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Del cielo a prisión: la caída del empresario que expandió y destruyó Pescanova
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Manuel Fernández de Sousa

Del cielo a prisión: la caída del empresario que expandió y destruyó Pescanova

La Audiencia Nacional impone ocho años de cárcel para Fernández de Sousa, el patrón más poderoso durante décadas en Galicia

Foto: Fotografía de archivo del antiguo presidente del Grupo Pescanova Manuel Fernández de Sousa-Faro. (EFE)
Fotografía de archivo del antiguo presidente del Grupo Pescanova Manuel Fernández de Sousa-Faro. (EFE)

Hace unos pocos años, una simple llamada de Manuel Fernández de Sousa bastaba para paralizar un proyecto de la Xunta, como aquella batea de regeneración de marisco que frenó en 2011. Eran tiempos de gloria para el presidente de la antigua Pescanova, un empresario que se labró una leyenda alrededor de una empresa icónica para los gallegos a la que, como acaba de sentenciar la Audiencia Nacional, condujo directamente a la ruina. Ocho años de prisión le impone la Sección Cuarta de lo Penal por destruir la compañía entre artificios financieros y alzamiento de bienes. El que fue probablemente el patrón más poderoso de Galicia enfila el camino a la cárcel.

La sentencia de la Audiencia Nacional, conocida este martes, condena a Sousa por prácticas irregulares para obtener financiación bancaria y por manipular las cuentas de la entidad para captar inversores. Falsedad en documento mercantil, estafa agravada, falseamiento de cuentas anuales y de información económica y financiera y alzamiento de bienes son los delitos considerados probados por el tribunal, que impone penas que van de los seis meses a los tres años y medio de prisión para otros 11 acusados de la antigua cúpula de la entidad.

Foto: Sousa autofinanciaba Pescanova mientras vendía sus acciones a espaldas del consejo

Los 610 folios de la sentencia son un relato pormenorizado de las circunstancias que rodearon la mayor quiebra no inmobiliaria de la historia de España, que dio paso —concurso de acreedores mediante— a una nueva Pescanova que reniega de su predecesora. Fue la clásica víctima de la crisis de finales de la pasada década, que sorprendió a la compañía en un proceso de inversión desaforada. Las cuentas de la cotizada, sujeta al control de la CNMV, recogían unos beneficios de 36 millones, pero todo era mentira. Como se comprobaría al aflorar el fraude, la dura realidad eran unas pérdidas de casi 800 millones y otros 3.600 de deuda.

¿Y qué hizo Sousa ante semejante panorama? Embolsarse 31,5 millones de euros mediante la venta de acciones en las semanas previas a la entrada en preconcurso de acreedores o enviar a su mujer a transferir, vía Portugal, otros cuatro millones de euros a una cuenta abierta en Hong Kong. Según los jueces, el matrimonio trataba de impedir que la devolución de un préstamo de seis millones de euros estuviera al alcance de los inversores de Pescanova.

Foto: Así era el sistema de Sousa para ocultar la deuda de Pescanova a sus accionistas

Así se las gastaba un empresario acostumbrado a negociar con jefes de Estado de África y América y a imponer sus antojos en una Galicia que lo trató como a un ídolo. “Un ejemplo empresarial”, según las palabras pronunciadas en 2009 por el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, cuando le impuso la distinción del Grelo de Ouro. “Uno de esos hombres que supieron transformar deseos en realidades e ideas en hechos”, abundó. Incluso cuando las sospechas de los artificios contables ponían la empresa al borde del colapso, Feijóo insistía en la necesidad de contar “con la Pescanova de siempre”.

