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"Pedro Sánchez es un caso paradigmático de cesarismo y caudillismo"
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Entrevista a Ramón Vargas-Machuca

"Pedro Sánchez es un caso paradigmático de cesarismo y caudillismo"

Fue uno de los ideólogos de las primarias en el PSOE, pero ahora reniega de su modelo.

Foto: Ramón Vargas-Machuca, en su despacho. (Foto: Fernando Ruso)
Ramón Vargas-Machuca, en su despacho. (Foto: Fernando Ruso)
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Los intelectuales en política, los pensadores, son una especie en extinción. Su falta de peso en los partidos es directamente proporcional al ascenso de quienes manejan el aparato y confeccionan el catálogo de consignas. Se diría que los ideólogos, progresivamente, han sido sustituidos por los estrategas. Ramón Vargas-Machuca, al que muchos desconocerán, ha sido uno de los intelectuales más considerados de la política española, "un socialista pata negra y un académico considerable y respetado, experto en pensamiento político", en palabras de Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional y columnista de prensa. La cuestión es que siempre ha hablado con mucha claridad de lo que pensaba de su partido, el PSOE, y lo que ve ahora es un Partido Socialista irreconocible, jibarizado por gurús electorales. Ramón Vargas-Machuca Ortega (Medina Sidonia, 1948) ocupó un escaño en el Congreso desde 1977 hasta 1993 y fue miembro del comité federal del PSOE entre 1976 y 1997, fecha en la que decidió volverse a lo suyo, la docencia y la investigación por universidades de Estados Unidos, Chile e Italia, hasta su plaza final de catedrático de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz, su ciudad. Gracias al filósofo Manuel Sacristán, descubrió a Gramsci, un político y pensador italiano "que tanto me ha inspirado y enseñado a rectificar". También aprendió que "el filosofar es una manera de entender el mundo y estar en él, cultivando el pensamiento y la acción racional y procurando la imparcialidad de juicio".

PREGUNTA. ¿Y qué explicación puede tener un filósofo para lo que está ocurriendo en este nuevo milenio? Esta de inseguridad e inestabilidad que sacude el mundo. Surgen los populismos y hay democracias asentadas que parecen tambalearse. ¿Qué pasa?

RESPUESTA. Esas turbulencias comenzaron a emerger con el cambio de siglo, es verdad, pero obedecen a acontecimientos anteriores. Por ejemplo, la perplejidad que producen tiene que ver con la interpretación eufórica y generalizada que entonces se hizo en Occidente tras la caída del Muro del Berlín y la implosión de los regímenes comunistas en Rusia y en los países satélites de la URSS. En Occidente se extrajo la conclusión frívola de que ese derrumbe supondría el triunfo urbi et orbe de la civilización, la democracia liberal y la multiplicación de comunidades políticas constituidas en Estados de Derecho. Se pensó equivocadamente que esos territorios se someterían al imperio de la ley, que asumirían como principio rector el repertorio de los derechos humanos y el funcionamiento cabal de la representación política como forma de participación popular generalizada y universalizable. Se creyó que, tras la implantación generalizada de nuestro modelo institucional, regiría la paz mundial. Y lo que ha ocurrido desde entonces hasta ahora es que nos encontramos con unas democracias debilitadas o que están mutando en otra cosa, con sucesivas crisis económicas y una paz mundial amenazada.

placeholder Vargas-Machuca, frente a la costa gaditana. (F. R.)
Vargas-Machuca, frente a la costa gaditana. (F. R.)

