Los Emiratos Árabes Unidos son una potencia en ascenso. Sus ambiciones van más allá del Golfo Pérsico y ya no lo fía todo al petróleo. Su gran aspiración es recuperar su ancestral potencial marítimo. Con 8 puertos comerciales y 9 terminales destinadas a petroleros, es el único país de la península arábiga que se asoma a ambos lados del estrecho de Ormuz, por donde cada día pasan cada día 18 millones de barriles de petróleo. Un punto crucial para la estabilidad global.

A pesar de ser un país pequeño, es el sexto país exportador de petróleo en el mundo. Al mismo tiempo, es uno de los más vulnerables por el cambio climático. Y estas contradicciones han pesado sobre la decisión de tener la cumbre sobre el clima en Dubai. El presidente de la COP 28 es el sultán Al Jaber, responsable del aumento de la producción de petróleo y gas del país, justo cuando hay cada vez más presión para la reducción de combustibles fósiles. Y se ha lanzado la sospecha de que el país quiere utilizar la cumbre para cerrar acuerdos de venta de hidrocarburos.

Los Emiratos saben que el petróleo está destinado a morir y llevan ya dos décadas invirtiendo en energías renovables y convirtiéndose en el país del Golfo más avanzado en la transición energética. Una de las claves que han permitido a los Emiratos convertirse en un actor global es Dubai Port. Esta sociedad de logística, fundada en 1989 controla el 10% del tráfico mundial de portacontenedores y opera en 78 terminales en 40 países. Una red que conecta los principales puntos neurálgicos del comercio global y que se articula alrededor de las principales rutas que van de Asia a Europa, con ramificaciones en el canal de Panamá, Estados Unidos e Iberoamérica.