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"Es imposible negar el maltrato cuando ves a una mujer orinarse encima por el miedo"
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25-N, DÍA CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO

"Es imposible negar el maltrato cuando ves a una mujer orinarse encima por el miedo"

El Confidencial pasa una jornada de trabajo con los agentes de Protección e Investigación de la UFAM, la unidad de la Policía Nacional encargada de atajar la violencia de género

Foto: Dos investigadores de la UFAM de la Comisaría Provincial de Málaga encargados de capturar a los maltratadores más peligrosos. (EC)
Dos investigadores de la UFAM de la Comisaría Provincial de Málaga encargados de capturar a los maltratadores más peligrosos. (EC)

Salva descuelga el teléfono y escucha una voz conocida. Está inquieta, asustada, “descompuesta”. “Vamos a estar ahí, entras con nosotros por otro lado. No vas a tener que cruzarte con él”, comenta el agente, que insiste una y otra vez: “Tranquilízate, no te preocupes”. “Si tú quieres que esté, voy para allá”, concluye.

“¿Qué ocurre?”, le preguntan casi al unísono Juan Carlos, Lolo y Pedro, sus compañeros del Grupo de Protección de la Unidad de Atención a la Familia y Mujer (UFAM) de la Comisaría Provincial de Málaga. “Es una de las mías, tiene juicio esta mañana y está muy mal. Tengo que ir”, responde. Le tocaba trabajo de ‘secretaría’, o lo que es lo mismo, tratar de aliviar la avalancha de papeleo que cada día se acumula. Araceli E., la inspectora responsable, escucha desde su despacho anexo y sale para tratar de encajar el puzle, aunque todo es más fácil cuando Juan Carlos se ofrece a realizar el tedioso, pero necesario y obligatorio, trabajo administrativo. “Perfecto, Pedro y Lolo vais a hacer las entrevistas y Salva está con su protegida hasta que acabe el juicio”, resuelve la jefa.

Los tres abandonan el grupo y enfilan el pasillo hacia el ascensor que desciende hasta el aparcamiento subterráneo. A través de la puerta entornada del Grupo de Investigación de la unidad se aprecia cierta excitación. Llevan una semana detrás de un peligroso maltratador y ese puede ser el día que caiga. Su víctima se encuentra en “riesgo extremo” y su presunto agresor acumula cerca de 40 detenciones. “Yo me encargo de pedir la orden de entrada y registro”, informa Ana R., la inspectora al frente, que advierte: “Hay que pedir apoyo a la ‘caballería’. Es muy violento”.

Foto: Foto: Pixabay/Tumisu. Opinión
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En España, se contabilizaron 75.722 denuncias por violencia de género durante el primer semestre del año, se realizaron 7.362 llamadas al teléfono de auxilio 016 de enero a septiembre y 2.499 supuestos maltratadores tuvieron que portar dispositivos electrónicos de seguimiento en ese mismo periodo. Y la cifra de la vergüenza: 35 mujeres han sido asesinadas a manos de sus parejas o ex. Seis en Andalucía. Dos en la provincia de Málaga. Una en la capital. El Confidencial ha pasado un día de trabajo con los agentes de la Policía Nacional que son el último escudo frente a esta lacra social. Policías que, en algunos casos, están '24-7-365' conectados con las víctimas. Esta es su historia. Esta es su vida.

En la Ciudad de la Justicia

Salva sube en el vehículo policial y pone rumbo a la Ciudad de la Justicia. Ha recorrido tantas veces ese camino, que conduce de una forma casi mecánica. “Para muchas denunciantes, el trámite del juicio les genera mucho estrés porque se reencuentran con el presunto maltratador”, explica, “es un momento en el que rememoran muchas cosas”. “En este caso concreto”, además, “en una comparecencia previa, la expareja después siguió a la mujer hasta casa”.

Tras aparcar el coche, recorre el laberinto de pasillos que se extiende por las entrañas de los juzgados, siente el frío de las neveras y las salas de autopsias al pasar por la puerta de la sede del Instituto de Medicina Legal (IML) y llega hasta los ascensores. Espera pacientemente y pulsa el botón de la planta en la que se encuentran los juzgados de Violencia contra la Mujer. Nada más salir, se encuentra con el padre de su protegida, que le explica que su hija “está dentro, declarando”. El agente se interesa por cómo se encuentra y permanece a su lado. Parece que el juicio no va a durar mucho, pero nunca se sabe.

