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Todos los muertos de Paracuellos que evitó el anarquista Melchor Rodríguez, el ‘Ángel Rojo’
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MEMORIA

Todos los muertos de Paracuellos que evitó el anarquista Melchor Rodríguez, el ‘Ángel Rojo’

El Ayuntamiento de Madrid propone reconocer con una Medalla de Honor al sindicalista. Se opuso a las sacas de Paracuellos y durante el breve tiempo que fue responsable de Prisiones las paralizó

Foto: Melchor Rodriguez junto a dos oficiales republicanos durante la Guerra Civil. (EFE)
Melchor Rodriguez junto a dos oficiales republicanos durante la Guerra Civil. (EFE)

En Madrid, Santiago Carrillo tenía una calle y el anarquista Melchor Rodríguez, no. El primero, comunista de la JSU, fue uno de los responsables de la Matanza de Paracuellos y el segundo, anarquista de la CNT-FAI, hizo en cambio todo lo posible por evitarlo, salvando vidas entre julio y diciembre de 1936 en el Madrid del terror revolucionario. El error del callejero se subsanó en 2016, no lo de Carrillo, que se entiende que se debe a su papel en la Transición y no en la Guerra Civil, sino el de Melchor Rodríguez, apodado el Ángel Rojo, quien dio nombre entonces a una calle y a quien ahora, además, el Ayuntamiento ha propuesto para que se le conceda una de las Medallas de Honor que se otorgarán por la festividad de San Isidro. El reconocimiento ya distingue a otros héroes, como al diplomático Sanz Briz por salvar a judíos del Holocausto en 1944, también participó en la protección de perseguidos en el Madrid del 36.

Foto: Santiago Carrillo, con la Pasionaria, en el pleno del Congreso de los Diputados en julio de 1977. (EFE)

El merecido reconocimiento para el anarquista Melchor Rodríguez tiene su gran valor en el hecho de que el rescate de ciudadanos de las garras de los tribunales revolucionarios durante aquellos días en Madrid coexistía con el apoyo a la limpieza sociopolítica de la España republicana. Así, en el contexto de la guerra del terror se podía ayudar a personas particulares mientras se apoyaba y aceptaba la necesidad de la justicia revolucionaria que incluso servía en la izquierda para culpar de excesos a rivales ideológicos. Fue el caso de Dolores Ibárruri, La Pasionaria, que tal y como explica el historiador Julius Ruiz, “se jactaba de haber salvado a más de cien monjas y luego sin embargo arengaba con las proclamas de la eliminación del enemigo interno y las visitas al tribunal revolucionario del partido en la Calle San Bernardo, 72” (Julius Ruiz, El Terror Rojo, Espasa). La diferencia y el verdadero valor de Melchor Rodríguez, como también lo fue el del olvidado Manuel de Irujo, fue que sus humanitarias acciones y dignidad personal y política no estuvieron suscritas a momentos puntuales; a la ayuda prestada a conocidos o a quienes les causaban simpatía o misericordia, según el caso, y como hicieron otros.

placeholder Largo Caballero con milicianos en 1936.
Largo Caballero con milicianos en 1936.

Manuel de Irujo, ministro sin cartera del Gobierno de Largo Caballero, en su calidad de presidente del Comité-Delegación del Partido Nacionalista Vasco en Madrid, trasmutó el objetivo de salvaguardar los intereses de los miembros del partido en la capital, por el de proteger a los católicos de los arrestos o ejecuciones gracias a los cerca de 3.000 salvoconductos que emitió. Más relevancia tuvieron aún las acciones de Melchor Rodríguez por su papel político. Melchor, un antiguo torero de origen sevillano y afiliado a la CNT desde 1920, fue uno de los fundadores de la FAI en 1927 y se había caracterizado ya desde sus primeros escritos por una oposición a la acción directa violenta.

Antes de su crucial papel como fugaz Director General de Prisiones de Madrid en noviembre del 36, evitando las sacas de presos con destino a las fosas de Paracuellos, Rodríguez, que había creado el grupo de Los Libertos dentro de la FAI, caracterizado por oponerse a la violencia, ocupó al estallar la Guerra Civil el palacio del Marques de Viana, en la calle Duque De Rivas. Otros dirigentes milicianos y anarquistas hicieron lo mismo, sólo que a diferencia de esos lugares, convertidos en tribunales revolucionarios del terror, el palacio, aunque tuviera toda la pinta de lo último, era en realidad lo contrario: un lugar en el que los que temían ser perseguidos podían estar seguros.

