La difícil gestión del crecimiento por aluvión de Bildu
Los abertzales crecen hasta empatar con el PNV, según las encuestas, pero recogen un voto tan diverso que le resultará difícil contentar a todos los sectores que se le suman votos
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Se respira una euforia contenida en EH Bildu. No por la posibilidad de gobernar tras las elecciones vascas del 21 de abril, sino por el empate técnico con el PNV que le auguran las encuestas. Se da por hecho que los jeltzales unirán sus escaños una vez más a los del PSE y la mayor incógnita a estas alturas radica en saber si sumarán mayoría absoluta entre ambos o requerirán del apoyo del PP en la investidura. Los populares ya se han comprometido a brindarlo en caso necesario, para impedir que la izquierda abertzale tenga la más remota posibilidad de acceder a la Lehendakaritza.
En los primeros años de la transición, Herri Batasuna se jactaba de tener el electorado más fiel a pesar de la actividad terrorista de ETA. No le alcanzaba para gobernar las instituciones más importantes, pero su peso social era muy relevante, de entre el 15% y el 20%. La persistencia del terrorismo comenzó a hacerle mella con la aparición de Aralar en 2001 y los procesos de ilegalización, a partir de 2003, de Batasuna y de las diferentes siglas con las que pretendió zafarse de los mismos.
La presión política, social y policial obligó a ETA a dejar las armas en 2011 y a disolverse en 2018, dejando atrás medio siglo de violencia saldado con 3.500 atentados y 853 personas asesinadas. Sin la banda terrorista en el escenario, la izquierda abertzale procedió a volver a la legalidad, a reorganizarse bajo la marca de Sortu y a sumar aliados políticos que le confirieran una cierta pátina de renovación y respetabilidad. Así, se coaligó con Eusko Alkartasuna (el partido del exlehendakari Carlos Garaikoetxea) y con Alternatiba, minúscula formación creada por un sector proveniente de Ezker Batua-Izquierda Unida. No importaba lo que ambos le sumaran en número de votos, que era más bien poco, sino presentarse ante el electorado vasco de la mano de fuerzas que siempre habían condenado el terrorismo, dando sensación de pluralidad. Se les uniría después Aralar, conformando EH Bildu todos ellos en la actualidad.
Electorado amnésico
La tímida autocrítica del pasado por parte de Sortu y su negativa a condenar la práctica del terrorismo de ETA le han pesado como una losa durante años, pero una parte del electorado vasco parece dispuesto a pasar página y a otorgar su confianza a EH Bildu, a pesar de que continúa teniendo al frente a Arnaldo Otegi. Para tratar de acelerar ese proceso, la izquierda abertzale presenta como candidato a lehendakari a Pello Otxandiano, ingeniero de telecomunicaciones y director de programa de la formación, nacido en 1983 y sin máculas tan estridentes como las de otros en su pasado.
Esa estrategia parece exitosa a tenor de las encuestas. La creciente influencia de EH Bildu como interlocutora del Gobierno de Pedro Sánchez y, singularmente, el papel del diputado Oskar Matute en el Congreso le están ayudando a ello. Matute fue dirigente de Ezker Batua y conecta bien con el votante más cercano a la sensibilidad de Podemos, un perfil menos nacionalista y más volcado en las cuestiones sociales. Una de las asignaturas pendientes de la izquierda abertzale ha sido tradicionalmente la de crecer en Bilbao y en la margen izquierda del Nervión, ya que sin ello la distancia respecto al PNV será insalvable en ese territorio.
Podemos fue primera fuerza política en Euskadi en las elecciones generales de 2015 y 2015 y desde entonces se ha desangrado por culpa de sus luchas intestinas. En esta ocasión, Elkarrekin Podemos y Sumar se presentan por separado, al haber fracasado las negociaciones para lograr concurrir en listas unitarias. Eso ha dado alas a EH Bildu, convertida en refugio de muchos de esos votantes.
El pasado 23 de marzo varios exconsejeros del Gobierno vasco dieron su respaldo público a Pello Otxandiano. Javier Madrazo (quien lideraba Ezker Batua cuando la formación de Oskar Matute se escindió de la misma), Tontxu Campos, Joseba Azkarraga y Esther Larrañaga (que formaron parte del Ejecutivo de Vitoria en nombre de EA) e, incluso, Gemma Zabaleta (consejera de Empleo y Asuntos Sociales con Patxi López e histórica del PSE-EE) lo apoyaron explícitamente.
Sectores disidentes
No obstante, para sumar a todos estos sectores, la izquierda abertzale también ha tenido que dejar en el camino a otros, y es objeto de crítica pública por parte de algunos exdirigentes como Karmelo Landa, eurodiputado entre 1990 y 1994, cabeza de lista en las autonómicas de ese año por Bizkaia y miembro de la mesa nacional de Herri Batasuna, y que muestra su enojo en las redes sociales por el papel de EH Bildu como sostén de Pedro Sánchez en detrimento "de la nación vasca".
En otro flanco se encuentra la Gazte Koordinadora Sozialista (Coordinadora Joven Socialista), de carácter comunista, y con predicamento en institutos y universidades vascas. En su órbita se sitúan los sectores más radicales que en su momento formaban parte de la izquierda abertzale, los que siguen abogando por una amnistía para los presos de ETA y no asumen la mínima autocrítica sobre el pasado. Tal es su influencia que lograron hacerse con Ikasle Abertzaleak, la organización universitaria que históricamente había aglutinado a los jóvenes de ese mundo y que ahora engrosa la disidencia.
En esa dinámica de sumas y restas, hasta el momento las primeras se han impuesto abrumadoramente, permitiendo a EH Bildu disputar la hegemonía política vasca al PNV. No obstante, le va a resultar difícil contentar a todos los que se le aproximan. Un excesivo posibilismo generará ampollas a los sectores más soberanistas y, por el contrario, cualquier impulso independentista le puede suponer la desafección de la izquierda más tradicional y menos nacionalista. En ese juego de malabares se decantará el futuro de los de Otegi.
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