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La balsa de lodos de San Cibrao: una "bomba de relojería" que deja Alcoa como legado
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3.000 t diarias de residuos indisolubles

La balsa de lodos de San Cibrao: una "bomba de relojería" que deja Alcoa como legado

Organizaciones científicas alertan del riesgo de rotura del dique del gran almacén, que cerca una laguna tóxica de 87 hectáreas

Foto: Miles de personas se manifiestan para reclamar la continuidad de la producción de aluminio primario en A Mariña y el mantenimiento de los puestos de trabajo en la fábrica que Alcoa tiene en San Cibrao. (EFE)
Miles de personas se manifiestan para reclamar la continuidad de la producción de aluminio primario en A Mariña y el mantenimiento de los puestos de trabajo en la fábrica que Alcoa tiene en San Cibrao. (EFE)

El cierre de la planta de alúmina-aluminio de San Cibrao (Cervo, Lugo) puede dejar consecuencias no solo económicas. Además de la preocupación por los 534 empleos que se perderán, y por el impacto indirecto en una amplia zona de Galicia, también existe intranquilidad por sus implicaciones medioambientales. La multinacional deja atrás un gran vertedero de lodos tóxicos y corrosivos a cielo abierto: una balsa de 87 hectáreas de superficie y 42 hectómetros cúbicos de capacidad prácticamente desbordada y cuya vida útil está próxima a finalizar, para la que se desconocen los planes de tratamiento. Las organizaciones ecologistas la califican de “bomba de relojería”. Sus temores no son una quimera: en 2010, la rotura de una balsa con el mismo tipo de residuos provocó una catástrofe química en Hungría.

Como la de Ajka, la balsa de lodos rojos de San Cibrao —ubicada en la vecina Xove— almacena un subproducto con residuos del procesamiento de la bauxita, que se utiliza para obtener alúmina. Pero la balsa gallega tiene un potencial mucho más peligroso, ya que puede almacenar hasta 42 veces el barro rojo que se desprendió en el accidente de Hungría. Protegida por un dique de contención de 80 metros de altura y un kilómetro de longitud en su coronación, se encuentra a apenas 60 metros de una planta de acuicultura, a unos 200 de un núcleo habitado y a 450 metros del mar Cantábrico. Al enorme almacén de 80 metros de profundidad se vierten cada día unas 3.000 toneladas de residuos indisolubles procedentes del tratamiento de bauxita con sosa cáustica, un producto alcalino con un elevado potencial corrosivo

placeholder Foto: Google Maps.
Foto: Google Maps.

La multinacional ha llevado con sumo sigilo sus planes para el almacén, motivo por el que el comité de empresa propuso al Ministerio de Industria el pasado año la creación de una nueva balsa de lodos rojos. En 2017, el entonces presidente de Alcoa España, Rubén Bartolomé, señalaba el horizonte de 2025 como el límite de la vida útil de la instalación, por lo que anunciaba la búsqueda de alternativas que todavía hoy se desconocen, aunque la principal opción que se baraja consiste en su sellado definitivo. El temor de las organizaciones ecologistas consiste en que Alcoa abandone Galicia sin resolver el problema de la balsa ni hacerse cargo de las consecuencias de un eventual accidente.

Fuentes de Alcoa han señalado que el depósito cumple con todos los requisitos legales y medioambientales y que en 2018 realizó un análisis de riesgos remitido a las autoridades, por el que recibieron una certificación. “Cualquier conjetura sobre un hipotético abandono de la actividad industrial y su también hipotética repercusión en la seguridad de dicho depósito carecen de fundamento”, señalaron las mismas fuentes. Alcoa ha informado asimismo de que en julio de 2019 solicitó a la Xunta la revisión de la autorización ambiental integrada de la planta de Alúmina, “con el fin de poder adecuar funcionamiento del depósito de residuos mineros a las obras que habrá que acometer en el futuro para su cierre y clausura de manera segura y respetuosa con el medio ambiente”. “El proceso de cierre del depósito se realizará de manera gradual y permitirá mantener su uso industrial durante un periodo de entorno a 10 años desde el inicio de las obras”, ha añadido una portavoz de la empresa.

