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Es lo que parece: Valencia es la que más gasta (e ingresa) en fiestas
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Impacto en las elecciones

Es lo que parece: Valencia es la que más gasta (e ingresa) en fiestas

El primer gran estudio sobre el impacto económico de las Fallas sirve de señal para medir hasta qué punto las fiestas influyen en la agenda (y el presupuesto) de las ciudades españolas

Foto: Un ninot es consumido por el fuego durante la Cremà infantil, en las Fallas de Valencia. (EFE/Biel Aliño)
Un ninot es consumido por el fuego durante la Cremà infantil, en las Fallas de Valencia. (EFE/Biel Aliño)

Hace unos meses, coincidiendo con las elecciones municipales, corrió como la pólvora el estudio sobre el impacto de las fiestas locales en los resultados electorales, a cargo de Marc Guinjoan (Universitat Oberta de Catalunya) y Toni Rodon (Pompeu Fabra), tras analizar el comportamiento en las urnas de los españoles y el crecimiento en los presupuestos festivos. El paper, publicado en la revista Local Government Studies, concluía que si una alcaldía rebajaba a la mitad el gasto en fiestas populares su promedio electoral se devaluaba en 1,2 puntos porcentuales.

Al contrario, si en el último año de legislatura lo duplicaba, su éxito en las urnas se disparaba en 2,5 puntos. Dime cuánto festejas y te diré cuánto votas a tu alcalde. En la lista de las localidades que más espacio presupuestario dedicaban, se situaba –para sorpresa de nadie– Valencia, con 10,7 millones en 2022 según datos de Hacienda, por delante de Barcelona o Sevilla, en las siguientes posiciones.

placeholder Vista general del traslado del catafalco de la Virgen de los Desamparados tras la celebración de la ofrenda de flores durante las pasadas Fallas. (EFE/Biel Aliño)
Vista general del traslado del catafalco de la Virgen de los Desamparados tras la celebración de la ofrenda de flores durante las pasadas Fallas. (EFE/Biel Aliño)

Lejos de la mirada por encima del hombro, la importancia de la lógica festiva en el sentido político de las ciudades tiene toda la justificación, en un momento de homogeneización y códigos globales compartidos. Festejos como los de Fallas terminan siendo para muchas ciudades el akelarre con el que celebrarse a sí mismas, un antídoto contra la desubicación y el aislamiento. Algunos de esos escasos días contados en los que verbalizar una pertenencia.

Por eso las fiestas, más allá del verbeneo más folclórico, son un ejercicio de sociedad y explican parte de nuestras transformaciones. Antonio Ariño, doctor en sociología de la Universidad de Valencia, premio Nacional de Investigación, lleva años explicando la vinculación umbilical entre fiestas tradicionales y política. En el transcurso del siglo XIX Valencia pasó de tener 91 fiestas, en 1800, a 60, en 1932, como parte de un proceso extendido en el que “la burguesía ascendente” presionaba a “las instituciones políticas y eclesiásticas para racionalizar y ampliar el tiempo disponible para la pro­ducción”. Festejar menos para producir más.

Foto: La cabeza de 'la meditadora', falla diseñada por Escif, llega a la plaza del Ayuntamiento de Valencia. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)

Unos años en los que la prensa local calificaba de "inculta y bárbara" la afición del pueblo valenciano por los cohetes, una costumbre "que repugnaba a toda persona pacífica". Las críticas no eran otra cosa que la expresión de un dualismo social, en palabras de Ariño. La pretensión de mantener la máxima de “cada uno en su clase”, de manera que las clases más bulliciosas no afectaran con su ruido a los segmentos más apacentados de la sociedad. Ganaron los cohetes.

Apenas una semana después de la consolidación del pacto entre PP y Vox en Valencia, el ayuntamiento anunciaba que el presupuesto municipal para Fallas escalaba un 10% (hasta los 3,3 millones; una cantidad en cualquier caso pequeña frente al autoabastecimiento de las centenares de comisiones falleras). Bien lejos de aquellas divisiones sociales, el culto a la fiesta popular es uno de los principales motores de acción en la ciudad. No tanto por el afán político de controlar sus resortes –la capilaridad festiva de las Fallas lo convierte en puro reflejo demoscópico de la urbe–, sino por la convicción de que no tener una presencia extendida en la cultura festiva municipal es condenarse al aislamiento político.

Uno de los principios activos que auparon a Compromís hasta la Alcaldía de Valencia en 2015 tuvo que ver con su visibilidad normalizada en las fiestas populares. Fiel a las coordenadas de la época, la justificación para regar continuamente las fiestas locales encuentra su aterrizaje no ya en el disfrute de la ciudadanía o en cómo contribuyen al bienestar a partir del festejo en comunidad, sino en el retorno económico, en el maná turístico. La Universidad de Valencia está cerca de concluir el primer estudio solvente sobre el impacto económico de las Fallas en la ciudad, a cargo del catedrático e investigador del IVIE José Manuel Pastor. Sus resultados serán la primera gran foto fija sobre el aporte cuantitativo de la fiesta.

Las fiestas populares de Valencia son las de más impacto económico: 1.000 millones

Han sido objeto de deseo por la importancia para hacer balance de un movimiento al que, de tan amplio, apenas se le habían podido tomar las medidas. Pero, indisimuladamente, también debe servir para confirmar una intuición: las fiestas populares de Valencia son, de toda España, las que generan un mayor impacto económico. Los datos preliminares del estudio apuntan a los 1.000 millones como cifra redonda que certificaría a las Fallas como el festejo español con mayor conversión. Dato y relato, de la mano. Hasta ahora el aporte de la Feria de Abril se estima en 930 millones, el Orgullo LGTBI en Madrid en 455, San Fermín en 163 y las fiestas del Pilar en 64,7.

La clave fallera vuelve a estar en su amplitud y vertebración: con 392 comisiones a lo largo de toda la ciudad, el número de falleros censados oscila siempre cerca de los 100.000. Según el estudio, de media cada uno tiene un gasto directo de 767 euros en indumentaria, peluquería, ocio… En una ramificación que se va expandiendo por segundos niveles hasta movilizar a la ciudad entera. Cada comisión, presupuesta de media 120.000 euros. Mientras, cada año se queman en torno a 9 millones en monumentos.

El periodista especializado en Fallas, Fernando Morales, habla de la fiesta como “un acto de vecindad”. Respecto a su trasfondo económico encuentra que “hay una mayor exigencia que en otras ciudades. Una familia fallera es capaz de desembolsar hasta un 10% de sus ingresos anuales en la fiesta”. Sobre la influencia en el voto, Morales considera que “en contra de lo que tradicionalmente se piensa, las Fallas, nunca llegan a estar sometidas al control político. Desde la gestión política sí que existe un interés por atraer al colectivo festivo, y que vea con mejores ojos la acción de un gobierno u otro. Pero no implica un control de la acción. Estamos hablando de un colectivo muy plural, formado de gente representativa de los barrios”.

Hace unos meses, coincidiendo con las elecciones municipales, corrió como la pólvora el estudio sobre el impacto de las fiestas locales en los resultados electorales, a cargo de Marc Guinjoan (Universitat Oberta de Catalunya) y Toni Rodon (Pompeu Fabra), tras analizar el comportamiento en las urnas de los españoles y el crecimiento en los presupuestos festivos. El paper, publicado en la revista Local Government Studies, concluía que si una alcaldía rebajaba a la mitad el gasto en fiestas populares su promedio electoral se devaluaba en 1,2 puntos porcentuales.

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