P. ¿Y la clase política de la actualidad, inmersos ya en la segunda década del milenio, no ha corregido esos errores?

R. Estas perturbaciones geopolíticas, que se vienen produciendo, como le digo, desde la última década del siglo pasado, encuentran desprevenidos e inermes a una gran mayoría de dirigentes políticos occidentales. A este ir casi siempre por detrás de los acontecimientos lo denomino crisis de incompetencia; o sea, una progresiva indigencia epistémica del universo político, falta de información apropiada, escasez de recursos humanos solventes y de personal político intelectual y moralmente equipados para responder a las demandas de unas coyunturas inéditas, diversas y complejas que se van sucediendo desde hace algunos decenios. Y para remate, la nueva situación desencadenada tras la invasión rusa de Ucrania nos obliga a estar pensando al borde del horror, expresión con la que el sociólogo Emilio Lamo de Espinosa ha denominado la nueva situación en un interesante artículo en El Mundo sobre las incertidumbres y amenazas que la invasión rusa añadía a las turbulencias geopolíticas de estos últimos tiempos.

P. ¿Y esa es la raíz también de los populismos en todo el mundo? ¿Piensa que es un fenómeno pasajero o pueden poner en peligro las democracias occidentales?

R. La confusión mental, las sucesivas crisis económicas y la crisis de incompetencia explican muchas iniciativas y movimientos improvisados y, no pocos, disparatados. Y es que el trajín político de ahora está muy contaminado de lo que ya en los años treinta del siglo pasado se denominaba populismo como forma de hacer política. Frente al malestar social prendían y prenden soflamas, maniqueísmos y antagonismos agónicos. Se resucita la quimera de otra democracia fetén como alternativa a la democracia liberal; se promueven utopías regresivas e iniciativas políticas que ya se experimentaron en otros tiempos con resultados nefastos. Lo que duren estos fenómenos dependerá en buena medida de la percepción que tenga la sociedad sobre el peligro que representan esas propuestas imaginativas, inconsistentes en el fondo y en la forma, simples y nocivas. Pero no toda la responsabilidad está en la clase política.

P. ¿A qué se refiere?

R. Pues a que estas guerras de trincheras que alienta la polarización acaban contaminando a los potentes conglomerados mediáticos, con lo cual el problema se multiplica exponencialmente porque escasea la deferencia que se debe a los hechos probados. Y de forma paralela, se impone la promoción de relatos alternativos liberados de las constricciones de la verosimilitud. De ahí que proliferen cuentos al gusto de cada bando. En consecuencia, una parte considerable del discurso político y las opiniones en los medios tienden a los extremos alentando la distorsión y multiplicando el sectarismo. A veces, se tiene la sensación de que en una buena parte de la opinión pública, la barbarie, por ahora dialéctica, se impone a la razón y a los hechos. Este clima produce congoja y, evoca malos tiempos pasados que algunos vivimos de niños o hemos estudiado.

P. También tendrá que ver en todo esto la eclosión de un problema que se arrastra desde hace décadas: la crisis de las ideologías. Una crisis que, fundamentalmente, con quien se ceba es con la izquierda. Una vez conseguido el estado del Bienestar, el socialismo especialmente se queda sin objetivos. De las grandes metas se pasa a las ocurrencias.

R. Tras la Segunda Guerra Mundial, la socialdemocracia europea se convenció de que los males del siglo XX provenían del triunfo de los extremismos. Entendieron que la revolución en Occidente no sólo era imposible, sino también indeseable. Se identificaron con un reformismo consecuente y prefirieron la moderación. La suma de democracia representativa y el Estado de Derecho, o sea la democracia liberal, se convirtió en el marco institucional incuestionable para sus aspiraciones de justicia social. Pero los socialdemócratas no supieron leer de modo apropiado la nueva realidad que se venía gestando desde finales de los años setenta, la llamada crisis fiscal del Estado del bienestar. No fueron suficientemente conscientes de que ese gran instrumento de concertación y progreso representado por el Estado del bienestar estaba siendo amenazado y debilitado. No calibraron el alcance y consecuencias de su deterioro; ni por tanto supieron actuar de manera congruente frente a ella.

placeholder Vargas-Machuca posa para El Confidencial en su casa en Cádiz. (F.R.)
Vargas-Machuca posa para El Confidencial en su casa en Cádiz. (F.R.)