La fábrica de aluminio, que nació en 1980 como empresa pública y fue adquirida en 1998 por la multinacional estadounidense, careció de plan de emergencia exterior hasta 2012. En él se reconocía por primera vez el “riesgo de pérdida de vidas humanas”, en algunos de los supuestos de siniestro, entre ellos la rotura de la balsa. El plan considera tres situaciones capaces de provocar un accidente “grave” en las inmediaciones de la balsa: por la fractura del dique principal, por la quiebra del espigón de cola o en su extremo occidental. Las lluvias torrenciales o los terremotos son posibles causas que podrían desencadenar el desastre.

Foto: Encapsulado de residuos de lindano en la antigua fábrica de Inquinosa en Sabiñánigo (Huesca). (EFE)

La alerta sobre la situación que puede dejar Alcoa en Galicia la lanzó la Sociedad Galega de Historia Natural (SGHN), una asociación independiente y científica dedicada al estudio, divulgación, conservación y defensa del medio natural. La entidad ha solicitado a la Xunta los informes de sus técnicos e inspectores ambientales e información sobre las fianzas y avales depositados por Alcoa ante un eventual derrumbe. La SGHN reclama que se adopten medidas legales para bloquear los bienes y activos de la multinacional, a fin de garantizar la descontaminación integral de sus instalaciones y la estabilización de la balsa de lodos rojos “con las mejores técnicas disponibles a nivel mundial”. También solicita a la Xunta, a través de la Consellería de Medio Ambiente, una auditoría externa sobre la estabilidad del gran almacén, preferiblemente de un organismo público de prestigio como el Instituto Geológico y Minero de España.

La SGHN señala que, además del riesgo para la vida y la salud de las personas, una hipotética rotura del dique provocaría “una catástrofe social, económica y ecológica”, debido a sus repercusiones sobre la población, los sectores pesquero y turístico y el ecosistema marino en su conjunto, con especial afectación a la Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) Costa da Mariña Occidental. “Es una bomba de relojería que urge evaluar y desactivar con cargo a los recursos económicos de la empresa”, señalan los portavoces de la entidad.

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El alcalde de Xove, Demetrio Salgueiro, acogió con desagrado las peticiones de la organización científica. “Meterse en este momento con el embalse de lodos de Alcoa, son ganas de meter los palos en las ruedas, en un momento tan difícil como el que estamos viviendo aquí en A Mariña”, afirmó en declaraciones a' La Voz de Galicia'. El regidor considera inoportuno hablar de este tema “ahora”, cuando se está peleando por salvar la fábrica y el empleo.

Que la capacidad de la balsa está prácticamente al límite se pudo comprobar en julio del pasado año, cuando la carretera de Lago, que discurre paralela al embalse, amanecía teñida por una lengua de líquido del mismo color rojo que los barros. Vídeos difundidos por testigos evidenciaron una situación que, según vecinos de la zona, se repite en períodos de fuertes lluvias. El comité de empresa denunció en varias ocasiones que el embalse de lodos está al borde de su máxima capacidad. Asociaciones de vecinos de Xove también vienen alertando de los efectos de los lodos sobre cultivos y ganado. Muchos de ellos cubren los muros de sus fincas con capas plásticas para evitar filtraciones, ante la desconfianza de las afirmaciones de la empresa de que no existe riesgo de fugas.

El cierre de la planta de alúmina-aluminio de San Cibrao (Cervo, Lugo) puede dejar consecuencias no solo económicas. Además de la preocupación por los 534 empleos que se perderán, y por el impacto indirecto en una amplia zona de Galicia, también existe intranquilidad por sus implicaciones medioambientales. La multinacional deja atrás un gran vertedero de lodos tóxicos y corrosivos a cielo abierto: una balsa de 87 hectáreas de superficie y 42 hectómetros cúbicos de capacidad prácticamente desbordada y cuya vida útil está próxima a finalizar, para la que se desconocen los planes de tratamiento. Las organizaciones ecologistas la califican de “bomba de relojería”. Sus temores no son una quimera: en 2010, la rotura de una balsa con el mismo tipo de residuos provocó una catástrofe química en Hungría.

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