Foto: Ilustración: Emma Esser

De hecho, Melchor y los suyos realizaron registros y detuvieron a personas de derechas con el objetivo real de apartarles del furor asesino de sus camaradas de izquierdas. Una tapadera y un trabajo clandestino de gran audacia que llevaron a cabo a escondidas y dando la apariencia, obviamente, de no oponerse a los tribunales revolucionarios, o de lo contrario habrían sido considerados traidores y muy probablemente fusilados también. La actuación del sindicalista desmonta además la campaña de una cierta historiografía de izquierdas de que aquel terror revolucionario fue una cuestión de un grupo de exaltados y descontrolados. La realidad fue más compleja y menos exculpatoria: el mayor órgano de terror creado en esos días en Madrid, el CPIP, cuyas siglas respondían cínicamente a Comité Provincial de Investigación Pública, fue avalado por el Gobierno e incluía a moderados republicanos y socialistas. Además, el proceder de Melchor Rodríguez durante las sacas y matanza de Paracuellos en noviembre del 36, demostraron que el Gobierno, y no los comités revolucionarios actuando por su cuenta, estaba al tanto de aquel horror.

Su acción más importante fue intentar evitar a toda costa las sacas de Paracuellos. En noviembre, el cónsul noruego, Félix Schlayer, que había tenido noticias del verdadero destino de la evacuación de presos de las cárceles Modelo, Porlier, Ventas y San Antón con supuesto destino a Valencia, —eufemismo con el que la Junta de Defensa de Madrid se refirió al operativo de Paracuellos—, presionó al general José Miaja para que se pusiera al frente de las prisiones a personas que no tuvieran intención de cometer asesinatos. Melchor Rodríguez era sin duda ideal para poder detener esa matanza. Es preciso puntualizar que muchos de los allí detenidos, si no la mayoría, habían ido por su propio pie, considerando que en una institución gubernamental estarían más seguros que en las calles, al albur de esos tribunales revolucionarios. No eran tampoco culpables de nada, en su mayoría derechistas sin más o católicos que temían por la limpieza de esos días en Madrid. Políticos y militares también que habían tenido cargos tanto en la Restauración como en los gobiernos de centro derecha de la II República. En ese contexto, Melchor Rodríguez entendió, después de haber protegido en el palacio incautado del Marqués de Viana a muchos perseguidos, entre ellos al exministro Rafael Salazar, que se les tenía que considerar presos de guerra y, por tanto, garantizar su seguridad, y no lo contrario, tal y como estaba ocurriendo.

placeholder Exhumación de cadáveres de Soto de la Aldovea para su traslado a Paracuellos.
Exhumación de cadáveres de Soto de la Aldovea para su traslado a Paracuellos.

Con el apoyo de la Junta Revolucionaria de Abogados y del único magistrado del Tribunal Supremo que quedaba en la capital, Mariano Gómez, así como el de los comités regionales y provinciales de la CNT-FAI, Melchor Rodríguez fue nombrado Director General de Prisiones el 9 de noviembre con la aprobación del Gobierno en Valencia (Julius Ruiz, Paracuellos, una verdad incómoda, Espasa). Cuando tomó posesión al día siguiente, se habían producido ya tres sacas los días previos. La evacuación de presos no acabó en Valencia, si no en el desnivel del Arroyo de Río Seco, a un lado de la carretera Madrid-Belvis, en donde fueron asesinados algo más de 500, incluyendo también los que fueron tirados a la fosa de Soto de la Aldovea. En Paracuellos, no había dado tiempo a enterrar los cadáveres y cuando llegaban los nuevos camiones y autobuses con los presos en su interior y veían el espectáculo se producían escenas terroríficas. Con su nombramiento, Melchor Rodríguez ordenó como Director General de Prisiones detener todas las sacas nocturnas y que se restituyera a los funcionarios de prisiones que habían sido sustituidos por milicianos. Los directores de prisiones cumplieron, demostrando que era una cuestión de autoridad, y así, bajo el mando de la CNT-FAI de Rodríguez y no de la JSU-PCE de Carrillo, la sacas se detuvieron. Había habido miembros del Gobierno republicano de Largo Caballero, como Manuel de Irujo y José Giral, que se habían opuesto y el hecho de que la JSU respetara el nombramiento de Melchor Rodríguez al frente de prisiones y sus órdenes, avalan la autoridad gubernamental y no la improvisación. Como resultado, entre el 9 de noviembre y el 18 las sacas se interrumpieron por la firme actuación del Ángel Rojo. ¿Por qué continuaron después? Porque precisamente la reticencia del dirigente de la CNT, que se opuso a las evacuaciones, de las que ya se conocía perfectamente el destino, fue cesado por el ministro de Justicia, el también anarquista Juan García Oliver el día 12. De nuevo con el aval del Gobierno y sin Melchor ya a al frente de prisiones, las sacas continuaron el 18 y los días, 24, 25, 26, 27, 28, 29 y 1 y 3 de diciembre. En total, unos 2.500 asesinados, puede que más.