El capítulo de la batea depuradora ocurrió en verano, pero no por ello resultó menos mediático. Era una vieja reivindicación de los mariscadores de la costa de Lugo, y pese a cumplir todos los requisitos legales y ambientales, a Sousa no le agradaba, porque se iba a ubicar relativamente cerca de una planta de cría de rodaballo de su propiedad. El día que se esperaba la llegada de la batea, en medio de una gran expectación, el barco que la transportaba dio media vuelta y volvió a puerto. Feijóo anunciaba 24 horas más tarde la búsqueda de un nuevo emplazamiento, mientras el empresario se jactaba en privado de doblar la cerviz de todo un presidente con un simple telefonazo.

Foto: Señal hacia la factoría de la compañía en Chapela, Vigo. (REUTERS)

En realidad, el presidente gallego no hacía sino seguir una tradición iniciada por su antecesor, Manuel Fraga, que le concedió al industrial vigués una de sus últimas decisiones antes de abandonar la Xunta en 2005, tras perder las elecciones. Ante la inminente llegada de un nuevo Ejecutivo presidido por el PSOE, su Gobierno aprobó en funciones un plan acuícola que blindaba el proyecto de Pescanova en cabo Touriñán, una piscifactoría de 357.000 metros cuadrados en un paraje virgen de la Costa da Morte, incluido en la Red Natura. Esa vez no se salió con la suya: el bipartito de Emilio Pérez Touriño frustró el proyecto, que Sousa se llevó a Portugal con un discurso de deslocalización forzosa y 45 millones de euros del Gobierno luso. Aquello también acabaría en quiebra.

La compañía la heredó Sousa de su padre, Pepe Fernández, un lucense que hizo fortuna en la posguerra española con el transporte de carne en camiones frigoríficos. De él fue la idea de sustituir los furgones por barcos y la carne por pescado, lo que revolucionaría para siempre el concepto de la pesca. Asociado con el empresario e intelectual Valentín Paz Andrade, y a bordo de sus buques congeladores, juntos se lanzaron a la conquista de caladeros lejanos. Tras la muerte del patriarca, en 1980, su hijo Manuel, que aún no había alcanzado la treintena, se pondría al frente de la entidad.

Foto: El expresidente de Pescanova Manuel Fernández de Sousa. (EC)

Sus modos le ayudaron a forjar un imperio empresarial, negociado con gobiernos que iban de la Nicaragua sandinista a la Sudáfrica del Apartheid, que no dudaban en abrir sus aguas a los grandes pesqueros gallegos. En Galicia, su aliado más fiel sería un banquero, José Luis Méndez, el hombre que condujo a un desastre similar a Caixa Galicia, la desaparecida caja de ahorros, que llegó a tener un 25% de Pescanova y financió sus insaciables aventuras empresariales. La llegada de Manuel Fraga a la Xunta en 1990 completó un círculo de poder que parecía inquebrantable.

A mediados de los noventa, un capítulo sellaría para siempre el entendimiento entre Sousa y Fraga: el acoso de la multinacional Unilever. Con una deuda que ya era insostenible para una compañía de sus dimensiones, recibió una oferta de compra del gigante angloholandés imposible de rechazar. La Xunta del fallecido dirigente popular lo solventó con la firma de un contrato-programa por 42 millones de euros de la época para blindar la empresa. La operación de rescate con capital público permitió a Pescanova seguir en Vigo, y al hijo de su fundador, conducirla a una quiebra que le llevará a la cárcel.

Hace unos pocos años, una simple llamada de Manuel Fernández de Sousa bastaba para paralizar un proyecto de la Xunta, como aquella batea de regeneración de marisco que frenó en 2011. Eran tiempos de gloria para el presidente de la antigua Pescanova, un empresario que se labró una leyenda alrededor de una empresa icónica para los gallegos a la que, como acaba de sentenciar la Audiencia Nacional, condujo directamente a la ruina. Ocho años de prisión le impone la Sección Cuarta de lo Penal por destruir la compañía entre artificios financieros y alzamiento de bienes. El que fue probablemente el patrón más poderoso de Galicia enfila el camino a la cárcel.

Manuel Fernández de Sousa Pescanova
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