que es llamativo”.

Pese al crecimiento parlamentario o el atractivo mediático de sus propuestas, no todas gozan de apoyo. Por ejemplo, según una reciente encuesta del Instituto Pew Research Center, la idea de abandonar el euro no está tan extendida. En Francia, donde el Frente Nacional ganó las elecciones, sólo el 36% de la población querría regresar al franco. Grecia, castigada por dos rescates internacionales y la presencia omnipotente de la troika, sólo contaría con un 26% de ciudadanos dispuestos a recuperar la antigua monedad nacional, un porcentaje similar al de Alemania.

Las estrategias para combatir el euroescepticismo

En la Alianza de Izquierdas Europea reconocen que habrá lucha parlamentaria durante los próximos cinco años y serán necesarios acuerdos con grupos como Los Verdes para evitar un retroceso comunitario. Se lanzaría una estrategia aplicada en Austria cuando el Partido de la Libertad de Jörg Haider alcanzó la segunda posición del hemiciclo y formó un Gobierno de coalición. Entonces, la UE boicoteó cualquier nombramiento internacional de dirigentes austríacos.

El mayor desafío son los efectos del crecimiento de las fuerzas anti en los estados miembros, cómo afectan a los grandes partidos, a los presidentes. Cómo condicionan las políticas nacionales de los socios comunitarios, dice Janis Emmanouilidis, del European Policy Centre

Está por ver si los grandes partidos bloquean el ascenso de los políticos euroescépticos a puestos claves en las comisiones de Bruselas y Estrasburgo. No obstante, “habrá que hacer una reflexión sobre por qué aumentan estos partidos”, señala el dirigente popular mencionado. Quién sabe si conducirá a sanciones políticas como las apuntadas anteriormente, que sí son factibles para el profesor Carlos J. Moreiro, cátedra Jean Monnet de Derecho e Instituciones Europeas. Aunque “salvo violación de principios o normas jurídicas fundamentales del Derecho de la UE, no puede excluirse de la acción política parlamentaria” a los grupos euroescépticos.

En países como Alemania o Grecia, partidos con mensajes políticos racistas o neofascistas como Amanecer Dorado obtuvieron representación europarlamentaria. Dado que la circunscripción para estos comicios es estatal, no europea, corresponde a las legislaciones nacionales decidir si estas propuestas vulneran la legalidad. De lo contrario, pueden seguir presentándose a las elecciones y difundir su discurso. El control jurisdiccional interno sería el que prevalecería y sólo, en contados casos, actuarían el supranacional Tribunal de Justicia Europeo o el internacional Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Un cordón sanitario legal contra estos partidos resulta, por tanto, muy complicado porque, apunta Moreiro, “si los programas se limitan a ser eurófobos, o muy restrictivos con relación al reconocimiento del ejercicio de derechos y libertades por los extranjeros, no puede excluirse a priori su participación electoral”.

¿Puede un parlamento euroescéptico romper la UE?

En 2009, los euroescépticos no ocupaban más de 100 escaños porque no todos los parlamentarios del ECR, el European Conservatives and Reformist Group creado por Cameron, lo eran. Ahora, son en torno a 140 eurolegisladores y su crecimiento bebe del río de desempleo y desencanto provocado por la crisis económica. También, para Piedrafita, porque su auge “no se ha contrarrestado con una estrategia de comunicación eficaz en los países explicando todos los beneficios sociales, políticos y económicos de la UE”.

En los últimos cinco años, la representación europarlamentaria de estos grupos creció casi un 40% y, de continuar la tendencia, podría subir a 200 diputados en la próxima legislatura. Todo dependerá de cómo evolucione la crisis económica y la respuesta política dentro de los Estados durante los próximos años. “Esa es la clave”, según Emmanouilidis, “para saber si ganan más atractivo o no. Pero dada la dureza de la crisis en los últimos años, incluso podríamos decir que es sorprendente que no tengan más apoyo”.

Si los programas se limitan a ser eurófobos, o muy restrictivos con relación al reconocimiento del ejercicio de derechos y libertades por los extranjeros, no puede excluirse a priori su participación electoral

Ante estas incertidumbres políticas y económicas, nadie se atreve a poner fecha o decir si será posible que los euroescépticos dominen en un futuro los Parlamentos de Bruselas y Estrasburgo. Necesitarían 376 diputados para desarrollar claramente sus objetivos políticos. La Eurocámara tiene un poder legislativo relativo porque la iniciativa corresponde a la Comisión y el Consejo dicta las directrices políticas. Pero sí puede vetar las propuestas que le llegan o condicionar su sesgo a través de las comisiones. En 2013, bloqueó el presupuesto de la UE por los recortes sociales que ocasionaban las políticas de austeridad.

Los grupos euroescépticos se fijan esta meta para empezar a demoler la UE. Un bloqueo institucional perenne y la difusión de Directivas europeas que devuelvan las competencias a los Estados sería el camino para dejar el edificio comunitario como la madera devorada por la carcoma. Entonces, el europeísmo no tendría sentido y el descenso de 15 puntos en este sentimiento, reflejado durante el último año en la encuesta de primavera del Pew Research, podría aumentar. La falta de confianza comunitaria es sólo del 45% y Francia es el país donde más retrocede, casi 20 puntos.

Sólo un 41% de los galos apuestan por la UE, una cifra que supera incluso al país euroescéptico por excelencia, Reino Unido. Y, como dice Emmanouilidis, “los asuntos europeos son particularmente importantes desde países como Francia; si tenemos una Francia débil es malo para todo el conjunto del sistema. Se necesita un París alineado con Berlín”. Merkel apuesta por la austeridad en todo el continente. Le Pen quiere, con su proteccionismo y recentralización, llevar el miedo a la canciller.

“Ellos están preocupados”, dijo Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional francés. Espetó la frase en el edificio que, simbólicamente, pretende derribar, el Parlamento Europeo. No lo considera una institución legítima para dirigir a sus compatriotas y ese “ellos” iba dirigido a los dos partidos que guían la política comunitaria desde su nacimiento, conservadores y socialdemócratas.

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