En Málaga, 11 agentes deben dar respuesta a un promedio de 1.150 órdenes de alejamiento

A pocos metros se encuentran Lolo y Pedro. Son dos de los 11 policías que en la actualidad se hacen cargo de la protección de las 1.150 mujeres que de promedio tienen concedida una orden de alejamiento solo en la capital malagueña. Una imposible aritmética laboral que la unidad saca adelante con una disponibilidad telefónica total, mucho esfuerzo y compromiso con un trabajo “muy agradecido”. “24 horas al día, siete días a la semana, 365 días al año”, precisan los tres agentes, que describen un proceso de construcción de confianza que es clave en la relación víctima-policía. Las situaciones de convivencia cuando hay medidas cautelares que prohíben el contacto y la comunicación llegan a ser “frustrantes”, porque dinamitan esa necesaria complicidad y la mujer se expone a un riesgo impredecible.

Araceli afirma que regularmente se enfrentan a situaciones muy tristes, en las que confluyen multitud de circunstancias personales que acaban generando una dependencia emocional que se asemeja a un síndrome de abstinencia. Recuerda especialmente el caso de una chica “muy joven” ocurrido el pasado verano. Su pareja le dio una paliza de muerte, pero esa violencia que se tejía alrededor de su vida no era suficiente para que intentase dejar atrás esa relación. “Nos aseguraba que en cuanto saliese iría a buscarlo de nuevo, así que pusimos mucho cariño y la convencimos”.

placeholder La inspectora Araceli E., trabajando con el sistema Viogen. (EC)
La inspectora Araceli E., trabajando con el sistema Viogen. (EC)

Los miembros del equipo eran conscientes de que la víctima debía abandonar la provincia para que tuviese una segunda oportunidad, así que se pusieron a tocar en las puertas de distintas administraciones y asociaciones y tras muchas, muchas llamadas consiguieron que una abonase el billete de avión. Los policías, no obstante, tuvieron que pagar de su bolsillo el coste de las tasas para obtener el DNI que la chica necesitaba para viajar.

“La tengo controlada y, por ahora, no ha vuelto”, afirma la inspectora, que destaca la importancia de que las víctimas, una vez han dado el paso de denunciar, cuenten con medios suficientes para andar un nuevo camino. “Intentar que no den pasos atrás, que se queden enganchadas a algún recurso social”.

La caja de juguetes

La entrada a la sala de espera de las víctimas impacta. Tres mujeres sentadas con la vista perdida en una frágil pared de color azulado. Todas saben por qué están ahí, pero ninguna habla. Apenas se miran. Un silencio que seca el alma domina todo y únicamente lo rompe las risas del bebé que una de ellas sujeta en brazos. Juega con una especie de bloques de plástico que parece que le han dado de una caja donde hay otros juguetes. No es la única niña que ha estado allí. No será la última.

Pedro se dirige a ella con una lista que previamente le ha entregado un funcionario de uno de los juzgados de Violencia contra la Mujer. Le pregunta su nombre y lo busca entre la quincena que están impresos en el documento. Le explica que deben mantener una entrevista para conocer lo ocurrido, profundizar en sus circunstancias personales y detallarle cómo será el proceso y los recursos que tiene a su disposición.

Foto: Manifestación contra la violencia machista. (EFE)

El primer intento para entrar en el cubículo habilitado para estas reuniones es fallido. “Está ocupado”, así que se emplazan pocos minutos después y ambos aprovechan ese tiempo para hacer otros trámites.

En los vértices del triángulo imaginario que forman las entradas de la sala de espera y de dos de los juzgados especializados se van concentrando agentes de los distintos cuerpos, vigilantes de seguridad —siempre al quite por si se produce algún episodio de tensión—, abogados, familiares o funcionarios. Al fondo, Salva dialoga con el padre de su protegida, mientras Lolo y Pedro se organizan para tratar de exprimir la mañana. El primero se acerca a sus compañeros: “¿Me podéis acompañar alguno? No quiero que vaya sola a casa”, les pregunta. “Claro, voy contigo”, contesta Lolo, mientras su binomio le dice que él se encarga de las entrevistas.

Los dos agentes se marchan y a los pocos minutos aparecen a lo lejos Carlos y José Manuel. Forman parte del Grupo de Investigación y estaban allí para entregar las diligencias de la detención que hicieron el lunes. “Un tipo bregado, que ha pasado 14 años en prisión por distintos delitos y que cuando fuimos a por él no soltaba el destornillador que tenía en la mano”, cuenta el subinspector, que bromea: “Menos mal que este le ha hecho ‘judo verbal’ para convencerlo y que se viniese por las buenas”.

Los agentes se entrevistan con las denunciantes y les explican los recursos a su disposición

Los dos agentes realizan los trámites rápidamente y se despiden. Llevan una semana tras la pista de un presunto maltratador muy peligroso y todo se puede precipitar. Hay indicios de su posible ubicación y todo el equipo está enfocado en cerrar el caso, sobre todo “porque hace días que un ‘zeta’ está protegiendo a la víctima en su casa”.