P. Y para agravarlo todo, el desmoronamiento de la Unión Soviética, como decía usted antes…

R. Exacto, la implosión de los regímenes comunistas no supuso, como se creyó ingenuamente, el triunfo de la democracia liberal y su modelo de justicia social sino, sobre todo, el de los dogmas del neoliberalismo que abogaban por la ruptura del pacto social nacido tras la guerra. Sin enemigo exterior y en el marco de una economía globalizada y un mundo multipolar, aquel consenso social de la posguerra europea se les antojaba innecesario a los paladines de aquella nueva derecha. De otra parte, el error socialdemócrata fue, como apunta, asociar su crédito exclusivamente a los buenos resultados del Estado de bienestar como indicador concluyente de su identidad. O sea que mientras hubiera resultados redistributivos, no había problemas. El hecho ha sido que se descuidó la necesaria deferencia con el Estado de Derecho, aumentaron las actitudes irresponsables, omisión in vigilando, se incrementó el clientelismo y se multiplicaron, por tanto, los casos de corrupción.

P. Le hablaba antes de las ocurrencias... Permítame recordar que usted fue uno de los teóricos del PSOE que defendió convencido este sistema. ¿Se equivocó o se reafirma?

R. En mi caso no fue una ocurrencia sino un error. El propósito era saludable y alguna buena razón lo avalaba. Mi convencimiento, que dejé por escrito, era que una mayor participación de los afiliados, y en su caso simpatizantes, en la toma de decisiones y en la selección de los candidatos representaría un factor determinante para cualificar la democracia en general y regenerar la política. Pero, a su pregunta sobre si me equivoqué, le contesto que sí. Me guiaba una buena intención; una más de las que el infierno está empedrado. Y lo que no perdono hoy es que no atendí entonces el juicio sabio de un eminente politólogo y amigo como Juan Linz. En mi estancia en la universidad de Yale donde Juan enseñaba y estuve con él como investigador visitante (1993-1994), hablamos mucho sobre el asunto, le daba a leer mis propuestas y escritos sobre la bondad de implantar las elecciones primarias en los partidos. Pero con tanta delicadeza como firmeza siempre me insistía en lo mismo: las elecciones primarias han sido aquí (EEUU) un desastre; ha desfigurado el sistema de partidos. De ser un ámbito de pluralismo y debate reflexivo ha virado hacia el personalismo y el marketing publicitario. No atendí su advertencia; seguí promocionando teórica y prácticamente la vía de las primarias en el PSOE. Aquel proceso que nos parecía admirable ha terminado como ha terminado. Desde entonces, como decía el veterano socialista y gran maestro de la Filosofía del Derecho Elías Díaz, "uno sigue siendo cotizante pero no militante". El hecho es que la generalización de las primarias no aminoró el clientelismo, ni frenó la selección inversa en los partidos, sino que estas patologías aumentaron, de tal suerte que cabe decir sin ánimo de escandalizar a nadie que ya hace tiempo que "no arriba a la política lo mejor de cada casa”.

placeholder Pedro Sánchez celebra su victoria en las primarias socialistas de 2017. (EFE/Javier Lizón)
Pedro Sánchez celebra su victoria en las primarias socialistas de 2017. (EFE/Javier Lizón)

P. En todo caso, las elecciones primarias en el PSOE, que fue el primer partido en implantarlas, tienen ya treinta años de historia. Y solo se acusa de cesarismo a Pedro Sánchez. ¿Tiene que ver con la personalidad y el carácter político del actual secretario general del PSOE?

R. He sido crítico con el funcionamiento interno del partido mucho antes de que se instaura el sistema de primarias. Pero mi experiencia de veinte años como miembro del Comité federal del PSOE me permite decir que el debate aquellos años en aquel órgano interno del partido era vivo e intenso; y, desde luego, lo ejercí con total libertad y criterio propio sin presión alguna de nadie. El debate interno de ideas se ha ido apagando en casi todos los partidos. Y lo que es peor, se ha entronizado el cesarismo, el caudillismo y el decisionismo del secretario general como nunca. Y si el comportamiento de Pedro Sánchez es un caso paradigmático de esa deriva extrema de personalismo, el de sus seguidores dentro del partido lo es de una lealtad ciega y silente.