Foto: Tres cadáveres de los paseos de Madrid en 1936.

La izquierda no ha sido muy proclive a homenajear a Melchor entre otras cosas porque fue el último alcalde de Madrid durante la II República y el que entregó junto a Julián Besteiro —también repudiado— y el coronel Segismundo Casado, las llaves de la capital al general Francisco Franco para evitar más muertes innecesarias una vez que la guerra se había perdido. De esta forma, cuando la República agonizaba anímica y militarmente en marzo de 1939, Melchor se sumó al Consejo Nacional de Defensa del coronel Segismundo Casado, que junto al socialista Julián Besteiro y el anarquista Cipriano Mera, entre otros, dieron un golpe de Estado en la capital. El objetivo era poner fin a la guerra con una rendición negociada a las tropas de Franco que se concretó a finales del mes. Melchor, que había sido nombrado alcalde de Madrid por Casado apenas cuatro días antes, fue el encargado de entregar las llaves de la ciudad. Cuando entraron los nacionales fue sin embargo rápidamente detenido y juzgado por las autoridades franquistas, en plena represión, y a pesar de haber salvado tantas vidas le condenaron a muerte.

Fue entonces cuando el general Muñoz Grandes intercedió, con 1.000 firmas bajo el brazo, para detener la sentencia. Entre ellas estaban las de relevantes personajes del bando nacional como los hermanos Álvarez Quintero, la familia Luca de Tena —dueña de Abc—, Rafael Sánchez Mazas o el futuro ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín-Artajo. Pero el perdón de Franco, que tenía una minuciosa represión en la cabeza, fue la condena a 25 años. El castigo por ser del otro bando era seguro; la dimensión variaba. Al final, obtuvo la libertad provisional en 1944 pero rechazó sumarse a la organización del sindicato vertical franquista.

placeholder Segismundo Casado y Melchor Rodríguez.
Segismundo Casado y Melchor Rodríguez.

Cuando murió en 1972, su féretro se cubrió con la bandera anarquista de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y un crucifijo sujetándola al ataúd. Así fue enterrado Melchor Rodríguez en el cementerio de San Justo, en pleno régimen franquista. Por si fuera poco, a la insólita imagen había que añadirle la presencia de algunos exministros de Franco, a los que acompañaron voces entonando: "Negras tormentas agitan los aires", las primeras estrofas de A las barricadas. La Policía Armada y las autoridades del régimen escucharon el himno anarquista en riguroso silencio como muestra de respeto. Melchor Rodríguez fue honrado por anarquistas y nacionales, los mismos que se habían matado durante la Guerra Civil.

En Madrid, Santiago Carrillo tenía una calle y el anarquista Melchor Rodríguez, no. El primero, comunista de la JSU, fue uno de los responsables de la Matanza de Paracuellos y el segundo, anarquista de la CNT-FAI, hizo en cambio todo lo posible por evitarlo, salvando vidas entre julio y diciembre de 1936 en el Madrid del terror revolucionario. El error del callejero se subsanó en 2016, no lo de Carrillo, que se entiende que se debe a su papel en la Transición y no en la Guerra Civil, sino el de Melchor Rodríguez, apodado el Ángel Rojo, quien dio nombre entonces a una calle y a quien ahora, además, el Ayuntamiento ha propuesto para que se le conceda una de las Medallas de Honor que se otorgarán por la festividad de San Isidro. El reconocimiento ya distingue a otros héroes, como al diplomático Sanz Briz por salvar a judíos del Holocausto en 1944, también participó en la protección de perseguidos en el Madrid del 36.

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