Los días 14

Pedro acude a por la mujer con la que había hablado con anterioridad y ambos enfilan hacia la sala de espera. “Un momento”, se disculpa ella, “voy a coger a la niña”. Un hombre con el pelo plateado por el tiempo le entrega una bebé de 15 meses y entran en la instancia. La imagen sobrecoge, porque donde antes había tres mujeres, en ese instante hay nueve. “Esto es lo habitual”, precisa el policía, que añade que, “solo nosotros, atendemos una media de seis cada mañana”.

Los tres entran en una pequeña habitación presidida por una mesa y tres sillas. En la pared, un tremendo cuadro de luz. Pedro abre una carpeta con una serie de documentos necesarios para la entrevista y le pregunta a la denunciante si tiene inconveniente en que haya un observador. Da su consentimiento, porque “ya estoy harta”, “no ha cambiado” y “no voy a permitir que me pegue más delante de mi niña”.

Son las 11:40. La mujer detalla una secuencia de episodios, celos e insultos como respuesta a las preguntas que el agente le va realizando.

—¿Has denunciado con anterioridad?

—Sí, en 2019, pero no quise declarar después.

Foto: Imagen de Tumisu en Pixabay. Opinión

—¿Te ha agredido físicamente?

—Sí —responde—, incluso cuando estaba embarazada. Parece que tiene fijación con los 14 de cada mes, porque las últimas veces fueron ese día. Un día, en un bar de su propiedad, cogió un hacha y comenzó a golpear las mesas y a lanzar cosas a los clientes.

—¿Es celoso?

—Mucho, muy controlador.

Y así hasta más de una decena de cuestiones sobre las que Pedro va tomando nota para conocer la situación de la víctima y, en base al riesgo que surja de la aplicación del protocolo Viogen, asignarle una protección. Le explica que tiene derecho a una serie de recursos, como la Renta Activa de Inserción (RAI), y le detalla con mucha exactitud lo que conlleva una orden de alejamiento: “No podéis contactar, ni por redes sociales, ni a través de terceras personas”. “También voy a hablar con él y a explicarle todo”, pero “en el momento que asome, tienes que llamar a Emergencias”.

“Yo lo que quiero es que mi hija no vea esta violencia”, suplica una víctima

“Las cosas hay que tenerlas muy claras y ser conscientes del tema al que nos enfrentamos”, avisa el policía, después de que la mujer cuente que su expareja logra que baje la guardia encadenando varios días de buen comportamiento”. “Eso es lo que se conoce como ‘fase de luna de miel’. Vuelve a casa, está una o dos semanas bien y después estalla. Y este ciclo se repite una y otra vez”.

“Yo lo que quiero es que mi hija no vea esta violencia”, casi suplica la víctima. “No te preocupes, estamos para ayudarte, para solventar las dudas que tengas, y si no podemos, buscaremos la solución”, le dice Pedro antes de despedirse e ir a buscar a su compañero.

Lolo está con Salva. Ya han regresado de trasladar a la asistenta al juicio y separan sus caminos. La pareja se queda haciendo más entrevistas y otros trámites, y su compañero regresa a la Comisaría Provincial con un sabor agridulce. “La Fiscalía no ha presentado acusación”, comenta, mientras que muestra cierto hastío cuando se le pregunta por los negacionistas del maltrato que se escudan en las denuncias falsas. “Es como negar que la tierra es redonda. Creo que no opinarían así si viesen a una mujer temblando y orinándose encima del miedo”, zanja el debate.

Con la ‘caballería’

El Grupo de Investigación es en esos momentos un hervidero. Los seguimientos telemáticos han confirmado los indicios iniciales sobre la localización del sospechoso y cuentan con la autorización judicial. Carlos, José Manuel, Jesús, Jorge y Ana R., la inspectora al frente de la unidad, colocan en sus cintos el arma reglamentaria y se dan consejos: “Mucho cuidado, porque puede rebotarse”.

El reloj marca poco más de las dos de la tarde y aproximadamente una hora después están en la oficina celebrando que “todo ha ido bien”. “Ha colaborado”, a pesar de que las cuatro páginas de historial delictivo hacían presagiar otra cosa. La capacidad de intimidación de la decena de agentes de la Unidad de Prevención y Reacción (UPR) que los acompañaban seguro que tuvo algo que ver.

Los investigadores daban así por finalizada una semana de pesquisas para tratar de capturar al presunto maltratador de la única víctima catalogada en riesgo extremo que tenían sobre la mesa. Un tipo cuya peligrosidad había obligado a que un vehículo policial escoltara la vivienda de su pareja el tiempo que estaba en búsqueda.