P. Usted afirma en un artículo reciente en la revista Claves que, desde la retirada de Felipe González, el PSOE se ha convertido en un partido errático, que ha sustituido los principios por los brujos demoscópicos. Me gustaría que se detuviera un instante en detallar en qué consiste esa degeneración y la situación actual, con Pedro Sánchez como líder y presidente del Gobierno.

R. En ese artículo constato los bandazos del PSOE desde la llegada de Zapatero y, después, de Pedro Sánchez. Subrayo la trayectoria errática de ambos. Han cantado todos los palos, han abrazado todas las modas y banderas que venteaba el último en pasar por sus despachos. Estos dirigentes no sabían, ni saben muy bien, hacia donde se dirigen ni hacia dónde dirigir el barco de la gobernanza. ¿Cómo van a rectificar errores cuya naturaleza desconocen porque no pueden conocer? La legión de asesores a disposición del presidente y secretario general del partido tiene como único cometido decirle al jefe lo que éste quiere escuchar. En ese contexto todo debate que proceda de ese tipo de factoría deviene retórico o tramposo. El reformismo que ha representado el PSOE durante la transición y los primeros años de la democracia convive mal con la clase de transformadores retóricos y transformistas cínicos que abundan en el hábitat político. Y es que algo va mal en el PSOE desde hace un tiempo. Claro que no sólo en este partido.

"Estos dirigentes no sabían, ni saben muy bien, hacia dónde se dirigen, ni hacia dónde dirigir el barco de la gobernanza"

P. El rasgo diferencial de esta última legislatura, por encima incluso de la coalición de gobierno con Podemos, ha sido el acercamiento a los independentistas vascos y, sobre todo, a os separatistas catalanes. ¿Los aprueba?

R. Me pregunto escandalizado cómo puede un gobierno del PSOE mantener como socios de gobierno a los enemigos de la democracia constitucional, a los herederos de ETA y a quieren fracturan la comunidad política que es España, cuya unidad es condición necesaria para que la instituciones funcionen de manera apropiada y perduren de modo estable. Cómo puede satisfacer el PSOE las demandas de sus socios que de una manera tan escandalosa, fraudulenta y frívola están rompiendo las costuras del Estado de Derecho, maltratando la legislación. Cómo se permite ese disparate de ley del sí es sí cuyos efectos perversos y escandalosos se suceden a diario. Cómo se puede permitir un gobernante del Partido Socialista desmontar el delito de sedición y amañar el de malversación a medida y conveniencia de sus aliados separatistas y golpistas, que ahora sí podrán repetir sus fechorías de manera impune cuando les venga en gana. Y lo peor el argumentario: se dice sin rubor alguno que todo esto se hace para homologar nuestra legislación al estándar legislativo europeo. En fin, alguien dijo que se empieza extraviando la lógica, se sigue después ninguneando el conocimiento y la información solventes y contrastados, y se termina perdiendo el respeto a las instituciones y el trato decente que las mismas merecen. Me parece un precio demasiado alto para sobrevivir de y en la política.

P. La esperanza del PSOE, en este año electoral, es que el desgaste por esas alianzas pueda compensarse con la amenaza de la extrema derecha y con las mejoras económicas y los avances sociales. ¿Usted qué piensa?

