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Audio: Recuerdos de un cantadero de urogallos en Picos de Europa
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Audio: Recuerdos de un cantadero de urogallos en Picos de Europa

Desde que grabé estos recuerdos sonoros las cosas no le han ido nada bien a los urogallos en ningún lugar del continente, pero mucho menos en los bosques cantábricos

Foto: Urogallo cantábrico (SEO BirdLife/Juan C. Muñoz)
Urogallo cantábrico (SEO BirdLife/Juan C. Muñoz)

Escribo todo esta crónica en pasado. La grabación es muy antigua, de la lejana primavera de 1993, en un amanecer en los hayedos de Sajambre, en la vertiente leonesa de los Picos de Europa. Pero allí, y en casi toda la Cordillera Cantábrica, los urogallos han desaparecido, dentro de un proceso imparable que afecta a la especie en toda su área de expansión.

Durante varios años, los primeros de mi carrera por los montes con un micrófono en la mano, fue casi un ritual. Al tiempo que los urogallos iniciaban su pavoneo en los hayedos cantábricos yo salía en su búsqueda. Jornadas que empezaban en la alta noche, a las dos o las tres, para llegar a los cantaderos una hora antes de que el cielo empezara a clarear por el este. Murias de Paredes, Somiedo, Pandetrave, Sajambre… Una larga caminata a oscuras, tropezando con todos los obstáculos que un bosque viejo puede interponer, que son muchos, para escuchar en la lejanía el primer indicio, una especie de taponazo que todos, los gallos y nosotros mismos, considerábamos la señal de una celebración.

Foto: El urogallo cantábrico está al borde de la extinción (SEO/Birdlife)

Si el pavoneo del urogallo es una ritualización, la aproximación sigilosa también: tres pasos tras el taponazo -ni uno más-, en el momento en que se supone que el gallo ni ve ni oye, parada en equilibrio inestable y vuelta a empezar. En esta especie de “escondite inglés” -¡una dos y tres, sin mover los pies!-, tras muchos pasos y plantones, llegábamos al cantadero, un terreno comunal de exhibición donde los gallos se exhibían ante las gallinas. Allí, en un terreno más o menos llano con hayas dispersas, se vislumbraba la silueta de los machos en las ramas bajas, negros contra la negra noche.

placeholder Macho de urogallo cantábrico (EFE/Fundación Biodiversidad)
Macho de urogallo cantábrico (EFE/Fundación Biodiversidad)

La secuencia vocal que nos había guiado hasta aquí se desarrollaba entonces con toda nitidez, una serie de sonidos bien definidos, que se repetían con regularidad: unos chasquidos estridentes, espaciados, llamados redobles cuando sonaban articulados, que se aceleraban para dar paso al taponazo y se resolvían con un cacareo, denominado seguidilla o refilo. Unos términos que nos sabíamos de memoria por haberlos leído antes en la monumental monografía de Javier Castroviejo sobre el gallo del monte.

En algún momento, con un ronquido y una sacudida de alas, los urogallos se tiraban al suelo y continuaban con su ritual, en círculos por el suelo entre las gallinas que, sin mostrar mucho interés, picoteaban entre la hojarasca. Y todo iluminado por la pálida luz de las estrellas amplificada por la nieve. Era entonces el momento de regresar, cuando el cielo empezaba a grisear por levante. Dejábamos las llamadas a nuestras espaldas, la única garantía para saber que nuestra presencia había pasado totalmente inadvertida y no habíamos interrumpido ninguna relación.

Desde entonces las cosas no les han ido bien a los urogallos. En ningún punto de su amplia área de distribución por todo el continente, pero mucho menos a los de la subespecie de los bosques cantábricos. Los machos cantan solos, no hay rivales para recoger el desafío. Ninguna gallina corretea por el suelo del bosque, y toda su exhibición se pierde en la noche. Se discute sobre las causas de la regresión -endogamia forzada por la caza en el pasado, exceso de depredadores y de ganado-, se intentan todas las medidas correctivas: protección estricta, cría en cautividad, repoblación con frutales silvestres, instalación de colmenas movilistas para fomentar la polinización del arándano y otras plantas nutricias, etc..

Foto: Un zorzal charlo alimentando a sus crías en el nido. (iStock)

Pero nada de todo esto parece servir y en la cordillera cantábrica ya hace tiempo que vuelan muy pocas nidadas. Hay quien piensa que los urogallos durarán lo que duren los últimos ejemplares vivos. En las poblaciones pirenaicas la situación es mejor, aunque el declive en los últimos años supera el 50%. Lo mismo sucede en el resto del continente, pero al ser allí más abundantes, la situación no es tan crítica. Y ya es difícil no mirar al calentamiento global y a la pérdida de sincronía entre los ciclos del bosque y los de sus habitantes para explicar el fenómeno.

Escribo todo esta crónica en pasado. La grabación es muy antigua, de la lejana primavera de 1993, en un amanecer en los hayedos de Sajambre, en la vertiente leonesa de los Picos de Europa. Pero allí, y en casi toda la Cordillera Cantábrica, los urogallos han desaparecido, dentro de un proceso imparable que afecta a la especie en toda su área de expansión.

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