“En este grupo tratamos más con el presunto maltratador, mientras que en Protección la relación es más estrecha con la víctima”, afirma la jefa del equipo, que señala que, aunque ahora pueden actuar de oficio y sin denuncia de la agredida, la investigación de este tipo de delitos suele ser compleja porque “mayoritariamente se producen de puertas para adentro”.

placeholder 'Tiñen de negro' el centro de Oviedo para denunciar el impacto de la violencia machista. (EFE/Eloy Alonso)
'Tiñen de negro' el centro de Oviedo para denunciar el impacto de la violencia machista. (EFE/Eloy Alonso)

Ana R. explica que “sobre las 7:30”, cuando apura los sorbos de un café en casa, repasa el “parte de ocurrencias” de las últimas horas y clasifica los casos según su gravedad para dar prioridad a los extremos. Es la continuación del trabajo realizado en “las calderas de la Comisaría”, que es como el inspector Manuel F.M. llama a la oficina de denuncias. Una pieza fundamental en el engranaje de la lucha contra la violencia de género porque es donde se tiene el primer contacto con las víctimas.

Hay un espacio habilitado especialmente para este tipo de denunciantes donde se escucha su relato y se les realiza la Valoración Policial de Riesgo (VPR) que servirá para tomar las primeras medidas de protección. “Son casos que tienen prioridad”, por eso la comunicación es constante con la UFAM.

El joven que encadenaba víctimas

La labor del Grupo de Investigación no concluye con la detención. Hay que rellenar la documentación del ingreso en los calabozos y proseguir con las diligencias del caso para que estén concluidas antes del pase a disposición judicial. Álvaro, que ese día tiene turno de tarde, retoma el trabajo, pero todo se complica un poco porque el arrestado pide recibir asistencia médica. Hay que organizar el traslado a un centro sanitario y adoptar las medidas de precaución necesarias para evitar una posible fuga.

Son poco más de las tres y poco a poco se van sumando nuevos miembros del equipo que dan el relevo a sus compañeros. La inspectora Ana M. se pone al frente desde ese momento y hasta las diez de la noche, “si no ocurre nada”, se encargarán de rematar la tarea de la mañana, tomar un par de declaraciones y hacer más trámites. La advertencia no es baladí, porque no sería la primera vez que, mientras recogen para regresar a casa, una llamada trastoca los planes y tienen que salir corriendo.

Foto: Fotograma de uno de los vídeos en que unos ciudadanos intervienen después de que el chico empuje a la joven. (EC)

“El maltrato ocupa mucha parte de nuestro trabajo, pero también nos hacemos cargo de las agresiones sexuales, los casos de acoso, la violencia doméstica…”, enumera la jefa, que confiesa que, “aunque intentas desconectar, no llevarte el trabajo a casa, en este grupo acabas empatizando con las víctimas”.

Complicado sería no hacerlo, sobre todo, cuando te enfrentas a individuos con comportamientos destructivos. Grabado se le quedó un chico que no permitía hacer nada a su novia y “cuando iban a una fiesta o a una reunión, a ella le obligaba a permanecer encerrada en una habitación”. “En una de las veces, la metió en el cuarto de las escobas mientras él se divertía con sus amigos y la gente que estaba allí. Pasado el tiempo, le abrió y le dijo que se iba, pero que ella se tenía que quedar, que había pillado unos porros y no tenía dinero para pagarlos y que lo iba a hacer ella con sexo”. Lo curioso es que, según su experiencia, este tipo de personalidades tan agresivas, manipuladoras y dañinas después, una vez detenidas, frente a los agentes, “se vienen abajo”.

Los agentes recuerdan el caso de un joven que encadenó seis víctimas menores

Torres, otro de los investigadores, cuenta el caso de otro joven, “para mí, el peor maltratador que he visto”, que lleva acumuladas al menos seis víctimas. “Ahora tendrá unos 24 o 25 años y desde que cumplió la mayoría de edad comenzó a salir con adolescentes, todas menores, a las que agredía”. “Hay gente que no conoce otra manera de relacionarse”, apunta la inspectora, que rememora situaciones de acoso en el contexto de la pareja que rayan lo enfermizo. “Como un hombre que se cortó un mechón de pelo y otro de su perro, lo metió en una caja y se lo envió a su expareja con el mensaje: ‘Boby y yo te echamos de menos’”.

Los miembros del equipo reconocen que ven situaciones muy duras, a gente “machacada emocionalmente”, pero a pesar del desgaste que les puedan producir los testimonios que escuchan o los partes de lesiones que leen, “nos satisface haber ayudado”. El reloj sobrepasa las ocho de la tarde y el ‘semáforo’ de la Oficina de Denuncias informa de un caso prioritario. En la habitación destinada a las víctimas de malos tratos hay una chica. La rueda empieza a girar de nuevo.

Salva descuelga el teléfono y escucha una voz conocida. Está inquieta, asustada, “descompuesta”. “Vamos a estar ahí, entras con nosotros por otro lado. No vas a tener que cruzarte con él”, comenta el agente, que insiste una y otra vez: “Tranquilízate, no te preocupes”. “Si tú quieres que esté, voy para allá”, concluye.

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