R. Podría ser, pero mi impresión es que Vox no da para tanto. Muchas veces más que miedo, Vox genera algún que otro esperpento. Véase el último: su candidato para la moción de censura contra Sánchez parece ser Ramón Tamames, exdirigente del PCE, economista de referencia en la Transición y prolífico escritor. En la izquierda española más reciente, que incluye al PSOE de Sánchez, cuando no se dispone de buenas razones y no cuelan las ocurrencias, siempre tienen un último recurso, sobrero y facilón: leña al PP y jalear la alerta antifascista de que viene Vox. A mi juicio, el mañana de la socialdemocracia será uno u otro dependiendo de que adopte una relación no fraudulenta con una agenda reformista. Su éxito duradero y fructífero ha sido siempre un subproducto de un sincero compromiso con el reformismo político y social vinculado a la institución de la democracia liberal. De lo contrario, la socialdemocracia nos fallará; ya nos está fallando. Y su destino será entonces el transformismo y la irrelevancia y el de la política en general, la subalternidad.

Foto: El economista y exdiputado del Congreso de los Diputados, Ramón Tamames. (Alejandro Martínez Vélez)

P. Una última cuestión. Dice que usted que, "en política, tragar víboras es lo habitual, pero también tragar víboras tiene un límite". Me llama la atención por la reciente polémica de Marruecos, cuando el eurodiputado socialista Juan Fernando López Aguilar ha justificado que "cuando se tienen que tragar sapos, se tragan…"

R. Mi aprecio por López Aguilar viene de atrás. Le tengo ley como solvente catedrático de Derecho, buen parlamentario y entretenido conversador. Él sabe muy bien que, en política, tragar víboras o sapos, también tiene un límite. La política o la acción reformadora se hace grande con los sucesivos gestos de ¡Basta ya!; movimientos que, de cuando en cuando, aparecen en la historia como reacción contra el mal moral y político, contra la decadencia o corrosión de las instituciones que incumplen la misión y funciones que les da sentido y por las que se les reconoce y distingue. Así se entendió históricamente aquel gesto de Lutero en 1517 clavando sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Todos los Santos de Wittemberg y que simboliza el comienzo de la Reforma protestante. O un gesto mucho más próximo y reciente, esa determinación de los ciudadanos y amigos que fundaron ¡Basta ya! en El País Vasco, plantándole cara a ETA y sus fechorías. Ahí siguen Savater, Maite Pagazaurtundúa y otros más para que nos mantengamos alerta. A mi juicio, en el PSOE hace tiempo que debería haber surgido un ¡Basta ya! frente a esta decadencia y mutación que lo hace irreconocible. En eso se concreta hoy la verdadera política de la responsabilidad que aprendimos leyendo las conferencias de Max Weber a los estudiantes de Alemania en 1919 sobre la política como vocación y profesión, así como el papel de los que estudian y piensan la política. Estamos a tiempo.

Los intelectuales en política, los pensadores, son una especie en extinción. Su falta de peso en los partidos es directamente proporcional al ascenso de quienes manejan el aparato y confeccionan el catálogo de consignas. Se diría que los ideólogos, progresivamente, han sido sustituidos por los estrategas. Ramón Vargas-Machuca, al que muchos desconocerán, ha sido uno de los intelectuales más considerados de la política española, "un socialista pata negra y un académico considerable y respetado, experto en pensamiento político", en palabras de Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional y columnista de prensa. La cuestión es que siempre ha hablado con mucha claridad de lo que pensaba de su partido, el PSOE, y lo que ve ahora es un Partido Socialista irreconocible, jibarizado por gurús electorales. Ramón Vargas-Machuca Ortega (Medina Sidonia, 1948) ocupó un escaño en el Congreso desde 1977 hasta 1993 y fue miembro del comité federal del PSOE entre 1976 y 1997, fecha en la que decidió volverse a lo suyo, la docencia y la investigación por universidades de Estados Unidos, Chile e Italia, hasta su plaza final de catedrático de Filosofía y Letras de la Universidad de Cádiz, su ciudad. Gracias al filósofo Manuel Sacristán, descubrió a Gramsci, un político y pensador italiano "que tanto me ha inspirado y enseñado a rectificar". También aprendió que "el filosofar es una manera de entender el mundo y estar en él, cultivando el pensamiento y la acción racional y procurando la imparcialidad de juicio".

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